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Producción social del espacio y configuraciones culturales: los puntos clave de la configuración teórico-epistemológica
ОглавлениеCon producción social del espacio nos referimos al espacio como resultado de procesos y prácticas materiales que producen y reproducen la vida social (Harvey, 2005 [1997]). La noción de proceso alude a formas y condiciones específicas en las que estos procesos y prácticas se producen. La actividad de producción/reproducción de la vida social, por su parte, indica que la configuración del espacio conlleva conflictos sociales de distinta naturaleza (Lefebvre, 1991).
La sedimentación histórica de estos procesos enmarca ciertas prácticas (incluidas las significativas que le son inherentes) para el uso del espacio en una ciudad, que es heterogéneo y conflictivo (Caggiano, 2012). Al mismo tiempo, esos usos espacializan (Segura, 2015). En ese sentido, Jess y Massey (1995) proponen recuperar el postulado marxista sobre la historia para pensar que “es la propia gente la que hace los lugares, pero no siempre en circunstancias que ella misma haya elegido” (p. 134).
Con sentidos de ciudad (García Vargas, 2006) nombramos la posibilidad de acción de los practicantes del espacio urbano, en su dimensión significativa. Retomamos en esa categoría el concepto de “sentido del lugar” que Rose (1995) incorpora para dar cuenta de cómo los diversos sitios resultan significativos porque son el foco de emociones y sentimientos personales y colectivos, experiencias que a su vez están insertas en configuraciones más amplias de relaciones sociales.
Por la extensión de los debates y posiciones en torno al “sentido” en las Ciencias Sociales en general, y en el campo de la comunicación en particular, es necesario explicitar el “sentido de los sentidos (de ciudad)” en este trabajo. Entendemos que los sentidos de ciudad son heterogéneos, pueden ser diferentes y procurarse simultáneamente en varias escalas, y forman parte de un contexto mayor que los vincula con un conjunto específico de relaciones de poder, sociales e históricas, observables en una configuración cultural.
Es así que los sentidos de ciudad se relacionan con la producción social del espacio porque permiten abordar la tensión entre la interpretación recibida sobre la ciudad y la experiencia urbana práctica (Segura, 2015) de quienes la habitan, ya que remiten a las sentimientos y razones cotidianos sobre la ciudad de hombres y mujeres situados social y espacialmente en geografías del poder (Massey, 1995), quienes al mismo tiempo (re)producen esas asimetrías.
Los sentidos de ciudad toman forma o son conformados, en gran medida, por las circunstancias sociales, culturales y económicas en las que se encuentran las personas y, al mismo tiempo, espacializan sus experiencias, ya que producen espacios. Es así que se producen y circulan en una trama de relaciones de poder, desigualdad y resistencia espacializada y espacializante a la que a su vez alimentan. Remitimos a esa trama mediante la noción de “configuraciones culturales” (Grimson, 2011).
Las configuraciones culturales, para Grimson (2011), son campos de posibilidad (sobre pasado y futuro; sobre lo que está dentro y lo que está afuera; sobre outsiders y miembros); tienen una lógica de interrelación entre las partes; e implican una trama simbólica común (algunos principios de división del mundo, y una lógica sedimentada de la heterogeneidad). En una configuración cultural, “las clasificaciones son más compartidas que los sentidos de esas clasificaciones (…) Por ello, la disputa acerca del sentido de las categorías clasificatorias es una parte decisiva de los conflictos sociales” (Grimson, 2011, p. 185).
Los sentidos de ciudad, al clasificar y ordenar el espacio urbano, sus actores y relaciones, permiten observar conflictos centrales de la sociedad y la cultura contemporáneas. Dado que consideramos que la cultura masiva es una dimensión constitutiva de lo social, proponemos analizarlos en narrativas audiovisuales de producción local. Se entiende a las narrativas audiovisuales como el “saber, oficio y práctica que comparten los productores y las audiencias” (Rincón, 2006, p. 94). El autor sostiene que la narrativa es una matriz de comprensión y explicación de las obras de la comunicación. Se afirma la narratividad como una racionalidad intrínseca que busca hacer legibles los mensajes a través de estrategias de organización del discurso audiovisual; como formas del relato que comparten procedimientos comunes y referencias arquetípicas vinculantes a partir de los referentes conocidos. Las narrativas audiovisuales televisivas, por su parte, son centrales en la organización del saber social, por su pregnancia y accesibilidad.
