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11. LA FALSA CALMA
ОглавлениеParecía estar todo en paz y tranquilidad, pero era una calma basada en la ignorancia y la falta de información por parte de la chica. Ella seguía con su vida de estudiante, trabajando y con sus quedadas ocasionales con Raúl, al cual cada vez veía menos por sus reuniones laborales fuera de la ciudad.
La chica conseguía asistir más a clase, pues desgraciada o afortunadamente al bar solo tenía que acudir como extra en las diversas fiestas privadas de la noche marbellí. Su trabajo ya no era diario, sino ocasional, con disponibilidad total para cuando recibiera una llamada.
Comenzaron las reuniones de departamento, a las que debía asistir como delegada y en representación de sus compañeros. Este se encontraba dividido en varias áreas, dentro de las cuales había una totalmente contraria a la manera de gobernar del Señor, con choques de poder habituales entre las dos potentes figuras académicas que las lideraban. Sin embargo, el Señor era el jefe electo, aunque eso no requería tiranía de poder tal y como la ejercía, solo frenada por los pocos que no le peloteaban o le temían.
Nunca llegó a imaginar la chica que se divertiría tanto en aquellas reuniones. Estaba aprendiendo y viendo con sus propios ojos la guerra interna departamental. Los comentarios cargados de indirectas volaban de una punta a la otra de la mesa. Aquello era más parecido a un debate político español que a una universidad de excelencia académica.
Le serviría para aprender y observar; comprendería las alianzas de ambos catedráticos, sobre todo las del Señor, siempre sentado presidiendo la mesa. A su derecha, su camarada Gabriel, mientras que el sitio de la izquierda era rotativo entre sus súbditos: acudían y se sentaban aleatoriamente Úrsula o Facundo, sus leales y fieles seguidores. Hasta el momento, el mejor puesto lo tenían Úrsula y Gabriel. Llevaban años siendo íntimos del Señor, sobre todo este último, con el cual se graduó cuando estudiaban juntos y ambos llegaron hasta los puestos de catedrático que poseían hoy en día, siendo amigos. Aunque Gabriel siempre había sido y era un títere más para el Señor.
En ninguno de aquellos días, Úrsula, quien era su profesora mientras transcurrían dichas reuniones, cruzó palabra alguna con la chica, salvo en las ocasiones en que ambas estaban completamente solas, ya fuese camino a clase o a la cafetería.
Siguió descubriendo que la soberbia y arrogancia que el Señor llevaba a gala con los alumnos también las demostraba frente a sus propios compañeros. Su sentido de la superioridad no tenía techo; su falta de límites le hacía tratar a los de su entorno como verdaderos inútiles, siendo él el único poseedor de la verdad absoluta. Bajo una capa muy fina de caballero educado y galán, utilizaba una palabrería y un discurso retórico en los que dejaba patente que todos los presentes tendrían que agradecer al Señor su sola presencia. Una forma de tratar a los demás basada en infundir respeto sin un ápice de humildad, a pesar de que con muchos de ellos llevaba años trabajando codo con codo.
—Damos comienzo. No pienso repetir nada y menos a quienes no cosechen el don de la puntualidad —comentó el Señor, presidiendo la mesa.
Había comenzado a la hora en punto. Faltaban más de la mitad de los asistentes, dado que muchos estaban dando clases y desde las aulas al seminario había al menos cinco minutos, pero el Señor no perdía el tiempo y tampoco daba margen. Sus actos quedaban en nada frente a su fuerte figura opositora, Olmedo, quien acababa de entrar y al verlo deleitarse en su discurso inicial no pudo contenerse:
—Su educación al esperar a compañeros que vienen de dar clase nos deja atónitos a mí y los míos —los cuales venían también con él—, pero es culpa mía por no comprender que una eminencia académica como usted va a perder unos minutos de protocolo.
—Tranquilícese, doctor. Entiendo su nerviosismo, pero tómeselo con calma y recuerde que para hablar debe pedirme turno de palabra. —Continuó con el acta del día, ignorando a Olmedo y sus posibles respuestas.
No eran ni mucho menos aburridas aquellas reuniones cargadas de tensión e indirectas. Sin embargo, esta reunión sería especial y sorprendente para todos ellos.
