Читать книгу La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri - Страница 19

El poeta: cronista profundo de su tiempo

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En su poesía, Pacheco ejerce la crítica contra la ciudad y hace el elogio de la naturaleza. En su obra abundan elementos del mundo natural: mar, aire, peces, pájaros, caballos, bosques, ríos, tigre, halcones, perros. Hace una defensa constante de todos ellos, como en este poema donde habla contra los taladores de árboles:

El árbol

El árbol que en su ostentosa perfección empleó quinientos años para acortar en veinte metros la distancia entre el cielo y la tierra quiere alabanzas. Nos ha dado tanto: oxígeno, frutos, sombra, belleza. Intuye que nos acercamos y piensa que hemos venido a elogiar el grosor de su tronco, la textura de sus nudosidades, el virtuosismo estilístico de las ramas que se extienden en todas direcciones, sin aparente simetría pero con un orden interior y muy sabio. El árbol quiere merecidamente alabanzas. ¿Cómo desengañarlo o pedirle escusas antes de abatirlo con nuestra sierra eléctrica?

Además de escribir sobre la historia, Pacheco también escribe sobre el deseo de que otra realidad existiera en el mundo; es decir, escribe sobre cosas que desearía o desea que existieran. Su utopía gira alrededor de la belleza y de la fabulación: “Sólo anhelo lo posible imposible, un mundo sin víctimas”.

Puede ser un río, una gota de agua, una cascada o hasta el mar. Todo cabe en el poema sabiéndolo acomodar. O el viento y el pájaro en vuelos desprogramados. O la tierra aérea y simbólica. O la palpable y caminable de los días. La sembrada de vida o la dañada por los humos de la estupidez humana. En nuestro país, José Emilio Pacheco (que en paz descanse) es un estupendo ejemplo de la crítica contra la destrucción de la naturaleza, pero también de la capacidad de ella de pervivir y transformarse. Veamos:

Apunte del natural

Una rama de sauce sobrenada en el río,

Huida por la corriente se encamina hacia el ávido mar.

Al tocar el follaje el viento impulsa la navegación, la rama entonces se estremece y prosigue. En sus hojas se anuda una serpiente. En sus escamas arde la luz del sol, los rastros de la lluvia. Rama y serpiente se enlazaron para constituir una sola materia. Piel es la madera y la lengua un retoño afilado, venenoso. La serpiente ya no florecerá en la selva intocable. El árbol no lanzará contra las aves sus colmillos narcóticos. Ahora, vencidas, prueban la sal del mar en las aguas fluviales. Luego entran en el vórtice de espumas y llegan al Atlántico mientras la noche se propaga en el mundo. Serán por un momento islas, olas, mareas. Unidas llegarán al fondo del océano y ahí renacerán en la arena inviolable.

“Todo lo que vemos –escribe Paul Cézanne– se dispersa, se volatiza. La naturaleza es siempre la misma, pero nada queda de ella, nada queda de los fenómenos que percibimos. Es nuestro arte lo que da duración a la naturaleza, a todos sus elementos y todos sus cambios”. Esa dispersión de la que habla Cézanne es el riesgo y obstáculo mayor que tiene el escritor contemporáneo. La concentración en un punto es necesaria para crear una obra. Las distracciones son su mal mayor dice Octavio Paz.

Con respecto de nuestro preciso tema, Rainer María Rilke ilustra de manera poderosa. Escribe en sus Cartas a un joven poeta: “El creador debe de ser todo un universo para sí mismo, y encontrar todo en sí, y en el fragmento de la naturaleza al que se ha incorporado”. La poeta chilena Gabriela Mistral se concentra en imágenes y ritmos alrededor de un solo asunto: La cordillera de los Andes. Aquí fragmentos de ella:

Cordillera

¡Cordillera de los Andes!

Madre yacente y Madre que anda.

Caminas, madre; sin rodillas,

dura de ímpetu y confianza;

con tus siete pueblos caminas

en tus faldas acigüeñadas;

caminas la noche y el día,

desde mi Estrecho a Santa María

y subes de las aguas últimas

la cornamenta de Aconcagua.

Pasas el valle de mis leches,

amoratando la higuerada;

cruzas el cíngulo de fuego.

Viboreas de las señales

del camino del Inca Huayna,

veteada de ingenierías

y tropeles de alpaca y llama,

de la hebra del indio atónito

y del ¡ay! de la quena mágica.

Donde son valles, son dulzuras;

donde repechas, das el ansia;

donde azurea el altiplano

es la anchura de la alabanza.

Extendida como una amante

y en los soles reverberada,

punzas al indio y al venado

con el jengibre y con la salvia;

en las carnes vivas te oyes

lento hormiguero, sorda vizcacha;

oyes al puma ayuntamiento

y a la nevera, despeñada,

y te escuchas el propio amor

en tumbo y tumbo de tu lava…

Bajan de ti, bajan cantando,

como de nupcias consumadas,

tumbadores de las caobas

y rompedor de araucarias.

¡Carne de piedra de la América,

halalí de piedras rodadas,

sueño de piedra que soñamos,

piedras del mundo pastoreadas;

enderezarse de las piedras

para juntarse con sus almas!

¡En el cerco del valle de Elqui,

bajo la luna de fantasma,

no sabemos si somos hombres

o somos peñas arrobadas!

