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ОглавлениеCAÍN Y LA FALTA DE INFRAESTRUCTURAS
Gregorio Martín1
«Fer País i/o Comunitat» (¡maldita semántica!) es más que promocionar y amar una lengua y una cultura, supone, también, trabajar para que el territorio cuente con equipamientos que proporcionen calidad de vida. Los pueblos activos se han pertrechado de infraestructuras públicas, como mecanismos de solidaridad. Sus gentes han peleado y debatido por sus instalaciones, las han mantenido y cuidado, han castigado a quien las maltrataba o las diseñaba sin buen criterio técnico y las han mostrado al exterior con orgullo y confianza en el futuro.
Desgraciadamente, en este campo, nuestra Comunidad no tiene hechos los deberes. Incluso las infraestructuras relacionadas con las avenidas de agua, cuya necesidad está impresa en el código genético del valenciano, no han sido debidamente resueltas, con la excepción, ya lejana del Plan Sur. Nuestra vida económica se produce en una larga franja, casi chilena, de una treintena de kilómetros de anchura, paralela al Mediterráneo y sólo contamos con la A-7, es decir con el coche, como único medio de comunicación entre los extremos del territorio. Ni los gobiernos autonómicos han sido muy proclives a apostar por infraestructuras que enfrentaran esta situación, ni tenemos nada que agradecer a los ex ministros Borell y Arias Salgado en esta materia.
La falta de infraestructuras ha acabado abocándonos a un cierto cainismo entre centros urbanos. Nuestras ciudades, pujantes en su vida diaria, pero mal comunicadas (entre sí y con Europa) al desarrollarse en un sistema de red, en la que fallaban las conexiones, han pretendido ser minicapitales polivalentes y autónomas. Como resultado hemos registrado continuos intentos de ubicar en cada ciudad, además de todo lo que se podía, lo que no se debía racionalmente, al ignorar lo que ya poseía una ciudad próxima. Todo un ejemplo de la envidia por la virtud del hermano. Como los recursos son limitados, el resultado ha sido una competencia más bien estéril, ya que la única opción parece estar en la especialización y la sinergia, dentro del sistema, que llamamos Comunidad Valenciana.
Algunos ejemplos al respecto.Mientras aquí discutíamos obviedades sobre trazados de AVE, trasunto de una pugna cainita entre Valencia y Alicante, el Madrid-Valladolid empezaba sus obras uniendo dos polos tecnológicos complementarios y Pujol conseguía enlazar sus cuatro capitales. Resultado: Valencia seguirá por ahora a 500 kilómetros de Madrid y el cambio de ancho de vía férrea, se hará en Salou (¿Qué hemos ganado?). Al mismo tiempo, Elche desgarra a Alicante con infraestructuras universitarias discutibles y Castellón reclama una planta gasificadora existiendo ya una, un poco más al Sur y se empeña en construir un aeropuerto a 60 km de otro, nada saturado.
Como hay que pensar que éste no es un ejercicio de iniquidad y estulticia, sólo la carencia general de infraestructuras y las malas condiciones de movilidad, pueden explicar esta sucesión de decisiones ineficientes y de falta de solidaridad. Una situación que la Comunidad Valenciana tendrá que superar de forma inmediata, mas allá de episodios políticos, que cada uno sabrá valorar.
Mientras Madrid, Cataluña, Valladolid y otras regiones del Estado consiguen importantes inversiones, el retraso en infraestructuras civiles incide en nuestro desarrollo dentro de la Sociedad de la Información, explicando, en particular, el porqué las empresas de tecnología punta no hayan recalado por estos lares. Como resultado somos una Comunidad tristemente exportadora neta de tecnólogos. Nuestros mejores ingenieros ni siquiera sufren el cainismo, sencillamente trabajan fuera de la Comunidad Valenciana. Con estos mimbres, poco i+d hay que esperar. Cuando se reclama modernidad hay que hablar de infraestructuras, sin ellas no hay proyecto de innovación que se sostenga.
Defendamos nuestras bazas. Cuando bajamos a lo largo de la antigua Vía Augusta, pasamos gradualmente de Vinaròs a Orihuela, compartiendo una misma cultura, sin tropezar con zona deprimida alguna. La traza es un itinerario continuo de núcleos urbanos laboriosos, con ciudadanos que esperan con ansiedad poder trabajar de forma articulada, conscientes, que no pueden resolver los grandes retos de la Sociedad del Conocimiento en los cada vez más borrosos límites del termino municipal.
Las infraestructuras crean solidaridades entre sus eslabones y riqueza en la cadena. Evitar el cainismo y la ineficiencia actual requiere una reflexión, quizás demasiado importante para dejarla en las exclusivas manos de los partidos políticos. Posiblemente sean cuestiones de sociedad civil, la única, con ciclos vitales suficientes para animar proyectos solidarios, mas allá de la cita cuatrianual de la urnas.
Itinerarios de AVE, nuevos aeropuertos, ubicación de universidades, demasiados falsos problemas y despropósitos en el campo de las infraestructuras para no sospechar que algo no acaba de funcionar. Los políticos no tienen el derecho de adjudicarse el mérito de una obra, sólo el de sentirse orgullosos si la saben razonar y culminar. Si se siguen poniendo este tipo de medallas, sin definir las prioridades, estamos frente a una política de campanario, que conduce a enfrentar unas ciudades con otras. El camino para evitar este cainismo es fácil: datos, argumentos, planificación y solidaridad.
1 Gregorio Martín es catedrático de Ciencias de la Computación y ha sido director del Instituto de Robótica de la Universitat de València.