Algo acababa de cambiar en el Señor cuando repentinamente le comentó al oído a Úrsula su intención de renunciar al cargo, una decisión insólita, dado que nunca le habían definido la espontaneidad e impulsividad.
—Espérate y lo hablamos después. No le des el gusto a Olmedo de pensar que ha sido por él. —Úrsula lo intentaba frenar mientras el resto de la mesa seguía debatiendo.
—En la siguiente reunión convocamos votación para un nuevo director. Nos aseguraremos de que mi sucesor sea Gabriel. Yo ahora no quiero perder el tiempo en esto; quiero centrarme en nuevos proyectos que tengo en mente. —No pudo evitar mirar a la chica, y tanto Úrsula como ella se dieron cuenta.
No entendía ni él mismo esa fijación. ¿Estaba obsesionado? ¿Le gustaba verdaderamente la chica? ¿O era simplemente que la chica le había dicho no?
La reunión finalizó. Todos salieron del seminario, menos él, que, por primera vez, no abandonó el primero la sala. Fumaba y tenía la mirada como perdida, aunque la recuperó para verla salir de la sala y dedicarle un «hasta luego».
—¿Has escuchado lo que te he dicho? —Gabriel le tocó en el hombro para hacerle volver a este mundo.
—No. Dime. —Agitó la cabeza; volvía de su abstracción mental.
—¿Qué cojones te pasa? —Gabriel no entendía nada en absoluto.
—Demasiadas cosas inútiles en su cabeza —comentó Úrsula mientras recogía sus cosas de la mesa.
—Estaba pensando lo bien que te vendría, tanto personal como profesionalmente, ser director. ¿Qué te parece? —El Señor le comentó sus planes.
—Me da igual. Cuenta conmigo para lo que necesites.
—Ya lo hablaremos, pero ahora necesito hablar con Úrsula —a la cual indicó con su mano que se dirigiera a su despacho— a solas, si no te importa. Tenemos que comentar un par de cosas de varias asignaturas.
Casi dejando a Gabriel con la palabra en la boca, se dirigió al despacho, donde ya le esperaba Úrsula obedientemente e intrigada, pues el Señor nunca se implicaba en la docencia, solamente en la faceta de investigación.
—Llevabas tercero, ¿no? —De nuevo tenía esa necesidad de encenderse un cigarrillo para aplacar sus nervios, para pensar con más claridad…
—Sí. ¿Por qué? —Úrsula se sorprendió por el interés.
—Necesito un par de favores sobre la chica que suele acudir a las reuniones de departamento y a la que das clases. Necesito información sobre ella.
—¿Por algo en especial? No habla en clase, pasa desapercibida al completo, más bien porque creo que en líneas generales no le interesa nada. Aunque he de reconocer que me sorprendió verla levantar la mano para ser delegada.
—Lo hizo por mí. —Comenzó a reírse y se llevó los brazos tras la nuca—. Quiere demostrarme que no me tiene miedo. Es fuerte y no se va a dejar pisotear.
Úrsula no entendía nada, pero no le gustaba lo que estaba viendo en absoluto. No recordaba haber visto al Señor dar vueltas por la habitación, nervioso y sin saber cómo manipular a una simple y mediocre alumna.
—¿Cómo lleva tus parciales? —preguntó, curioso.
—Bien. No ha suspendido ninguno y el lunes le toca el examen oral.
—¿Y de delegada? —Seguía muy intrigado.
—Excelente. Tiene dotes de liderazgo muy potentes y, a pesar de las diferencias entre los sectores de clase, es muy neutral y todo lo hace de manera democrática e intentando siempre informar tanto a mí como a sus compañeros de todo. Ya le he dado las gracias en un par de correos por ello.
Y sin saber o entender por qué ni incluso él mismo, el Señor no podía parar de sonreír por toda esa información recibida, sintiéndose orgulloso de ella.
Una sonrisa pura y llena de felicidad mostraban sus rostros en la lejanía. Llevaban cerca de tres semanas sin verse y las ganas de cada uno eran notorias. Una sorpresa fallida por parte de Raúl, pues la chica había reconocido su coche a lo lejos, aparcado en doble fila junto al suyo, con una escena de película con un rubio y un ramo de flores fuera.
