Читать книгу Las teorías literarias y el análisis de textos - Adriana Azucena Rodríguez - Страница 20

Propuesta de actividades para el análisis

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Seleccionar más de un texto con la misma temática. Se propone, por ejemplo, la lectura de los textos: “Encuentro” de Octavio Paz, y “El que vio su cadáver” de Rodolfo Benavides. A continuación, se ofrecen los textos con la lista de indicaciones para el análisis y la crítica.

El que vio su cadáver

Cuando don Braulio Chavarría entró en el despacho del licenciado lo saludó diciendo:

—¡Usted no se va a morir, al menos en poco tiempo!

—¿Por qué, licenciado?

—Porque en este momento estaba pensando en usted —contestó extrañado don Braulio.

—Mire —repuso el abogado estirando un papel con los filos negros.

—¡Caramba, una esquela de defunción! ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—Siéntese, que los cinco minutos de que yo dispongo los voy a dedicar a un amigo ahora muerto —insistió el abogado abriendo una cajetilla de cigarros de donde ofreció a Chavarría, y continuó—: Escuche, un viejo cliente me platicó hace años algo desconcertante. Sucede que iba por las calles de Pino Suárez en la mañana, a esa hora en que hay tantísimos movimientos de peatones y vehículos, cuando vio delante de él, como a unos seis u ocho metros, su propia persona reproducida en todos sus detalles.

—¡Ésa sí que es buena, licenciado, ésa sí que es buena! —exclamó don Braulio, alegrándose el rostro.

—Sí, señor. Intrigado por esa aparición, trató de acortar la distancia para verle la cara al que creía su doble; pero éste no se dejaba alcanzar. El perseguidor tenía la certidumbre de que era él mismo; y como en dos cuadras no pudo dar alcance a su otro yo, deseó ardientemente que volteara para verle la cara y…

—¡Y no era! ¿verdad? —contestó riendo don Braulio al soltar una bocanada de humo.

—Por el contrario, don Braulio, era él, como si estuviera mirándose en un espejo.

—¿Sí? —preguntó Chavarría intrigado.

—Sí. Se quedó tan estupefacto, que ya ni caminó y entonces vio a un hombre salido sabrá Dios de dónde, que se echó encima de su doble con un puñal en la mano.

—¿Y qué sucedió? ¿Hirió al otro yo?

—No, la impresión lo sacudió tan fuerte que la visión desapareció con el atacante y todo. Esto me lo contó algún tiempo después de haber ocurrido, pues le daba vergüenza referirlo, puesto que a sí mismo se consideraba un desequilibrado.

—Pues para mí, licenciado, que sí lo era —aseguró Chavarría arrellanándose en su butaca.

—Está usted en un error, señor Chavarría —replicó el abogado un poco molesto—. Él no era un desequilibrado. La historia registra varios casos auténticos de esta índole. En Francia se hizo notable una maestra porque con frecuencia se le veía en dos sitios distintos a la vez, y con esto llegó al grado de perder varios empleos, por lo cual tuvo que mudarse varias veces de ciudad; y ella reconocía que era cierto, pues a sí misma muchas veces se vio a distancia.

—Oiga, oiga, abogado, eso ya se va pasando de la raya.

Sin embargo se relata la historia como verídica. Bastaba que ella tuviera el deseo de ir a un lugar para obtener alguna cosa para que en ese lugar, en donde estaba la cosa deseada, la vieran. En cierta ocasión, al estar dando clase, explicaba a sus alumnos algo relacionado con ciertas flores que había en el jardín, y los alumnos que la escuchaban vieron desde la ventana su reproducción en el jardín, y no hubo lugar a dudas, pues personas que había por allí también la vieron. Esta fue una de las veces que perdió el empleo.

Don Braulio iba tomando todo aquello a broma y sonrió. El licenciado continuó:

—Hay varios casos de esta índole que no quiero perder el tiempo en relatarle, pues tengo que irme, y por ello me concretaré a mi amigo.

