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PROPÓSITOS

Lo que intento escribir se parece a la confesión, porque pretende ser verídico y porque proclama una fe, al margen de la fe que me enseñaban cuando, arrodillada en el reclinatorio de las Catalinas, pedía al cielo, con fervor, un destino muy distinto del que escondía el enrejado de madera mirado con curiosidad y aprensión por mis ojos tan nuevos. Es decir que ya estaba saliéndome del dogma rígido que no tardé en rechazar con recóndita violencia.

Estas páginas se parecen a la confesión en tanto que intentan explorar, descifrar el misterioso dibujo que traza una vida con la precisión de un electrocardiograma. No veo por qué ha de ser más fidedigno uno que otro para el diagnóstico de un ser y de la época en que le tocó vivir.

No sé si fracasará mi plan, porque, como observa Aldous Huxley, en el arte (y para que la cosa escrita cobre vida ha de ser arte o será nonata) no bastan la verdad, la sinceridad, la voluntad, la perseverancia, la honestidad intelectual: hace falta talento.

Las cartas de amor de Keats despiertan interés apasionado —dice Huxley—. Son tal vez más importantes, literariamente, que sus poemas. Pero ¿cuántas cartas de amor verdadero se habrán escrito, y cuántas personas habrán conocido, en el correr de los siglos, con la misma intensidad que Keats, las angustias y la frágil dicha del amor? Sin embargo, pocas, contadísimas son las cartas de amor que perduran y que «parecen» sinceras. Para ser sincero por escrito el talento es un ingrediente indispensable.

Mallarmé aseguraba que la poesía no se escribe con ideas sino con palabras. También se podría asegurar —y tal vez con más razón— que la sinceridad solo llega al lector por el trujamán del talento. Para que la sinceridad se exprese, es obligatorio que la socorra, que la traduzca el talento.

Por estos motivos he pensado que así como he dado el título de Testimonios a mis artículos y ensayos, tendría que darle a mi Autobiografía, a mis Memorias, un título prudente: Documento. Documento en la tercera acepción del vocablo (diccionario de la Academia Española): «Cualquier cosa que sirve para ilustrar o comprobar algo».

Trotski escribe, refiriéndose a sus recuerdos de infancia: «Cuando he bosquejado por primera vez estos recuerdos, me ha parecido más de una vez que describía no ya mi infancia, sino un viaje de antaño en un país lejano. Hasta he tratado de contar lo que había vivido hablando de mí en tercera persona. Pero esa forma convencional cae demasiado fácilmente en la pura literatura, y es lo que yo quería ante todo evitar».

También a mí me hubiera aliviado hablar en tercera persona de mí misma, no solo por las ventajas que ofrece (especialmente si uno habla de sí mismo en esa tercera-primera persona que son tan a menudo las novelas y cuentos), sino porque me siento, por momentos, tan lejos de cierta mí misma como lo puedo estar del pelo que me han cortado y barren en la peluquería, o de la uña que me limo y vuela al aire hecha polvo. Yo no soy «aquello», lo perecedero que formó parte de mí y ya nada tiene que ver conmigo. Soy lo otro. Pero ¿qué?

La tercera persona es un instrumento que no he aprendido a manejar. Además, coincido con Trotski: es una forma convencional. No coincido con él en el deseo de evitar la literatura. Parecería que usa la palabra en su sentido peyorativo únicamente. Creo que hay otro, el bueno. En el malo, yo también trato de evitarla, pues la aborrezco. Aborrezco eso que podría llamarse: hacer literatura, fabricarla torpemente, sin capacidad para usar las palabras como instrumentos de precisión adecuados al fin que nos proponemos. Es decir, caer en la afectación, deficiencia mucho más lamentable que el uso de los borrosos lugares comunes.

Tampoco quiero hacer «literatura» entre malévolas comillas. Y menos con recuerdos. Pero declaro que, en lo que atañe a la buena literatura, no soy yo quien la evita, será ella quien se aparta de mí, en todo caso. Pues una de las cosas que más he admirado es la cosa escrita.

Deseo que este documento se acerque a la buena literatura, porque así comunicará su verdad. Si se aproxima a la mala, quedará incomunicado.

Darse

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