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4 PRINCIPATUS ET LIBERTAS
ОглавлениеEl año 97 comenzó con malos auspicios. Mientras ensayaba su discurso de agradecimiento a Nerva por la concesión del consulado, el anciano Verginio Rufo se cayó y se rompió la cadera al inclinarse para recoger un libro pesado. Al accidente le siguió una larga enfermedad. Entretanto, Nerva apeló a otros hombres de edad avanzada. Su amigo Arrio Antonino, que en vez de felicitarle por su acceso al trono le había expresado su condolencia, obtuvo un segundo consulado. El primero lo había ejercido el año de los cuatro emperadores, el 69 d. C. Julio Frontino, anterior gobernador de Britania bajo Vespasiano, reapareció como encargado de los acueductos de Roma. Corelio Rufo, de casi ochenta años, viejo e impedido por una dolorosa afección de gota durante más de cuarenta años, fue nombrado encargado de la compra y parcelación de fincas públicas. Frontino, Corelio y Verginio eran amigos y patronos de Plinio, que había sido a su vez uno de los prefectos del erario militar en los últimos años de Domiciano. Plinio no ocupaba ningún cargo en ese momento y, según sus reflexiones, «una vez asesinado Domiciano, se presentó una estupenda oportunidad para atacar a los culpables, vengar a las víctimas y promover mis propios planes». A comienzos del 97, tras consultar a Corelio, lanzó un ataque contra Publicio Certo, uno de los encargados de la otra hacienda pública, el Aerarium Saturni. Certo había tenido un papel importante en la caída de Helvidio.1
El ataque de Plinio contra Certo provocó una protesta general. En el Senado eran demasiados quienes se habían comprometido bajo Domiciano. Plinio fue llevado aparte y se le advirtió de que Certo tenía un amigo poderoso, «al mando entonces de un gran ejército en el Este, sobre el que circulaban serios rumores, aunque sin confirmar». Pero el importante discurso de Plinio triunfó en la Cámara. Cuando el anciano Fabricio Veyentón, uno de los consejeros que habían servido a Domiciano durante largo tiempo, intentó replicarle, no se le permitió explicarse. Certo no fue encausado, pero se le destituyó de su cargo en el tesoro público y se le negó el consulado que esperaba obtener.
La referencia de Plinio a la actitud amenazadora del innominado comandante del ejército del Este refleja la tensa situación en que se hallaba el propio Nerva. El emperador necesitaba desesperadamente el apoyo de los ejércitos. El peligro del Este debía de referirse al ejército de Siria, y su comandante había hecho, sin duda, que el pueblo se preguntara si intentaría dar un golpe de Estado. Dicho comandante puede ser identificado como M. Cornelio Nigrino, de Liria, en la Tarraconense oriental, muy condecorado por Domiciano por sus servicios en el Danubio. Nerva actuó con rapidez y Nigrino fue destituido. Larcio Prisco, un senador joven que ocupaba el cargo de cuestor en Asia, fue nombrado de forma anómala comandante de la legión IV Scythica de Siria y gobernador en funciones de la provincia; también se sustituyó apresuradamente al legado de una de las restantes legiones siriacas, la XVI Flavia. Es evidente que Nigrino no causó problemas, pues se retiró a su hogar en Hispania. Los ejércitos germanos requerían también el nombramiento de comandantes leales. M. Ulpio Trajano, gobernador de la provincia de Germania Superior, con su cuartel general en Mogunciaco (Maguncia), había sido nombrado, probablemente, poco después de la llegada de Nerva al poder. Plinio adornaría pronto las circunstancias de su nombramiento al recordar un buen augurio. Cuando Trajano subía al Capitolio para ofrecer un sacrificio, según era costumbre al partir para ocupar el cargo, «algunos ciudadanos reunidos allí por otros motivos» exclamaron de pronto: «¡Emperador!», según diría Plinio unos cuatro años después. «En aquel momento se pensó que aclamaban a Júpiter».2
Verginio Rufo falleció, finalmente, durante el verano. El funeral público fue un acontecimiento grandioso, «un orgullo para el emperador y nuestros tiempos, para el foro y sus oradores», según informaba Plinio en una carta a un amigo de provincias. El discurso laudatorio se encargó a uno de los cónsules sufectos en ejercicio, Cornelio Tácito, «un orador sumamente elocuente cuyo homenaje fue el remate que coronó la buena fortuna de Verginio». Rufo había preparado un breve epitafio en verso para su propia tumba: «Aquí yace Rufo, que una vez derrotó a Víndex y reivindicó el poder imperial, no para sí sino para su país». En los años 68 y 69, Tácito se habría explayado, sin duda, mucho más sobre el papel de Rufo. El hecho de que las circunstancias del año 97 fueran asombrosamente similares a las del 68, tras la muerte de Nerón, con un soberano sin hijos y de edad avanzada, era, sin duda, algo evidente para todos. El encargo de pronunciar el elogio de Verginio Rufo inspiró, seguramente, al propio Tácito, al menos en parte, para escribir algo distinto: la biografía de Agrícola, una especie de compensación por el discurso necrológico que su ausencia había hecho imposible en el 93. Además, en el 93 no habría podido hablar con libertad. El silencio se había impuesto durante quince años, una parte importante de la vida de un hombre. En ese momento amanecía una nueva era: el César Nerva reconcilió algo que en otros tiempos parecía una combinación imposible: principado y libertad.3