Es así que la configuración propuesta permite vincular la identidad al espacio, y notar el carácter procesual de ambos términos, ya que –al decir de Hall (1995) las relaciones que se han superpuesto durante el tiempo en un lugar producen una intensa “sensación de vida” (p. 180), de modo que aunque un lugar no sea literalmente necesario para pensar la cultura, parece ofrecer una especie de “garantía simbólica de pertenencia” (p. 180) que alienta las identificaciones. Rose (1996) señala tres maneras “básicas” de conexión entre sentidos de lugar e identidades, que operarían a partir de identificarse con un lugar (la “garantía simbólica de pertenencia” mencionada por Hall); identificarse contra un lugar (por ejemplo, “no soy de aquí”); y no identificarse para nada con él (es decir, que ese lugar resulte irrelevante para las identificaciones de una persona).
La ligazón propuesta dialoga con la geografía crítica feminista, que problematiza las bases de la concepción universal de los procesos de globalización y defiende la importancia de lo local para comprender las dinámicas sociales, articulando los espacios próximos de la cotidianeidad a dinámicas espaciales más amplias, que además sean capaces de reflexionar sobre la inequidad del desarrollo global, en términos de geografías del poder. En ese sentido, Doreen Massey sostiene que:
El poder es una de las pocas cosas de las que raramente se ve un mapa. Sin embargo, una geografía del poder (…) sustenta buena parte de lo que experimentamos en cualquier área local. Y es sobre las intersecciones de todas estas geografías que tal “lugar” adquiere tanto su singularidad como su interdependencia con cualquier otro sitio. (1995, p. 71)
Al mismo tiempo, un aspecto constitutivo de los “sentidos de ciudad” es territorial, se trata del establecimiento de la diferencia social a través de la demarcación de límites espaciales, que son contingentes y precarios pero revelan estructuras subyacentes de poder. Gillian Rose (1995) sostiene que “el ejemplo más obvio de la forma en que las relaciones de poder pueden estructurar sentidos del lugar se da en casos donde uno de ellos se vuelve tan dominante que oscurece otras interpretaciones, quizá más importantes, sobre el mismo lugar” (p. 100).
Por contraste, puede ilustrarse la vinculación entre sentidos del lugar y geografías del poder con el “Mapa invertido” de Joaquín Torres García (1943), cuya efectividad se explicaría porque subvierte el sentido del lugar dominante sobre Sudamérica.11
Esta configuración teórica permite comprender la diferencia y la desigualdad como (uno de los) resultado(s) de las relaciones de poder en el proceso de producción social del espacio urbano. La situación se ha expuesto al conceptualizar los sentidos de ciudad y su relación con las configuraciones culturales, pero cabe recordar que los sentidos de ciudad (múltiples y diversos) están profundamente vinculados a la desigualdad social y revelan cuál será el más poderoso en cada caso, cuál deberá luchar para poder expresarse y por qué algunos son negativos para algunos actores. Del mismo modo, las temporalidades también son diversas en los procesos que las construyen (Chaterjee, 2008).
Este es un libro sobre la ciudad. Existe una vasta cantidad de propuestas que trabajan el entorno barrial como espacio de comprensión de lo urbano (Grimson, Ferraudi Curto y Segura, 2009), escala que parece la más apropiada para las aproximaciones etnográficas (Carman, 2006 y 2011; Segura, 2006). Esa escala es frecuente en las valiosas etnografías urbanas sobre ciudades jujeñas producidas en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Jujuy (entre otros, García Moritán, 1997; Rabey y Jerez, 2000; Bergesio, Golovanevsky y Marcoleri, 2009; Gaona, 2016). También resulta el entorno central en el campo de la historia social argentina, y se problematiza especialmente durante su proceso de reconfiguración posterior a la última dictadura (Armus, 1990; Romero y Gutiérrez, 1995).
En otros registros, como el de los “imaginarios”, el barrio como escala de comprensión de lo urbano es consistente a los entornos que García Canclini (1999) describe como “ciudades diseminadas” (p. 82), cuyas características de dispersión, heterogeneidad y masividad impiden una experiencia del conjunto de la ciudad. Sin embargo, el mismo autor contrapone a esa ciudad-hecha-de-fragmentos la ciudad “informacional o comunicacional” (p. 82), que a través de sus narraciones restituye la idea de mundo en común ofrecida por la cultura masiva contemporánea.
