Читать книгу El poder - Ana Rocío Ramírez - Страница 13
6. SEGUNDA PRUEBA
ОглавлениеRaúl no le quitaba ojo a aquel hombre mayor. Este no paraba de dar vueltas por la entrada del aula donde la chica estaba realizando el examen con su súbdito. Esperaba algo y se comenzaba a inquietar; no disimulaba los nervios, pensando que no estaba siendo visto. De repente, se abrió la puerta de la clase donde se estaba realizando la prueba. Era Ernesto. Sacó un par de folios para dárselos en mano a su jefe, al Señor.
—Acaba de entregármelo. Ni ha salido aún del aula.
—Perfecto, Ernesto. Muchas gracias y ya te informaré.
Ante esta situación, Raúl enmudeció y pasaron meses hasta que se lo contara a la chica, pues no quería inquietarla con dudas sobre si aquellos folios eran las hojas de su examen.
Justo cuando el Señor salía del hall sin dedicarle una mísera mirada a Raúl, indiferente a su presencia, salió la chica del examen con una sonrisa esplendorosa y dispuesta a comerse a besos a Raúl para agradecerle su espera allí.
—¿Qué tal, rubia? —Besó su frente.
—Muy bien. Tanto el del Señor como este los debo de tener aprobados. —Inocente seguridad sobre cómo su esfuerzo obtendría recompensa.
—Entonces, ¿a dónde vamos a celebrarlo?
—Para comenzar, a un buen sitio para comer.
—Perfecto. Sé un restaurante que te va a encantar.
—¿Te pasa algo? Te noto raro, cariño… —La chica lo percibía pensativo de más.
—Es mero aburrimiento. No me gusta tu campus universitario ni la gente de él. Es todo muy aburrido —le dijo fingiendo una sonrisa picarona para no preocupar a la chica.
—Sácame de aquí. Necesito desconectar —dijo con un tono casi de súplica.
—Yo me encargo ahora —le dijo tras darle otro beso e intentar que se sintiera protegida y segura.
Camino al coche, y como siempre en el parking de la salida, se encontraron con el Señor.
—¿Cómo te ha salido el examen? —preguntó con tono amistoso a la chica.
—Bien, aunque la última palabra la tiene usted, como siempre.
El Señor sonrió tras unos segundos de silencio incómodo. No pudo evitar que los ojos se le fueran hacia a la chica, pero de una manera sensual, contemplándola de arriba abajo. En su visión global no estaba Raúl, que desde fuera contemplaba toda la situación y no pudo evitar intervenir.
—Hola. Yo soy Raúl, su novio —le dijo mientras le estrechaba la mano.
—¿Es usted alumno mío? —le dijo con tono de burla, pues sabía perfectamente la respuesta.
—No. —La sequedad con la que respondió era impropia de la caballerosidad de Raúl. Estaba incómodo. El Señor lo estaba notando y disfrutando.
—Suerte con las notas —le dijo a la chica, mirándola solo a ella.
Tras irse, Raúl no pudo evitar preguntar para confirmar de nuevo que era el mismo hombre que la había suspendido.
—Sí, el mismo —le afirmó la chica—. Pero dime, tontorrón, esa necesidad de marcar territorio.
—No he hecho eso. Simplemente me ha nacido presentarme —le dijo con una sonrisilla de compasión tras crear una situación incómoda.
—¿Como mi novio? —De repente, antes de subirse al coche, la chica se frenó en seco frente a él—. ¿Somos novios? —le preguntó de manera sarcástica, pero con miedo de la respuesta.
—No. Bueno, sí… No sé lo que somos —le contestó con voz temblorosa por no saber la respuesta—. Pero sí sé algo: para él lo somos.
—Entonces, aunque suspenda, por lo menos sacaré algo en claro de todo esto —le dijo mientras se dirigía, esta vez sí, a la puerta del copiloto.
—Rubia —le dijo mientras la seguía y le intentaba coger la mano—, disfrutemos de lo que somos y de lo que no. Una vez estemos los dos estables e independientes al completo, pensaremos en los demás. —Mirándola a los ojos, con las manos en sus mejillas y con esos ojos azules diciéndole más que esas palabras que salían de su boca, la chica no pudo evitar sonreírle y dejarlo pasar de nuevo.
Lejos de aquel restaurante al que se fueron a comer y sentado en su despacho estaba el Señor frente a los dos exámenes de la chica, decidiendo su nota. Ella nunca llegaría a saber la real, pero aquel mismo día sus exámenes estaban puntuados con un 4,8 y un 4,9. De nuevo le tocaría ir a revisión.