En el momento de la publicación de la Vida de Agrícola se habían producido más sucesos espectaculares. En octubre del año 97, la Guardia Pretoriana se amotinó y sitió el palacio. Pedían venganza por el asesinato de Domiciano. Nerva fue presa del pánico y vomitó de miedo, pero todavía intentó resistir e invitó a los hombres a que le mataran a él. No fue una buena decisión. Se le obligó a entregar a los asesinos de Domiciano, que fueron linchados por la tropa, y el príncipe fue forzado por el prefecto de la Guardia, Casperio Eliano, a celebrar una solemne acción de gracias. La posición del emperador se estaba volviendo desesperada. A continuación se realizaron, seguramente, consultas secretas y urgentes. Entretanto llegaron noticias mejores del Danubio. El gobernador de Panonia había obtenido una victoria de menor importancia sobre las tribus germanas orientales. Nerva asumió el título de Germánico y marchó al templo de Júpiter Capitolino a depositar los laureles de la victoria. Luego—por inspiración divina, según diría Plinio—, pronunció una proclama: «Que la Buena Fortuna asista al Senado y al pueblo romano y a mí mismo: adopto a Marco Ulpio Trajano».4
Trajano, afirma Plinio, se mostró reticente y tuvo que ser persuadido para aceptar la adopción, que comportaba el título de César y la sucesión. Añadió el nombre de Nerva al suyo, junto con el título recién asumido de Germánico, y, poco después, se le concedió el imperium y la tribunicia potestas, pero continuó en el Rin. Una fuente tardía, el Epitome de Caesaribus, que utiliza las biografías perdidas de Nerva y Trajano escritas por Mario Máximo, recoge una observación breve pero llamativa sobre el acceso de Trajano al poder: se había apoderado de él ( imperium arripuerat) con la ayuda de Licinio Sura. El propio Plinio insinúa algo muy distinto de una promoción inesperada. Según él, si Nerva hubiese actuado de otro modo, se habría mostrado arbitrario y tiránico; era evidente que Trajano habría acabado siendo emperador aunque Nerva no lo hubiese adoptado. El papel de Sura en todo esto no está claro; ni siquiera sabemos con certeza si se hallaba en Roma o, tal vez, gobernando una provincia cercana a la Germania Superior. En cualquier caso, Trajano disponía de otros apoyos, sobre todo el de dos importantes senadores en Roma, Julio Frontino y Julio Urso. Su «solicitud y vigilancia» en favor de los intereses de Trajano serían recompensadas por este con elevados honores. No obstante, para la mayoría de la gente debió de constituir una sorpresa. A pesar de su categoría y de la eminencia de su padre, Trajano era de cepa provincial. Tácito, que se hallaba en esos momentos concluyendo la biografía de su suegro, afirma, ciertamente, que Agrícola acostumbraba a vaticinar el acceso de Trajano al poder y rezaba por él—«lo escuché con mis propios oídos»—, lo cual habría sucedido, por lo menos, siete años antes del nombramiento. Podemos dudar de ello.5
La promoción del pariente de Adriano produjo una reacción comprensible en la provincia donde se hallaba estacionado. Adriano fue elegido para llevar las felicitaciones del Ejército de Mesia Inferior al nuevo César, que se encontraba en la comarca del Rin, no hay duda de que acudiría allí como uno más de la gran multitud de emisarios similares procedente de todo el Imperio. Antes de partir, debió de haber consultado a un astrólogo. En cualquier caso, lo único que añade la Historia Augusta (HA) sobre la estancia de Adriano en Mesia Inferior es que «cierto mathematicus confirmó lo que ya había predicho su tío abuelo Elio Adriano: que acabaría siendo emperador».6
Al llegar Adriano a Germania, fue retenido para ejercer otro tribunado más, esta vez en la legión XXII Primigenia de Mogunciaco. Trajano dejó el mando de Germania Superior y se trasladó a la residencia del gobernador de Germania Inferior, la Colonia Agripinense (Colonia), asumiendo personalmente, por supuesto, la función de legado. Su sustituto en Mogunciaco fue Julio Serviano, cuñado de Adriano, cercano también a Trajano, y al influyente Julio Urso, pariente probablemente de Serviano. El tercer tribunado militar de Adriano no tiene paralelos, solo está atestiguado otro caso, unos veinticinco años después. Pero las circunstancias del año 97 eran muy especiales: Adriano, al fin y al cabo, era en ese momento el pariente masculino más próximo al heredero al trono. Sus relaciones con su nuevo jefe directo no fueron muy afortunadas. Al menos, la HA afirma que