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León, León. Tu figura se presenta ante mí como un querubín de ojos violáceos, con la sonrisa ancha, la nariz respingona y las mejillas sonrosadas, el cual siempre parece dar vueltas a mi alrededor a una velocidad pasmosa y preternatural que me paraliza por varios segundos, como si el pensamiento, de pronto, me agarrara de la entrepierna para jalar de manera lenta un orgasmo extraño, siempre evocado por tu recuerdo de alas de paloma, que, de pronto y de forma abrupta, se presenta ante mí como un Mefistófeles de lo sexual, erótico y del amor, con vellos oscuros y enrolados en las piernas, pequeños cabellos de diablillo, con voz de flauta travesera en la que me invitas a bailar ante la hoguera de tus deseos y perversiones encerrados en un cuerpo de niño.

Nunca, antes de tu mirada y tu sonrisa saliendo del agujero sexual de tu madre, me habían hecho desencadenar pensamientos tan desgarradores, pero que siempre estuvieron ahí, quizá, alentados por la confusión, la muerte y una pulsión reprimida y, a la vez, creada por aquel ruso de extraños modales y brillante piel, que, aquella noche, me mostró en una simple y cotidiana acción de alcoba lo que marcaría mi destino, en ese momento, no realizado, interrumpido, que, por algunos avatares del destino descolorido del azul del nirvana, me llevaron a estar alejado de la oscuridad del abismo por segunda vez, pero no una tercera.

A veces, me encontraba sorprendido mirando mientras esperaba que Lo fuera a comprar un helado de chocolate y avellanas, observando a los chiquillos, futuros sátiros de sonrisa de querubín y alas invisibles, provocando con sus pantalones cortos y sus axilas sin vello, que, pronto, cambiarían. Un ombligo en un vientre liso, donde empezaría a florecer una pelusilla de damasco, que, al igual que la fruta, brillaba tomando los colores del sol.

—¿Qué miras? —preguntó aquella vez, en que mis nervios estaban despuntando fuertemente ante las nuevas emociones que Lo estaba produciendo en mí.

—Nada.

Se reía de manera dulce, como el chocolate que se encontraba lamiendo. Se cubría los ojos con unas lentes de sol grandes que se había comprado en un chino.

—Venga, vamos a pasear —me dijo en su chino mandarín perfecto, como un poema corto al otro lado en una isla.

Lo sentía una extraña fascinación por jugar conmigo —que, la verdad, nunca me molestó en lo más mínimo—, me arrastraba a mis propios deseos, a mis propias fantasías, que engañaban a mi mente con que eran imposibles, pero la realidad era otra, ya que León era tan real como la arena de la Barceloneta que estaban pisando mis pies desnudos.

Se posaba en una piedra caliente, con el cuerpo cubierto de aceite de coco, sin quitarse las lentes. Se bajaba lentamente el traje de baño, mostrando lo que se adivinaba como un oblicuo por nacer. Hacía que no me conocía, aun comiendo el helado con los dedos pegajosos. Incluso, de forma disimulada, se untaba el cuerpo con el dulce... me imaginaba en la distancia de la playa, tapando mi rostro con una sombrilla comprada a un africano, y que el mundo desaparecía o que las personas iban menguando en su porte hasta ser reducidas al tamaño de un granito de arena; entonces, estaríamos solo Lo y yo, en la playa, abrasados por los rayos ultravioletas del sol, y mi boca recorrería su vientre plano, con sabor a chocolate y coco.

A veces, incluso me encontré —muy sorprendido— conmigo mismo intentando poder viajar por ese mundo de imaginario prohibido, pensando en otros sátiros alados que intentaban jugar a convertirse en adultos, conversando alegres con sus vocecillas, con sus ropas algo grandes para cuerpos en crecimiento.

Pero, inmediatamente, Lo aparecía de forma violenta, como un corte en la carne. Malditos y benditos cuerpos que, cuando miro por la ventana y observo un parque que parece mostrarme de manera cándida aquellos recuerdos con los que estaba en una constante lucha conmigo, me muestran el goce de la vida y el sol, alentado por una criatura en la cual parece vivir el Cielo y el Infierno en sus entrañas, salidas de mí mismo, de ojos resplandecientes, una risa alegre y siempre dispuesto a preparar un poco de té en los días fríos. Sigue siendo y será lo mejor que he hecho.

Lolito

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