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5 EL JOVEN GENERAL
ОглавлениеAdriano conocía ya, probablemente, la legión I Minervia, cuyo mando asumió el verano del año 105. Había estado estacionada en Bonna (Bonn), a orillas del Rin, cerca de Colonia Agripinense (Colonia), donde había pasado la primera parte del año 98. También podría haberla conocido en la primera Guerra de Dacia, para la que había sido desplazada al Danubio. Concluida la guerra, la legión se había quedado allí para ser una de las catorce, más o menos, concentradas para la nueva campaña en Panonia y Mesia. La I Minervia era de creación relativamente reciente: había sido formada por Domiciano y recibió su nombre en honor de la divinidad favorita del soberano.1
La ofensiva romana, cuidadosamente preparada—con la ventaja del enorme puente de piedra sobre el Danubio construido por Apolodoro—, no había comenzado aún cuando Decébalo lanzó un ataque preventivo. Consta que atacó a las fuerzas romanas en el sudoeste de Dacia, ocupada desde el 102 y anexionada a Mesia Superior. Al ser rechazado el ataque, Decébalo intentó que unos desertores romanos asesinaran a Trajano, pero también sin éxito. Entonces, el rey de Dacia se ofreció a parlamentar con el comandante romano de la zona norte del río, Pompeyo Longino, y lo tomó prisionero a traición. Decébalo pretendió negociar con aquel rehén de alta graduación para obligar a los romanos a evacuar el territorio recientemente conquistado. Trajano le dio una respuesta ambigua y Longino resolvió su dilema suicidándose. El hecho de que Trajano hubiera sido objeto de un intento de asesinato dio lugar a conjeturas sobre la sucesión. El emperador no tenía hijos y no había dado señales de estar dispuesto a adoptar uno, ya fuera su joven pariente Adriano o algún otro. Cinco años antes, Plinio había rogado a Júpiter en su Panegírico que otorgara «a Trajano un sucesor engendrado por él [...] pero si el destino se lo niega, aconséjale cuando elija y muéstrale a alguien digno de ser adoptado en tu templo del Capitolio». Las posibilidades de que le naciera un hijo eran para entonces remotas. Trajano apuntó, seguramente, en otra dirección tras el plan de Decébalo de asesinarlo. La HA nos informa de que «en cierta ocasión dijo a Neracio Prisco: “Si me ocurriera algo, te encomiendo las provincias”». En ese momento, Neracio Prisco era, al parecer, gobernador de Panonia. En otras palabras, era uno de los hombres que participaban en la acción, aunque el principal centro del esfuerzo de guerra romano se hallara más lejos, aguas abajo del Danubio.2
Neracio Prisco llegaría a ser más famoso como jurista y—junto con Juvencio Celso, pretor al año siguiente—como jefe de la «escuela Proculiana», una de las dos principales tradiciones de interpretación del derecho romano surgidas en los primeros tiempos del principado. A pesar de su fama en el mundo de las leyes, la actuación de Prisco como gobernador de dos importantes provincias militares demuestra que jugaba bien en todas las posiciones. Además, su hermano Marcelo había gobernado Britania poco antes. Neracio Prisco podría haber sido un emperador ideal. Lo que no sabemos es si Trajano hablaba completamente en serio y si la verdadera intención de la «encomienda de las provincias» a Prisco «si le ocurría algo a él» era la de nombrar un sucesor. Otro relato conservado en un extracto de Casio Dión para el que no es posible conjeturar fecha alguna nos presenta a Trajano en un banquete pidiendo a sus amigos que le nombren a «diez personas capaces de ser emperadores»— capax imperii, tal como lo habría dicho Tácito—. «Tras un momento de pausa, añadió: “Solo necesito nueve nombres, pues ya tengo uno: Serviano”». El cuñado de Adriano gozaba, sin duda, de la alta estima de Trajano tal como lo había demostrado su segundo consulado con Sura el 102. Pero tampoco esta anécdota puede tomarse fácilmente como un indicio de las auténticas intenciones de Trajano. El emperador se encontraba fuerte y activo, no había cumplido aún cincuenta años y no necesitaba ni deseaba nombrar un sucesor.3
Las tortuosas transacciones en las que se jugó el destino de un oficial romano de alta graduación debieron de haber ocupado el resto de la estación de campaña del año 105. En cualquier caso, la ofensiva romana definitiva se lanzó en la primavera de 106. Las fuerzas dacias fueron rechazadas al interior tras una serie de batallas. Su capital, Sarmizegetusa, fue tomada y Decébalo se suicidó para evitar ser capturado. Un caballero romano llamado Claudio Máximo que llegó, por poco, demasiado tarde para apresar vivo al rey, le cortó la cabeza y se la llevó a Trajano en un lugar llamado Ranistoro. La cabeza fue enviada a Roma para ser arrojada por la escalinata Gemonia (‘de los suspiros’), destino tradicional de los enemigos del pueblo romano. Su reino fue anexionado: a partir de ese momento Dacia sería una nueva provincia romana, la primera adquisición de ese tipo después de más de medio siglo. Para aumentar la sensación de una gloria y una expansión renovadas, aquel mismo año (106) se añadió al Imperio un nuevo territorio en el Este: el gobernador de Siria, Cornelio Palma, tomó pacíficamente el reino nabateo, al este del río Jordán, en el Neguev, creando así la provincia de Arabia. No hay duda de que, tras la muerte de Decébalo, se habrían llevado a cabo en Dacia operaciones de limpieza, pero a finales del 106, una vez alcanzado el triunfo, unidades romanas se afanaban en levantar nuevos fuertes junto a las fronteras.4