En cuanto llegó al sitio, ambos soltaron las cosas y se fusionaron en un abrazo. Raúl levantó a la chica y la cogió por la cadera. Con sus enormes manos le apretaba las mejillas y esta, mientras tanto, jugueteaba con su pelo. No podían parar de achucharse y de decirse mutuamente cuánto se habían echado de menos.
Tras esos cinco minutos de romanticismo se montaron en el coche de Raúl para ir a cualquier sitio a comer, siendo elegido el italiano más cercano al campus. Del aparcamiento al restaurante, Raúl no pudo evitar preocuparse. Aunque la chica estaba feliz por su vuelta, él les notaba a esos ojos, siempre llenos de energía, vitalidad y alegría, un trasfondo cambiado y triste.
—¿Qué ha pasado, mi rubia? —le preguntó mientras le daba un tierno beso en la frente y aprovechaba para ponerle su mano por encima del hombro.
—Aparte de echarte de menos, no mucha cosa. —Agachó la cabeza—. ¿Y tú qué tal con tu padre?
—¿Es por el capullo de tu profesor o ha habido un problema en casa más grave que de costumbre? —Raúl ralentizó el paso para no llegar al restaurante y que la conversación cambiara.
—¿Cuántas veces has discutido en Gales con tu padre? ¿Cómo está tu madre? ¿Y Germán? ¿Fue finalmente a verte? —Ella seguía intentado desviar.
—Esto va muy en serio, entonces. No he hecho mal en contarle a mi madre que tengo planes de futuro contigo y que me da igual lo que piense mi padre de esto. —Se reía porque la situación parecía una conversación de preguntas sin respuestas y por comprobar que eran iguales.
La chica se paró en seco, pero la sonrisa en su cara era totalmente imposible de frenar.
—¿De verdad? Pues yo se lo he contado a mi hermana. —No podía parar de reírse. Inconscientemente, ambos estaban dando pasos hacia una relación más estable.
—Me tengo que portar bien ya sí o sí. Si Valentina no da el visto bueno, no me lo da nadie en esa familia. —Con la intención de hacerla sonreír más, se arregló la camisa e imaginariamente se colocó mejor un nudo de corbata.
—¡Eres un payaso! —le dedicó mientras se acercaba a abrazarle y robarle un beso.
El objetivo había sido cubierto al completo por Raúl. Conocía tan bien a su chica que sabía cómo tantear cada terreno de conversación; pero, sobre todo, aportarle una tranquilidad basada en la confianza.
Mientras comían dieron respuestas a todas esas preguntas. Raúl le contó cómo su padre no paraba de venderle a la hija del socio para que tuviera una relación con ella, al mismo tiempo que le recriminaba la manera de llevar el hotel, según decía poco autoritaria y depositando demasiada confianza en los trabajadores. En otra ocasión, seguramente mucho antes de conocer a la chica, Raúl no daría importancia a las formas y actitudes de su padre en los negocios: captaría las órdenes y las cumpliría. Pero él ya no era el mismo. La victoria en su lucha contra el cáncer de adolescente y su relación con la chica habían hecho de él una mejor persona, más cercana, humana y más crítica con esos comportamientos.
La chica también le puso al día de todo lo suyo: el falso examen oral del Señor, las reuniones de departamento, la huida de casa de su padre porque no aguantaba, así como su vuelta porque no podía valerse por sí misma económicamente, los reproches de su madre por ello y lo que más preocupó a Raúl: la oferta académica del Señor.
—No lo aceptarás, ¿no? No te hace falta en absoluto —comentó Raúl muy seguro de sus palabras.
—¿Que no me hace falta? —La chica se sorprendió—. Precisamente, falta hace…
—Claro que no. En cuanto acabes la carrera nos vamos a vivir juntos y dejas de preocuparte por el dinero, el trabajo y todas esas banalidades.
—Estás bromeando, ¿no? —La chica escuchaba incrédula las palabras de su rubio.
