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CONVERSACIÓN SOBRE ÍDOLOS

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Alrededor del año 40 D.C., los ciudadanos de Jerusalén fueron notificados de que una estatua del emperador Calígula iba a ser erigida dentro de las paredes del templo. A Petronio, gobernador de Siria, se le dio la responsabilidad de transportar la estatua desde la ciudad portuaria de Ptolemaida hasta Jerusalén. Lo acompañaron dos legiones (aproximadamente 10.000 soldados). Cuando llegó a tomar posesión de la estatua, le sorprendió descubrir que miles de judíos de la región se habían reunido para protestar.2 Al ser amenazados con violencia, en lugar de organizarse y defenderse, los protestantes se arrodillaron y expusieron el cuello al filo de las espadas. El mensaje era claro: morirían antes de ser testigos de la profanación de su templo. Petronio fue superado en la táctica.

Un conflicto armado era una cosa; pero masacrar a ciudadanos desarmados era algo completamente diferente. Ignorando a las multitudes, Petronio y sus legiones se abrieron paso tierra adentro hacia Tiberíades. Según Josefo, al llegar al lugar, se encontró con un contingente mucho mayor de protestantes. Aún estaba a más de 160 kilómetros de Jerusalén. Josefo describió la escena a las afueras de Tiberíades, de la siguiente manera:

Así que se postraron en su cara, expusieron la garganta y dijeron estar listos para ser masacrados; e hicieron esto durante cuarenta días y, mientras tanto, abandonaron la labranza de su tierra, y esto cuando por la temporada del año era tiempo de sembrar. Así continuaron firmes en su resolución, y se propusieron morir voluntariamente antes que ver la dedicación de la estatua.3

Todos los campesinos se pusieron en huelga, poniendo en riesgo la economía de la región. Una vez más, Petronio se encontraba en un callejón sin salida. El cumplimiento de los deseos del emperador exigiría algo mucho peor que un conflicto armado. Exigiría algo más parecido al genocidio. Con reticencia, escribió al emperador para pedirle instrucciones, totalmente consciente de que no cumplir sus órdenes. se interpretaría como incompetencia y sin duda, ocasionaría su destitución o algo peor. Por un extraordinario giro del destino, o la providencia, oficiales de la Guardia Pretoriana conspiraron junto con un puñado de senadores romanos para asesinar al emperador antes de que la carta de Petronio llegara a la capital.

Crisis evitada.

Así que sí, el templo era importantísimo.

Jesús declaró ser más importante que el templo.

Ese era un problema.

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