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El ego, el niño: qué es y cómo funciona

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El ego (en griego antiguo ‘εγώ’ (egó) y en latín ‘ego’, en ambos casos con el significado de ‘yo’) es un sistema excepcional, una tecnología maravillosa que viene de fábrica al nacer. Es lo que nos permite despertarnos cada día y recordar sin problema alguno quiénes somos, cómo nos llamamos, cómo levantarnos, ducharnos, lavarnos los dientes. Es la tecnología que permite que reconozca la cara que veo en el espejo entendiendo que es la mía, que recuerde y reconozca los colores, las formas, los nombres, los idiomas, las sombras. El ego es un gran coleccionista de datos y estos datos son los ladrillos con los cuales construimos nuestra idea de realidad. Son las etiquetas con las cuales escribimos la narrativa que nos contamos cada día.

Si te pregunto “busca en esta habitación algo naranja”, tú lo puedes hacer porque tienes las etiquetas +busca +en +esta +habitación +algo +naranja. Entre todos los verbos que conoces, tu sistema reconoce el significado de “buscar” y el tiempo imperativo, a continuación reconoce el “en” y el “esta” (dentro de esta, no fuera de aquella o de otra habitación), “algo” y no un vaso o un calcetín, “naranja”, no rojo o violeta o amarillo... O sea que el proceso de definición de la realidad es el resultado de un proceso de descarte. Definir, del latín, significa poner límites. Cuando pones límites haces el espacio más pequeño y al mismo tiempo más preciso, más definible.

Este sistema define lo que percibes como realidad. La colección de etiquetas empieza cuando todavía no has visto la luz, cuando escuchas los primeros sonidos desde la matriz. Luego, cuando naces, empiezas con “papá”, “mamá”, “pipi”, “pupu” y otras pocas palabras. Empiezas coleccionando sonidos, imágenes, olores, sabores, sensaciones táctiles. De esta forma, en los primeros años de vida tu ego define para ti el modo en el que te percibes a ti mismo y percibes el mundo exterior, que utilizas como espejo para ayudarte a definir quién eres tú. Si nuestra idea del mundo y de nosotros mismos se hace con estos ladrillos, ¿entiendes cuanto es importante la calidad de estos ladrillos en los primeros años de vida? Las palabras que escuchamos, la comida que comemos, los sonidos que nos envuelven, el amor que recibimos, los gestos que vemos... Somos lo que nos ha nutrido en los primeros años.

“Somos lo que nos ha nutrido en los primeros años de nuestra vida”.

Te invito ahora a visualizar una imagen nueva y articulada (Ilustración #1).


Piensa por un momento en el ego como si fuera un metrónomo, un aparato utilizado para indicar el tiempo (si estudias música te será familiar). Imagina ahora que la barra de este metrónomo, que va todo el tiempo de un lado al otro, está recogiendo y coleccionando etiquetas (sobre ti mismo y la realidad que vives) y que las está almacenando en dos globos. A la izquierda hay un globo lleno de recuerdos relacionados con tu pasado, a la derecha un globo lleno de pensamientos, miedos y expectativas sobre lo que consideras que es el futuro.

En el globo del pasado es donde guardamos y cultivamos memorias, tanto de dolor como de placer y alegría. Estas memorias son los ladrillos que hemos coleccionado en el pasado: imágenes, olores, sabores, sensaciones, todos ellos cargados con determinadas emociones. En el globo del futuro es donde guardamos proyecciones sobre lo que podría pasar. Es el espacio de las expectativas, de los proyectos y también de los miedos.

El ego es, pues, para nosotros algo así como un excelente encargado de almacén que se ocupa constantemente de colocar cosas en su sitio para que las podamos encontrar con facilidad cuando las necesitemos.

Para que te hagas una idea del tamaño de este almacén, imagina que todos los almacenes que Amazon tiene alrededor del mundo fueran un solo almacén enorme. Multiplícalo por un millón y tal vez te quedarás corto: es una montaña de información. Billones de billones de etiquetas/ladrillos para formar una idea de yo muy compleja y a menudo muy rígida.

