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4. El desafío de la interdisciplinariedad en la teoría social

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Seguramente la capacidad de integrar insumos de varias disciplinas es clave para pensar la proyección de la teoría social. Para ello, lo primero a señalar son las razones por las cuales en este libro se prefiere hablar de teoría social y no de teoría sociológica. Teoría social se puede pensar en general integrando teoría sociológica y teoría política, pero, en el sentido que se trabaja aquí, marca la posibilidad aún más amplia de integrar elementos de la economía política, la geografía social y humana, la teoría de la historia, como se verá en otros capítulos.

Por lo anterior, la teoría sociológica “estricta” no debería temer desplazarse hacia la teoría social. En ese tránsito subyace la idea de integrar elementos de diferentes disciplinas que permiten ampliar la observación. Claro que esto constituye un movimiento que conduce inequívocamente al problema de la interdisciplinariedad.

Conviene recordar en ese sentido algunos elementos básicos considerando el eje central de este libro, y es que la producción de teoría está profundamente relacionada con el contexto. De hecho, más de lo que puede llegar a pensarse en principio. Desde una perspectiva de construcción de conocimiento general, los cambios del capitalismo actual han llevado a que algunas estructuras disciplinarias heredadas del siglo XX crujan, pues se generan nuevas condiciones y nuevos requerimientos de conocimiento que llevan a la disolución de las líneas clásicas del siglo XX y al entrecruzamiento de áreas de conocimiento, de “polinización cruzada” en ciencias naturales, en el siglo XXI.

Ejemplos sobran: piénsese en ingeniería de los alimentos. Más adelante se actualizarán elementos de lo que implica la revolución informacional (Falero, 2011a, y capítulo 7 de este libro) para visualizar presiones y condicionamientos para la producción de conocimiento. Si bien suena un tanto mecánico, se puede establecer como línea de análisis que la naturalización actual de la idea de interdisciplinariedad, si bien presenta interrogantes pertinentes y necesarios sobre su cristalización efectiva y direccionalidad, también responde a exigencias del capital.

Los encuentros académicos entre disciplinas sociales y humanas no son fáciles. Las estructuras del saber son “cerradas” y por tanto se trata de “abrir las ciencias sociales”, decía Wallerstein. Lo indicaba en el marco del Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales de mediados de la década de 1990, pero sigue teniendo actualidad en cuanto a agrupamientos de conocimiento más coherentes y abiertos que “no nos encontramos en un momento en que la estructura disciplinaria existente se haya derrumbado”, sino “en un momento en el que ha sido cuestionada y están tratando de surgir estructuras rivales” (Wallerstein, 1996b: 111).4

Los encuentros son más difíciles aún si se proponen entre ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades. Recuérdese la conferencia de 1959 y el artículo que en 1963 le siguió de Charles Percy Snow (2000), físico y novelista inglés, sobre “las dos culturas”. En ese esquema binario, el campo de las llamadas “ciencias sociales”, se trató de establecer entre ambas como una nueva “cultura”. Y por tanto se crearon y reprodujeron separaciones, algunas realmente arbitrarias, como entre sociología y antropología.

Ahora bien, si por un lado hay todavía cierto clima de necesidad de conectar y en lo posible “integrar” disciplinas (sin entrar aquí en discusiones sobre barreras institucionales), por otro lado también existe un movimiento de extrema especialización, lo cual ocurre en todas las ramas de conocimiento. Es la justificación de que cualquier subdivisión del conocimiento supone un avance porque permite la profundización temática. Sin embargo, esto resulta cierto en algunos aspectos, pero falso en otros, aunque siempre tienda a considerarse positivo. De este modo la búsqueda de interdisciplinariedad también puede pensarse como la posibilidad de recomponer la dinámica de fractura del conocimiento de otra forma.

En sociología, en ciencias sociales en general, esta posibilidad de estar abierto a la interdisciplinariedad es fácil postularla, pero decididamente difícil llevarla al plano de los productos académicos concretos. Además, ya resulta políticamente correcto establecer una postura “amistosa” con la interdisciplinariedad, lo cual lleva a que algunas dosis de discurso interdisciplinario pueden resultar convenientes aunque en los hechos tenga efectos inocuos.

Entonces, llegados aquí en un cuadro general muy rápidamente trazado, ¿cómo proceder para abordar el tema? Bourdieu ha dicho que hay más que ganar enfrentándose a objetos nuevos que enredándose en polémicas teóricas que no hacen más que alimentar un metadiscurso autoengendrado y con demasiada frecuencia vacío a propósito de conceptos tratados como tótems intelectuales (Bourdieu y Wacquant, 1995). Se permitirá agregar algo de la experiencia personal de investigación que implicó el encuentro de disciplinas en la construcción del conocimiento sobre sujetos colectivos y pensamiento crítico con relación a la realidad latinoamericana. La autorreflexión de la experiencia del “núcleo interdisciplinario” (así se la llamaba institucionalmente) transcurrió en igual sentido a lo antes señalado: enfrentarse a una problemática concreta en términos interdisciplinarios para generar un producto nuevo resultaba infinitamente más posible y útil que cualquier metadiscurso interdisciplinario.5

Así pues se propone la importancia de la interdisciplinariedad para nutrir la teoría social no desde una abstracción erudita sobre interdisciplinariedad y transdisciplinariedad, sino desde una postura de trascender fronteras disciplinarias para temas concretos que enfrenta la construcción de marcos teóricos específicos.

Dicho esto, debe agregarse otro elemento: cada trama disciplinaria abre discusiones y clasificaciones sobre lo que se considera riguroso o impreciso, creativo o rutinizado, o lo que se debe sacrificar o se puede potenciar en términos de argumentación. Esto implica acuerdos de construcción de conocimiento ad hoc.

Por ejemplo, desde la sociología se puede pensar que se pierde rigor metodológico si se tiene que dialogar con la filosofía social y política y desde esta pensar que se pierde imaginación creadora si tiene que colocarse en un marco de permanente insistencia metodológica de demostración o de fundamentación empírica de lo que se postula. O suponer –erróneamente– que las problemáticas de la economía política son ajenas a la apertura de campos de observación de la teoría sociológica (aquí sí, “sociológica”, en un sentido más específico y restringido, y no “social”) y viceversa.

En teoría social, estos riesgos propios del celoso aduanero de fronteras disciplinarias no deberían prosperar. Cuando se está frente a un problema concreto que requiere pensarse teóricamente, la teoría social necesita insumos de otras disciplinas, pues de ese modo la capacidad para pensar y relacionar elementos aumenta notablemente. Las trayectorias intelectuales más ricas son aquellas capaces de deslizarse sin complejos entre diferentes disciplinas cuando las problemáticas de investigación lo requieren.

En este libro (capítulo 6) se presenta el caso concreto de Giovanni Arrighi, autor italiano de quien el 18 de junio de 2019 se cumplieron diez años de su fallecimiento y cuyas formulaciones teóricas alcanzaron un importante impacto en varias disciplinas luego de nutrirse de ellas (en principio, sociología, relaciones internacionales y economía política). Por ejemplo, qué aperturas y problemas trae aparejado considerar el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci en un plano global.

En el caso de la trayectoria de investigación propia, el deslizamiento entre disciplinas se produce –como se verá en diferentes capítulos– a partir de la sociología hacia la economía política, la geografía humana y la historia. Se podría decir que las sucesivas incorporaciones teóricas llevan al investigador a plantearse su derecho a cambiar la pregunta inicial de investigación, y esto ya conduce a otro desafío.

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