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INTRODUCCIÓN

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Índice

La historia puede definirse con toda propiedad, diciendo que es una guerra ilustre contra el tiempo; pues arrancando á éste de las manos los años á quienes había hecho cautivos ó cadáveres, los llama de nuevo á la vida, los pasa en revista y los vuelve á formar en orden de batallón. Pero los ilustres campeones que en semejante carrera, cosechan palmas y laureles, recogen tan sólo los despojos más brillantes y magníficos, embalsamando con sus tintas las empresas de reyes, de príncipes y de otros elevados personajes, y tejiendo con la finísima aguja del ingenio, los hilos de seda y oro con que hacen un recamo imperecedero de acciones gloriosas. No le es lícito á mi debilidad enaltecerse hasta tan noble asunto, ni exponerse tampoco á tan sublimes peligros, arrojándose en medio de los negocios políticos ó del estruendo de los de la guerra; pero instruido de hechos memorables, aunque pertenecientes á la historia de unos pobres artesanos, quiero dejar á la posteridad el recuerdo de ellos, en un relato sencillo y verídico. Veránse en él, aunque en estrecho teatro, tragedias llenas de horror y escenas de increíble maldad, con intermedios de acciones virtuosas llenas de bondad angelical, en oposición con operaciones diabólicas. Y en verdad, cuando se considera que este nuestro país está bajo la dominación del rey católico, nuestro señor, sol que nunca se pone; y que en su órbita, y con la luz que de él toma, cual luna siempre llena, resplandece el héroe de noble prosapia que pro tempore ocupa su lugar, y los ilustres senadores, verdaderas estrellas fijas, y los demás respetables magistrados que, semejantes á los astros errantes, esparcen la luz por doquier se necesita, formando así un nobilísimo firmamento, no puede explicarse de otra manera, el verlo transformado en un infierno de acciones tenebrosas, de maldades y de crímenes que algunos hombres aborrecibles multiplican sin cesar, sino atribuyendo esta trasformación á los manejos y á las maldades del diablo en persona; pues no puede negarse que la malicia humana no acertaría por sí sola, á resistir á tantos y tantos héroes, que con ojos de Argos y brazos de Briareo, se consagran con abnegación á la defensa de los intereses públicos. Por lo cual, al describir estos sucesos acaecidos en mi florida edad, y cuando la mayor parte de las personas que figuran en ellos han desaparecido de la escena del mundo para pasar á ser tributarias de las parcas, callaremos, por justos miramientos, también sus nombres, es decir, los patronímicos; lo mismo haremos con respecto á los lugares, indicando los territorios nada más que generaliter...

Habrá tal vez quien vea en esta reserva una imperfección y una deformidad de este mi humilde parto, sobre todo, si el que lo examina es extraño á achaque de filosofía; pues los hombres versados en esta ciencia, no creerán que por esta omisión falta algo esencial en nuestra historia. Pues siendo en efecto cosa evidentísima que los nombres sólo son puros, purísimos accidentes...

Pero una vez que yo haya soportado la heroica fatiga de copiar un manuscrito casi completamente borrado; y que (como suele decirse) haya dado á luz esta historia, ¿habrá quien la lea?

Esta reflexión dubitativa inspirada por el trabajo fastidioso que me costaba el descifrar los garabatos que seguían á la palabra accidentes, me hizo suspender mi empeño de copista, y reflexionar maduramente sobre lo que me convenía hacer. ¿Sin duda, me decía á mí mismo, al ojear el manuscrito, no llueven como hasta aquí, figuras y concettini en todas las páginas de la obra? El bueno del secentista1 ha querido antes de todo mostrar, cuánto vale y sabe: pero en el curso de su relato y durante muy largos intervalos, su estilo es más natural y llano. Esto es cierto; pero ¡qué vulgar es, qué desigual y qué incorrecto! ¡De cuánto idiotismo lombardo y de cuántas locuciones viciosas está lleno! ¡cuán arbitraria es su gramática y cuán imperfectos sus períodos! En diferentes puntos se notan algunas elegancias españolas de aquellos tiempos; y lo peor es, que en los pasajes más terribles ó patéticos, en los que requieren algunas flores de retórica discreta, sagaz y de buen gusto, en ellos, ¡oh fatalidad! saca á lucir el estilo de que acabamos de dar muestra: y entonces, reuniendo con admirable habilidad dos cualidades contradictorias, se ostenta trivial y afectado en una misma frase y en un mismo período. Todo lo cual forma un compuesto de declamaciones huecas y de galicismos vulgares, que acompañado del tonto orgullo que distingue á los autores italianos de aquel siglo, no podría complacer de ninguna manera á los lectores de nuestros días, en extremo instruidos y enemigos de semejantes extravagancias; por cuyo motivo me lisonjeo mucho de haber abandonado aquel trabajo.

