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3. El desafío de la capacidad relacional como lógica central para ver “más allá”

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Una breve reflexión inicial a partir de la experiencia docente: si algo está claro cuando se habla de construcción de un marco teórico de una investigación, es que no se trata de una mera sumatoria de autores. Seguramente cuando se revisan los primeros proyectos de estudiantes de grado o posgrado la capacidad relacional es un elemento sustantivo a considerar. Es que si se asume que una base de la investigación sociológica son las mediaciones analíticas que se pueden establecer entre fenómenos, ya en el marco teórico comienzan los problemas.

Si no existe capacidad de establecer proximidades, desencuentros, complementariedades entre conceptos y autores o conexión entre discusiones en función del eje problemático a investigar que luego permita tensar con el abordaje empírico, la calidad de la investigación se resiente. Tampoco siempre está claro que, aun frente a objetos de investigación parecidos, es esta capacidad artesanal que ningún programa informático sustituye la que convierte un marco teórico en único e irrepetible.

Y debe recordarse que de un buen marco teórico al menos dependen tres elementos posteriores: 1) que se pueda evitar la ilusión de la captación no problemática de la realidad (y el arsenal estadístico puede potenciar esa ilusión); 2) la posibilidad de ordenar y relacionar información posterior y evitar que quede subordinada a la lógica de lo socialmente posible de la coyuntura, y 3) que se generen cierres o encuadramientos apresurados de la realidad que terminan amputando mediaciones analíticas sustantivas que configuran la contribución explicativa potencialmente a realizar.3

Todo ello –se puede decir– constituye el núcleo problemático central de lo que está en juego, pero además queda claro que no solo se trata de un problema de formación en el ámbito de las ciencias sociales. Hace a un fantasma que ronda cualquier investigación de lo social, cualquier capacidad de análisis crítico, y que adquiere fuerza en un contexto en que la aceleración por presentar resultados lleva al sacrificio de la reflexión.

En los trabajos en que Pierre Bourdieu con Loïc Wacquant (1995 y 2014) reflexionan sobre el trabajo sociológico, la idea de “pensar en términos relacionales” está claramente presente. Si se piensa la teoría y la metodología como separadas o incluso opuestas, no hay carácter relacional efectivo. Tampoco es novedad advertir que todo el andamiaje conceptual del autor francés es relacional, sus conceptos clave más conocidos son relacionales: habitus, campo, capital. No puede entenderse uno sin los otros y además hay interdependencia entre los distintos habitus de una trayectoria social, entre campos y entre formas de capital.

Decía Wacquant (2002) que el modo de argumentar de Bourdieu es como una red con ramificaciones y si sus conceptos clave (como los mencionados) funcionan eficazmente unos con relación a los otros, es porque el universo social está constituido de esa manera justamente. Por cierto, no es este el lugar para examinar la obra de Bourdieu (sobre lo cual, además, ya se ha escrito abundantemente), sino simplemente visualizar este intrínseco carácter relacional. Pero, naturalmente, se puede encontrar una postura relacional en otros muchos autores comenzando por los clásicos de la sociología.

En la perspectiva general de este trabajo, el ya fallecido sociólogo Hugo Zemelman (1992, 2011) –en particular desde Los horizontes de la razón en adelante– ha puesto de manifiesto el problema de diversas formas. De modo que más allá de acuerdos y desacuerdos, proximidades y distancias, bucear en la obra del sociólogo chileno que desarrolló su trabajo en México constituye una fuente de inspiración para pensar este tipo de problemas. Y uno de sus desarrollos en que aparece planteada la capacidad de relación es con el concepto de totalidad.

Primero –señala– lo que no es totalidad: no es la trivialidad de que todo está en conexión con todo. Refiere (rescatando a Kosík) como “estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos”. De modo que en la perspectiva general del sociólogo de origen chileno “la totalidad no es todos los hechos, sino que es una óptica epistemológica desde la que se delimitan campos de observación de la realidad, los cuales permiten reconocer la articulación en que los hechos asumen su significación específica” (Zemelman, 1992, 1: 50).