Serviano dio informes desfavorables a Trajano: Adriano despilfarraba el dinero y acumulaba deudas—es indudable que abundaba la gente deseosa de prestar a un joven tan bien situado como él—. Uno se pregunta cuáles eran las oportunidades de gastar dinero a orillas del Rin. Aguas arriba de Mogunciaco había un pequeño balneario, Aquae Mattiacae (Wiesbaden), que podía ofrecer algunas modestas posibilidades de darse a la buena vida. Sea como fuere, quince años más tarde, con motivo de una visita a los ejércitos del Rin siendo ya emperador, Adriano intentó decididamente erradicar el «lujo» de las bases militares. Quizá se había dedicado a comprar caballos y perros caros cediendo a su pasión por la caza, pues era la estación propicia del año. Además de disfrutar, habría tenido la oportunidad de ver por sí mismo el nuevo sistema fronterizo de fuertes y torres de vigilancia instalados por Domiciano en los territorios al otro lado del río, la fértil llanura bordeada por colinas boscosas en el norte y el este, y por el río Moenus (Meno) en el sur. Junio Avito, un compañero de tribunado de rango senatorial elogiado por Plinio (quien, probablemente, le había recomendado) por «su respeto hacia los elevados principios de Serviano», fue sin duda más grato a este que su joven cuñado, tan pagado de sí mismo.7
Noticias llegadas de Roma a comienzos de febrero dieron a Adriano la oportunidad de salir de allí: Nerva había muerto el 27 de enero y Trajano fue nombrado emperador al día siguiente. En el plazo de una semana llegó, probablemente, un correo a Mogunciaco. Adriano estaba decidido a informar personalmente a Trajano en Colonia. Serviano, por su parte, envió a su propio mensajero y, en otra señal de sus malas relaciones con Adriano, dejó fuera de servicio el carro utilizado por este, según informa la HA. Adriano no se dejó amedrentar, sigue diciendo el relato, y marchó a pie, recorriendo los 180 kilómetros, aproximadamente, antes que el hombre de Serviano. No es imposible que su carro se hubiese averiado, y también es bastante probable que se viese obligado a caminar parte del trayecto. Otra cosa es que Serviano hiciera que alguien manipulase el vehículo; y podemos sospechar que Adriano pudo haber encargado caballos para cubrir una buen trecho. La versión dada en la HA está tomada, seguramente, de la autobiografía de Adriano escrita cuarenta años después, cuando tenía motivos para mancillar la memoria de Serviano y, al mismo tiempo, exagerar su buena forma física de hombre joven.8
Adriano se quedó con Trajano—que decidió permanecer todavía en el Rin—y, en ese momento, gozó de «su favor». La primera medida de Trajano fue, sin duda, ordenar la apoteosis de Nerva y el sepelio de sus restos en el mausoleo de Augusto. Prometió al Senado por carta que «no condenaría a muerte ni desterraría a ningún hombre bueno». Consiguió colocar en puestos de influencia a personas de confianza que le apoyaban. Frontino y Urso fueron recompensados con un segundo consulado a comienzos del año. Dos amigos íntimos, Cornelio Palma y Sosio Seneción—este último, yerno de Frontino, se hallaba cerca de él por su puesto de gobernador de Bélgica—, fueron designados para el cargo de consules ordinarii para el año 99.9
El prefecto de la Guardia, Casperio Eliano, apareció, como correspondía, para ocupar su puesto al lado del nuevo soberano. Pero su papel en el motín del anterior mes de octubre no podía pasar inadvertido. Fue condenado a muerte, y se nombró como sucesor suyo a Attio Suburano, hombre que ya se encontraba a mano. Había estado sirviendo como procurador de Bélgica y, por tanto, como pagador de los ejércitos del Rin. Cuando Trajano le entregó su espada oficial, la desenvainó, la alzó y dijo a Suburano: «Si gobierno bien, úsala en mi favor; y si lo hago mal, empléala contra mí». Trajano había creado ya sus propias tropas de elite como contrapeso de los pretorianos, convirtiendo a los guardias montados del legado de la Baja Germania en la Guardia Imperial Montada, los equites singulares Augusti. Aquello equivalía a resucitar los guardaespaldas germanos de los emperadores de la dinastía julio-claudiana, los corpore custodes. Aquellos hombres eran en su mayoría bátavos (originarios de la moderna Holanda), como también lo eran los nuevos Guardias Montados de Trajano. También debió de haber llegado a Colonia el ab epistulis, el primer secretario imperial, Titinio Capitón, con un gran grupo de otros altos funcionarios. Capitón fue el primer hombre de rango ecuestre que ocupó aquel cargo, cubierto anteriormente por libertos imperiales. Había sido nombrado por Domiciano al final de su reinado y mantenido en el puesto por Nerva. El hecho de que también Trajano lo conservara fue una importante señal de continuidad entre el «despotismo» de Domiciano y la nueva aurora de libertad.10
Fig. 1. Retrato de Trajano en una moneda del período del 104 al 114
(BMC III Trajano, n.º 853). Museo Británico.
