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Florecimiento

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América o, mejor dicho, Abya Yala: tierra generosa, fértil, en florecimiento, buen vivir, sigue floreciendo pese a todo. Sus artistas, a lo largo del siglo xx, siglo de la barbarie en palabras del historiador Egipcio Eric Hobsbawm, han permitido que esta tierra permanezca. En su variedad infinita, la tierra como poiesis, la tierra creadora, poética, madre; la pachamama, continúa viva. Pese al saqueo atroz de los hombres que permanecen en los cielos icarianos; pese a las crueles guerras declaradas por ellos para dominarla y, así, dominarnos; pese a la muerte de millones de seres humanos y no humanos, orgánicos e inorgánicos, a manos de la explotación de los llamados “recursos” por los discursos del desarrollo; pese a todo, Abya Yala, llamada así por los cunas desde tiempos no cronológicos, florece en cada habitar poético. Desde los inicios del siglo de la barbarie, la brasileña Tarsila do Amaral, plasmó en sus lienzos la América Profunda de la que después hablaría bellamente el filósofo y pensador argentino Rodolfo Kusch.


Figura 3.3. Tarsila do Amaral, “Antropofagia” (1929). Museo de Arte Latinoamericano, Buenos Aires.

“Antropofagia” no sólo fue el nombre de esta bella obra pintada en 1929. Tarsila do Amaral, junto con otros importantes pintores, escritores y poetas del Sur, dedicaron muchas de sus obras, a dejar una huella que sigue presente en la memoria de los pueblos del sur: ser nosotros, alimentándonos, nutriéndonos de nosotros mismos, de la tierra que somos. Ser-sur, devino en estar-sur, florecer-sur, pensar-habitar-sur.

En tributo, homenaje y celebración continua a la tierra que somos, en la pintura “Antropofagia”, Tarsila expresa la relación profunda con la tierra; el arraigo está en ese pie inmenso, caminante, campesino, en contacto profundo y amoroso con la tierra; el inmenso seno expresa la generosidad de la naturaleza; la madre nutricia, el permanente nutrir que es la tierra. Y la cabeza pequeña no es otra cosa, que la renuncia al mundo de las lógicas excluyentes, lineales, reductoras de la exuberancia de la vida. Colocar el sujeto-yo-razón en el lugar que le corresponde en las sinuosidades del mundo de la vida; darle a la maternidad y al contacto con la piel de la tierra, el maravilloso lugar que les corresponde en los pueblos de Abya Yala, seguirá siendo una potencia movilizadora de sentires y sentido de nuestras maneras de habitar la tierra, producida por Tarsila do Amaral y el grupo de artistas en resistencia creadora, que la acompañaron en su acometida antropofágica.

Y esta es la manera como pueblos originarios de Abya Yala proponen hacer frente a lo que deviene y adviene desde el punto de vista de la llamada crisis ambiental. Aunque ella es una emergencia occidental-moderna, sus efectos son de orden planetario. Los pueblos originarios lo saben, y es por ello que su poesía adquiere una mayor fuerza inusitada; en tanto habitar poéticamente es habitar en el florecimiento. El poeta Vito Apüshana, de la Nación Wayuu (Colombia), escribe:

La Palabra, en el pensamiento mítico indígena ha sido creada principalmente para anunciar la Poesía. Para hacerla acto consciente en la memoria colectiva: como pintura invisible que se describe. La Palabra se justifica en tanto actúa como red de pesca, en donde la poesía es puesta en situación…redescubierta desde el lenguaje de la piel hacia la enunciación que la señala en la fugacidad, en la reiteración y en lo inabarcable.

La poesía es un componente estructurante y hacedor de lo cotidiano […]

Entre los antiguos Mexicas (México prehispánico), la Poesía era anunciada desde la palabra compuesta: Xóchitl-Tlatolli, que viene de las palabras Xöchitl: Flor y Tlatolli: Palabra. La Palabra-Flor (Apüshana, 2014: 49).

La relación profunda entre estos dos acontecimientos, configuran el lienzo de Abya Yala. En él, la poesía compuesta de Palabra y de Flor nos permite comprender por qué Abya Yala significa Tierra en Florecimiento y Buen Vivir. Compuesta de dos significaciones, Abya Yala es habitar y hábitat. Habitar nos lanza a pensar en el buen bivir; y hábitat es tierra en florecimiento. La única manera como permanece la tierra es cuando los poetas se disuelven en ella, la madre que abraza a sus hijos.

