Читать книгу El libro expandido - Amaranth Borsuk - Страница 7
ОглавлениеPREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
El libro pareciera ser, a simple vista, un objeto sobre el cual todos sabemos algo. Para muchos niños es una de las primeras cosas que encuentran para jugar, ya sea un libro de tela de colores fuertes y dibujos remarcados que le dejan en la cuna para estimular el desarrollo de la vista o algún libro chiquito de cartoné con diversas texturas para activar el tacto y palabras simples para ayudarnos a imaginar un mundo prolijamente organizado a partir de narrativas. El libro pareciera ser un objeto sólido pero, sin embargo, hoy pareciera estar listo para disolverse en el aire o, al menos, tenemos que admitir que ha estado amenazando con hacerlo en el imaginario popular desde hace al menos una década con la aparición del lector Sony Reader, en 2006, y, en 2007, con el Kindle de Amazon, dispositivos de lectura que muchos creen que llevarán a la obsolescencia del libro. Podemos rastrear el temor a la decadencia del libro incluso antes, en la primera mitad del siglo veinte, un período de rápidos cambios tecnológicos en el cual el fonógrafo, el cine y la televisión reinventaron el arte de contar historias a gran escala. Leah Price, académica especialista en la historia del libro y estudios victorianos, describe en un artículo que publicó el New York Times en 2012 que aquella preocupación se remonta al Romanticismo, cuando Théophile Gautier profesó que los periódicos burgueses matarían al libro. (1) Ese tipo de declaraciones sobre la muerte del libro abundan y quizás estén sobredimensionadas.
Los dispositivos de lectura digitales existían antes de los lectores electrónicos, pero ninguno había desafiado nuestra definición de libro o despertado una nostalgia por lo impreso de la misma manera, por un lado, o una retórica digital futurista, por el otro. Estos dispositivos (pantallas chatas y livianas con la capacidad de contener una biblioteca entera) se ven muy diferentes a lo que la mayoría de nosotros imaginamos cuando oímos la palabra libro: una pila de papeles impresos de ambas caras, encuadernados por un extremo y encerrados entre dos tapas. Nos resulta cómodo pensar que el término se refiere a un único objeto: el códice, cuyo nombre proviene del latín y significa “tronco de árbol” (2) y cuya imagen, de igual manera, se encuentra enraizada en el imaginario occidental.
Esta forma, que surgió alrededor del año 150 a. e. c., ha gozado de una larga historia. No obstante sus antecesores, la tablilla de arcilla y el rollo de papiro, habían aparecido dos mil años antes. Parece adecuado, entonces, que el lector electrónico haya obtenido cierta preponderancia en el siglo XXI, ubicando al códice como una especie de bisagra en el medio de un período de cuatro mil años en la proliferación del texto. Las formas semejantes al códice, de hecho, preceden al libro de hojas encuadernadas: los rollos plegados a modo de acordeón y los polípticos de tablillas de cera facilitaban la combinación de lectura secuencial y el acceso aleatorio que nos permite el formato del códice. Y si bien nos permiten desplazarnos [scroll] por el texto de manera infinita, los entornos digitales mantienen algunas características del códice, desde poner señaladores o pasar la página hasta estuches de iPad que imitan un libro de tapa dura. Entonces, ¿cómo definimos un libro cuando la tablilla y el rollo nos vuelven a invadir con todas sus fuerzas? ¿Y por qué la proliferación de nuevos dispositivos de lectura ha provocado tanta especulación acerca de la muerte del libro en medios populares?