—¿El que fue atacado en Pino Suárez?

—El mismo. Cuando salió de su atolondramiento trató de comprender aquello, y en eso iba cuando, cerca de San Lucas, es decir, unas seis calles adelante, salió un ebrio de una taberna empuñando una daga con la cual lo atacó; pero mi amigo, que reconoció en ese hombre al atacante de unos minutos antes, esquivó ágilmente el golpe y el borracho se fue de bruces hasta la mitad de la calle a donde lo atropelló un auto.

—¡Vaya, bonito desenlace!

—Sí, pero no termina allí. Él había olvidado la importancia del incidente, que a veces relataba con reservas, más bien como un chiste; sin embargo, hace unas tres semanas llegó a su casa por la tarde encontrándola desierta porque su esposa se había ido al cine con los muchachos. Se dirigió a su recámara, que encontró con los muebles cambiados de lugar según es costumbre de muchas amas de casa. Iba a botarse en la cama, cuando se vio tendido en ella. No lo quiso creer y abandonó la estancia asustado, trémulo. Poseído de incertidumbre, volvió con precauciones acercándose a la cama. ¡No había lugar a dudas respecto del realismo de la visión, pues allí estaba tendido, rígido y con una palidez de cadáver! Se siguió acercando lentamente hasta tener el cuerpo a sólo un metro de distancia, le faltaba solamente palparlo para estar seguro que allí estaba lo que se negaba a creer. Estiraba la mano para tentarlo, cuando desapareció de su vista, y, con él el escenario que lo rodeaba, es decir, que los muebles y todo volvieron al lugar que desde hacía semanas ocupaban.

Rodolfo Benavides, La visita del muerto, México, Editores Mexicanos, 1968.

Encuentro

Al llegar a mi casa, y precisamente en el momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado,decidí seguirme. El desconocido —escribo con reflexión esta palabra— descendió las escaleras del edificio, cruzó la puerta y salió a la calle. Quise alcanzarlo, pero él apresuraba su marcha exactamente con el mismo ritmo con que yo aceleraba la mía, de modo que la distancia que nos separaba permanecía inalterable. Al rato de andar se detuvo ante un pequeño bar y atravesó su puerta roja. Unos segundos después yo estaba en la barra del mostrador, a su lado. Pedí una bebida cualquiera mientras examinaba de reojo las hileras de botellas en el aparador, el espejo, la alfombra raída, las mesitas amarillas, una pareja que conversaba en voz baja. De pronto me volví y lo miré larga, fijamente. Él enrojeció, turbado. Mientras lo veía, pensaba (con la certeza de que él oía mis pensamientos): “No, no tiene derecho. Ha llegado un poco tarde. Yo estaba antes que usted. Y no hay la excusa del parecido, pues no se trata de semejanza, sino de sustitución. Pero prefiero que usted mismo se explique…”

Él sonreía débilmente. Parecía no comprender. Se puso a conversar con su vecino. Dominé mi cólera y, tocando levemente su hombro, lo interpelé:

—No pretenda ningunearme. No se haga el tonto.

—Le ruego que me perdone, señor, pero no creo conocerlo.

Quise aprovechar su desconcierto y arrancarle de una vez la máscara:

—Sea hombre, amigo. Sea responsable de sus actos. Le voy a enseñar a no meterse donde nadie lo llama…

Con un gesto brusco me interrumpió:

—Usted se equivoca. No sé qué quiere decirme.

Terció un parroquiano:

—Ha de ser un error. Y además, esas no son maneras de tratar a la gente. Conozco al señor y es incapaz…

Él sonreía, satisfecho. Se atrevió a darme una palmada:

—Es curioso, pero me parece haberlo visto antes. Y sin embargo no podría decir dónde.

Empezó a preguntarme por mi infancia, por mi estado natal y otros detalles de mi vida. No, nada de lo que le contaba parecía recordarle quién era yo. Tuve que sonreír. Todos lo encontraban simpático. Tomamos algunas copas. Él me miraba con benevolencia.