El florecimiento de la vida, sólo ha sido posible en la Tierra, gracias al buen vivir de muchos pueblos para los cuales la crisis ambiental no existe. Ellos nunca vieron a la tierra como algo externo, como objeto o como recurso; ellos nunca estuvieron separados de la tierra.

Ahora, ante la devastación de la tierra –hecha por el hombre-humano occidental moderno–, los pueblos originarios, a partir de comunidades de resistencia estético-políticas, han ido emergiendo de las profundidades de la tierra, de las densidades de las selvas, de los lugares ignotos de las geografías de Abya Yala, para pedirle al hombre que le sea fiel a la tierra; que el florecimiento de la tierra es el florecimiento de la vida; y para que esto acontezca es urgente habitar poéticamente la tierra: buen vivir. Esparcir con cada palabra-flor, aromas, colores, sabores.

La flor que se abre al mundo, entrega su aroma, su color, su polen…; así la Palabra… al nombrarla se abre al mundo, entrega significado y propicia interpretaciones… mueve la vida, como la flor, con su propio aroma, color… su polen lingüístico que esparcirá otros significados, otras palabras, jardín de sonidos polisémicos. He aquí la cotidianidad de la poesía.

Escribió el poeta Jorge Cadavid acompañando una bella imagen del fotógrafo Sergio Echeverri (2015):

Si el árbol puede ver y tocar sin ojos y sin manos

¿entonces por qué no oír

el canto de los pájaros invisibles

en sus ramas?

(2011: 34)


Figura 3.4. Pájaros de tinta.

Nuestra tierra latino-abyayalense, ha permitido el brote, el florecimiento de comunidades en habitar poético, aún en medio de la ignominiosa colonización y neocolonialidad. Un kofán lo expresa con belleza:

Oh mi dios!

Hay abundancia de maíz:

el tierno tallo de maíz,

se estremece ante ti.

Tiene fija la vista en ti:

en tus montañas te adora

(Zalamea, 2014: 7).

Poetizan los kofanes, pueblo originario del Alto Putumayo (Colombia), en las vertientes selváticas de la cordillera oriental, profundamente ligado a la tierra:

Estoy floreciendo como un Guarango.

Viene el viento y caen la flores.

Se cae y se seca el palo.

Así mismo mi mozo y yo,

nos secamos

La felicidad y el amor se expresan en el florecimiento. Cómo podríamos ser felices, mientras el desierto crece y todo es sequía?

El joven poeta Nasa Wiñay Mallki (Freddy Chikangana) de las comunidades originarias del Cauca, Colombia, le canta a la Madre Tierra, en un poemario titulado: “El colibrí de la Noche Desnuda” o Espíritu de Pájaro en pozos de ensueño:

Madre perfecta, maravillosa

Me pariste al mundo y me amamantaste

A ti, seno, alimento sagrado, mujer:

A tus pies me inclino.

Humilde hoja soy

Y en tu frondoso cuerpo soy árbol,

Soy tierra de tu tierra,

Semilla de tu inmensa cosecha.

Ahora respiras el aire que yo respiro

Mientras lo que yo miro,

Sientes lo que yo siento;

Ahora quizá te mueres conmigo

Mientras alguien llora nuestra muerte.

(Chicangaña, 2010: 13)

Y cierran bellamente el escritor Jorge Cadavid (2011) y el fotógrafo Sergio Manuel Echeverri (2015), reencantándonos con la lengua de la tierra. Cadavid escribe:

Poética

El árbol se narra a sí mismo

los troncos se ladean

azotados por el viento

Los capullos germinan

Atrás los frutos resplandecen

El tiempo de exposición

Es toda la vida

Sergio Manuel (2015), mira:


Figura 3.5. Viaje del agua.

En Contra-canto, Cadavid (2011) siente el sinsentido de la vida en su hermosa profundidad y Echeverri (2015) logra encontrar en la fotografía, sentidos a los sinsentidos:

El camino que hace la hoja al caer, no conduce a ninguna parte

Nadie sospecha que existe

Un sendero invertido en el aire

Y que alguien viene por él

Quizás una hoja opuesta a su destino.

Y, finalmente, en el poema el “Jardín Interior” Cadavid (2011) y Echeverri (2015) expresan el enigma de nuestro ser en el mundo:

La anciana habla a sus flores:

“Tengo nombres para vosotras:

violetas, geranios, alelíes,

y vosotras no tenéis uno para mí

Mi nombre una vez lo supe,

Luego con el tiempo lo olvidé

Nuestra conversación es silenciosa

Va de primavera a otoño

Y este viaje se torna infinito

Vivimos entre dos mundos

Uno de los cuales es inefable”. (33)

La vida como centro: arte y educación ambiental

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