Читать книгу Fantasmas de la ciudad - Aitor Romero Ortega - Страница 12

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En un pasaje de ese endemoniado laberinto de voces que es la segunda parte de Los detectives salvajes aparece una tal Verónica Volkow. De ella se dice que es la bisnieta de Trotski, y se la describe como una rubia potable (literalmente, ese es el término que emplea el personaje que narra la escena), perteneciente a la buena sociedad mexicana. La primera vez que aparece en el libro, la historia transcurre en las instalaciones del periódico El Nacional, donde los personajes y otros jóvenes hacen cola para ser atendidos por un viejo republicano español al frente de la Revista Mexicana de Cultura, suplemento cultural de El Nacional. Verónica Volkow viene a entregar unas traducciones del ruso y a cobrar por ellas.

Algún tiempo después de haber leído la novela, estaba yo una noche en la cafetería de un teatro de Barcelona con el poeta chileno Bruno Montané, a quien en Los detectives salvajes Roberto Bolaño rebautizó como Felipe Müller. Veníamos de un recital del poeta mexicano Orlando Guillén en el Aula de Escritores y éramos unos cuantos allí. Hablábamos de temas banales, hasta que en un momento me giré hacia Bruno y le pregunté si era cierto que habían conocido a la bisnieta de Trotski en sus años de juventud en México DF. Dibujó una sonrisa que evocaba algo, aunque no sabría decir exactamente qué, y dijo muy flojito: ah, Verónica. Por un momento su mirada se perdió en alguna esquina del Paseo de la Reforma o de la calle Bucarelli, como si acabara de traerle a la memoria algo muy lejano y agradable. Después le pregunté si Verónica era guapa, qué autores traducía del ruso al español, si todavía escribía poesía, aunque no sabría decir si formulé las preguntas en ese orden. Entonces alguien del grupo dijo algo muy gracioso que hizo reír a todo el mundo y la conversación se perdió por otros derroteros, dispersándose todas aquellas preguntas en el aire.

Fantasmas de la ciudad

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