Читать книгу La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri - Страница 11

Anochecer

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Sin embargo, el radiante sol del mediodía es también la esperanza de su ocaso. La noche va emergiendo del día y al amanecer todo despierta, agradeciendo el sueño, el reposo, la pausa. Un tiempo circular, oblicuo, reptante, dibujado en las profundidades de la tierra; un tiempo sedimentado en cada grieta de la montaña; un tiempo geograficado, una geografía vivida en los cuerpos de la tierra, en el cuerpo-tierra (Noguera, 2012), asisten y configuran; constituyen y contemplan los paisajes de la tierra, sobre la tierra y en la tierra.

“El superhombre es el sentido de la tierra” (Nietzsche, 2000: 490) y ello supone el ocaso del hombre. La fugacidad del hombre en la tierra está en relación directamente proporcional con la fugacidad del sujeto en la filosofía. Sólo trescientos años –occidentales, cronológicos– y ya la filosofía del sujeto –y del objeto, pues no hay sujeto sin objeto, así como no hay objeto sin sujeto–, llega a su ocaso. El Hombre, categoría pretendidamente universal, emergente de una cultura que decidió escindirse de la tierra, es una reducción. Va dejando de ser humus para convertirse en domus; pero aún así, es posible su retorno a humus. Aún así, construyendo su morada en colectividad, en vecindario con otros, Zaratustra afirmó: “El hombre es algo que debe ser superado” (Nietzsche, Tomo 2. 2000: 489).

Sin embargo, la esperanza de poder superar el hombre, hace que luego de esta afirmación, Zaratustra pregunte: “¿Qué habéis hecho para superarlo?” (p. 489).

Urge el ocaso del hombre para superar al hombre. Es el ocaso trágico y jovial del ídolo, el dios de occidente: la razón y por tanto, el sujeto. Hombre y sujeto se confunden en el abrazo exitoso, en la fiesta del dominio técnico de la tierra: el domino fáustico. La razón de Fausto es el Sujeto, ¿pero… qué es el Sujeto?

Lo que fundamentalmente me separa de los metafísicos es esto: no les concedo que sea el “yo” (Ich) el que piensa. Tomo más bien al yo mismo como una construcción del pensar, construcción del mismo rango que “materia”, “cosa”, “sustancia”, “individuo”, “finalidad”, ‘número: sólo como ficción reguladora (regulative Fiktion) gracias a la cual se introduce y se imagina una especie de constancia, y, por tanto, de “cognoscibilidad” en el mundo del devenir. La creencia en la gramática, en el sujeto lingüístico, en el objeto, en los verbos, ha mantenido hasta ahora a los metafísicos bajo el yugo: yo enseño que es preciso renunciar a esa creencia.

El pensar es el que pone el yo, pero hasta el presente se creía “como el pueblo”, que en el “yo pienso” hay algo de inmediatamente conocido, y que este “yo” es la causa del pensar, según cuya analogía nosotros entendemos todas las otras nociones de causalidad. El hecho de que ahora esta ficción sea habitual e indispensable, no prueba en modo alguno que no sea algo imaginado: algo que puede ser condición para la vida y sin embargo falso (Nietzsche, tomo 4, 2000: 1804).

El hombre es, entonces, una ficción. Zaratustra propone la superación de esa ficción: “permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no” (Nietzsche, tomo 2, 2000: 490) Si el hombre es el sujeto, el superhombre será aquel que se libera del sujeto para retornar a la tierra, aferrarse a ella, ser fiel a ella.