En “Vida y poesía” el filósofo alemán Wilhelm Dilthey expone ideas iluminadoras sobre el arte. Escribe: “Toda obra poética actualiza un determinado acaecer. Proyecta, por tanto, ante nosotros, la simple apariencia de un algo real, por medio de las palabras y sus combinaciones. Debe pues, emplear todos los medios del lenguaje para producir impresión e ilusión y en este modo artístico de tratar el lenguaje reside uno de los primeros y más importantes valores estéticos de la obra poética […] El genio artístico de las más grandes poetas consiste precisamente en presentar el acaecimiento de tal modo que resplandezca en él la trabazón misma de la vida y su sentido”. Estas palabras geniales de Dilthey bien se pueden aplicar al siguiente poema clásico (referencial e instaurador) del gran escritor francés Charles Baudelaire (1821-1867). Se titula “Correspondencias”. En él presenta a la sinestesia no como un recurso literario externo sino como una necesidad para integrar el cosmos, lo humano incluido. Y en el centro de todo la naturaleza. Donde todos sus elementos están y aparecen –por la gracia del poema– íntimamente relacionados.

Correspondencias

La Naturaleza es un templo donde a los pilares vivientes

Se les escapan a veces confusos susurros;

El hombre va atravesando bosques de símbolos

Que lo observan familiar mirada.

Como largos ecos que a lo lejos se confunden

En una unidad tenebrosa y profunda,

Vasta como la noche y como la claridad,

Se contestan los perfumes, los colores y los sones.

Hay perfumes frescos como la carne de los niños,

Dulces como los oboes, verdes como las praderas,

Y otros corruptos, ricos y triunfantes,

Que poseen la expansión de las cosas infinitas,

Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso

Que cantan los delirios del espíritu y los sentidos

En otro momento dijo Friedrich Shelling: “en las representaciones de la naturaleza más perfectas, o de las divinas, debía aparecer toda la riqueza de formas reunidas de que la naturaleza humana es capaz”. Eso significa que cada artista está obligado a dar lo mejor de sí y también que hay unos mejores que otros. Sea por su talento personal o por el esfuerzo constante en su aplicación y trabajo.

“La poesía necesita un largo proceso de iniciación” dijo Federico García Lorca. Y remató: “como cualquier deporte”. Hay quienes lo trabajan arduamente y finalmente revelan una obra diversa y excelente. Con un rigor que implica no solo el dominio del oficio sino una entrega absoluta al servicio del arte hasta el extremo de sacrificar la personalidad.

En España, el gran poeta Miguel Hernández es un magnífico ejemplo, pues reúne todas las cualidades necesarias para crear obras de arte verbal. Tiene amor absoluto por la naturaleza y por la poesía, de las que era gran conocedor en sus secretos y sus detalles esenciales. Veamos:

Aquí la vida es pormenor: hormiga,

muerte, cariño, pena,

piedra, horizonte, río, luz, espiga,

vidrio, surco y arena.

Aquí está la basura

en las calles, y no en los corazones.

Aquí todo se sabe y se murmura:

No puede haber oculta la criatura

mala, y menos las malas intenciones.

Nace un niño, y entera

la madre a todo el mundo del contorno.

Hay pimentón tendido en la ladera,

hay pan dentro del horno,

y el olor llena el ámbito, rebasa

los límites del marco de las puertas,

penetra en toda casa

y panifica el aire de las huertas.

Con una paz de aceite derramado,

enciende el río un lado y otro lado

de su imposible, por eterna, huida.

Como una miel muy lenta destilada,

por la serenidad de su caída

sube la luz a las palmeras: cada

palmera se disputa

la soledad suprema de los vientos,

la delicada gloria de la fruta

y la supremacía

de la elegancia de los movimientos

en la más venturosa geografía.

En “Arte y poesía” el filósofo alemán Martín Heidegger dice:

la Poesía [y está con mayúscula] no es ningún imaginar que fantasea al capricho, ni es ningún flotar de la mera representación e imaginación en lo irreal. Lo que la Poesía, como iluminación [sobre lo descubierto] hace estallar e inyecta por anticipado en la desgarradura de la forma es lo abierto, al que deja acontecer de manera que ahora estando en medio del ente lleva a éste al alumbramiento y la armonía.

El poeta alemán Fredrich Hölderlin (1870-1843) es un genio en su crítica de los racionalistas y en su elogio a la naturaleza. Ha presentado lo que su entrega absoluta a lo poético descubrió. Y lo hace aparecer en la naturaleza dándole alumbramiento y armonía. Veamos:

Como en un día de fiesta

Como en un día de fiesta el campesino

sale desde el alba a recorrer el campo,

tras la tórrida noche en que los relámpagos

caían incesantes trayendo la frescura.

Y a lo lejos aún retumba el trueno

y el río vuelve a su cauce

y el suelo, refrescado, ya verdea

y en los pámpanos gotea la lluvia

bienhechora del cielo, y los árboles del huerto

brillan bajo el sol apacible:

así os veo, en clima favorable,

a vosotros, que no fuisteis educados

por un solo maestro, sino por maravillosa

y potente presencia de la Naturaleza,

bella divinamente con sus dulces abrazos.

Por eso, durante las estaciones

en que parece dormir en el cielo

o entre las plantas o en los pueblos,

la cara de los poetas también se entristece,

y aunque parecen abandonados

están siempre presintiendo el futuro,

pues ella misma duerme con pensamientos.

¡Pero ahora despunta el día! Lo esperaba

y lo vi llegar. ¡Que esta visión sagrada

inspire mi verbo! Pues la Naturaleza

más antigua aún que las edades y más grande

que los dioses de Oriente y Occidente,

ahora se despierta con un fragor de armas,

y de lo alto del Éter al abismo

conforme a las leyes fijas, como antaño

nacido del caos sagrado,

el entusiasmo creador siente

que vuelve a nacer.

La vida como centro: arte y educación ambiental

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