Capitón tendría, probablemente, muchas cartas que redactar. Trajano debió de haberse visto anegado por la correspondencia. Por casualidad, se ha conservado la carta de Plinio al nuevo emperador: «Tu lealtad filial, sacratísimo emperador, te ha hecho desear suceder a tu padre lo más tarde posible, pero los dioses inmortales se han apresurado a poner en tus manos el gobierno de la República». No se conserva la respuesta, quizá fuera demasiado breve como para ser publicada. Plinio utilizó su amistad con Serviano para algo más concreto, la obtención de un privilegio personal, el ius trium liberorum (los derechos honoríficos de un padre de tres hijos), útil para su carrera: la paternidad, que Plinio no había logrado a pesar de dos matrimonios, permitía progresar con mayor rapidez. Trajano fue debidamente agradecido «por otorgarla según el deseo de Julio Serviano, un hombre excelente y sumamente favorecido por ti».11
El hecho de que Trajano permaneciera en la frontera septentrional debió de haber sido motivo para conjeturar que pretendía lanzar una campaña en Germania. Uno de quienes pudieron esperar o suponer tal resultado fue Cornelio Tácito. Su biografía de Agrícola estaba concluida, y el autor había saldado su deuda de pietas para con su suegro. Al mismo tiempo, aquella obra breve constituía una vigorosa declaración política en justificación de quienes, como su suegro y él mismo, y también, por supuesto, Trajano, habían proseguido sus carreras bajo el «despotismo» de Domiciano. Tácito se había mofado además de la «pretendida» victoria germana de Domiciano, en contraste con la auténtica gloria de las conquistas de Agrícola en Britania. Ahora, Tácito iniciaba una monografía sobre los germanos. Estaba bien preparado para la tarea, pues su propio padre había servido como procurador en Bélgica y las Germanias, y él mismo había comandado, muy probablemente, una legión en el Rin. Sea como fuere, utilizó, como es obvio, la bibliografía existente sobre Germania, por ejemplo un libro de Plinio el Viejo, como base para su propio tratado. La elección del tema pudo haberse debido, sencillamente, a que se trataba de un tópico, pues todas las miradas se centraban en el nuevo emperador. Tácito resume las relaciones de Roma con los germanos desde las invasiones de cimbros y teutones a finales del siglo II a. C. hasta el 98 d. C. describiéndolas como «210 años de (supuestos) éxitos romanos» contra aquel pueblo, sobre el cual (en una expresión de descrédito de las guerras de Domiciano) «se habían celebrado» en los últimos tiempos «más triunfos que victorias ganadas».12
Si Tácito esperaba una nueva expedición en Germania, se habría sentido decepcionado. En vez de ello, Trajano marchó del Rin al otro lado del Danubio llevándose consigo a Julio Serviano, nombrado gobernador de Panonia, que tomó a su vez consigo a Junio Avito, protegido de Plinio, como tribunus laticlaviu s. Trajano, por su parte, invernó en Mesia a fin de hacerse una idea de los pueblos de la otra orilla del Danubio—sármatas y dacios—que en la década precedente y en años anteriores habían causado repetidos problemas a Roma. Plinio se explaya, como es debido, sobre el respeto mostrado a Trajano por los enemigos de Roma y la admiración de sus propios hombres por su participación activa en las maniobras. Trajano no marchó en definitiva a Italia hasta finales del año 99. Plinio diría: «Los ruegos de tu pueblo te están llamando de vuelta a casa». El adventus imperial fue, apropiadamente, modesto y sin pretensiones. Trajano desmontó del caballo para entrar en la ciudad a pie y avanzar entre las filas de los senadores, caballeros y plebe reunidos en medio del gozo general. Tras haber ofrecido un sacrificio en el Capitolio, el grupo del emperador marchó al palacio, y Trajano «caminó con la misma actitud de quien entra en una casa particular». Plotina contribuyó a la buena impresión causada volviendo sobre sus pasos para dirigirse al pueblo y decir: «Al entrar en este edificio soy la misma mujer que espero ser cuando lo deje».13
Fig. 2. Plotina, emperatriz de Trajano (busto procedente de Roma,
Museo Vaticano). Instituto Arqueológico Alemán, Roma.