El códice ha durado más de dos mil años gracias a su utilidad como dispositivo para la diseminación de ideas. No es de sorprender que muchos lectores, incluso quienes han adoptado el lector electrónico, tengan una debilidad particular por su predecesor y reconozcan que leen ambos tipos de libros (digitales e impresos) según el contexto: lector electrónico en el tren o en el autobús, libro de tapa blanda en la playa; lector electrónico en viajes, tapa dura en casa; o lector electrónico para libros de texto y libro impreso para novelas gráficas, para mencionar solo algunas de las variantes. Si alguien no usa alguno de esos dispositivos, es probable que haya leído libros (o partes de ellos) en una computadora o en un teléfono, o en alguno de los tantos precursores al dispositivo digital. El hecho de que el lector electrónico no esté vinculado a un texto en particular nos recuerda que el término libro se refiere tanto al medio como al contenido, más allá de nuestra costumbre de pensar en el códice.
En un tiempo en que tanto la muerte como el futuro del libro (dos caras de la misma moneda) acaparan el interés popular, una época en que se publican himnos de alabanza al placer sensorial que provoca el libro junto a encomios a la capacidad narrativa de la realidad virtual, muchos de nosotros queremos tener una idea más clara sobre lo que el libro es, ha sido y será. Como poeta, académica y artista del libro que trabaja con la intersección de la impresión y la tecnología digital, siempre me han fascinado el libro como medio maleable para la indagación artística y las tecnologías de la escritura como estímulo a la autoría. Mi objetivo en este trabajo es reunir varias perspectivas sobre el libro que arrojen luz sobre una larga vida de transformación. Si bien este volumen describirá aspectos esenciales de la historia del libro relevantes a la idea de este dispositivo, no está entre mis objetivos cubrir esta robusta disciplina en forma acabada. He incluido al final una lista de lecturas complementarias para aquellos interesados en un estudio más riguroso sobre la historia de la impresión, que incluye textos fundamentales del campo. También creo que una compresión profunda de lo que un libro es y puede hacer requiere de una cierta participación activa, por lo que también he incluido una lista de recursos e instituciones con oportunidades para estudiar las artes del libro.
Así como yo tomo la historia del libro como punto de partida para comprender un objeto que es por naturaleza escurridizo, el objetivo de este volumen es ofrecerles a los lectores el contorno “esencial” de las discusiones, problemáticas e ideas que rodean el modo en que definimos la tecnología que conocemos como libro, a fin de abordar un momento histórico en el cual muchos de nosotros estamos al mismo tiempo fascinados con él y preocupados por su futuro. En lugar de presentar el desarrollo del libro como un camino lineal desde la impresión cuneiforme hasta la interfaz de pantalla táctil, he marcado esta línea del tiempo con digresiones y conexiones hipertextuales sobre la estructura, la fabricación y la cultura del libro, de modo que nos permita explorar los diversos mecanismos que mantienen al libro circulando, tanto en nuestro paisaje cultural como en nuestra imaginación. Al unir la historia con las artes del libro y la literatura electrónica contemporánea, este volumen nos recuerda que el libro es un artefacto fluido cuya forma y uso han ido cambiando con el tiempo por diferentes circunstancias sociales, financieras y tecnológicas.
Tal como sugieren las tantas citas desperdigadas a lo largo de este volumen, definir el libro no es tarea fácil. La investigación a lo largo de la historia sobre el libro como “texto material” nos ayuda a ver el modo en que su forma física, sus lectores y su contenido artístico han inspirado su mutua evolución y sugiere que eso seguirá siendo así en los años venideros. Para ver hacia dónde va el libro debemos pensar en él como un objeto que ha atravesado una larga historia de juego y experimentación. En lugar de llorar su muerte o de crear una dicotomía entre el libro impreso y los medios digitales, esta guía señala continuidades, posiciona al libro como una tecnología cambiante y subraya el modo en que los artistas de los siglos XX y XXI nos han empujado a repensarlo y redefinirlo.