El abordaje propuesto permite comprender la ambigüedad constitutiva de la ciudad (Gorelik, 1998): ser una (en tanto territorio ocupado u horizonte posible de interpretación) aun siendo múltiple (en tanto espacio diversa y desigualmente experimentado e interpretado, como sostiene Segura [2006]).12 Del mismo modo, frente al intento de unificación y uniformización hegemónicos de las percepciones del espacio existe una radical heterogeneidad (temporal, simbólica, pasional, entre otras) que se traduce en las formas en que la experiencia personal y grupal permite la apropiación y la significación de la ciudad. Estas tensiones revelan la dimensión política del espacio, como proceso conflictivo de producción, ya que múltiples posiciones en idéntico tiempo conllevan necesariamente conflictos, en una suerte de heterogeneidad que se articula y puede reconocerse al interior de un proyecto común, sedimentado (Massey, 1999).
De la diversidad de medios a través de los cuales se expresan los sentidos de ciudad y que forman parte de una determinada configuración cultural, elegimos trabajar a partir de la circulación de un conjunto de narrativas audiovisuales de producción local, que nos permiten abordar productivamente una serie de preocupaciones teóricas, epistemológicas y metodológicas sobre los procesos de producción social del espacio urbano, resaltar su dimensión significativa, y posicionarnos en una perspectiva propia. Específicamente, ese conjunto de narrativas opera como “objeto que concentra la atención inicial”:
El objeto que concentra la atención inicial nunca es un acontecimiento aislado (un texto o lo que fuese) sino un ensamblaje estructurado de prácticas –una formación cultural, un régimen discursivo– que ya incluye tanto las prácticas discursivas como las no discursivas. Pero incluso tal formación debe situarse en formaciones superpuestas de la vida cotidiana (como un plano organizado de poder moderno) y de estructuras sociales e institucionales. Es decir que, en última instancia, no puede haber una ruptura radical entre el objeto o acontecimiento inicial de estudio y el contexto en el que este se constituye. (Grossberg, 2012, p. 42)
En ese sentido, la circulación de estas narrativas audiovisuales permite abordar la tensión entre la vivencia urbana y el trabajo crítico con los textos que cohabitan en nuestra noción de “sentidos de ciudad”. Dentro de esta perspectiva, la obra de Benjamin sobre ciudades resulta una herencia reconocible. En esta lectura nos distanciamos de la idea extendida del análisis de la ciudad en Benjamin, que restringe su aporte ya que se limita a las (por cierto, maravillosas) observaciones del flâneur sobre París, en lugar de compararlas con sus consideraciones sobre Berlín, Nápoles y Moscú para percibir la descripción situada de mundos urbanos únicos (las ciudades de Benjamin en plural, cfr. Kohan, 2004). En segundo término, nos alejamos de las interpretaciones en las que la identificación entre ciudad y texto se presume directa (Bolle, 2007), ya que Benjamin articula la representación de espacios y temporalidades y la relación entre experiencia, vivencia y mediación textual como actitud posible del análisis cultural frente a las ciudades (Kohan, 2004). Pero, además, el materialismo benjaminiano atiende a ese conjunto articulado (de representaciones, experiencias, vivencias y mediaciones) como parte de las prácticas productivas del espacio ligadas a las construcciones, a los usos y a los consumos de las figuras sobre ciudades que circulan en una trama sociotécnica común, vinculada al capitalismo, a la que al mismo tiempo constituye. Ese vínculo teórico y epistemológico complejo entre niveles que habitualmente se plantean de manera separada también se encuentra en los estudios latinoamericanos críticos sobre cultura y poder. Las tres herencias mencionadas (Birmingham, los estudios latinoamericanos sobre cultura y poder, Benjamin) se reúnen en un “zócalo” que puede nombrarse materialismo cultural.
En síntesis, nuestro estudio propone dar cuenta, a partir de materiales audiovisuales concretos, de las dinámicas de la significación en la producción social del espacio en y de una ciudad ordinaria (Robinson, 2006; García Vargas y Román Velázquez, 2006) inscripta en formaciones nacionales de alteridad (Briones, 2008) que la ubican en una posición excéntrica, permite tensar las relaciones y articulaciones –histórica y socialmente construidas– con diferentes sitios y escalas, y en ese movimiento alienta una agenda de investigación que reconoce diferentes formas de ser urbanes en Latinoamérica y en Argentina. El capítulo 2 liga una descripción crítica de San Salvador de Jujuy a los procesos de urbanización del capital y de la conciencia (Harvey, 2005), en términos de intersección histórica de relaciones sociales que cohabitan y producen específicas geografías del poder e igualmente específicos paisajes mediáticos (Appadurai, 2001).