Adriano, que probablemente había regresado a Roma en el séquito imperial, gozaba todavía del favor de Trajano. Pronto surgiría un problema del que la HA nos informa debidamente, pero en un pasaje cuyo texto es defectuoso. Adriano tuvo problemas con «los paedagogi [‘guardas o tutores’] de los efebos muy amados de Trajano». La frase se refiere claramente a los pajes de la casa imperial. La afición de Trajano por los muchachos—y por el vino—está atestiguada por Casio Dión. Trajano tenía, pues, sus Ganímedes, lo mismo que Domiciano, pero ello, añade Dión, no hacía ningún daño a nadie y, además, era capaz de aguantar la bebida. Resulta difícil evitar la conclusión de que Adriano había invadido las prerrogativas del emperador y se había excedido con los pajes. Su evidente pasión por un hermoso joven treinta años más tarde haría que su propia homosexualidad fuera universalmente conocida. Alguien llamado Galo intervino con seguridad en ayuda de Adriano, quien, sin embargo, seguía preocupado por la actitud del emperador hacia él, sigue diciendo la HA. A continuación se nos cuenta que Adriano recurrió a la consulta de las «suertes virgilianas» abriendo la Eneida al azar para obtener una profecía sobre su futuro; la respuesta fue, según se dice, un pasaje del libro VI que describe al rey Numa. Este suceso fue, quizá, una invención del autor de la HA, como también pudo haberlo sido el párrafo que va a continuación. En él se explica que el oráculo virgiliano pudo provenir, «según otros, de los versos sibilinos». De todos modos, aunque la historia fuese inventada, existe la posibilidad de que el responsable de su difusión fuera el propio Adriano. Hay signos claros de que, al llegar a emperador, fomentó deliberadamente las comparaciones entre él y Numa. La HA afirma además que, por aquellas fechas, supo también que llegaría a ser emperador por una respuesta oracular recibida en el templo de Júpiter (Zeus) Niceforio (en Antioquía). La HA cita como fuente de esta última historia la obra de un «platónico sirio» llamado Apolonio, personaje desconocido por lo demás. Si hay en todo ello algo más que la fantasía de la HA, el dato pertenecería también a fechas posteriores, al momento de la estancia del propio Adriano en Siria.14
Es más verosímil la siguiente información de la HA, donde se dice que Adriano recuperó una relación de amistad plena con Trajano por los buenos oficios de Licinio Sura. No hay duda de que Sura era uno de los amigos íntimos y consejeros más cercanos de Trajano, más próximo a él, quizá, que ningún otro. Es cierto que Julio Frontino fue, como es obvio, su asesor más importante, pues compartió con él el consulado ordinario el año 100. Pero Frontino era un anciano, falleció pocos años después. Dión destaca a Sura por la «amistad y confianza» mutuas entre él y el emperador. El historiador añade que hubo algunas críticas celosas y hostiles que Trajano se esforzó por acallar presentándose a cenar en la mansión de Sura incluso sin ser invitado, prescindiendo de sus guardas y permitiendo ser afeitado por el barbero de su amigo. Al día siguiente dijo a sus otros amigos que habían menospreciado a aquél: «Si Sura hubiera querido realmente matarme, lo habría hecho ayer». Entre sus demás cargos, Sura actuó como redactor de discursos para el emperador. Adriano disfrutó también del apoyo de la emperatriz, y la asignación de la sobrina nieta de Trajano para esposa de Adriano se llevó a cabo a instancias suyas. Según Mario Máximo (así lo recoge la HA), el entusiasmo de Trajano por aquel casamiento no fue demasiado incondicional. Para Adriano se trataba, en realidad, de un significativo paso adelante. En aquel momento tenía veinticuatro años, y su prometida era unos diez años más joven, según se cree. La unión no fue, ni mucho menos, un matrimonio por amor, a pesar de que Adriano sentía un gran afecto por Matidia, su suegra, entonces viuda, a la que Trajano trataba como a una hija.15
Fig. 3. Matidia, suegra de Adriano (busto procedente de Roma, Museo del Palazzo
dei Conservatori). Instituto Arqueológico Alemán, Roma.
Fig. 4. Sabina con los atributos de la diosa Ceres (estatua del Museo de Ostia). Instituto Arqueológico Alemán, Roma.
La boda debió de haberse celebrado el año 100 d. C., poco antes de que Adriano ingresara en el Senado como cuestor a comienzos de diciembre del mismo año. Dado que al asumir esa primera magistratura senatorial se hallaba próximo a su veinticinco cumpleaños (el 24 de enero de 101), se encontraba en la edad normal para el desempeño del cargo. En otras palabras, su parentesco con Trajano no le había servido para progresar de manera acelerada; pero era, al menos, uno de los cuestores del emperador. Es posible, no obstante, que para entonces formara parte de uno de los dos colegios sacerdotales reservados a los senadores, los VIIviri epulonum y los sodales Augustales. La inscripción ateniense con el cursus honorum de Adriano, que incluye esos sacerdocios, los sitúa fuera del orden cronológico. Es razonable conjeturar que habría recibido esa distinción al convertirse en senador. Los VIIviri—cuyo número se elevaba a diez por aquellas fechas—eran el colegio de menor rango de los cuatro sacerdotales, menos prestigioso que el de los pontifices, los augures o los XVviri. A pesar de todo, estaba considerado como uno de los «cuatro grandes colegios», a los que solo podía esperar acceder una minoría de senadores; además, los sacerdotes del deificado Augusto no se hallaban muy por detrás en la estima pública.16
