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Ocaso

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Y la palabra poética hizo presencia. Abrió la puerta a un paisaje de pensamiento, donde la tierra es el sentido de lo humano que emerge del humus profundo de la tierra. Pero ¿cómo podría ser la tierra el sentido de lo humano, humus profundo de lo humano (Artaud, 1984) y lo humano humus de la tierra (Noguera, 2012), si el Hombre no se supera a sí mismo? (Nietzsche, tomo 2, 2000). Superar el Hombre como acontecimiento filosófico ligado a la filosofía del sujeto, es superar la Tierra, como acontecimiento filosófico ligado a la filosofía del objeto. Sujeto y objeto deberán superarse, para que lo humano devenga humus de la tierra y por tanto, la tierra, humus profundo de lo humano.

Superar al Hombre no tiene que ver con cantidad, cualidad, negación o afirmación. Es pausar, hacer una epojé, disolver, olvidar, despojar, deconstruir el sujeto y el objeto, como acontecimientos que han marcado el ritmo de la relación humano-naturaleza. Es retornar, como Ícaro, a la casa, a la tierra natal. Sin embargo el retorno de Ícaro fue caída mortal; su padre Dédalo, el cretense más ingenioso y creativo, el hombre maduro que había aprendido a construir técnica con prudencia y serenidad, en consideración de los límites de la naturaleza; que a partir de errores –muchos de ellos mortales–, había llegado a comprender que la prudencia y la serenidad tenían que guiar la creación técnica del hombre, fracasó mortalmente. Para escapar del laberinto que Dédalo mismo había construido en la isla donde corrían peligro por causa del Minotauro, construyó unas alas para él y otras para su hijo Ícaro. Conocedor de las leyes de la naturaleza, Dédalo pegó las alas con cera, de tal manera que pesaran lo suficiente para que los dos pudieran volar cómodamente: ni muy cercal del sol, pues su calor podría derretir la cera, ni muy cerca del mar, pues el agua podría también despegar las alas (Ángel, 2002).

Mientras le colocaba las alas a Ícaro, Dédalo no cesó de advertirle que volara prudente y serenamente. El italiano Andrea Sacchi en su “Ícaro” (1650) expresa la ternura y el amor de Dédalo por su hijo; la manera tranquila como lo mira, la esperanza de su obediencia. Sólo quiere salvar a su hijo y salvarse a sí mismo del peligro inminente, a partir de una técnica, sabia y prudente, pero que transgrede las leyes de la naturaleza humana: la técnica de la naturaleza que ha permitido volar a algunos seres vivos.

El joven Ícaro es sin duda la joven civilización occidental; la decisión filosófica metafísica, que toma el pensamiento clásico griego emergente del Meditereáneo, y la creencia judeocristiana, emergente de la Media Luna de las Tierras Fértiles, en la existencia de un mundo supraterrenal, celestial, real y único, al cual deberá tender occidente, despreciando la tierra, la naturaleza, los cuerpos, la vida matérica.

Pero Ícaro, como lo expresa la pintura de Peter Paul Rubens de 1636, desobedeció las sabias advertencias de su padre, y el calor del radiante sol derritió la cera de sus alas, cayendo al mar, sin que su padre, atrozmente angustiado, pudiera salvarlo. Los límites de la naturaleza fueron transgredidos por el joven, que en su deseo de volar lo más alto posible, no tuvo en cuenta las sabias advertencias del ingeniero cretense.

La puesta del sol es inminente. El Ícaro moderno, ha disfrutado en muy poco tiempo la fiesta faústica de la dominación de la tierra; el poder ha enceguecido al sujeto moderno. La crisis de la vida, como expresión radical de la crisis civilizatoria, está emergiendo cada vez con más fuerza, mientras el sol llega a su ocaso. El sol es la luz de la razón del sujeto moderno, ordenándolo todo, construyendo un imperio que como el del rey sol, no tenga límites.

La vida como centro: arte y educación ambiental

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