—En absoluto. Si quieres podemos buscarte algo de lo tuyo y, mientras eso llega, no entiendo tu alarma por vivir juntos y de mi trabajo. —Intentó cogerle la mano para tranquilizarla.
—¿De verdad? —Se retiró—. Tu tono de déspota, de aquí estoy yo y no me importa que seas mi mujer florero. No soy así, lo sabes de sobra. No quise trabajar en tu hotel porque eso solo te daría y nos daría más problemas. Quiero valerme por mí misma. ¿O no eres capaz de entenderlo?
—Sí, pero quiero hacerte ver que estoy aquí y puedo proporcionarte toda la estabilidad que necesitas, sin agobios por temas económicos o familiares. —Raúl no acababa de comprenderla.
—Cariño, no es tu puto dinero lo que quiero de ti, sino a ti. Y… —En esta ocasión fue ella quien le cogió la mano.
—Y lo sé de sobra. —Le dedicó una caricia.
—Tu padre no para de repetirte que lo único que quiero de ti es vivir bien y tu dinero. ¿Y de verdad piensas que voy a actuar así? ¿Vivir bien y no conseguir absolutamente nada por mí misma? No me conoces si me dices eso.
—Te conozco y sé que, esté yo o estés sola, te comes el mundo si te da la gana. Solo pido estar a tu lado cuando lo hagas y sentir que te he ayudado a hacerlo, a conseguir tus sueños, como tú me ayudas con los míos. —Le hablaba con el corazón en la mano.
No respondió, pues sabía que esas palabras estaban llenas de sinceridad y bondad. Raúl no tenía ni un ápice de maldad; no era nada parecido a su padre, aunque sus anteriores palabras hubiesen sonado a él. Su única intención era hacerla feliz y ayudarla, pero el orgullo de la chica era demasiado potente y nunca se doblegaría a aceptar su ayuda, pues amaba a Raúl por él y por cómo le hacía sentir. Nunca fue por lo que poseía y no soportaba la idea de ser vista así.
Tras la comida se fueron a por un par de cafés. Ella tenía una clase por la tarde y debía estar bien despierta. Entre tanto, recibió una llamada de Alfonso:
—¿Dónde estás? Te he llamado para comer juntos. Tenemos clase ahora, a las cinco. —Se le notaba algo molesto por la ausencia de la chica.
—Estaba comiendo con Raúl. —De repente, se tapó la boca. Sintió que no debía haberlo dicho e intentó suavizar—. Estamos tomando café y ahora voy.
—¿Dónde estáis? Voy para allá.
—No hace falta, ya estamos acabando. Además, él tiene que trabajar ahora también.
—¿Qué pasa? ¿Tiene miedo de conocerme y de no obtener mi visto bueno? —soltó entre carcajadas y en un tono muy burlesco.
—Dile que vamos —comentó Raúl, que lo había oído y se sentía molesto.
—No digas tonterías. No tienes ningún visto bueno que darme. Ahora te veo en clase. —Y colgó.
—¿Ese tío es gilipollas? ¿Quién se cree que es? Es un viejo verde. Y Cristina lo conoce en persona y opina lo mismo, así que no andaré desencaminado. —Raúl no se mordía la lengua.
—Según él, te pones celoso. —La chica buscaba chincharlo un poco.
—¿Celoso? ¿De un viejo de cuánto? ¿Cincuenta o sesenta años? Además, que siempre te has referido a él como un segundo padre. El problema lo tiene y lo tendrá él si piensa de otra manera.
Muy tajante y molesto por el tema, Raúl cambió de conversación entendiendo como pérdida de tiempo hablar de Alfonso con su chica. Ella le tenía una estima paternal y no veía más allá, por mucho que su entorno le dijera lo contrario.
De nuevo en el parking de la facultad y frente a las puertas del aulario donde le correspondía a la chica dar su clase, aparcó Raúl en doble fila. Se despidieron con un beso hasta la noche.
A lo lejos, Úrsula observaba la escena algo sorprendida desde la ventana de su despacho. Estaba totalmente convencida de la soltería de la chica y verla tan enamorada descuadró todo su pensamiento sobre ella y el Señor, una información que consideró erróneamente valiosa para él, pues este ya la sabía desde hacía meses.