La admisión a los colegios sacerdotales, como la mayoría de otras distinciones, estaba controlada por el emperador. Cuando se creaba una vacante, los miembros en funciones podían presentar candidaturas, así, cuando Plinio llegó por fin a ser augur, explicó a un amigo que había sido nominado reiteradamente por Frontino, y acabó ingresando como su sustituto al morir este. Dio la casualidad de que, precisamente el año 100, se creó una vacante en el colegio de los VIIviri, y no por fallecimiento, como solía ocurrir. Uno de sus miembros, Mario Prisco, nombrado recientemente procónsul de África, había sido expulsado de la corporación. Se le había juzgado en el Senado por extorsión, y los fiscales fueron Tácito y Plinio. En cualquier caso, otro VIIvir—L. Vibio Sabino, supuesto padre de la esposa de Adriano—había muerto el año anterior. Plinio se había dirigido personalmente a Trajano en beneficio propio: «El mayor tributo que se puede pagar a mi reputación es alguna señal de favor de un princeps tan excelente. Te ruego, por tanto, que aumentes los honores a los que he sido promovido por tu generosidad concediéndome un sacerdocio en el augurato o en el septemvirato, pues hay sendas vacantes en ambos órdenes». Plinio tuvo que esperar. El augurato fue a parar a algún otro, y el VIIvir elegido pudo haber sido Adriano.17
Podemos conjeturar con posibilidades de acierto que, entre los miembros supervivientes del colegio, Adriano tuvo el apoyo de Julio Cuadrato, el influyente hombre de Pérgamo que, según propusimos más arriba, pudo haber nominado a Adriano para el cargo de prefecto durante las fiestas latinas del año 94. La pertenencia a este colegio habría puesto a Adriano en contacto con sus compañeros VIIviri, por ejemplo, en los banquetes ( epulae) que, según indica su título, debían celebrar en honor de Júpiter y los demás dioses (apenas sabemos algo más acerca de sus obligaciones). Aquellos hombres formaban un grupo impresionante que incluía, además de Cuadrato, a Atilio Agrícola, de Augusta Taurinorum (Turín), uno de los senadores con un gran futuro, que gozaba del favor de Trajano y era también, al igual que Adriano, un sodalis Augustalis, a Cilnio Próculo, de Arrecio (Arezzo), en Etruria, a Neracio Prisco, de Sepino, en el país samnita, cónsul el 97 y, luego, legado de Germania Inferior durante un período breve, y a Domicio Tulo, ya anciano para entonces, aquel narbonense inmensamente rico e influyente.18
Adriano, que no era todavía senador el año 100, no tuvo que asistir sentado al prolijo discurso de agradecimiento pronunciado por uno de los cónsules de aquel verano, el Panegírico de Plinio, aunque, como hijo de senador, tenía derecho a hacerlo. Si Trajano se vio obligado a oírlo personalmente, es posible que sus cálidos sentimientos hacia el efusivo orador sufrieran un leve menoscabo. En su forma escrita, el discurso habría requerido seis horas, y hasta la propia versión original pudo haber puesto a prueba la paciencia del emperador. Tanto si se hallaba presente cuando el cónsul Plinio pronunció la versión original ante el Senado como si no, Adriano debió de haber tenido la oportunidad de oír un Panegírico revisado y ampliado leído por entregas en tres días consecutivos ante invitados y publicado posteriormente. El propósito de Plinio no se limitaba a rendir homenaje al emperador, sino que pretendía además mostrar a sus sucesores el camino que debían seguir. Una alocución del intelectual griego de Bitinia Dión de Prusa Sobre el reinado, pronunciada por aquellas fechas ante Trajano, debió de haber sido más del gusto de Adriano.19
Como cuestor del emperador, Adriano tenía la función de leer los discursos de Trajano en su ausencia. Llama un tanto la atención saber por la HA que «se rieron de él por su “acento” más bien rústico». Adriano reaccionó «prestando atención al estudio del latín hasta adquirir una competencia y una fluidez completas». Resulta difícil creer que en su breve estancia en Itálica, una década antes, hubiera adquirido acento «hispano». Es más probable que su dicción se viera afectada por el período desacostumbradamente largo pasado en el ejército y su relación con centuriones y soldados rasos. En cualquier caso, no hay duda de que había seguido dedicándose al griego más que al latín. Se sabe que asistió en algún momento a clases dadas por el sofista greco-siriaco Iseo, presente en Roma en torno al año 100. Plinio se sintió entusiasmado por aquel sofista de sesenta años que hablaba a la perfección el griego ático y encantaba a sus oyentes con unas improvisaciones brillantes. «Si no sientes impaciencia por conocerlo», decía a su corresponsal epistolar, «es que tienes realmente una voluntad de hierro y un corazón de piedra».20
Adriano ocupó también otro cargo mencionado por la HA pero que no se enumera en la inscripción de Atenas: «conservador de las actas del Senado», en otras palabras, responsable de los informes oficiales de las reuniones de la Cámara. Aquel archivo era una valiosa fuente para los historiadores; Tácito, por ejemplo, sacó un buen partido de las Acta Senatus. No podemos saber si en el 101 rebuscaba ya en los archivos senatoriales para escribir sus Historias de los años 69 al 96. Por de pronto, es posible que por esas fechas estuviera gobernando una provincia.21