Las calificaciones se publicarían dos semanas más tarde. A la chica le cogió la noticia en su piso, con Cristina, con un plan de película, palomitas y pijamas. Todo se torcía al completo.
La chica rompió a llorar sin parar. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra el sofá. Acababa de perder la beca, dado que solo se podía suspender una para solicitar la ayuda económica, y con ello posiblemente la oportunidad de poder comenzar el tercer curso de la carrera. Utilizaron la coherencia y pidió hora para las distintas revisiones. Ernesto le respondió de inmediato, citándola para dentro de dos días. Sin embargo, el Señor tardaría más de una semana en responder y citarla.
Al día siguiente la chica se vio con Alfonso y Elena para tomar café y contarles lo ocurrido, los suspensos. Elena no quiso comentar en un primer momento. Este hecho hizo dudar a la chica sobre si estaba metiendo la pata por contar el tema frente a ella de aquella manera, pues el estado de nervios e histeria le hacía medir poco sus palabras ante una compañera de profesión. Sin embargo, Alfonso le mostró su apoyo y ayuda de inmediato:
—No te preocupes. Hablaré con él —dijo con un tono de control de la situación y superioridad.
—No hagas nada. Lo que me faltaba ahora es ir de arrastrada.
—Todo el mundo necesita que le ayuden alguna vez, aunque sea un poquito. Déjame hacerlo. Te lo mereces —insistió Alfonso.
—¿Qué vas a hacer? —La chica odiaba deber nada a personas como Alfonso.
—Pedirle simplemente que te dé otra oportunidad, no que te apruebe sin más.
—Qué injusto. Como se entere alguien, se me cae la cara de vergüenza. —La chica se sentía avergonzada.
—Tranquila, no sale de aquí. Tú ve mañana a la revisión normal y le preguntas los motivos del suspenso. Que te vea lo más noble y afectada posible. —A Alfonso se le inflaba el pecho por ser el héroe.
La conversación quedó interrumpida, pues el teléfono de la chica no paraba de sonar con mensajes del foro de estudiantes de su clase. Sus compañeros escribían sobre una posible reclamación contra Ernesto por el examen de junio, dado que preguntó un tema fuera de la programación. Estaban recogiendo firmas de todos los afectados, que eran muchos, a espaldas de todos los docentes del campus para que tuviera una mayor consecuencia si pillaba por sorpresa, y más cuando contaban con la ayuda del sindicato de estudiantes. Los compañeros preguntaron a la chica sobre su postura y les dijo que no haría nada hasta ir a revisión.
Tras colgar el teléfono, Alfonso y Elena habían ido oyendo las respuestas de la chica e intuían por dónde iba el tema. La chica no esperó más y dejó de lado su prudencia:
—Elena, ¿y tú qué opinas?
—Que no debes firmar y debes hacerle caso a él —dijo mirando a Alfonso.
—Y sobre el examen, ¿piensas que estoy suspensa? —preguntó con un tono por primera vez seco y directo.
—No lo sé. No he leído tu examen, pero sí he leído los que me has hecho a mí. No te considero ni mucho menos tonta, pero un mal día puede tenerlo cualquiera. Ve a revisión y después nos cuentas.
No terminaba de captar a Elena. La intuición y lo que la chica veía en su mirada no se estaban correspondiendo con la actitud defensiva hacia su compañero y sus becarios. Sin embargo, sus ojos reflejaban una nobleza que le hacía confiar en su justicia y, sabiendo de sus problemas personales, achacó la falta de unión entre el dicho, el hecho y lo visto en su mirada a eso mismo.
Llevaba todo el día intentando hablar con Raúl, pero no supo nada de él en todo el día. Quería pedirle que la acompañara a la revisión. No a la de Ernesto, sino a la del Señor, pues tenía mucho miedo y no sabía ni por qué. La figura de aquel hombre le imponía un respeto enorme, a pesar de que siempre intentaba disimularlo. Sin embargo, no pudieron hablar hasta que pasaron las revisiones. Raúl tenía sus propios problemas en casa y no podía ayudarla en esta ocasión.
La cita con Ernesto era a las once. Llegó extremadamente puntual, aunque no le sirvió para entrar a su hora, la cola de compañeros suspensos era enorme. Este hecho la consoló, pues la hacía sentir más tranquila y pensar que quizás estaba siendo un tanto paranoica con toda la situación. Las voces de Ernesto y del alumno que estaba dentro del despacho se escuchaban desde fuera como si las puertas estuvieran abiertas. Este salió pegando un portazo y diciendo en voz alta, para que todos lo oyeran, lo cabrón que era ese profesor. Estaba advirtiendo al resto, de una manera muy peculiar, sobre las nulas posibilidades de raspar el aprobado.