Cuando iba á cerrar el manuscrito y á guardarlo, reflexioné sería lástima que una historia tan interesante quedara ignorada, tal vez, y me pesaría por cierto; el lector pensará de distinto modo.

¿No se podrá, me decía á mí mismo, conservar la serie de los sucesos de este libro y rehacer su estilo?

Como no se presentó á mi espíritu ninguna objeción razonable, acogí este proyecto con ardor. Y tal es el origen del presente libro, expuesto con una ingenuidad igual á su importancia. Sin embargo, algunos de los hechos y costumbres descritos por nuestro autor, nos parecieron tan singulares y extraños, por no decir más, que antes de darles fe hemos querido interrogar á otros testigos; y por esto emprendimos la ardua tarea de ojear las memorias de aquellos tiempos, para ver, si en efecto, el mundo, andaba por entonces como nuestro autor decía. Semejante indagación disipó todas nuestras dudas; á cada paso encontramos hechos análogos ó más extraordinarios aún que los que ya habíamos visto; y lo que nos ha parecido decisivo para acreditar nuestro manuscrito es el que estas memorias hacen mención de muchos personajes que sólo conocíamos por nuestro autor, lo cual nos había hecho dudar de que hubiesen existido en realidad. Á su tiempo citaremos algunos de estos testimonios que darán mayor autoridad á los hechos, de cuya veracidad podría dudar, á causa de su índole extraña, el lector de nuestros días.

Pero después de haber refutado el estilo de nuestro autor, nos toca explicar el que nosotros le hemos sustituido.

El que sin ser rogado para ello, rehace el trabajo ajeno, se expone, y hasta cierto punto contrae el deber de dar una cuenta minuciosa del suyo propio.

Ésta es una regla de hecho y de derecho á la cual no intentamos sustraernos de ningún modo.

Lejos de eso, y para probar que nos sometíamos á ella de buen grado, nos propusimos dar aquí una explicación detallada sobre el modo de escribir que hemos adoptado; con este objeto nos afanamos en adivinar durante todo el tiempo de nuestro trabajo, las críticas posibles y contingentes que él podría suscitar, con la intención de refutarlas anticipadamente. Pero no estribaba en esto la dificultad, pues (digámoslo en honor de la verdad) ninguna crítica se ha presentado á nuestra mente sin venir acompañada de una respuesta triunfante, de aquéllas que no sólo resuelven las cuestiones sino que imponen silencio. Nos ha sucedido también con frecuencia que, poniendo dos críticas frente á frente, las hacíamos luchar entre sí, y examinándolas profundamente y comparándolas con escrupulosa atención, descubríamos y demostrábamos al cabo, que aunque opuestas en apariencia, eran por su naturaleza semejantes, y que ambas á dos procedían de la desatención con que se habían indicado los hechos y los principios, sobre los cuales debían asentarse los juicios que de unos á otros se debieron hacer, y en consideración de esto juntábamos ambas críticas y las mandábamos juntas también á pasear.

¡Con dificultad se podría hallar un autor que probara mejor su infalibilidad!—Pero, ¡oh cielos! llegado el momento de recapitular las objeciones y sus respuestas y el de ordenarlas, hallamos, que habíamos hecho un libro: visto lo cual, abandonamos nuestro intento por dos razones, que sin duda alguna el lector considerará oportunas.—La primera, porque temimos que el hacer un libro para justificar otro, ó sólo su estilo, parecería cosa ridícula. La segunda, porque creemos que es suficiente, cuando no excesivo, el publicar un sólo libro á la vez.

Los Desposados

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