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3 TRIBUNO MILITAR

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Si Adriano no pudo asistir a las clases de Quintiliano, no hay duda de que se encontraría otro profesor para él. En cualquier caso, dada su condición de hijo de senador y, por tanto, de futuro senador, se esperaba que tomase como maestros a oradores destacados. No quedaba disponible ninguna estrella pujante: Cornelio Tácito se hallaba fuera de Roma en los años 90-93, posiblemente en el desempeño de algún cargo provincial. Es bastante probable que Trajano animara a Adriano a sentarse a los pies de Licinio Sura, otro hispano de una de las coloniae de la Tarraconense. Sura había recibido elogios como abogado al comienzo de la década del 80, cuando Marcial escribió su primer libro de epigramas. El 92, Marcial lo llamaría el «más famoso de los eruditos, cuya oratoria de estilo antiguo recuerda la de nuestros graves antepasados». Sura tenía una casa en el Aventino, cerca del templo de Diana con vistas al Circo Máximo, según revela Marcial en otro poema, y aparece citado en tercer lugar en una lista breve de elocuentes admiradores de sus escritos, tras Silio Itálico, el poeta consular, y Aquilio Régulo, un resuelto orador.1

A comienzos de mayo del año 92, Domiciano dejó Roma para emprender otra nueva campaña en el norte contra los suevos de Germania y los sármatas, y permaneció fuera durante ocho meses. Es posible que Trajano marchara con él y se quedara en la zona del Danubio, llegando a ser, incluso, gobernador de Panonia. En cualquier caso, pocos años después, Plinio afirmó que, tras haberse ganado la aprobación de Domiciano por su rápida marcha de Hispania al Rin el año 89, Trajano «fue considerado digno» por el emperador «de llevar a cabo varias expediciones»: resulta difícil ver en qué otro lugar pudo haber servido. La campaña del emperador estuvo lejos de ser un éxito total, sobre todo porque una legión, la XXI Rapax, había sido aniquilada por el enemigo. Al regresar en enero del 93, Domiciano se limitó a señalar el final de la guerra con un triunfo menor, una ovatio. Estacio atribuyó la contención del emperador a su «clemencia» y a que no deseaba «dignificar» a los marcomanos y los «nómadas» sármatas celebrando un triunfo cabal sobre ellos. En diciembre del año 92, adelantándose al regreso inminente de Domiciano, Marcial había dedicado su octavo libro de Epigramas al emperador dándole el título de Dácico (que Domiciano nunca adoptó). Una docena de los ochenta y dos poemas tienen como asunto el elogio directo o indirecto de Domiciano: «El mes de Jano, la ciudad es testigo de un feliz regreso»; «Roma nunca amó tanto a un caudillo ( ducem)», «Si el pueblo te quiere, César, no es por tus dones; quiere a tus dones por ti».2

El noveno libro de Marcial, escrito un año o dos más tarde, siguió aclamando igualmente las victorias de Domiciano. A los elogios se añadió un tema nuevo: el emperador había prohibido la castración, por lo que Marcial le felicita efusivamente en dos poemas. El poeta consiguió, no obstante, incluir en el mismo libro seis composiciones efusivas sobre Earino, el eunuco favorito de Domiciano, que acababa de hacer entrega de algunos rizos de su pelo en una caja de oro para que fueran depositados en el santuario de Esculapio de su ciudad natal de Pérgamo. Estacio, entretanto, compuso más de cien versos sobre el bello Earino y los mechones que el dios iba a recibir del Caesareus puer, elogiando al mismo tiempo con astucia la prohibición imperial de la castración. El Ganimedes imperial no era una excepción en la Roma de los Flavios. Aunque la mayoría no fueran eunucos, los bellos muchachos formaban parte de varias familias conocidas por la literatura de la época. Estacio escribió dos poemas para consolar a amigos por las muertes de sus delicati. En otros tiempos, los romanos habían mirado con censura el «amor griego», y el profesor Quintiliano, de ideas tradicionales, lo seguía desaprobando. Los escritos de Marcial y Estacio muestran que en aquel momento era algo común.3