El siguiente turno era el de la chica. Con cabeza baja y simpática, entró a comprobar los motivos del suspenso. Nada más entrar, Ernesto le preguntó su nombre, algo que a la chica le extrañó, pues le constaba que Alfonso ya le había avisado y puesto al día sobre su situación con la beca. Primeramente la buscó en la lista de clase y posteriormente le dio su examen para que lo ojeara. La nota de la asignatura estaba dividida en dos partes de manera proporcional: una evaluación continua y el examen final. La chica acaba de descubrir que tenía 4,6 de cinco puntos por lo trabajado durante el curso; sin embargo, a pesar de haberse pasado todo un verano estudiando y escribir durante las dos horas de examen, este contaba con una nota irrisoria: 0,2 de cinco puntos. La chica estaba alucinando. Ocho hojas de examen y dos preguntas, puntuadas con 0,1 cada una. No entendía nada de lo que estaba viendo.
Ernesto se disponía a explicarle la mísera puntuación cuando esta se percató de algo fuera de lo común en el listado de clase. En un arrebato de impulsividad, lo cogió sin pedir permiso:
—¿Por qué tiene mi nombre un asterisco? —Comenzó rápidamente a revisar toda la lista para ver si era la única, y efectivamente lo era, lo que hizo que se cabreara aún más—. ¿Y por qué soy la única con esta marca?
—Esos datos son confidenciales, señorita. Devuélvame la lista —dijo intentando alargar la mano para arrebatársela a la chica.
—¿Confidencial? Necesito una explicación. —La soltó sobre la mesa.
—Usted no está en condiciones de exigir nada —replicó con tono soberbio. Se notaba que era aprendiz de su jefe.
—¿Quién me corrige el examen? ¿Usted o el caballero del despacho de enfrente? —preguntó refiriéndose al Señor.
—Por supuesto que yo. —Le había picado en su ego académico—. El Señor simplemente me ha indicado que usted es una alumna un tanto polémica y propensa a perder las formas. De ahí el asterisco.
—Dígame ahora: ¿soy tan «polémica» como dicen por aquí? ¿Se ha sentido agredido por mi persona?
—En absoluto. Ha sido usted muy educada aun cuando ha visto su asterisco. Otra persona hubiese montado un espectáculo mayor.
—Gracias, pero me temo que de poco me va a servir. —Comenzó entonces a levantarse, dirigiéndose a la puerta—. Se me ha juzgado antes de entrar. No quiero ni perder mi tiempo ni hacerle perder más el suyo, pues ambos sabemos que no me va a aprobar.
Y cerró la puerta suavemente a pesar de las ganas de echarla abajo.
Con una sonrisa se dirigió al ascensor. No quería que nadie le notara nada y mucho menos el Señor, quien, obviamente, andaba por allí. Cuando subió, pulsó el botón y cerró la puerta, pero el gesto de la chica fue detenido por una mano femenina: Úrsula.
—¿Qué te pasa? Estás muy seria con lo risueña que sueles ser. —Aprovechó para acariciarle cerca del hombro. Quería transmitirle con un gesto su cercanía.
—Nada. Exámenes y revisiones —levantó la cabeza para contemplar qué le quedaba al ascensor para llegar— acaban agotando también al alumno.
—No te preocupes. —Esbozó una media sonrisa, algo insólito en una profesora tan fría como ella—. Seguro que al final todo sale mejor de lo esperado.
La chica le agradeció las palabras con un tono algo entrecortado, pues estaba nerviosa y no entendía cómo aquella profesora, distante y fría incluso con sus propios compañeros, la estaba compadeciendo y dando ánimos. Esto le sirvió para cambiar el gesto e intentar disimular de mejor manera su ánimo. Si alguien como Úrsula acababa de notar su mal día, e incluso la había compadecido, era un claro síntoma de que llevaba realmente mala cara.
Salió de aquella torre asqueada y más reflexiva de lo normal, como estaba siendo costumbre cada vez que pisaba aquel lugar. No quería darle más importancia, pues no era una alumna brillante para realmente estar segura de tener aquel examen aprobado según el criterio de ese departamento, aunque bien es cierto que el asterisco le había molestado y desconcertado. La chica emprendió su camino, de nuevo con la cabeza agachada. No podía dejar de pensar en todo lo ocurrido y relacionarlo con aquellos despachos y sus ocupantes.