Las primeras obligaciones senatoriales de Adriano en Roma no habrían de durar más de unos pocos meses. El 25 de marzo del año 101, Trajano marchó a hacer la guerra al rey Decébalo de Dacia y se llevó consigo a Adriano, que seguía siendo su cuestor pero era también entonces miembro de su equipo, comes Augusti, según evidencia la inscripción de Atenas. En su función de comes sirvió al lado de Sura, Serviano y otros personajes destacados. Trajano había estado preparándose para la guerra durante más de dos años; ese fue, sin duda, el motivo principal de su visita a Mesia en el 98-99. Los dacios habían sido considerados una amenaza desde la época de Julio César, y la expansión del reino durante Decébalo había causado considerables problemas a Domiciano. El desprestigio sufrido por Roma en sus guerras no había sido reparado. En aquel momento se hallaba preparada en el Danubio una fuerza de diez legiones junto con sesenta mil hombres de los regimientos de auxilia y otros destacamentos adicionales de los ejércitos de Britania y el Este. Trajano llevó a los pretorianos con un nuevo prefecto de la Guardia, Claudio Liviano, y a los Guardias Montados. La guerra iba durar dos campañas y concluiría con la rendición de los dacios.22
La HA recoge de manera breve y trivial, como es propio en ella, la participación de Adriano: «Siguió a Trajano a la Guerra de Dacia y mantuvo con él un trato de bastante intimidad; de hecho, [Adriano] afirma que, por aquellas fechas, se dio también a beber vino para no desentonar de los hábitos de Trajano, por lo que este le recompensó espléndidamente». Es, por tanto, evidente que Adriano escribió algo en su autobiografía sobre este servicio. Pero, por lo que se dice a continuación, solo estuvo en el frente el primer año. Podemos deducir que acompañó a Trajano en condición de cuestor, según las viejas costumbres republicanas, y que, al finalizar su mandato, regresó a Roma para proseguir su carrera.23
La HA explica a continuación que fue nombrado tribuno de la plebe y da como fecha los cónsules del año 105. Pero unas líneas después, el siguiente cargo de Adriano, la pretura, aparece datado en el consulado de «Suburano y Serviano», ambos cónsules por segunda vez. Debe de tratarse de una confusión entre Suburano y Sura. Este último desempeñó su segundo consulado como colega de Serviano el 102. Suburano, que había sido prefecto de la Guardia desde el 98, dejó este cargo y fue senador y cónsul sufecto el 101, y ocupó por segunda vez el consulado, como ordinarius, el 104. Pero también es posible que la HA o bien su fuente, Mario Máximo, se hicieran un lío con nombres y fechas. La solución más verosímil es que Adriano regresara a Roma a finales del otoño del año 101 para ocupar el cargo de tribuno de la plebe en el 102, iniciando el ejercicio de su cargo el 10 de diciembre del 101, según la antigua práctica relativa a los tribunos. De ser así, se había eludido el requisito normal de un intervalo de un año entre cargos impuesto por el cursus honorum:entre el final de la cuestura, el 4 de diciembre, y el comienzo del tribunado, el 10 del mismo mes, debió de haber transcurrido menos de una semana. Una exención de este tipo pudo haber sido, en tal caso, una modesta señal de favor por parte de Trajano, que permitió a su pariente ser tribuno un poco antes de cumplir los veintiséis años.24
Si los acontecimientos hubieran seguido su curso normal, Serviano y Sura cónsules ordinarii el año 102, deberían haberse hallado en Roma; pero debido a la guerra ejercieron, quizá, su cargo in absentia. Hay que señalar que Serviano se había cambiado entretanto de nombre y se hacía llamar «L. Julius Ursus Servianus» en vez de «Ser. Julius Servianus». Es evidente que había heredado sus nuevos nombres del poderoso aliado de Trajano L. Julio Urso. Sura tuvo, al menos, un cometido personal en Dacia durante el 102 al haber sido enviado junto con Claudio Liviano, prefecto de la Guardia, a negociar con el rey de Dacia. Al final, Decébalo «tuvo miedo y no quiso reunirse con ellos». En cuanto a Serviano, formó también parte del equipo de Trajano, al menos en el año 101. Una carta dirigida a él por su amigo Plinio, ansioso por tener noticias, da a entender que se hallaba en el frente. En la primera campaña se había obtenido ya una victoria importante. El 102 se consiguieron más triunfos. El jefe tribal moro Lusio Quieto, que mandaba una fuerza compuesta por compatriotas suyos, y Laberio Máximo, gobernador de Mesia Inferior, aparecen destacados por sus éxitos en los escasos documentos históricos. Decébalo fue obligado a pedir la paz. Rindió «sus armas, máquinas e ingenieros, demolió fuertes, entregó a los desertores, se retiró del territorio capturado y se convirtió en aliado del pueblo romano. Trajano dejó guarniciones por toda Dacia, regresó a Roma para celebrar un triunfo y tomó el título de Dácico». Roma se anexionó grandes extensiones de tierra al norte del bajo Danubio, la Dacia suroccidental se incorporó a Mesia Superior y una franja de territorio mucho mayor en su flanco oriental se sumó a una provincia de Mesia Inferior muy ampliada.25
En el curso de su servicio en el ejército, Adriano debió de haber tenido ocasión de establecer lazos con miembros del alto mando. Sosio Seneción, que desempeñó un cometido destacado, se menciona explícitamente diez años más tarde como amigo personal suyo, al igual que Claudio Liviano, prefecto de la Guardia, un licio de Sídima. Q. Pompeyo Falcón, que sería más tarde yerno de Seneción, mandó en aquella guerra la legión V Macedonica y habría de ocupar puestos importantes bajo el mandato de Adriano. Podemos suponer que se conocieron el 101, si no antes. Adriano debió de haber conocido así mismo a otro legado de la legión, Julio Cuadrato Baso, de Pérgamo, comandante de la XI Claudia. Otros dos personajes importantes, Atilio Agrícola, gobernador de Panonia, y Cilnio Próculo, legado de Mesia Superior, fueron colegas suyos como VIIviri. Otra persona con quien debió de encontrarse fue Apolodoro de Damasco, arquitecto de Trajano, encargado de construir el puente que cruzaba el Danubio en Drobeta (Turnu Severin), al finalizar la primera campaña.26
