Читать книгу María Kumbá - Ana Gloria Moya - Страница 11
Oyá, guerrero del viento, que nuestro país no sea invadido por destructores. Ayúdame a descansar sobre la tierra, libre de desengaños indebidos.
Оглавление¡Pucha que me visitan fantasmas esta noche! Me debo estar por querer morir, o la muerte debe andar por querer llevarme. Así decía mi abuela que es cuando llega la hora; que los finaditos que uno quiere en vida ayudan a morir. Y ella se murió nomás, de tanto pedirle a Oyá que se la llevara con él. Tan linda la pobrecita, la mató la vergüenza de andar por ahí con la frente marcada con una carimba como un animal. Y una mañana, vestidita de blanco, apareció difunta mirando al cielo. A mí sí que la huesuda no me asusta, la tuve tantos años alientándome en la espalda que, si me apura un poco, le diría que me quiero morir de una vez. Casi no conozco a los vivos; con tantos amores muertos que me esperan ya quiero estar con ellos y no aquí, escuchando rezongar a la Carmen. Tan gruñona… no parece mi nieta.
¡Qué calor hace esta noche! Para peor con tanta humedá, los bichos andan en nubes. Mejor me voy a quedar sentada en esta hamaca a esperar que aclare, acá la osamenta aguanta mejor que en el catre de sauce; ya ni con el bastón puedo moverme sin que me duelan hasta las uñas.
También, ¡qué no hice en esta vida! Empecé a pelear al lado de mi Ño General ya cumplidos los cuarenta… Y nunca me achiqué, ni cuando me agarraron allá en el Norte, ni planchando esa parva de camisas de los oficialitos que les gustaba andar bien puestos. ¡Cuando cambia el tiempo, ando crujiendo como bisagra oxidada, qué se va a hacer! Los años no piden permiso, vienen de a poco, arriando la muerte.
Esta tarde también me sacaron a pechones de la casa del Gobernador Viamonte. No voy a ir más a verlo. Los sirvientes ni le deben querer decir que lo ando buscando. ¡Pobre, qué alegría tuvo cuando me reconoció! Era un domingo que se me dio por ir a la Catedral a esperar que salga el gentío de la misa de doce. Es el mejor lugar para pedir unas monedas porque todos salen santos y generosos. Creen que por santiguarse con agua bendita el domingo se van a ganar el cielo…
¿Si me da vergüenza pedir?: la verdá que ya no. Si sabré que casi nadie se salva de andar de mendigo cuando no le interesa la plata. Si no me cree, mire a mi pobre Ño General: implorando ayuda a los importantes, llegó a gatas, vomitando sangre, a morir en Buenos Aires. ¡Limosna le tiraron para que se pague el viaje! ¡Qué me iba a salvar yo, mulata vieja, de esa suerte, si ni él pudo!
Bueno, le sigo contando cómo me descubrió el pobre Viamonte. Ese domingo que le digo, me le acerqué a un señor bien elegante que salía de la Catedral. No mucho, medio haciéndome la tonta, porque a veces mi abuela princesa me reta al verme pedigüeñar. Y ahí nomás siento que me agarran de la mano y me dicen: ¡Pero si sos la tía María! De lo emocionado que se puso casi lloraba el hombre. Yo le decía «estoy bien, estoy bien, no se preocupe», y lo palmeaba como antes, cuando esperábamos al enemigo en medio de la noche y él le temblaba a la muerte. Nunca hay que confiarse, los hombres, por más valientes que sean, sueltan los mocos. ¡Si se los habré secao antes y después de los combates!
Ahí mismito el Gobernador Viamonte despidió a todo el miliquerío que lo escoltaba. Empezó a decirme que era injusto que ande por la calle pidiendo, si era un soldado de la Independencia. Ahí largué la carcajada porque soldado jamás fui. Yo fui la tía María para todos mis mozos, para mi Ño General… Mi Ño General… no puedo acordarme de él sin que los ojos, solos nomás, se larguen a llorar. Mocos de vieja, dice la Carmen. Pero no lloro al vicio, porque bien he sabido yo lo que sufrió esa alma de Dios, buena como no conocí ninguna, que si en algo le erró fue en querer demasiado a la Patria y olvidarse de él. Se lo digo yo, que lo conocí, que lo quise como a nadie, se lo juro, y que aunque nunca se sepa…, bueno, mire si seré bocona, ni siquiera lo conozco y ya le iba a soltar el secreto más pesado que guardo en mi corazón…
Esta noche las estrellas parecen faroles, igualito que en el Norte. ¡Qué tierras aquellas! Lindos lugares, llenos de gente tan valiente a la hora de pelear que parecían medio locos, con algún orishá guerrero metido adentro que los guiaba. Una baja por esas huellitas angostas casi cayéndose de la mula, y le digo que parece que la montaña lo va a aplastar. Pero no, allá abajo espera un llano que sigue hasta que se trepa a otra montaña de colores que como enojada espera al fondo. Ahí nomás se juntan y suben bien alto: nieve o nube lo mismo es, depende de la época del año que toque.
Le cuento que los mozos se reían al ver mi susto; acostumbrada a Buenos Aires que ni una lomadita siquiera tiene, mi cara los hacía carcajear. El que más se reía era Gregorio Rivas, ese caradura sinvergüenza que me desnudó antes que pudiera darme cuenta. Mis mozos… sus caras también me visitan esta noche… como usté… No pasa un día que no le pida a Oyá que les cuide el alma. Tan jóvenes y valientes, todavía me duele el corazón de acordarme cómo se me iban muriendo. Tacuarí, Salta, Ayohuma, se me hace un lío en esta cabeza vieja que no se los puede olvidar. Cuándo se me irá el espanto de los recuerdos…