De este modo, se puede decir que, entendida como articulación de campos de observación de la realidad, construir “totalidad” constituye una operación analítica que cumple la función de apertura a mediaciones entre componentes. En este libro se verá cómo se expresa esto con el concepto “revolución informacional” y los potenciales reduccionismos analíticos que surgen (capítulo 7).

Es una operación de apertura que –en el centro de atención de este trabajo– es clave en términos teóricos contra cualquier racionalismo metodológico de corte positivista. Una apertura teórica en términos de capacidad relacional del problema evita una postura contenida y tiende puentes hacia otra relación del conocimiento de lo social (paso previo y paralelo a la concreción del problema como objeto).

Por colocar un ejemplo, el estudio de una red o dinámica social vinculada al acceso a la alimentación por medio de acuerdos colectivos para la compra de alimentos con precios más accesible, el tipo de productos que se compran, la forma de organización que se da, entre otras dimensiones, encuentra capacidad explicativa no solo captando dinámicas internas, sino dinámicas más generales que atraviesan el plano inmediato.

Esto es, el problema requiere tener presente el poder concentrado de los supermercados, las formas hegemónicas de comercialización que practican, su capacidad de imponer condiciones a los proveedores (especialmente los pequeños) o sus formas de marketing, entre otros elementos, abre a la temática de la soberanía alimentaria lo que significa y cómo se puede poner en práctica y al conjunto de agentes que debe integrar, abre a un conjunto de experiencias alternativas que sin ser similares pueden iluminar propuestas de otras realidades posibles y así se podría seguir.

Lo que puede provocar cierto temor primario de desplazamiento del centro temático en verdad permite generar una dinámica relacional de una totalidad mayor a la previamente pensada. Esto lleva a considerar conceptos capaces de ayudar a avanzar en los objetivos de investigación en términos relacionales, teniendo presente realidades amplias y complejas. Por cierto que, considerando una lógica central de la sociología, todo problema debe transformarse en objeto sociológico capaz de ser investigado y que la capacidad relacional está siempre presente –por contraposición al reduccionismo metodológico–, pero sin este primer paso de lo relacional en términos de totalidad como razonamiento todo lo demás queda comprometido.

Una última cuestión a destacar en este apartado es cómo la oposición macro/micro pierde sentido desde una postura relacional. O, también, permite advertir problemas. Un problema vinculado a la cotidianeidad en su reconstrucción sociológica puede llevar a una escala transnacional. Piénsese en una feria o mercado como La Salada en Buenos Aires. Puede reconstruirse en forma de registro, de crónica desde los márgenes y desde sus orígenes, de trayectorias de agentes sociales, para seguir luego pensando en términos de mecanismos de dominación que se generan, en la problemática de la informalidad que es casi una “marca” de América Latina, en las dinámicas transnacionales que hacen posible su funcionamiento. Verónica Gago (2014) conecta escalas cuando analiza el “nivel molecular” de una expandida racionalidad neoliberal y en ese marco procura captar una “empresarialidad popular”.

Si se comienza desde una escala global, también se puede terminar en una escala local con distintas problemáticas, como las migratorias y la ocupación del territorio. El problema en estos casos es la capacidad de ir visualizando escalas sucesivas que se relacionan y no esperar que conceptos que solo cobran sentido en un nivel macro de análisis puedan ser operacionalizados sin más en términos de una problemática concreta y local.

Por ejemplo, el concepto de movimiento antisistémico (Arrighi, Hopkins y Wallerstein, 1999) solo adquiere sentido en una escala global (en términos espacio-temporales), pero investigar con esa categoría “macro” colectivos concretos en una sociedad determinada para captar si se configuran y se comportan como “antisistémicos” supone un problema teórico-metodológico serio. Es preciso introducir otros niveles de análisis, otras categorías, que aseguren mediaciones y por tanto no corten la cadena relacional en una ilusión de conexión de escalas macro y micro. Por lo tanto, no es una operación analítica fácil.

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