El año 93 llegaron de la Bética noticias que iban a provocar revuelo y que interesarían, sin duda, de manera especial a los senadores de la provincia. El procónsul Bebio Masa fue acusado de extorsión o corrupción por «los provinciales», probablemente a través del consejo provincial. Masa fue juzgado ante sus iguales, en el Senado, y sus acusadores fueron Herennio Seneción, senador de la propia Bética, y Plinio. Masa fue condenado y sus bienes quedaron inmovilizados mientras se evaluaba la restitución. Entretanto, el anterior procónsul contraatacó. Tenía experiencia como delator (informador o denunciante especializado en acusaciones de maiestas, ‘alta traición’) desde tiempos de Nerón. Junto con Mettio Caro, otro delator, acusó de alta traición a Herennio Seneción. Aquello iba a provocar una avalancha de denuncias. Seneción era seguidor de la filosofía estoica y estaba estrechamente vinculado a un grupo senatorial denominado habitualmente «oposición estoica». A continuación se celebraron en el Senado una serie de juicios por alta traición cuyo resultado fue la condena a muerte no solo de Seneción sino también de dos antiguos cónsules, Helvidio Prisco y Aruleno Rústico, y el destierro de otras cuatro personas de rango senatorial, Máurico, hermano de Rústico, junto con su esposa, y dos mujeres de la familia de Helvidio. Las acusaciones fueron diversas, pero, en esencia, incluían claramente críticas directas o indirectas al emperador por parte de un grupo que se había opuesto a la autocracia durante medio siglo—el padre de Helvidio había sido condenado a muerte por Vespasiano; Trásea, suegro de su padre, por Nerón; y Cecina Peto, suegro de Trásea, por Claudio—.4

Los juicios se celebraron tras la muerte de Julio Agrícola, fallecido el 23 de agosto de 93, cuando se hallaba en marcha la causa contra Bebio Masa. Tácito escribió unos años después que Agrícola tuvo la suerte de morir sin llegar a ver «la casa del Senado sometida a sitio, y a los senadores retenidos en su interior por hombres armados». El joven Adriano debió de haber presenciado aquellos juicios—y, por supuesto, el de Bebio Masa—con un interés considerable. Probablemente se requirió a los cónsules para que presidieran el caso; uno de los hombres que ocupaban el cargo el año 93 era, por cierto, un pariente hispano de la familia de Adriano, L. Dasumio Adriano, de Córdoba. En cuanto a Tácito, había vuelto a Roma poco después de la muerte de Agrícola—había permanecido fuera cuatro años—y, junto con sus colegas del Senado, fue obligado a votar la sentencia de muerte contra Helvidio, Rústico y Seneción. Los sentimientos de Tácito eran ambivalentes. Uno de los cargos presentados contra Seneción fue que, tras ingresar en el Senado con la magistratura más baja, la cuestura, se había negado a presentarse a otras candidaturas. ¿Qué se lograba con aquella oposición pasiva? Agrícola había reaccionado de manera distinta: siguió sirviendo a su país incluso bajo Domiciano—y, de haberlo permitido Domiciano, se habría prestado con absoluta disposición a ejercer otros cargos en Siria o en el Danubio o como procónsul de Asia—. Tácito concluía pocos años después que «los admiradores de la ilegalidad deberían saber que puede haber grandes hombres incluso bajo emperadores malos, que la obediencia y la contención, unidas a la diligencia y el vigor, son más loables que la búsqueda de la fama por sendas abruptas que llevan a una ostentosa actitud de martirio que no beneficia a la república».5