Si tú fueras la persona encargada de gestionar esta montaña de información, lo último que querrías sería que te movieran algo de sitio, ¿verdad? Sería como decirle al encargado del almacén: “las bicicletas para niñas del sector F88 de la planta 465 tienes que moverlas al sector A24 de la planta 1.342, pero ojo, solamente las que tiene ruedas negras. Las que las tienen blancas van al sector B423 la planta 882, salvo que allí haya más de 100 coches Tesla almacenados. Si hay menos está bien, pero si hay 100 o más coches, 20 de ellos van al sector 88 de la planta 223, el 40% de las bicicletas va allí y el 60% restante a la misma planta pero al sector 91”. Y así sucesivamente.

O sea, un lío de proporciones gigantescas.

¿Qué quiero decir con eso? Que para ahorrar energía, el Ego prefiere que todo se quede como está. Todo. Punto. Todo lo que supone un cambio no lo ve bien porque supone un importante gasto de energía. A menos que sea un cambio que implique lo que percibimos como una mejora, porque en aquel caso lo entiende como otra nueva construcción y no como una destrucción. Por ejemplo: una reducción de sueldo implica tener que cambiar varias cosas, mientras que un aumento de sueldo puede no cambiar nada, sino eventualmente añadir ladrillos/etiquetas.

Te pido que vuelvas a la imagen de los globos: imagina ahora que cualquier cambio fuera como una pérdida de aire, de información. Nos recuerda un poco la sensación que podemos experimentar cuando vivimos un duelo o un cambio profundo: una sensación de vacío. Bien, el tiempo que necesitamos para recuperarnos de una “pérdida de aire” es el tiempo que necesitamos para coleccionar nuevas etiquetas/ladrillos y rellenar el vacío. Sería un poco como sobrescribir nuevos datos sobre datos rotos ilegibles.

Además, cualquier cambio afecta a ambos globos, ya que el momento presente lo podemos percibir instante por instante, mientras que la mayoría del tiempo lo vivimos desde la mente saltando entre recuerdos o proyecciones del futuro. que afecte a nuestras expectativas de futuro afecta sin duda también al globo del pasado.

En conclusión, podrás entender como cualquier cambio, al fin y al cabo, es un duelo, en mayor o menor medida. Perder un boli supone un cambio muy leve, perder un hijo, uno enorme. Pero el proceso es el mismo. Y las dinámicas que se activan también. Duelo es renunciar a una parte de la realidad y empezar un proceso de adaptación a una nueva realidad.

¿Y quien dirige este ego?, te preguntes tal vez. Te contesto con una frase que repito a menudo: somos niños que viven en cuerpos que envejecen. Es nuestro niño interior quien dirige algunas pautas fundamentales del ego. El niño que hemos sido aproximadamente entre los cero y los ocho años, aunque luego se va modelando y desarrollando a lo largo de toda la existencia.

La base del ego se forma y se consolida durante esta etapa de la vida. Este es el periodo en el cual empezamos a experimentar los primeros traumas, a crear las primeras matrices de dolor, a encarcelar –sin ser conscientes– las emociones en las memorias del dolor, las que están en el globo del pasado. Son las mismas emociones que influencian nuestro modo de pensar, de juzgar, de ver el mundo y que por lo tanto influencian nuestras conductas y nuestras decisiones.

Así pues, cada vez que estimulamos (molestamos) el ego lo que estamos haciendo es estimular (molestar) el niño interior que ha envejecido en nuestro cuerpo de adulto. Despertamos al niño (a menudo herido) que llevamos dentro. Y en este molestarse el ego se protege, se confirma, confirma el yo, el yo que existe. Y de esa manera contribuye a crear la personalidad de cada persona*.

Esta personalidad es la colección de la que te he hablado antes: colección de datos, de ladrillos, de etiquetas, de creencias, de recuerdos, de ideas, de opiniones, etc..

Por esta razón aquel “tono de voz”, aquel “gesto” o “acto” que nos perturban y no entendemos por qué, en realidad no fastidian a la persona que somos ahora, en el preciso momento presente, sino al niño que hemos sido y que todavía está dentro de nosotros. ¿Te suena esto?

*La palabra persona viene del Latín per-sonus, (del verbo personare=resonar) que era el nombre con el que se designaba la máscara de madera que se utilizaba en el teatro. Esta máscara era grande y visible desde lejos, y tenía un agujero a la altura de la boca para dejar salir el sonido de la voz del actor. Con el tiempo se pasó a utilizar la misma palabra no solamente para referirse al actor, a su carácter y su personaje, sino en general a cualquier individuo).

El coraje de romperse

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