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El papel y la era dorada del Islam

A pesar de su eficiencia como material, el papel no llegó a Occidente hasta el año 751. Su llegada fue fortuita, de manera indirecta, y estuvo ligada a la expansión del Imperio islámico. Cuando soldados musulmanes capturaron a un grupo de marineros chinos en una batalla, reconocieron inmediatamente la utilidad del papel que encontraron a bordo de la nave. (44) Los prisioneros de guerra chinos construyeron la primera fábrica para elaborar papel en Samarcanda, y las técnicas de elaboración que les enseñaron a sus captores se esparcieron rápidamente por el mundo árabe, tanto que, para el siglo X, el papiro había sido reemplazado completamente.

La expansión del Imperio islámico llevó al florecimiento de la elaboración del libro, alimentado, en parte, por la disponibilidad del papel. Los artesanos islámicos perfeccionaron el proceso que habían heredado y cuyos principios básicos persisten en la fabricación de papel hasta el día de hoy: reemplazaron las fibras de morera, inexistentes en la región, por trapos de lino; desarrollaron el martinete para mecanizar el proceso de elaboración de lechada (en lugar de batir las fibras manualmente) e incorporaron la utilización de tamices de alambre que dejan suaves marcas en la hoja terminada. El alto valor que la cultura musulmana le daba a la escritura y a la intelectualidad, sumado a la expansión del Imperio, llevaron a un crecimiento en la elaboración de libros entre los siglos VIII y XIII. Algunos estudios sugieren que la elaboración de libros por parte del islamismo durante ese período de expansión fue mayor que la de Grecia, Roma, Bizancio y la Europa cristiana en conjunto. (45)

Aquella “era dorada” de la cultura islámica, marcada por importantes progresos en filosofía, matemática, ciencia y medicina, también dio lugar a muchas traducciones y anotaciones de antiguos textos griegos heredados de las conquistas de Egipto y de Siria. Los califas reunieron millones de libros en bibliotecas de Bagdad, El Cairo, Líbano, Córdoba y más ciudades, lo cual llevó a la profundización de la erudición y a la producción de libros por todo el imperio. Fue finalmente a través de la España islámica que Europa recibió el papel en el siglo XII. Para ese entonces, el códice ya se había convertido en la estructura de libro dominante. El libro fundacional del islamismo, el Corán, apareció con esa forma desde el comienzo. El texto fue transmitido oralmente por el profeta Mahoma y sus seguidores durante las primeras décadas del siglo VII pero, dado que se trataba de soldados activamente comprometidos con la conquista, la narrativa corría el riesgo de desaparecer en la precariedad de sus propios cuerpos. Para evitar esa pérdida, el califa Abu Bakr encargó que lo transfirieran a la página al poco tiempo de su aparición. (46) Después de la muerte de Mahoma, el califa Uthman compiló una versión autorizada y el Corán tomó la forma de un códice de pergamino.

Un texto en red

Mientras consideramos la historia de las formas físicas del libro deberíamos observar brevemente un ejemplo que aparece en otro territorio, por fuera de la línea del códice. El quipu sudamericano nos ofrece una forma completamente distinta de llevar registros: una serie de nudos (significado de “quipu” en quechua) aferrados a una cuerda. Si bien los ejemplares más antiguos se remontan al primer milenio, la mayoría de los especímenes arqueológicos vienen del Imperio inca (aproximadamente entre 1400 y 1532). (47) Al menos un protoquipu, en el cual se encuentra una serie de ramitas atadas a las cuerdas, probablemente date del tercer milenio a. e. c., lo cual lo convierte en contemporáneo de las tablillas cuneiformes. (48) El quipu consistía en una cuerda principal de algodón o lana con cuerdas colgantes atadas, la mayoría en forma descendente, mientras que algunas otras estaban atadas en la dirección opuesta (véase figura 1). Algunas de esas cuerdas colgantes tenían hilos auxiliares que estaban teñidos de diversos colores e hilados con varias hebras. En los museos, a menudo los quipus están expuestos en forma lineal, como si fueran una línea del tiempo sobre la pared, o en forma radial, como si fuera la cara de un reloj o un llamativo collar de cuerdas. Si bien algunos son relativamente simples, muchos tienen más de 1.500 cuerdas colgantes, lo cual los convierte en objetos de estudio bellos y complejos.

