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El triángulo: el espacio en el que el ego es el protagonista

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Revisitemos el triángulo dramático de Karpman (Ilustración #2).


Imagina un triángulo cuyos ángulos representan tres probables personajes a los cuales puedes personificar en el día a día: el salvador, la víctima y el verdugo.

Somos muchos más personajes, está claro, pero estos tres nos ayudan a intuir cómo se está moviendo nuestro ego.

(En la imagen #2: una víctima se transforma naturalmente en verdugo cuando el sufrimiento se hace insoportable. Para liberarnos de nuestra rabia tenemos que reconocer el sufrimiento que se esconde detrás de ella, hablar con él y permitirnos sentirlo en su totalidad. Cuando permitamos al sufrimiento expresarse en este espacio de libertad, entonces se irá por si solo. II: el círculo alrededor del punto central es la resiliencia, la capacidad de volver al estado de equilibrio. Se vuelve más pequeña al ejercer la intolerancia y más grande al ejercer la tolerancia. En algunos momentos este círculo se puede hacer tan grande que el triángulo se quedará dentro de él: será entonces cuando podamos intuir la paciencia infinita que estamos practicando hacia nuestro niño interior.)

Esto es un punto importante para entender las dinámicas del ego, así que te invito a prestar mucha atención y eventualmente a leer más de una vez esta parte. Una vez que hayas entendido cómo saltamos de un personaje al otro empezarás a observarte y a ver a los demás con ojos nuevos. Y sabrás reconocer la sobreactivación del ego justo antes que se produzca.

Imagina ser aquel puntito negro en el centro del triángulo. Aquel punto eres tú, sí. Estás allí, en el centro, cuando estás bien, cuando estás centrado, cuando te mantienes equidistante de los tres roles y no percibes el mundo ni desde la perspectiva de la víctima, ni del salvador, ni del verdugo. Alrededor del punto central ¿lo ves aquel circulito? Es tu resiliencia, tu capacidad de volver al estado de equilibrio, o sea al centro. Es como una zona de seguridad, dentro de la cual puedes moverte sin ser atrapado por el rol de víctima. Porque eso es lo que pasa: cuando el ego reconoce una situación de dolor/cambio profundo/injusticia activa las dinámicas del ego, que consisten en hacerte sentir víctima (víctima=sufrimiento). Y cuando eres víctima, ¿a quién esperas? A alguien que te salve. Y si nadie viene a salvarte, ¿qué pasa? Que automáticamente pasarás al rol de verdugo (verdugo=rabia). ¿Recuerdas lo que vimos antes, lo de la rabia para no sentir el sufrimiento?

¿Cuál es el problema cuando eres verdugo? Que buscas crear nuevas víctimas, soltar la rabia, intentar olvidar el dolor. Obviamente esto no funciona y es por eso que cuando estemos sobreactivados lo que buscaremos será reconocer todas las emociones, para que ninguna de ellas se quede, para que podamos desde la rabia volver al sufrimiento y del sufrimiento volver al centro del triángulo, a la paz interior.

Avancemos: el circulito (la resiliencia) puede cambiar de tamaño: puede ser más grande o más pequeña. Es más grande cuando eres muy resiliente, se hace más pequeña cuando eres poco resiliente. (Cuando más adelante hablemos del GRAF verás cómo intervenir sobre la resiliencia de manera activa y gloriosa).

Mientras tanto déjame decirte que se agranda cuando tienes fuerza de voluntad, se achica cuando te falta fuerza de voluntad. De hecho, se achica cuando tu principal actitud es la de la intolerancia. Se agranda cuando eres más tolerante (y para ser tolerantes hay que quererlo). Lo cierto es que, en realidad, la tolerancia se acaba tarde o temprano. La única vía que puede llevarte a otro nivel de consciencia es la de la paciencia infinita. En este caso, la diferencia respecto a la tolerancia es que la paciencia la diriges hacía ti mismo, no hacia los demás. Es la vía capaz de crear el efecto Buda, el efecto por el cual la zona de seguridad se extiende fuera del triángulo. Amor incondicional.

¿Qué pasa cuando es así? Que ningún tipo de acontecimiento externo puede ponerte en el rol de víctima y, por consiguiente, de verdugo. Es el acto de amor total, saber tener paciencia con uno mismo, saber perdonarse. ¿Por qué? Porque si partimos de la base de que “cada uno entrega lo que tiene” y que “ves afuera lo que eres adentro”, solo si logras aceptarte aceptarás también a los demás, solo si puedes perdonarte perdonarás a los demás, solo si puedes conocerte conocerás a los demás.

Cuando sales de la zona de seguridad es más fácil que quedes atrapado por el rol de víctima.

Y el salvador ¿qué pinta en todo esto? El salvador es una versión más activa de la víctima. El salvador reconoce el dolor, la injusticia, el sufrimiento de una víctima y se propone devolverla al centro. Hay profesiones (ámbito de la salud, por ejemplo) que notoriamente se eligen por vocación, para seguir una llamada, para cumplir una misión: allí se esconde un salvador y hay que tenerlo en cuenta a la hora de ser imposible salvar a las víctimas. También un salvador se transforma en verdugo (cuando se frustra la acción de salvar a la víctima) con la diferencia que a menudo el objetivo del nuevo verdugo que se ha creado es el salvador mismo. Es el espacio de las adicciones, para no sentir el dolor.

Está claro que este triángulo es el espacio de juego del ego, del niño herido, siempre listo para culpar a los demás de sus penas, para no hacerse cargo de su propia responsabilidad, para estancarse en la queja y no mirarse a sí mismo. Las emociones que acompañan un estado de sobreactivación del ego son la frustración, la rabia, la tristeza, la sensación de inadaptación, el deseo de venganza.

Resumiendo las tres actitudes:

No tolerancia (Ilustración #3)


Es la actitud primordial, de supervivencia total: o yo o nadie. Esta actitud lleva siempre al conflicto. No tolerar es no aceptar. Es luchar, rechazar, no aguantar. Es dolor. Por eso achica el círculo de resiliencia a cero y hace que a la mínima salte y explote el verdugo.

Tolerancia (Ilustración #4)


La palabra tolerar proviene del latín tolerare (soportar, aguantar) y a su vez tolerare viene de tollere (levantar). Es un pasito más hacia el amor, pero la tolerancia siempre se acaba, es cuestión de tiempo. Una persona que afirma ser tolerante a menudo lo que está haciendo (aunque así suene bien) es avisar que tiene un límite.

Paciencia infinita (Ilustración #5)


Paciencia contigo mismo, no con los demás. El mundo exterior es siempre un espejo de lo que vivimos y tenemos dentro. Si soy capaz de tener paciencia con el yo que se equivoca, no me enfadaré cuando los demás se equivocan. El camino de la paciencia infinita es el camino del autodescubrimiento, de la paz interior, de la verdadera transformación espiritual. Cuando somos capaces de perdonarnos, somos capaces de perdonar a todo el mundo. Es solo en ese momento que estamos listos para amar desde un espacio transpersonal, que trasciende nuestra persona y nuestra personalidad.

“Cuando somos capaces de perdonarnos, somos capaces de perdonar a todo el mundo”.

El coraje de romperse

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