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Desarrollo económico desigual

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Partimos de la idea según la cual la creciente ola migratoria es producto –directa o indirectamente– de los desequilibrios socioeconómicos entre los países, lo cual alude a la idea de un desarrollo económico desigual que se sitúa dentro del marco de los enfoques teóricos de la dependencia. En este sentido, las migraciones internacionales pueden ser analizadas como consecuencia de las dispares condiciones materiales de existencia entre los países desarrollados del norte y aquellos en vías de desarrollo del sur. A pesar de la crisis económica mundial iniciada en 2008, son notables los contrastes entre las aceptables condiciones de vida para la mayoría de habitantes del norte, frente a las precarias condiciones de vida para la mayoría de habitantes del sur.

Para Osvaldo Sunkel (1981, p. 43), retomando a Henri Pirenne, con “la formación de los modernos imperios mercantiles a partir del siglo XVI y el consiguiente auge del comercio colonial, en ciertas regiones de Europa se estuvo operando un importante proceso de acumulación de capitales”. Esta situación marca procesos diferenciales de integración a la economía mundial para cada región del mundo y, por tanto, determina el papel a cumplir en el sistema productivo. En consecuencia, y después de cincuenta años, el camino histórico unidireccional para el desarrollo propuesto por Walt Rostow (1961) perdió validez porque persisten las diferencias en el papel productivo de cada país, lo que determina los respectivos determinantes de las condiciones de vida para sus poblaciones.

Este desarrollo económico desigual ha conducido a un desequilibrio estructural que afecta principalmente los núcleos vitales de la población del sur (García Nossa, 2006). De igual manera, el fenómeno del desarrollo del subdesarrollo afecta principalmente a los países del denominado tercer mundo involucrados en la parte inferior de la dinámica desigual de la economía internacional (Wabgou, 2010, p. 158). Esta condición genera situaciones sociales y económicas adversas que se evidencian en la regionalización de la pobreza extrema, el hambre, las dificultades en el acceso a un sistema educativo y a un sistema de salud (Organización de las Naciones Unidas (ONU), 2013); lo que coincide con un incremento de la calidad de vida de los países industrializados o desarrollados.

Al respecto, Bustelo (1994) señala que el mal reparto de los recursos condiciona la dependencia, la desarticulación, la polarización y extraversión que caracterizan a los países subdesarrollados en términos económicos. Esta dependencia demuestra el porqué de los movimientos poblacionales de sur a norte, ya que “los países desarrollados, después de haber contribuido a hundir los pueblos del sur en la pobreza como los africanos, atraen a su mano de obra para desempeñar tareas poco calificadas” (Wabgou, 2010, pp. 161-164).

En definitiva, las migraciones contemporáneas son concebidas como un medio a través del cual las poblaciones del sur buscan encontrar mejores condiciones de vida y bienestar. En efecto, las condiciones de inseguridad física, económica y social en las cuales viven amplios sectores de la población de estos países, se constituyen en factores determinantes del desplazamiento y la migración.

La situación resulta más compleja cuando los factores de inseguridad económica se articulan con factores de inseguridad política, cosa que alimenta el fenómeno de las migraciones humanitarias o los llamados refugiados políticos. Asimismo, cobra relevancia la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 que, en su artículo 1, define el término refugiado para referirse a aquella persona que:

[…] debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opciones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país. (Acnur, 2005, p. 12)

En otros términos, son refugiadas aquellas personas que abandonan su país bajo la amenaza a su vida, seguridad o libertad, en un contexto marcado por el conflicto armado interno y la violación de los derechos humanos. En muchos casos, los refugiados y las personas en situación de desplazamiento han sufrido una violación de sus derechos, como consecuencia de la falta de protección estatal, y se encuentran en un alto grado de vulnerabilidad, por lo que requieren atención y protección especial, derivada del estatus de refugiado a que da lugar el asilo y que los Estados que firmaron la Convención están obligados a otorgar al solicitante. En general, los países de América Latina (sobre todo Centroamérica y Colombia) y África (principalmente de la África subsahariana) presentan los mayores flujos de refugiados y desplazados en el mundo. Esta situación los convierte en una especie de migrantes invisibles en sus lugares de destino –como los países fronterizos, Estados Unidos y Europa–, aunque su presencia no deja de alterar el orden establecido.

Pese a la existencia de un número considerable de instrumentos continentales y mundiales establecidos para la protección o acogida de los solicitantes de asilo o refugio, se observa una mayor restricción de las políticas de refugiados en Estados Unidos y Europa. Al respecto, al presentar un breve balance sobre el retroceso del derecho al asilo político en España entre 1996 y 1999, Wabgou (1999) considera que el asilo político en España es “un derecho en vías de extinción”. De todos modos, son muchos los africanos y latinoamericanos que, al no contar con condiciones favorables de solicitud de asilo en países europeos y Estados Unidos, terminan confinándose o quedándose en países limítrofes o cercanos a sus países de origen, ya sea como refugiados –en el caso de que logren obtener la protección del Estado– o como simples desplazados.

En esta perspectiva, consideramos que el análisis de los flujos migratorios desde la teoría de la dependencia resulta limitado, puesto que solo se tienen en cuenta los factores de expulsión o atracción. Esto reduce las migraciones a un movimiento orientado desde la entidad emisora-explotada hacia una unidad receptora-explotadora con la expectativa de obtener un mejor nivel de vida. Sin embargo, los flujos migratorios no solo son determinados por motivaciones económicas, sino que también existen una serie de variables más complejas definidas en tiempos y espacios, derivadas de vínculos históricos.

Migraciones y seguridad: un reto para el siglo XXI

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