—Usted es forastero, señor, no lo niegue. Pero yo voy a tomarlo bajo mi protección. ¡Ya le enseñaré lo que es México, Distrito Federal!

Su calma me exasperaba. Casi con lágrimas en los ojos, sacudiéndolo por la solapa, le grité:

—¿De veras no me conoces? ¿No sabes quién soy?

Me empujó con violencia:

—No me venga con cuentos estúpidos. Deje de fregarnos y buscar camorra.

Todos me miraban con disgusto. Me levanté y les dije:

—Voy a explicarles la situación. Este señor los engaña, este señor es un impostor…

—Y usted es un imbécil y un desequilibrado —gritó.

Me lancé contra él. Desgraciadamente, resbalé. Mientras procuraba apoyarme en el mostrador, él me destrozó la cara a puñetazos. Me pegaba con saña reconcentrada, sin hablar. Intervino el barman:

—Ya déjalo, está borracho.

Nos separaron. Me cogieron en vilo y me arrojaron al arroyo:

—Si se le ocurre volver, llamaremos a la policía.

Tenía el traje roto, la boca hinchada, la lengua seca. Escupí con trabajo. El cuerpo me dolía. Durante un rato me quedé inmóvil, acechando. Busqué una piedra, algún arma. No encontré nada. Adentro reían y cantaban. Salió la pareja; la mujer me vio con descaro y se echó a reír. Me sentí solo, expulsado del mundo de los hombres. A la rabio sucedió la vergüenza. No, lo mejor era volver a casa y esperar otra ocasión. Eché a andar lentamente. En el camino, tuve esta duda que todavía me desvela: ¿y si no fuera él, sino yo…?

Octavio Paz, “Arenas movedizas [1949]”, en Libertad bajo palabra, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 182-183.

1. Determinar el tema en cada texto.

2. Identificar en qué cuento la relación entre tema y obra establece un nexo causal-temporal.

3. Establecer en cuál texto dicha relación es más fuerte y en cuál resulta más débil.

4. Determinar la oposición entre intereses de los diferentes personajes a partir del tema del doble.

5. Dividir la obra en partes, de modo que cada una tenga una unidad temática en sí misma (motivos). Estos temas tendrían que vincularse con el tema general.

6. Describir a los personajes según el tema: se analiza el nombre propio, la unidad psicológica, sus acciones, reacciones, comportamiento, etcétera.

Tomashevski incorpora una amplia gama de posibilidades de análisis, de las cuales sólo se han elegido las anteriores como punto de partida. La teoría literaria basada en el estudio del lenguaje estaba en marcha. El formalismo ruso que había desarrollado sus propuestas sin contratiempos en una Rusia ocupada en la guerra y la política comenzó a sufrir las críticas de ideólogos como Trotsky (Literatura y revolución, 1924), hasta la desaprobación definitiva del comunismo. Intelectualmente, el formalismo entraba en discusión con las ideas más centradas en el aspecto social de la obra literaria y con las objeciones de Mijaíl Bajtín. Los principios del formalismo continuarían su evolución en el Círculo Lingüístico de Praga, en el que figuró también Roman Jakobson, junto con Jan Mukarovsky y René Wellek; nuevamente, el estructuralismo fue abatido por cuestiones políticas, ahora por la irrupción de los nazis. Los trabajos de ambos grupos llegaron a manos de estudiantes que sirvieron de enlace entre los países de la Europa oriental y la occidental (Todorov y Kristeva, por mencionar los más representativos), mientras que Jakobson y Wellek emigraron a los Estados Unidos. La lingüística, por su parte, se desarrollaba como ciencia en casi todos los países y su contribución a los estudios literarios se incrementaba en una relación recíproca. Pasadas las guerras mundiales, los estudios literarios exigieron una perspectiva acorde con las transformaciones del pensamiento social, y el estructuralismo representó una opción reveladora.

Las teorías literarias y el análisis de textos

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