La senda tomada por Agrícola—la obediencia y la moderación—era, al fin y al cabo, la que estaba siguiendo Trajano. Según se contaba, Trajano hizo más tarde la siguiente observación: «Domiciano fue un mal emperador, pero tenía buenos amici». No puede haber muchas dudas de que Adriano se habría adherido satisfecho a aquella opinión y habría pensado, incluso, probablemente, que las medidas de Domiciano contra el grupo estoico estaban justificadas. Es muy posible que se hallara presente como observador en la casa del Senado cuando se celebraban los juicios: Augusto había permitido a los hijos de los senadores asistir a las reuniones senatoriales tras vestir la toga virilis, «para que se habituaran a la vida pública». En cualquier caso, es posible que los juicios por alta traición no hubieran concluido aún cuando Adriano dio los primeros pasos en su carrera oficial. El año 94 fue, probablemente, la fecha en que ocupó uno de los cargos del vigintivirato, impuestos obligatoriamente por Augusto a los futuros senadores. Había cuatro directorios distintos de diverso prestigio. El patricio o plebeyo que contara con unos padrinos fuertes podía llegar a ser uno de los tres funcionarios responsables de la acuñación de moneda, los tresviri monetales. Había así mismo cuatro asignados a la supervisión de las calles de la capital, los quattuorviri viarum curandarum. Los menos favorecidos eran los miembros del cuerpo de tres personas entre cuyos deberes se contaban ciertas formas de mantenimiento del orden, los tresviri capitales, que en aquel preciso momento habían sido convocados para supervisar la cremación pública de libros escritos por los senadores condenados. Platorio Nepote, amigo de Adriano, que hubo de contentarse con ser uno de los capitales y debió de haber ejercido el cargo por esas fechas, pudo haber recibido la misión de ocuparse de aquella ingrata tarea.6

El puesto ocupado por Adriano fue uno de los diez vigintiviri restantes, los decemviri stlitibus iudicandis (‘junta para la adjudicación de los procesos’), a los que el pretor responsable asignaba la presidencia de una de las cuatro listas de jurados de la corte centunviral. Este tribunal trataba los casos civiles y se reunía en la basílica Julia. El público podía asistir a ellos y, en realidad, lo hacía. Sin embargo, lo que atraía su atención eran los discursos de los abogados y no la actuación del decemvir, que casi nunca se menciona: es evidente que sus deberes eran mínimos. Plinio, que a los dieciocho años había aparecido personalmente como abogado ante los centumviri y había sido decemvir poco después, siguió participando con regularidad en casos vistos ante aquel tribunal. Casualmente, informa sobre uno celebrado por las fechas en que el joven Adriano pudo haber ocupado la presidencia. Un tal Ausidio Curiano había sido desheredado por su madre, que nombró nuevos herederos a Plinio y otro senador, Sertorio Severo, junto algunos caballeros más. Algunos se inquietaron al pensar que su amistad con el recién ejecutado Aruleno Rústico podría poner en peligro su posición. Plinio hizo un ofrecimiento a Curiano inmediatamente antes de la fecha señalada para el caso, y el acuerdo se cerró sin llegar a los tribunales.7

Podemos suponer que el puesto de decemvir no suponía grandes exigencias, pero significaba una iniciación a la vida pública, una magistratura del Pueblo Romano, aunque de menor relevancia. Adriano dispondría de un séquito ( viatores) y escribanos asignados a él. Aquel mismo año traería consigo dos nuevas oportunidades de desempeño de una función pública. Por una casualidad afortunada se ha conservado el pedestal de una estatua levantada en su honor en Atenas el año 112. En ella se enumera su cursus honorum, que confirma y complementa la información dada en la HA. Tras el decemvirato se anotan dos puestos no mencionados en la vita:el de praefectus feriarum Latinarum y el de sevir turmae equitum Romanorum. Las feriae Latinae eran una antigua festividad de la vieja Liga Latina celebrada todavía anualmente en primavera o a principios del verano en el monte Albano (el moderno monte Cavi, en la colina de Alba), a 35 kilómetros al sur de Roma. Todos los magistrados del Pueblo Romano estaban obligados a asistir, y, durante la ausencia de los cónsules, estos debían nombrar un prefecto que se ocupara de sus deberes en la ciudad. El nombramiento solía recaer normalmente, al parecer, en un joven senador o futuro senador que hubiera llamado la atención de uno de los cónsules. Es probable que Adriano fuera escogido por los cónsules sufectos que ocuparon el cargo del 1 de mayo a finales de agosto del 94, ambos con una auténtica sarta de nombres: M. Lolio Paulino D. Valerio Asiático Saturnino y C. Antio A. Julio Cuadrato. El primero era descendiente del senador galo Valerio Asiático de Vienna (Vienne), que había sido cónsul por segunda vez en el 46 y pronto sería asesinado por Claudio. Cuadrato procedía de Pérgamo y era uno del puñado de griegos nombrados senadores por Vespasiano. Había sido, con toda probabilidad, legado del padre de Trajano durante su proconsulado en Asia, quince años antes, y era sin duda amigo del propio Trajano. Parece muy verosímil que fuera Cuadrato quien eligió al joven pariente de su amigo para el honor de sustituir a los cónsules.8