En esta exploración sobre los diversos artefactos que consideramos “libro”, con algunas breves incursiones a terrenos interdisciplinarios que han tenido alguna influencia sobre la historia del libro, he tomado el libro de artista y su modo de interrogar la forma a través del contenido como un paradigma instructivo para pensar el camino hacia el libro digital. Más que trazar una historia teleológica sobre el mejoramiento constante de la legibilidad, la distribución y el vínculo con la lectura, las mutaciones del libro nos hablan sobre lo condicionados que están nuestros ideales culturales del arte y la autoría. Espero que este mapeo de esos cambios ofrezca un camino para aquellos interesados en dar forma al futuro del libro. Tal vez torturarnos sobre la muerte del libro sea tan errado como nuestro temor por la caída en el nivel de lectura hace una década, cuando el National Endowment for the Arts de los Estados Unidos publicó en el estudio Reading at Risk (‘lectura en riesgo’) “una caída de diez puntos en la lectura de textos literarios entre 1982 y 2002”. (3) Esas pérdidas han sido invalidadas desde entonces, ya que no es que estemos leyendo menos, sino que estamos leyendo de manera diferente. La interacción humana con la lengua y la literatura requiere de determinadas experiencias de lectura portátil. No es extraño que el libro crezca y cambie con nosotros.
Mi propio crecimiento como artista e intelectual en este tema se ha visto enormemente beneficiado por una comunidad de colaboradores con quienes he tenido la oportunidad de explorar los límites del libro. Le estoy agradecido a Brad Bouse, mi compañero en todas las cosas, quien me alentó a desarrollar mi investigación sobre literatura y medios electrónicos. También le estoy agradecida a Nick Montfort, un gran intelectual que me introdujo al vocabulario básico y fue el primer lector de este trabajo. Sandra Kroupa, bibliotecaria de las colecciones especiales e índice viviente de la colección de libros de artista de la Universidad de Washington, fue una guía invaluable. Varios interlocutores han sido una gran influencia e inspiración para mi análisis crítico y creativo sobre la conexión entre los medios impresos y digitales, en especial Jessica Pressman, Dene Grigar, Kathi Inman Berens, Stephanie Strickland, Élika Ortega y Alex Saum-Pascual. También estoy agradecida por las invitaciones al Reva and David Logan Symposium on the Artist’s Book en San Francisco, al simposio “Máquinas de inminencia: estéticas de la literatura electrónica” en la Ciudad de México y al simposio Digital Technologies and the Future of the Humanities en la City University de Hong Kong. Agradezco también por la invitación a participar de la iniciativa del Center for Science and the Imagination de la Universidad Estatal de Arizona, Sprint Beyond the Book. Algunas de las ideas que se encuentran entre estas tapas empezaron a gestarse durante mi beca posdoctoral Mellon en el MIT, donde tuve el honor de presentar junto con Gretchen Henderson el simposio UNBOUND: Speculations on the Future of the Book. No hubiera podido terminar este volumen sin la generosa ayuda de la Facultad de Artes y Ciencias Interdisciplinarias de la Universidad de Washington Bothell, así como de la Beca de Innovación Worthington, que me permitieron tener el tiempo necesario para dedicarle a la escritura. Terminé de escribir parte de este manuscrito en el Centro Whitely de la Universidad de Washington, mi refugio y scriptorium, al cual le estoy inmensamente agradecida. También quiero agradecerles a Marc Lowenthal, Anthony Zannino y a todo el equipo editorial por su apoyo a lo largo del proceso que fue hacer este libro. Finalmente, mi propio amor por los libros en todas su formas empezó en mi familia: infinitas gracias.
1. Leah Price, “Dead Again”, The New York Times, 10 de agosto de 2012, en <www.nytimes.com/2012/08/12/books/review/the-death-of-the-book-through-the-ages.html> [consulta: 17/7/2017].
2. “codex, n.”, OED Online, Oxford University Press, junio de 2017, en <www.oed.com/view/Entry/35593> [consulta: 17/7/2017].
3. Reading at Risk: A Survey of Literary Reading in America, National Endowment for the Arts, junio de 2004, https://www.arts.gov/sites/default/files/ReadingAtRisk.pdf [consulta: 17/7/2017].