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Mineral, vegetal, animal

A pesar de sus desventajas, los rollos de papiro persistieron por más de dos milenios como forma dominante del libro en la cultura egipcia y luego en la griega, a la cual fue exportada. El pergamino, desarrollado alrededor de 1600 a. e. c., proporcionó una alternativa durable al papiro y le permitió una larga vida al rollo en Grecia y en Roma, donde el nombre latino para rollo, volumen, aportó un término fundacional para el libro. (26) El término pergamino, de hecho, proviene del latín pergamum, por Pérgamo (una antigua ciudad griega situada en lo que hoy es Turquía), un centro clave para su producción en el cuarto siglo a. e. c. (27) El pergamino estaba hecho con cuero de animal en lugar de fibras vegetales, era flexible, resistente y se podía cortar en fragmentos más grandes que el papiro, lo cual ofrecía una superficie excepcionalmente suave para escribir. Era además una superficie opaca, lo cual permitía que se pudiera escribir sobre ambas caras. Dichas características contribuyeron a que eventualmente reemplazara al papiro, pero su gran ventaja era que se lo podía elaborar en cualquier parte donde hubiera tierras para criar ganado, cabras y ovejas (a diferencia del papiro, cuya elaboración y exportación era exclusiva de Egipto).

Al igual que los papiros egipcios, los rollos griegos y romanos se escribían en columnas que los griegos llamaban paginae, ofreciendo así tanto el término fundacional como el concepto de la página, lo que la académica Bonnie Mak llama su “arquitectura cognitiva”. (28) Si bien hoy asociamos el término página con hojas prolijamente recortadas que se venden en resma o unidas de manera tal que juntas conforman un volumen, podríamos, sin embargo, pensar, como los antiguos escribas, que era una manera de guiar el ojo del lector y de agrupar la información de modo que fuera de fácil acceso. Aquellas paginae, después de todo, tenían un tamaño similar a las páginas de 20 × 30 centímetros, si bien las dimensiones del rollo variaban en contenido y calidad. Para los trabajos que contenían poesía griega, por ejemplo, las paginae se recortaban a doce centímetros de alto; los epigramas aparecían en rollos pequeños, de cinco centímetros, el tamaño adecuado para los sucintos y expresivos textos. (29) El desarrollo de los rollos plegados en concertina, tal como se describe más adelante en este capítulo, da origen al formato de la página tal como la conocemos hoy en día. El pergamino se plegaba entre cada pagina realzando así los bordes y, al mismo tiempo, posibilitando la lectura continua.

Algunos pergaminos se enrollaban alrededor de una varilla que iba desde el extremo superior hasta el extremo inferior del rollo, lo cual permitía que este se pudiera abrir y cerrar con facilidad. Ese umbilicus (30) (un término que hace referencia a la importancia de esta varilla, pero que también sugiere una conexión cronenbergiana entre la mano en un extremo de este cordón y, en el otro, el texto) podía funcionar como peso si se lo dejaba deslizar sobre el borde de una mesa y se abría el pergamino. (31) Por lo general, los lectores desenrollaban el pergamino con la mano derecha y lo enrollaban con la izquierda, un proceso activo que dejaba entrever solo una o dos columnas por vez. Eso significaba que para volver a leerlo uno tenía que rebobinarlo, algo similar a lo que ocurre con un magnetófono, un casete o una cinta de VHS. Dicho proceso adquiere forma de ceremonia en el judaísmo, cuando la Torá se vuelve a enrollar en público, en una festividad conocida como Simjat Torá, o “rejocijo de la Torá”. Después de la lectura del último fragmento, el rollo circula por la congregación antes de volver al comienzo de modo tal que el primer fragmento también pueda ser leído, lo cual simboliza la naturaleza cíclica tanto del año como del texto.