Un mes o dos más tarde se celebró otra ceremonia: la revista anual de los caballeros romanos ( transvectio equitum) del 15 de julio. Para pasarla, los caballeros se distribuían en seis escuadrones ( turmae), cada uno de los cuales estaba encabezado por un joven senador o futuro senador con el título de sevir que, como mínimo, debía ser un buen jinete. El sevirato de Adriano para el pase de la revista no aparece, por supuesto, fechado en la inscripción de Atenas, pero, al igual que la prefectura honoraria de Roma, debió de haber tenido también lugar, probablemente, el año 94. Aquel joven de dieciocho años había recibido para entonces un decidido impulso en su carrera. Desconocemos si atrajo la atención del emperador y si fue favorecido con una invitación al palacio. Estacio conmemoró su asistencia por primera vez a un banquete imperial masivo para senadores y caballeros dado aquel mismo año o a comienzos del 95—los «jefes de Rómulo» (senadores) y los «portadores de la trabea» (caballeros) comieron reclinados ante mil mesas—, por lo que no es imposible que Adriano se encontrara allí. Estacio se declara sobrecogido ante los amplios salones de mármol y por la suerte de «fijar su mirada en Él, con su semblante plácido y su serenidad majestuosa».9

No es nada extraño que Suetonio, que escribía treinta años después, haga hincapié en algo distinto. Tras las ejecuciones de los senadores, Domiciano «se convirtió en una persona aterradora para todos y odiada»; se sentía cada vez más inquieto e hizo instalar en el pórtico del palacio, donde realizaba sus ejercicios, tabiques reflectantes para poder ver a cualquiera que se le acercase desde atrás. En cuanto a sus banquetes, Casio Dión habla de un entretenimiento macabro ofrecido a senadores y caballeros en una habitación pintada totalmente de negro profundo con triclinios desnudos del mismo color sobre un suelo también desnudo. Los huéspedes fueron invitados de noche y a su lado se colocó una losa a modo de lápida sepulcral; muchachos pintados de negro bailaron a su alrededor antes de servirse la comida, de color también negro. Ninguno habló, excepto el anfitrión, «que conversó únicamente sobre muerte y asesinatos». Los invitados se quedaron de piedra.10

El año 95 estuvo marcado por más ejecuciones por conspiración. Algunas víctimas destacadas fueron Acilio Glabrión, un aristócrata colega de Trajano en el consulado, y un pariente próximo del propio Domiciano, Flavio Clemente, hijo de su primo. Clemente estaba, además, casado con Domitila, sobrina nieta de Domiciano; dos de sus hijos habían sido adoptados por el emperador, y Clemente fue cónsul aquel mismo año. Es posible que hubiera motivos para la acción de Domiciano. ¿Quién puede saberlo? Según cuenta Suetonio, él mismo se lamentó del destino desdichado de los principes: nadie creía en conspiraciones contra los emperadores, hasta que eran realmente asesinados. Es probable que Adriano se sintiera contento de marcharse de Roma aquel año.11

El servicio militar como tribuno no era ya, ciertamente, obligatorio para los futuros senadores, en cualquier caso, sabemos que algunos lo eludieron. Pero, de las veintiocho legiones existentes entonces, solo las dos de Egipto, donde no podían entrar las personas de rango senatorial, no requerían un tribunus laticlavius, «con la banda ancha» que denotaba pertenencia al orden senatorial. Algunos servían solo durante unos pocos meses o un año, pero, como solo había veinte vigintiviri anualmente, muchos de ellos debieron de haberse incorporado a una legión nada más concluir su año como magistrados de rango menor. En el caso de Adriano no podía haber dudas: el primo de su padre, también sin hijos, que lo trataba entonces «como a un hijo propio», había pasado varios años como tribuno militar al menos en dos legiones distintas, en Siria y en el Rin. Seguramente habría insistido en que Adriano siguiera su ejemplo; además, se hallaba en condiciones de ofrecerle un cargo en su propio ejército. Aunque no disponemos todavía de testimonios fehacientes, podemos conjeturar razonablemente que Trajano ejerció, quizá, el gobierno de Panonia durante esos años. En cualquier caso, Adriano se convirtió en ese momento en tribuno de la II Adiutrix, estacionada en Aquinco (Budapest), a orillas del Danubio. Era una de las cuatro legiones, por lo menos, presentes en Panonia e iba a desempeñar una función clave en la protección del Imperio contra los sármatas del otro lado del río.12

