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Mezcla y ritmo urbanos
ОглавлениеJosé Luis Romero (1986) emprende en su análisis el relevamiento de una erudita biblioteca sobre ciudades latinoamericanas, en la que conviven textos de la literatura, la historia, la sociología y el ensayismo. En su obra, priman los ejemplos referidos a las ciudades de Argentina, México, Brasil, Perú y Colombia, aunque también se ocupa de las de otros países latinoamericanos. En cada caso, establecerá diferencias dicotómicas entre experiencias urbanas, y a veces –la mayoría– sobre la estructura social de cada una. Prisionero de su tiempo, en el libro es persistente la preocupación por la “aculturación”, consistente con el esfuerzo dicotómico en la sistematización. Si hay “ciudades en movimiento y ciudades estancadas”, “oligarquías y extranjeros ignorantes” habrá también, por supuesto, enfrentamientos polares entre “cultura” y “no cultura” y un pensamiento que implica procesos de dominación del tipo “aculturación” por parte de una sobre otras.
Es constante, en la producción posterior, el esfuerzo por alterar esa pretensión dicotómica, ya que justamente las ideas de “culturas híbridas” (García Canclini, 1990) o “cultura de mezcla” (Sarlo, 1999) vienen a confrontar estos supuestos y a acentuar el carácter de mezcla (sobre el de dicotomía con posición dominante) en la experiencia urbana. En el mismo sentido, Ángel Rama (2008) propuso pensar Latinoamérica en términos de “transculturación”. Nos preguntamos en qué medida este esfuerzo se realiza “en hueco” sobre el telón de fondo del libro de Romero (1986), o al menos sobre las ideas generales en las que reposa, también, su libro.
Esas formas de la mezcla revelan otro parecido de familia entre estos clásicos: la atención que prestan a la producción cultural industrial como clave de bóveda de las mixturas producidas por –y productoras de– la vida urbana a partir de fines del siglo XIX. El tema es de especial relevancia en el libro de Jesús Martín-Barbero, en el que se reúnen la preocupación recién mencionada de atender un período dentro del siglo XX y la idea de las industrias culturales como co-constitutivas de la dinámica social. La idea de matrices culturales históricas que propone Martín-Barbero confronta la ligazón de los estudios comunicacionales latinoamericanos con la tradición estructural-funcionalista norteamericana, a un tiempo que renueva críticamente sus vínculos con los abordajes semióticos de la ideología, al cuestionar la raíz elitista de enfoques que no problematizan las formas del reconocimiento del discurso mediático.
Mapas imaginarios y territorios de la experiencia
Armando Silva Tellez publica en 1992 el gran libro de los imaginarios urbanos en Latinoamérica, que luego tendrá diez reediciones y varias reimpresiones.17 El abordaje de Silva pone nombre a una tradición que recoge ciertas preocupaciones ya esbozadas en trabajos anteriores. Fundamentalmente, lleva al centro del debate la posibilidad de acceder al conocimiento de la ciudad mediante las imágenes que en ella –y también sobre ella– circulan, como una fuente principal e ineludible de la conflictividad urbana.
La renovación fundamental en la propuesta de Silva (2000) es la sistematización –mediante una encuesta– de la construcción de lo imaginario en la ciudad desde la perspectiva de los propios habitantes, que se suma a un análisis propio de diferentes imágenes y espacios visuales de las ciudades. Esa superposición entre análisis propios de lo visual-urbano (vidrieras, grafitis, sitios emblemáticos de las ciudades) y sistematización e interpretación de las consideraciones de los ciudadanos y ciudadanas de las ciudades que estudia (Bogotá y San Pablo) se combinan en un dispositivo metodológico complejo –que abreva fundamentalmente en una opción amplia de la semiótica–, que reúne en un solo libro varias alternativas de gran riqueza. Es el caso, por ejemplo, del contraste entre mapas y croquis, que permite pensar las diferencias entre la dimensión instituida de la representación espacial y la dimensión instituyente de las prácticas territoriales sobre esos sitios.
Por su parte, si tomamos como referencia inicial los textos que hemos mencionado como mapas clásicos en el apartado anterior, aquí puede observarse un desplazamiento que va desde la ideología hacia lo imaginario. Movimiento que participa del realizado por la teoría social vinculada a la sociología y el análisis de la cultura de ese momento (la caída del Muro de Berlín) dentro y fuera del continente.
Las prácticas territoriales esbozadas en el trabajo de Silva (2000) como contrapunto de los imaginarios urbanos, son en cambio el foco central del trabajo de Rossana Reguillo Cruz (1996), que por otro lado indica similares preocupaciones teóricas sobre la necesidad de conjugar experiencias y representaciones para dar cuenta de lo urbano latinoamericano.
Además, en La construcción simbólica de la ciudad, Rossana Reguillo (1996) renueva la producción sobre ciudades latinoamericanas en otros aspectos. En primer lugar, porque se ocupa de una ciudad no-capital: Guadalajara. Pero también por la atención a actores urbanos en acción y relación a partir de un desastre ambiental que pone al descubierto la trama desigual de esa ciudad.
