Читать книгу Los fantasmas de Armero, o el quinto elemento: crónicas desde el cuerpo - Adriana Leonor López Vela - Страница 10

El cierre

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Al principio, no sabía qué tratamiento darle a todo ese material que no paraba de revisar, así que empecé por lo fundamental: la estructura. Durante estos años tuve que despojarme de la rigidez del periodismo; tenía que permitirme una experiencia estética libre. Este proceso fue el más complejo, siempre lo será: la necesidad de desaprender para encontrar algo distinto; no digo que nuevo, pero sí, novedoso para mí.

Hice listados y más listados, tablas en las que escribía estrategias narrativas, categorías, temas, cartografía. Pronto hubo imágenes recurrentes: el cementerio, el Hospital San Lorenzo, el parque Los Fundadores, los colegios, las ventanas, los umbrales, los árboles y tumbas (juntos), el volcán, los parques, las calles, los ríos, los charcos, los templos, y así, hasta que de tanto elaborar listados observé que había imágenes que se repetían, que comenzaron a saltar de las hojas mientras las escribía una vez y otra, como si con ello conjurara el bloqueo. Comencé a asociar las imágenes con los cuatro elementos de la naturaleza. Ya tenía algo.

Pero había piezas que no encajaban entre los cuatro elementos primordiales y que me costaba incluso nombrarlos porque eran inasibles, invisibles. Intentaré explicarme: eran los recuerdos de los armeritas en diáspora, eran los afectos, los apegos por ese territorio que estaba en su memoria y que procuraban asirlo con sus relatos en narrativas armeritas; no me refiero propiamente al recuerdo, ni a los relatos, sino a un espíritu que les insuflaba vida, y era tan fuerte que en mis últimos recorridos por la antigua Armero podía sentirlo, presentirlo, respirarlo, transpirarlo. Como dije, me costaba nombrarlo y aún hoy me cuesta; por eso, supe que tenía que haber un quinto elemento del que no recordaba haber leído, pero del que no tardé en enterarme y conocer toda la historia que hay detrás del tal elemento. De todas las posturas que leí al respecto, identifiqué el o sora, de la cultura japonesa, como la más cercana a la idea que yo tenía de quinto elemento. Esta o sora era considerada la quintaesencia creativa del mundo. Los antiguos griegos ya habían hablado de un quinto elemento, y hasta Platón y Aristóteles lo habían identificado también como la quintaesencia o éter, pero —lo que entendí— ellos la relacionaban más con la materia de la que ellos intuían estaba compuesto el cielo, en tanto que mi idea se acerca más a una energía suprema que impregna de energía vital al mundo, o sea, a los cuatro elementos restantes.

Al final, me encontré con un enorme puzle de textos en prosa, imágenes y poemas, entre ellos, El quinto elemento que resultó ser el punto de anclaje desde donde armaría, finalmente, este caleidoscopio de Armero. Quienquiera mirar alguno de esos fragmentos, verá una imagen, una perspectiva o una interpretación, entre otras, de esa geografía llamada Armero.

Los fantasmas de Armero, o el quinto elemento: crónicas desde el cuerpo

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