La II Adiutrix era una legión relativamente nueva, formada con marinos de la flota de Ravena durante las Guerras Civiles. Poco después de su creación fue enviada a Britania, donde había pasado quince años de campañas ininterrumpidas hasta ser transferida en el 86 al Danubio, inicialmente a la región de Mesia. Tres años después, finalizada la primera campaña de Domiciano en Panonia, se trasladó a Aquinco y levantó para su propio uso el primer fuerte legionario construido allí, hecho de madera. No hay duda de que, no mucho antes de que Adriano ocupara su cargo, acababa de participar en la segunda campaña panónica de Domiciano, la del año 92. Como tribunus laticlavius, Adriano era, en función de su rango, el segundo del comandante de la legión, el legado (cuya identidad desconocemos). Debió de alojarse en el interior del fuerte con un considerable aparato, en realidad con casa propia provista de numerosas habitaciones, y habría llevado consigo esclavos y libertos de su propio hogar romano.13

No es fácil decir cuáles eran sus obligaciones. Aunque fuese, en teoría, un segundo comandante, en la práctica se esperaría de él que aprendiera de los oficiales profesionales, los centuriones, en su mayoría hombres salidos de las filas, y de sus cinco compañeros de tribunado, todos ellos caballeros romanos. Los centuriones y los hombres de la legión habrían tenido mucho que decirle sobre las campañas contra los sármatas y sobre su etapa en Britania durante el largo mando de Agrícola. Algunos de ellos habrían participado en la gran Batalla del monte Graupio en el 83 y podrían haberle expuesto sus opiniones sobre los caledonios. Nos gustaría suponer que Adriano no fue uno de aquellos que «dedicaban su servicio a la búsqueda del placer, disfrutando del mayor número posible de permisos, para regresar con el título de tribuno pero sin haber aprendido nada». Más bien, a imitación de lo que había hecho el joven Agrícola treinta y cinco años antes, se habría propuesto «conocer la provincia, darse a conocer en el ejército y aprender de las personas experimentadas, seguir a los mejores, no aspirar a nada por ostentación, no negarse a nada por miedo y ser al mismo tiempo precavido y vigilante». Al igual que Agrícola, es probable que pasara algún tiempo con el gobernador, cuyo cuartel general se hallaba en Carnunto, sobre todo si quien ocupaba el cargo era su pariente Trajano.14

Adriano sería conocido más tarde por su capacidad para mezclarse sin problemas con gente de toda condición y por su afición a hablar con los plebeyos, por su asombrosa capacidad para recordar nombres, en especial de soldados y veteranos, y por su disposición a compartir la sencilla dieta de los soldados. Estas cualidades le resultaron, probablemente, muy útiles en su primer destino militar. Más tarde, siendo emperador, tuvo fama de ser «sumamente diestro con las armas y extraordinariamente experto en ciencia militar». Es probable que sentara las bases de su gran competencia en Aquinco durante los años 95 y 96. Al menos un contacto, hecho seguramente en el 95, iba a serle de gran importancia. Una inscripción procedente de allí recoge el nombre de un centurión de la II Adiutrix llamado M. Turbón. El nombre de Turbón es tan poco corriente que difícilmente puede tratarse de otro que Q. Marcio Turbón (Marcius se habría abreviado, por analogía, en el praenomen Marcus). Este hombre de la colonia dálmata de Epidauro (cerca de Dubrovnik) iba a servir a Adriano como prefecto de la Guardia durante más de quince años.15