Son esas mismas preocupaciones teóricas, metodológicas y temáticas las que se señalan en su producción sobre las territorialidades conflictivas de los jóvenes (Reguillo Cruz, 1991), que alcanza mayor difusión y circulación en el continente.
La dimensión histórica resulta relevante para ambos autores, que la mencionan en términos parecidos a los investigadores que en este trabajo hemos mapeado como “clásicos” en diferentes referencias, pero la periodización en ambos remite al presente conflictivo de las ciudades latinoamericanas. Ambos autores realizan estudios fuertemente coyunturales, tomando el tiempo presente y sus conflictos para el análisis cultural de Latinoamérica, con un énfasis explícitamente comunicacional.
En términos de “escala”, el texto de Reguillo (1996) es el primero (entre los trabajos de vasta difusión por el campo académico de la comunicación latinoamericana, y producido desde y para ese espacio de pensamiento como primer destinatario) que llama la atención sobre la dimensión barrial. Es así que la autora mejicana propone una tarea de análisis en dos niveles: el primer nivel será el barrio; el segundo, la ciudad. De esa manera, encontrará en el barrio la representación metonímica de la ciudad, y describirá a partir de ese enclave los grandes problemas que atraviesan a la ciudad de Guadalajara en su conjunto. Esta fuerte territorialización –y el juego de escalas que produce– altera, enriqueciéndola, la triple localización que mencionáramos en los “clásicos”: tenemos, entonces, un lugar que se compone complejamente entre el barrio, la ciudad, el Estado nación y el espacio latinoamericano. Más adelante, y en sus indagaciones sobre la adscripción juvenil a las maras y otros colectivos vinculados al tráfico de estupefacientes, Reguillo (2012) pondrá la quinta dimensión: la transnacionalización global (en este caso, de la actividad económica a lo ilegal).
Armando Silva, por su parte, presenta otra novedad en la localización. En este caso, lo novedoso proviene de la construcción de una red de ciudades en la voluntad de abordar distintas capitales latinoamericanas y propiciar, con ello, la comparación. Las ciudades que trabaja Silva (1992) son Bogotá y San Pablo, las capitales de Colombia y Brasil. La primera parte de su libro, titulada “De la ciudad vista a la ciudad imaginada”, reúne el análisis semiótico del autor de varias dimensiones urbanas de estas dos ciudades, para construir lo que él denomina los “cruces fantasmales” entre San Pablo y Bogotá. Con un rico repertorio de recursos metodológicos, el autor describe los imaginarios urbanos de estas capitales, a través del análisis de distintos tipos de textos (relatos, noticias, imágenes de circulación pública, grafitis, vidrieras, etc.).
En la segunda parte (“De las imaginaciones urbanas a la ciudad vivida”) el autor colombiano propuso como método la aplicación de un formulario de entrevistas, a la manera de una encuesta que permitiese evaluar la proyección cualitativa de ciudadanos y ciudadanas de Bogotá y San Pablo mediante la evocación y los usos. Después de publicar su libro, Silva extendió su proyecto a las culturas urbanas de América Latina, mediante un programa patrociado por el Convenio Andrés Bello y llevado a cabo por autoridades locales o universidades públicas de catorce países. La localización, entonces, se muestra en el caso de Silva como la construcción de una red de experiencias imaginarias que se trabajan en varios puntos a la vez. Parte de la riqueza de su abordaje es justamente la sinergia que producen esas experiencias imaginarias urbanas puestas en relación.
Tanto el trabajo de Silva (1992) como el de Reguillo (1991; 1996) se inscriben explícitamente en el campo de la comunicación social.18 Esa adscripción se lee claramente en la justificación teórica. Reguillo (1996) toma como uno de los cuatro ejes teórico-metodológicos a “la comunicación en tanto constitutivo de la intersubjetividad” (p. 19). La autora mejicana es, además, licenciada y Maestra en Comunicación Social por ITESO. Silva, por su parte, es fundador del área de Comunicación Visual de la Universidad Nacional de Colombia, en la que ha enseñado y dirigido el Instituto de Estudios en Comunicación.
Las búsquedas de estos autores para un posicionamiento dentro de ese campo, sin embargo, serán diferentes en los vínculos que establecen con otras áreas del conocimiento social. En el caso de Reguillo (1996), la preocupación entronca principalmente con la Antropología. En el de Silva, con la semiótica y la estética. Ambos, a su vez, buscarán respuestas en la Psicología. En el primer caso, para preguntarse por la constitución de subjetividades desde la comunicación y la acción colectiva. En el segundo, para adentrarse en la ligazón con el imaginario lacaniano.
Estamos hablando de textos de los tempranos años de la década de 1990 y ya tenemos un área de estudios delimitada e institucionalizada dentro del campo de la comunicación social, un área que en buena medida fundaron (voluntaria o involuntariamente) los textos “clásicos” de Martín-Barbero (1998) y Sarlo (1999) que hemos mencionado en el apartado anterior.