Con pocas ganas, la chica se dirigió de nuevo a tomar café con Elena y Alfonso. Ambos habían mostrado su preocupación sobre la revisión con Ernesto. Les puso al tanto y, de nuevo, Alfonso se adelantó:
—No te preocupes. Llamo ahora mismo a Ernesto para que me diga el día para que puedas repetir el examen o si te ofrece otra alternativa. —Le cogió la mano como gesto protector paternal—. No se te está regalando nada; solo es que tengas otra oportunidad.
—Gracias —respondió con tono de resignación.
Alfonso se levantó de la mesa y se dirigió fuera del bar para poder hablar tranquilamente por teléfono.
—No le des más vueltas —le dijo Elena mirándola fijamente a los ojos—. No seamos malpensadas. Él es así. Le gusta poner a prueba a su gente.
—Pero yo no soy su gente. —La ilusa chica no comprendía la situación.
—Pero quizás sí quiere que lo seas. Probablemente, el Señor lo único que quiere es ver tus capacidades —le dijo con certeza y seguridad en sí misma y en sus palabras.
—Hay compañeros con mucha más media o que incluso han sacado matrícula con él… No tiene sentido lo que me dices —respondió con un gesto un tanto cabreado.
—No es de esos. —Elena comprendió los gestos insinuadores de la chica—. Tiene una trayectoria muy larga y brillante. Nunca se le ha conocido ningún caso ni siquiera relacionado… Confía y piensa en que simplemente te quiere poner a prueba.
Por suerte para la chica, Alfonso acababa de colgar y estaba sentándose con buenas noticias: había logrado un examen oral para ella con Ernesto. Si lo pasaba, tendría un cinco. La fecha del examen era el mismo día de la revisión con el Señor, aunque por suerte era dos horas antes.
Tenía ocho días por delante para repasar lo que ya había estudiado. Incluso no tenía que trabajar; podía dedicarse por completo a ello. Sin embargo, el cuerpo le pedía primero descansar y dormir, reponer fuerzas, comenzar de cero para no atorarse mentalmente. Necesitaba llamar a Raúl, pero no sabía con qué excusa hacerlo.
Mientras, marcaba por quinta vez su número de teléfono, el cual no tenía anotado, pues su memoria no podía olvidarlo sin más.
—Hola, mi rubia. Me tienes abandonado. ¿Qué tal estás?
—¿Abandonado? Pero… —Ni le dejó acabar la frase.
—Exacto, abandonado. Me dijiste que tenías las revisiones y que nos veríamos después de mi vuelta, y llevo dos días aquí ya, esperando una señal de «no estoy agobiada, vamos a salir» o «estoy agobiada, hagámoslo». —Pronunció ambas frases imitando la voz de la chica, con tono de burla amistosa.
—Eres tonto —le dijo riéndose y con una voz de coqueteo—. Quiero verte. ¿Dónde estás?
—¿Nos vemos en media hora en tu piso?
—Mejor en tu hotel. Cristina está a punto de llegar y no la vamos a molestar, que tiene que estudiar.
—Joder con la rubia natural. Le voy a quitar las llaves. —De nuevo intentaba hacerla reír; notaba por teléfono su agobio.
—Ya, claro. Díselo cuando la veas, a ver si eres capaz. Fíjate, creo que pagar el alquiler le da unos cuantos derechos sobre el piso.
—Ya negociaré con ella los días que me toca tu custodia. Te veo en media hora en la suite, ¿vale?
—Vale, pijo mío —contestó con tono de broma cariñoso.
Esbozó una sonrisa pletórica. Necesitaba de la energía de Raúl para ponerse a estudiar en serio; precisaba de una de sus regañinas y centrarse al completo. No sabía si saldrían a cenar o pedirían algo de comida, por lo que se acicaló un poco y se cambió de ropa. Hacía tiempo que no se veían y quería estar medio decente.
Se pusieron al día de sus vidas y de mimos. La cita acabó en cena y copa en la terraza del hotel. Pasaron horas hablando, coqueteando y mostrándole al mundo que estaban juntos, pero sin querer ser conscientes de ello. Era más fácil para la familia de Raúl aceptar que era un ligue sin más; y para ellos estar a su manera y sin dar explicaciones de su amor, utilizando la estrategia de no publicarlo, pero disfrutarlo.
Al día siguiente, como de costumbre, cada uno volvió a su rutina y, mientras él subía a la capital para trabajar, ella se preparaba el examen oral de Ernesto, un temario totalmente machacado por todas las horas invertidas en verano.