El período de servicio concluyó el verano del 96 al cabo de no mucho más de un año con la II Adiutrix, quizá por haberse presentado un nuevo tribunus laticlavius para ocupar su puesto, lo que significaba a su vez la llegada de un nuevo gobernador que traía con él a su propio protegido en funciones de tribuno. Sea como fuere, Adriano no se apartó del ejército sino que obtuvo un nuevo nombramiento en una de las legiones de Mesia Inferior, la V Macedonica, instalada en Esco, en la confluencia entre el río del mismo nombre y el Danubio. No es posible identificar con total certeza al gobernador al que debió el nombramiento, pero es muy probable que se tratara de L. Julio Marino. Seguramente es el Julius Mar[ ] documentado como legado de Mesia Inferior el siguiente enero. Marino tenía una finca en la localidad sabina de Cures, pero muy bien podría ser originario del Este—se ha propuesto como lugar de procedencia la colonia de Berito (Beirut), en Siria—. En cualquier caso, conocía probablemente al joven Adriano, o bien se lo habían recomendado vivamente: un segundo tribunado militar era algo excepcional para un laticlavius.16

El 18 de septiembre del 96, no mucho después de la llegada de Adriano a Esco, ocurrió en Roma un suceso dramático. Es probable que las noticias no tardaran más de una semana en llegar al Danubio Inferior: el emperador había sido asesinado. Su sucesor—que no fue el primer candidato de los conspiradores—se había instalado ya y había sido reconocido por el Senado e, incluso, aclamado con entusiasmo por esa corporación. Se trataba de Marco Cocceyo Nerva. La memoria de Domiciano fue objeto de condena, sus estatuas de plata y oro se fundieron, su nombre fue borrado de los monumentos públicos. En Roma, la plebe reaccionó con indiferencia, pero los soldados no se sintieron, ni mucho menos, satisfechos. Algunos intentaron deificar a Domiciano, según informa Suetonio. Ciertos elementos del Ejército danubiano, probablemente de la provincia de Adriano, se amotinaron. El filósofo itinerante Dión de Prusa (Bursa) los devolvió a la sensatez, según un relato un tanto inverosímil recogido por Filóstrato. Cuando llegaron las noticias, Adriano llevaba probablemente solo unas pocas semanas con la V Macedonica—la HA fecha su nombramiento «al final mismo del reinado de Domiciano» («extremis iam Domitiani temporibus»).17

Domiciano había sido víctima de una conspiración palaciega fraguada en el seno de su propia familia, incluido su chambelán y otros libertos del palacio, además de la emperatriz; no se trató de una conjura senatorial, y mucho menos de los comandantes del ejército, aunque sí estuvieron implicados los prefectos de la Guardia. No obstante, sus relaciones con el Senado se habían ido deteriorando desde el 89, si no antes, y los juicios y ejecuciones de finales del 93 habían empeorado las cosas. En ese momento se proclamó la libertas, los desterrados regresaron y hubo un revuelo de ajustes de cuentas contra quienes habían servido al «tirano» como delatores. Sin embargo, la posición del nuevo emperador estaba lejos de ser segura. Nerva no era, ni mucho menos, un militar, y los soldados se sentían furiosos. Además, las finanzas del Estado se encontraron pronto en una situación calamitosa. Nerva se vio obligado a vender propiedades imperiales para recaudar fondos, y creó una comisión económica. Según era de esperar, ocuparía personalmente el consulado en el 97. Sin embargo, el nombre de su colega debió de haber causado sorpresa. Se trataba de L. Verginio Rufo, que había desempeñado un cometido importante en las Guerras Civiles del 68-69, retirándose luego prudentemente de la vida pública. Rufo tenía entonces ochenta y tres años. Podemos adivinar el motivo de aquella elección. Casi treinta años antes, los soldados habían ofrecido el trono a Rufo en más de una ocasión; la primera, tras la Batalla de Vesonción (Besançon), en junio del año 98, después de que su Ejército de Germania Superior hubiera descalabrado a los galos rebeldes de Julio Víndex. El ofrecimiento se repitió poco después al conocerse la muerte de Nerón, y una vez más tras la de Otón, en abril de 69. Rufo había rehusado siempre. Es posible que Nerva quisiera enviar una señal a los comandantes del ejército: debían seguir aquel ejemplo tan sano.18

Adriano

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