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Periodización histórica

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Latinoamérica, las ciudades y las ideas, cuya primera edición data de 1976, se constituye en una suerte de punto de partida ineludible en este período de estudios sobre ciudades del continente. La centralidad original del libro de José Luis Romero puede rastrearse, entre otras vías, por la manera en que se retoma en los demás autores citados. Por ejemplo, Jesús Martín-Barbero (1998) reconoce este estatuto mediante el largo diálogo que emprende con este libro en la tercera parte de De los medios a las mediaciones (titulada “Modernidad y massmediación en América Latina”).

El texto de Romero propone una historia en tiempo largo de las ciudades del continente, a partir de ciertos puntos de contacto en la forma de vivir-juntos en las ciudades que atraviesan las diversas historias nacionales. Luis Alberto Romero, en el prólogo a la edición de 1986, señala que la clave interpretativa principal del libro reposa sobre la posibilidad de pensar a América Latina en conjunto a partir de “la unidad del estímulo, derivada del hecho colonial, y la diversidad de las respuestas” (Romero, 1986, p. XV). En ese sentido, este libro es una historia de América Latina, que en todo caso se escribe a partir de sus ciudades.

Romero (1986) sistematiza formas de lo urbano latinoamericano desde la conquista hasta mediados del siglo XX. Para hacerlo, propone una tipología cronológica que ordena a las ciudades del continente en base a seis períodos (desarrollados en seis de los siete capítulos del libro). Esos tipos son: ciudades “de las fundaciones” (siglo XVI); “ciudades hidalgas de Indias” (siglo XVII); “ciudades criollas” (últimas décadas del siglo XVIII-primeras del siglo XIX); “ciudades patricias” (desde las independencias hasta 1880); “ciudades burguesas” (1880-1930) y “ciudades masificadas” (1930-1964).

La periodización propuesta por Romero (1986) se reproduce en buena parte de los textos posteriores sobre ciudades latinoamericanas sin demasiada discusión. La única que escapa relativamente a estas etapas es Sarlo (1999), ya que trabaja sobre el período 1920-1930, alterando el corte que toma Romero (1986) –y recupera Martín-Barbero (1998)– de 1930 como clave de una “unificación visible” vinculada al proceso de incorporación de los países de la región a la modernidad industrializada y al mercado internacional.

Pero estos textos ya también clásicos realizan el movimiento contrario al emprendido por el historiador argentino, ya que desagregarán, para cada ciudad o para un conjunto, las características que vuelven únicos estos procesos, prestando atención a determinados períodos (el de las “ciudades masificadas” en el caso de Martín-Barbero [1998], el de 1920-1930 en el de Sarlo [1999], el de la contemporaneidad en el de García Canclini [1990 y 1999]). Ya no es una historia social que aborda procesos económicos, sociológicos y culturales en conjunto en tiempo largo, si no que se trata de intereses más localizados y en un lapso acotado.

Localización metropolitana en capitales nacionales

También permeó hacia la producción latinoamericana “clásica” (salvo el caso específico de Sarlo [1999], que con persistencia heredada de los Estudios Culturales ingleses se ocupa sólo de Buenos Aires, como también lo hacen otros textos de García Canclini, de corte más antropológico, sobre México DF)15 el abordaje en conjunto de las ciudades latinoamericanas, y la atención a las capitales nacionales como sitio privilegiado del pensamiento urbano latinoamericano.

En ninguno de los textos posteriores que aquí se han citado se ignorará ni rechazará la conciencia de la dominación colonial como rasgo unificador clave de la comprensión de lo latinoamericano.

Las matrices históricas de la massmediación en América Latina que propone Martín-Barbero (1998) confluyen hacia la experiencia urbana en un registro que abreva fuertemente en la interpretación de las ciudades masivas de José Luis Romero (2001):

(L)as historias de los medios de comunicación siguen –con raras excepciones– dedicadas a estudiar la “estructura económica” o el “contenido ideológico” de los medios, sin plantearse mínimamente el estudio de las mediaciones a través de las cuales los medios adquirieron materialidad institucional y espesor cultural, y en las que se oscila entre párrafos que parecen atribuir la dinámica de los cambios históricos a la influencia de los medios, y otros en los que éstos son reducidos a meros instrumentos pasivos en manos de una clase dotada de casi tanta autonomía como un sujeto kantiano. (Martín-Barbero, 1998, p. 223)

Tanto la idea de mediación de Jesús Martín-Barbero (1998) como su propuesta de pensar en términos de matrices la comunicación social confluyen en la importancia de la ciudad, porque esas mediaciones se materializan en ella y le dan espesor a la experiencia cultural industrial.

Ahora bien, estas ciudades latinoamericanas, que resultan clave para pensar una historia de América Latina, no son las únicas experiencias urbanas del continente. Sin embargo, la producción que comentamos elude en su trabajo a otras ciudades: aquellas que no son capitales nacionales, o –al menos– puertos que permiten la vinculación con otros países y la inserción en el mercado mundial. Estas ciudades son ignoradas u olvidadas, y su ser-urbanas se simplifica mediante el rótulo del “tradicionalismo” que se esgrime como clave explicativa de las sociedades del “interior” de los países. Este tipo de operaciones –de vasta circulación en las ciencias sociales del continente– es especialmente intenso en relación con las ciudades, ya que éstas suelen acoplarse a la innovación y la modernidad. Al circunscribir al “interior” provincial, en general –y a sus ciudades, en particular–, al vasto e impreciso campo de lo tradicional, se cancela la necesidad de formas específicas de comprensión de sus actores, espacios y relaciones.

