Читать книгу Fantasmas de la ciudad - Aitor Romero Ortega - Страница 9

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En los cinco días que Trotski estuvo en Barcelona aprovechó para pasear junto al mar con sus hijos. Todo esto está narrado en su famosa autobiografía, Mi vida y también en el texto Mis peripecias en España, publicado en 1924 en traducción de Andreu Nin y que se lee como una frenética novela de aventuras salpicada de escenas cómicas. Al leerlo pienso en un Jack London menos trascendental con una marcada sensibilidad europea para el humor. La misma historia pudo leerse en el periódico El Sol, en 1919, donde se publicó un opúsculo en dos partes, escrito por él mismo, donde narraba todas sus peripecias españolas. Parece como si Trotski registrara cuidadosamente todo cuanto vivía en un diario y de ahí extrajera el material sin pulir que luego alimentó sus exhaustivas narraciones autobiográficas. Escribe cosas curiosas sobre Barcelona, que le parece una ciudad mitad española, mitad francesa. La compara con Niza. Escribe: “Niza en un infierno de fábricas. Humo y llamaradas, por un lado. Muchas flores y fruta, por otro”. Una versión industrial y sucia del balneario de la Costa Azul en opinión de aquel bolchevique que tanto creía en el progreso industrial.

Luego se ha sabido que su familia le esperaba en Barcelona mientras él realizaba su penoso periplo hispánico. Su hija estudió durante esos meses en el Colegio Alemán. Vivían en un entresuelo en el número 88 de la calle Balmes, es decir, en pleno Eixample, en la manzana situada entre las calles Mallorca y Valencia. Un lugar muy transitado. Todo esto lo contó años después, en un artículo en La Vanguardia, María Serrallach, que afirmaba haber sido compañera de la hija de Trotski en el Colegio Alemán. Y, en general, lo que se puede rescatar de sus apuntes, además de la narración central de su paso por España, son las impresiones que le dejó el país. A tenor de sus observaciones se podría concluir que no le gustó mucho España, a la que veía como una versión primitiva de Francia. Los catalanes le parecieron contrabandistas capaces de vender como catalán lo que importaban del extranjero; Madrid una vulgar imitación de París y los españoles en general, así a bote pronto, una versión más desaliñada y sin instrucción de los franceses. Se hace extraño, entonces, leer que solamente un año después, al recibir en su casa de San Petersburgo a Sofía Casanova, Trotski dijera que España era un país hermoso que sentía haber abandonado. Puede que quisiera ejercer de amable anfitrión o quizá el tiempo –aunque se hace difícil pensar eso, pues apenas había transcurrido un año, y sin embargo aquel fue un año plagado de acontecimientos, entre ellos la Revolución Rusa, sin ir más lejos– ablandó la severidad de sus primeras anotaciones, siempre más hostiles, siempre más apegadas a la fealdad urgente que el cronista registra a toda velocidad, y que por lo general impiden una composición más atemperada del lugar.

Fantasmas de la ciudad

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