Se supone que Adriano tuvo algo que decir en su autobiografía sobre su tribunado de la plebe. «Afirma que durante esa magistratura se le pronunció un presagio según el cual recibiría el poder tribunicio perpetuo [prerrogativa del emperador], pues perdió las paenulae, unos mantos que solían llevar los tribunos de la plebe en caso de lluvia, pero que los emperadores no llevaban nunca». Eso dice la HA. Pero, tal como lo narra, es difícil que ese breve relato sea auténtico. La paenula era la capa para la lluvia habitual en Roma, vestida por todos los romanos, incluido el emperador. En el mejor de los casos, la HA entendió mal o tergiversó algo que aparecía en su fuente. Es dudoso que Adriano tuviera alguna obligación seria que cumplir o que realizara algún esfuerzo por mostrarse activo en el Senado como tribuno de la plebe. Plinio menciona una intervención de un tribuno en el debate del año 97, cuando atacó a Publicio Certo. También describe con cierta prolijidad una sesión del Senado el año 105, cuando otro tribuno, Avidio Nigrino, tomó la iniciativa personal de denunciar el cobro de honorarios por algunos abogados. Adriano se sentiría probablemente contento de no destacar, aunque los tiempos fueran entonces diferentes de lo que lo habían sido cuarenta años antes, cuando Agrícola, en su condición de tribuno, pasó su año en una «inactividad callada», sabedor de que la inertia era la manera inteligente de comportarse. Merece la pena que nos detengamos en el hecho mismo de que Adriano fuese tribuno de la plebe. Significa que, a pesar de su parentesco con Trajano, no había sido elevado al patriciado. En realidad, la inscripción de Atenas no menciona que fuera candidato del emperador para ese puesto o para la pretura. Al parecer, Trajano deseaba que, de momento, su antiguo pupilo fuera tratado en cierto modo como un senador normal. No obstante, según se ha sostenido, se le permitió ser tribuno un año antes de lo establecido por las reglas.27
La ausencia de Adriano de Roma durante la mayor parte del año 101 supuso, probablemente, la imposibilidad de asistir al proceso por extorsión emprendido por Plinio contra Cecilio Clásico, procónsul de la Bética. Seguramente se habría informado a través de corresponsales epistolares sobre un caso que afectaba a su provincia «patria». El 102-103, Plinio se vio involucrado en otro juicio similar contra un procónsul del Ponto-Bitinia, Julio Basso, esta vez por parte de la defensa. Es posible que esa clase de asuntos pudieran parecer dignos del Senado, pero Adriano no se habría llevado una impresión muy favorable de otras sesiones senatoriales. Plinio cuenta con cierta indignación cómo se descubrió que, en un escrutinio secreto, se habían garabateado bromas y obscenidades en las tablillas de votación.28
A pesar de esas omisiones, el 104 Adriano se aseguró, como era de esperar, su elección como pretor para el año siguiente. Era un poco más joven que la edad prescrita de treinta años cumplidos «o por cumplir aquel año», pues el 24 de enero de 105 tendría veintinueve. Al parecer, se hizo algún intento de endurecer las normas. Uno de sus colegas en la pretura, Licinio Nepote, se comportó con una severidad a la antigua y llegó incluso a multar a un senador por no haber asistido a un juicio como jurado. En su calidad de presidente del tribunal centumviral, Nepote advirtió más tarde a la acusación y a la defensa que aplicaría estrictamente las normas sobre aceptación de honorarios, la misma cuestión suscitada por el tribuno Nigrino el 105. Nepote intervino también al año siguiente en relación con otro juicio por extorsión celebrado nuevamente contra Vareno Rufo, procónsul de Bitinia. Uno de los pretores del año 106,Juvencio Celso, que sería más tarde un jurista famoso, atacó a Nepote «con violencia y prolijidad tachándolo de aspirante a reformador del Senado». No aparece documentado que Adriano desarrollara ninguna actividad de este tipo; el único dato atestiguado es que recibió de Trajano una importante suma de dinero para pagar los juegos que debía organizar como pretor, juegos que, finalmente, hubo de celebrar in absentia. En cualquier caso, los años en que Adriano desempeñó las antiguas magistraturas republicanas debieron de haberle dado cierta ocasión de familiarizarse con el derecho romano. Quizá llegó a presidir algún tribunal como pretor. De haber sido así, solo lo hizo, como mucho, durante cinco meses.29
Adriano no vería acabar su año de servicio en Roma. Durante algún tiempo se había comprobado claramente que Decébalo incumplía las condiciones que se le habían impuesto el año 102—al menos, esa era la versión oficial romana—. Trajano se había estado preparando para una nueva campaña y sus medidas incluían el reclutamiento de dos nuevas legiones, la II Traiana y la XXX Ulpia Victrix. En mayo del año 105 se declaró la guerra contra Dacia. Trajano partió para el Danubio el 4 de junio y volvió a llevarse consigo a Adriano; esta vez le dio el mando de la legión I Minervia.30