Los investigadores todavía están intentando descifrar ese complicado sistema de nudos a partir de unos 750 especímenes encontrados en catacumbas de los Andes peruanos y en descripciones sobre su uso hechas por los colonizadores españoles que los encontraron. La opacidad de los quipus es un legado de la colonización: las autoridades españolas prohibieron su uso en el siglo XVI, y quemaron muchos de ellos en el proceso. Los únicos quipus que se mantuvieron dentro de la comunidad fueron los de Rapaz, en Perú, donde permanecieron hasta la década de 1930. (49) Si bien todavía se los mantiene y se los utiliza en rituales, ya no se los actualiza. En 2012, la artista chilena Cecilia Vicuña publicó un quipu conceptual contemporáneo. Producido en una edición de treinta y dos ejemplares, el Chanccani Quipu toma el libro-nudo como una metáfora, en sus propias palabras, “del choque entre dos culturas y visiones del mundo: el universo oral andino y el mundo occidental de la imprenta”. (50) Cinco cuerdas de lana sin hilar de poco menos que un metro y medio de largo penden de una caña de bambú y caen como una cascada de suave cabello blanco cuando la pieza se cuelga. Sobre la superficie se ven fonemas fragmentados en quechua, pintados de color óxido con esténcil, que se extienden a lo ancho y a lo largo de cada tira, invitando al ojo y al oído a tocar las cuerdas del lenguaje.

Los quipus eran mantenidos por una clase burocrática de maestros cordeleros, los khipukamayuq o quipocamayos, que comprendían la convención de los signos representados por diferentes configuraciones de nudos, colores y tipos de cuerda. Su rol era mantener las cuerdas al día conduciendo censos, documentando los impuestos y el trabajo y registrando los calendarios de prácticas rituales. La pregunta principal, si los nudos servían como elementos mnemotécnicos o como un sistema de escritura que podía ser leído, es hasta el día de hoy un misterio. Aquellos dispositivos eran portátiles, como un libro, y podían tener tanto registros contables como narrativas. El académico Gary Urton, fundador del Khipu Database Project de la Universidad de Harvard, sostiene que el sistema representa una forma de codificación binaria que ayudaba a quienes los mantenían a reconstruir narrativas basándose en pares relacionales. (51) En algunos quipus contables, los nudos están dispuestos en una jerarquía decimal basada en la distancia de la cuerda central, siendo las unidades las más lejanas, luego las decenas, después las centenas y así sucesivamente. Otros quipus tienen una disposición más compleja, lo cual sugiere que eran utilizados para registrar otro tipo de información, como imágenes, ideas o sonidos.

Si bien el quipu se aleja del tipo de registros que hemos analizado hasta ahora, se encuentra ligado a la historia de los cambios que ha transitado la forma física del libro a causa de su materialidad. Al igual que la tablilla de arcilla, la hoja de papiro y el rollo de bambú, se elaboraba con un material que se encontraba en abundancia y que era ampliamente refinado por la cultura que lo desarrolló: la tela. La alpaca, la llama y otros camélidos de la zona andina proporcionaban la materia prima para la hilandería. Las telas incas eran flexibles, tridimensionales, de un alto impacto visual y ya inmersas en la cultura como marcadores de estatus. (52) Los bordados coloridos y los diseños geométricos tenían un claro significado simbólico, y los patrones bordados con telar de las vestimentas reales establecían autoridad. Al igual que en cada una de las primeras formas de libro que hemos analizado, el material elegido formaba parte de la cotidianidad de los usuarios y moldeaba no solo la manera en que se transmitía la información, sino seguramente también la propia naturaleza del pensamiento. Nuestro desafío como estudiosos del libro es pensar la manera en que su soporte material es tanto un producto como una parte constitutiva de su momento histórico.

El libro expandido

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