Si bien uno supondría que el pergamino reemplazó rápidamente al frágil papiro, ambos coexistieron durante varios siglos, al igual que las tablillas y los papiros. Algunos investigadores atribuyen dicha coexistencia a la dificultad de sistematizar y dimensionar su producción. Para elaborar el pergamino y la vitela (la versión de pergamino de más alta calidad, que por lo general se hacía con cuero de becerro) primero se despellejaba a un animal, luego se le quitaba el pelaje a ese cuero que a su vez se bañaba en cal, se estiraba y dejaba secar lentamente; una vez seco, se trataba la superficie de modo tal que quedara suave y resistente. Ese proceso, además de un cuidado extremo en su elaboración, requería de la matanza de grandes cantidades de ganado, lo que suponía un gran costo. Al igual que en nuestra propia era tecnológica, en la cual los libros impresos y los libros electrónicos coexisten a pesar de las fervientes proclamas a favor de la portabilidad, la durabilidad y el costo-beneficio de uno sobre el otro, el cambio en los sistemas establecidos de producción y en el uso de los distintos soportes lleva mucho tiempo y recursos.

El alfabeto

El texto material, como hemos visto, surgió fundamentalmente como respuesta a necesidades administrativas: ayudó a las ciudades en crecimiento a llevar registros contables y documentos, estableció el poder de los gobernantes y codificó la práctica ceremonial. El paso de la oralidad a la alfabetización tuvo un rol central en el desarrollo que necesitaba la escritura para producir literatura y el público que esta requería: los lectores. Fue a través del desarrollo griego del alfabeto que la escritura logró un punto de apoyo lo suficientemente sólido como para promover el libro en Occidente, por lo que tomaremos aquí un pequeño desvío para establecer cómo fue que los griegos revolucionaron la palabra escrita.

De un modo similar a los egipcios, los antiguos griegos utilizaron la escritura pictográfica (ca. 2200 a. e. c.) a partir de la cual se desarrolló, en el siglo XVII a. e. c., un sistema silábico (salpicado de algunos logogramas: símbolos que representan una palabra, una frase o un concepto). El sistema silábico, en el cual cada carácter representaba un sonido en lugar de un objeto o una idea, simplificó la lectura al tiempo que posibilitó un gran incremento del vocabulario. El hecho de que dependiera de combinaciones de consonantes y vocales, sin embargo, significa que los alfabetos requerían de una gran cantidad de caracteres para expresar dicho vocabulario: los especialistas en escritura minoica han denominado Lineal A al sistema con más de noventa caracteres y Lineal B al sistema que lo sucedió en la isla de Creta en el siglo XIV a. e. c, con setenta y cinco. Aquel sistema convirtió a la escritura en algo tan arduo que solo un grupo selecto podía dominarla. Esas formas escritas lineales, que eran convenientes para la inscripción sobre arcilla, se utilizaban principalmente para documentos administrativos.

El alfabeto tal como lo conocemos no surgió de una fuente silábica, sino de una consonántica que se desarrolló en la península del Sinaí alrededor de 1700 a. e. c. mediante la influencia mutua entre las lenguas egipcias y semíticas. Los fenicios desarrollaron dicho sistema de consonantes en un alfabeto de veintidós caracteres durante el siglo décimo a. e. c. (32) Los griegos, a su vez, adaptaron esas letras a su propia lengua oral intercambiando consonantes que no tenían por vocales y agregando letras nuevas para suplir la ausencia de sonidos griegos. Al establecer un sistema de escritura de consonantes y vocales con un símbolo para cada sonido, los griegos explotaron la capacidad del lenguaje, ampliando la cantidad de palabras e ideas que podía representar. No solo podían esas letras transcribir el griego hablado, sino que además podían adaptarse a diversos dialectos y lenguas regionales, asegurando así su expansión y desarrollo en Occidente. Los romanos adaptaron el latín de una variante etrusca del griego alrededor del siglo VII a. e. c. y, al desarrollar su escritura durante los dos siglos subsiguientes, establecieron el uso de las letras que tendrían mayor expansión en el mundo.

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