Pero el tiempo del superhombre no llegó a las geografías del sistema mundo europeo. El siglo xx comenzó con la catástrofe más intensa creada por el Hombre: la Guerra Mundial. El proyecto de la razón positiva, universal y unificadora, se realizó exitosamente en el delirio fáustico de la industria de la guerra, que a su vez industrializó la barbarie de occidente y se expandió de manera atroz a la tierra misma, como industrialización de la muerte de la tierra, para fines de obtener una permanente victoria, sobre las fuerzas incontenibles de la naturaleza. La razón científica superó toda posibilidad de límites éticos y políticos. Por supuesto, la filosofía neopositivista sustentó, mejor que nunca y acudiendo a la monología, a la avidez de los industriosos, a la ambición de los que bailaban la fiesta de la desmesura, el progreso y el desarrollo de los estados-nación modernos. A este sustento monológico se le siguió llamando “epistemología” y, por supuesto, todo saber-otro, toda forma de conocer diferente a la de la relación sujeto-objeto, no sería aceptada como conocimiento, ni mucho menos como verdad. La relación entre conocimiento y verdad se convirtió rápidamente en sujeto de poder, es decir, en discursos fundamentados en una sola lógica, con pretensiones de universalidad. Ante una verdad universal, comenzó a ser necesaria una defensa de esa verdad como universal; todo aquello que no respondiera o aceptara dicha verdad sería expulsado de la alta iglesia del neopositivismo. Esto fortaleció la guerra: ahora mundial, significaba una guerra industrializada, donde el mundo que no cupiera en el sistema-mundo-occidental-moderno-eurocentrista-monológico, sería declarado enemigo de ese sistema mundo.

Luego de la primera vino la Segunda Guerra Mundial, que acabó de organizar el sistema-mundo-occidental-moderno-eurocentrista. Resultado de esa nueva organización, la unicidad de pensamientos, las categorías universales de sujeto, objeto, desarrollo, progreso, dominio del mundo, ahora se expandían al universo; el Hombre en su vuelo hacia el conocimiento universal tendría como objetivo final, durante el siglo xx, el dominio del universo. Las guerras ahora serían entre planetas, sistemas solares y galaxias. La nasa y Hollywood, juntos en la misión más importante emprendida por la humanidad (el hombre: noroccidental moderno y blanco): el descubrimiento, control y dominio del universo se confunden. Cada una podría estar financiada por la otra, para que la ficción del Sujeto Universal se convierta en fantástica realidad.

La espectacularización de la vida comenzó a formar parte de un proceso aún más doloroso: su mercantilización. Gracias a la tecnología, el sentir –mirar, tocar, degustar, escuchar– se expandió estéticamente. Nuevos dispositivos hicieron posible esta expansión. Ícaro volaba fáusticamente cerca del sol. Mientras sus alas se derretían, el arte se escindió de la tierra, alcanzando a Ícaro; al verlo retornar, el arte asumió la postura de Dédalo: mantuvo un vuelo sereno; no olvidó que había emergido de la tierra, que era la manera de hacer de la naturaleza creadora, que era la única posibilidad de retornar a casa y que la experiencia vivida era una experiencia eterna y fugaz. La eternidad en un instante, como lo afirmara William Blake, sólo es posible habitando poéticamente esta tierra.

El mundo de la vida se convierte en escenario donde la actriz principal: la vida, se reduce a un documental, una secuencia de fotografías revisadas, corregidas, técnicamente casi perfectas, para que pensemos en la belleza como algo inherente a los objetos, y no a la vida misma. La vida-arte entra en el circuito del entretenimiento.

Mientras esto acontecía en el noroccidente como red de símbolos, en otras geografías del mismo noroccidente, del sur, de oriente y de otros lugares, donde no existen estas diferenciaciones geográficas, comenzaron a hablar sobre la urgencia de lo que Nietzsche en Zaratustra, insiste: “¡…permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no” (Nietzsche, tomo 2, 2000: 490).

El pensamiento ambiental concibe la vida fuera de la lógica occidental moderna, fuera de la lógica positivista y nepositivista, fuera incluso de las lógicas occidentalocentristas; el pensamiento ambiental subvierte el orden establecido por en sistema-mundo europeo. Por ello son Hölderlin y Nietzsche quienes permiten poéticamente esta ruptura, o por lo menos la sospecha del sujeto y del objeto. Es Hölderlin quien llama al hombre a superarse; a ser uno con todo lo viviente, a permanecer en la tierra, como artista y amando la naturaleza como obra de arte.

La vida como centro: arte y educación ambiental

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