Desde esta perspectiva, llegar al “interior” implica un viaje prolongado en el espacio pero también en el tiempo. Esta figura del extrañamiento –y la condena al pasado que ella implica– recorre la producción científica (i.e. la idea de “interior tradicional” de la sociología argentina, ejemplarmente el trabajo de Gino Germani [1969]), artística (i.e. el proceso de desplazamiento del héroe en “Los pasos perdidos” de Alejo Carpentier (2008) o la descripción de una ciudad polvorienta y detenida en el tiempo, y hasta el mismo título, de la novela “El lugar perdido” [Huidobro, 2007]) y periodística (i.e. cualquiera de los relatos de partidos de fútbol jugados en las provincias de la Argentina y transmitidos en vivo por canales televisivos de distribución nacional y sede en Buenos Aires).

Entre los textos que hemos trabajado en la primera parte de este apartado, la exclusión/extrañamiento mencionado se especifica de diversos modos.

José Luis Romero tematiza esta versión de las “sociedades tradicionales” para el caso de las ciudades no-capitales del continente mediante su adscripción a la categoría de “ciudades estancadas” que el autor trabaja en el capítulo sobre “Las ciudades burguesas”, en el que aborda el entresiglo XIX-XX (1880-1930) (Romero, 1986, p. 250). Aquí las ciudades de provincias –salvo unas pocas, generalmente puertos– se oponen a las capitales en el contrapunto “transformación/estancamiento”. Para el autor, las ciudades que quedaron al margen de la modernización “conservaron su ambiente provinciano”, que describe del siguiente modo:

No cambiaron cuando otras cambiaban, y esa circunstancia les prestó el aire de ciudades estancadas. Muchas de ellas lograron, sin embargo, mantener el ritmo de su actividad mercantil al menos dentro de su área de influencia, pero mantuvieron también su estilo de vida tradicional sin que se acelerara su ritmo. Las calles y las plazas conservaron su paz, la arquitectura su modalidad tradicional, las formas de la convivencia sus normas y sus reglas acostumbradas. Ciertamente el horizonte que ofrecían no se ensanchó, cuando en otras ciudades parecía crecer la posibilidad de la aventura, de la fortuna fácil y el ascenso social. Por contraste las ciudades ajenas a las eruptivas formas de la modernización pudieron parecer más estancadas de lo que eran en realidad. (Romero, 1986, p. 258, mi énfasis).

El mismo autor, luego, abunda en estas características:

Lo típico de las ciudades estancadas o dormidas no fue tanto la intacta permanencia de su trazado urbano y su arquitectura como la perduración de sus sociedades. De hecho, se conservaban en ellas los viejos linajes y los grupos populares tal como se habían constituido en los lejanos tiempos coloniales o en la época patricia. Poco o nada había cambiado y, ciertamente, nada estimulaba la transformación de la estructura de las clases dominantes, ni la formación de nuevas clases medias ni la diversificación de las clases populares. (…) Todo lo contrario ocurrió en las ciudades que, directa o indirectamente, quedaron incluidas en el sistema de la nueva economía. Las viejas sociedades comenzaron a transmutarse. (Ibíd., p. 259, mi énfasis).

Jesús Martín-Barbero (1998), directamente, enmudece en relación a ciudades no capitales. Que están excluidas, además, de los imaginarios urbanos de Armando Silva (2000), y de la modernidad periférica de Sarlo (1999).16

Lo que produjo esta exclusión es una serie de consecuencias de diferente tipo. Parte de los trabajos sobre estas (otras) ciudades retoman acríticamente la producción de los que aquí hemos denominado “clásicos” eludiendo la distancia que existe entre las experiencias urbanas metropolitanas y las no-metropolitanas. El efecto, en ocasiones, es catastrófico. Otros, directamente los eluden y caen en la tentación provinciana (en Reino Unido se hablaría de “parroquial”) de intentar explicar sus ciudades sobre la base de su clausura (en este caso, teórica), en una abundancia descriptiva que no quiere –o no puede– sistematizar conclusiones en un horizonte teórico más problemático o más profundo. La producción más interesante, en cambio, dialogará tensamente con esos resultados, y propondrá sus propias mediaciones locales de los avances teóricos y las propuestas metodológicas del propio continente.

Como vemos, la situación –y sus consecuencias– son parecidas al diálogo desigual que se establece entre la producción teórica de los países centrales y la de los países periféricos. Agravada, en este caso, por la situación de doble dependencia, que parece también duplicar la dimensión colonizada de la producción académica de y sobre ciudades no capitales de Latinoamérica. Esto es, una forma específica de jerarquización del conocimiento sobre ciudades asociada a la configuración del colonialismo interno (Stavenhagen, 1963; González Casanova, 2006).

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