La nueva provincia de Dacia, con una guarnición de al menos dos legiones, fue asignada a Julio Sabino. En Dacia había mucho que hacer. Si se trata del Sabino que recibió una carta de Plinio—en respuesta a la petición del propio Sabino de mantener correspondencia larga y frecuente—, su «vida en armas, los campamentos, los clarines y las trompetas, el sudor y el polvo y el calor del sol» difícilmente habrían podido ponerle en un estado de ánimo propicio para leer sobre las actividades triviales de Plinio, según comentaba este con modestia. La organización de la provincia recién conquistada era una empresa considerable. Según Eutropio, cronista del siglo IV, «fueron llevados allí incontables colonos de todo el mundo romano para cultivar los campos y habitar las ciudades [incluida una colonia Ulpia Sarmizegethusa, de nueva creación, que sustituiría en un lugar distinto a la antigua capital real], pues Dacia había quedado despojada de recursos humanos durante la larga guerra». Aparte de la pérdida de vidas, se habían capturado decenas de miles de prisioneros de guerra dacios para ser vendidos como esclavos o morir como gladiadores en los espectáculos celebrados el 107 para festejar la victoria.5
La HA se limita a ofrecer una breve descripción del papel personal representado por Adriano en la guerra: «En aquel tiempo, sus numerosas y excepcionales hazañas se hicieron, sin duda, famosas». La inscripción de Atenas añade que recibió de Trajano condecoraciones militares ( dona militaria) por las dos guerras dacias. Solo podemos conjeturar qué fue lo que hizo realmente para ganarse aquellas condecoraciones en esta segunda ocasión. La parte principal corrió a cargo de Sura y Seneción, como en la primera guerra. Su recompensa fue otro consulado para ambos el año 107, el tercero en el caso de Sura, y el segundo en el de Seneción. Adriano, al parecer, obtuvo, no obstante, algo distinto: «Al habérsele dado como presente un diamante recibido de Nerva por Trajano, se sintió alentado a esperar la sucesión imperial». El «aliento» pudo haber sido una reacción subjetiva de Adriano. No hay garantías de que Trajano mencionara la sucesión al entregarle el obsequio.6
Una vez concluida la guerra, Adriano se quedó en el norte. La provincia de Panonia se dividió en ese momento en dos, la Superior y la Inferior, y Adriano fue nombrado gobernador de esta última, la menos extensa. Panonia Inferior conservó solo una legión, la II Adiutrix, y el gobernador fue, por tanto, al mismo tiempo su legado. El modelo de este planteamiento era Numidia, donde el legado de la III Augusta era también el gobernador provincial, en este caso, solo de facto. Desde el 71, Judea había sido también un segundo ejemplo de provincia con una legión, y ahora se le sumaba la provincia de Arabia recién formada. Así, diez años después de su primer servicio en Aquinco, Adriano regresaba como jefe y es posible que ocupara el cargo justamente el 11 de junio del año 106 que, según conjeturas verosímiles, fue probablemente el día en que se dividió Panonia. En cualquier caso, se trata de un buen motivo para que el 11 de junio fuera considerado posteriormente durante varios siglos una importante fecha de aniversario en ambas Panonias. Adriano había sido promocionado tras haber ejercido apenas doce meses el cargo de legado de la I Minervia. Por tanto, cuando la Guerra de Dacia llegó a su fase decisiva, entre junio y los primeros días de agosto, no tenía ya una función en la primera línea del frente. De todos modos, es posible que se le asignara una tarea nueva e importante: la guarda del flanco occidental romano.7
Panonia Inferior tenía enfrente a los yáziges sármatas de la llanura húngara, un pueblo revoltoso que había luchado en varias ocasiones contra Roma. Aunque posiblemente apoyaron a los romanos contra los dacios, tuvieron que ser «reprimidos», al parecer, por Adriano. Quizá se tratara de una acción preventiva para asegurarse de que los sármatas se comportaban debidamente mientras se hallaba en pleno desarrollo la acometida final contra los dacios. La HA no nos brinda más detalles. No hay duda de que los problemas con los sármatas continuaron una vez concluida la Guerra de Dacia; según informa Casio Dión, Trajano se negó a devolverles territorios que habían perdido a manos de Decébalo. Tal vez intentaran hacerse con ellos en el verano del año 106 y fueron «reprimidos» por Adriano.8
Como primer gobernador de una provincia «nueva», estaba justificado que Adriano construyera un alojamiento apropiado para él y para un considerable grupo doméstico. Es posible que en ese momento se le uniera su esposa, Sabina, pero no hay duda de que dispuso de sirvientes personales de acuerdo con su rango. El palacio del gobernador, situado en una isla del Danubio, que sería más tarde el edificio más imponente de Aquinco, pudo haber sido encargado por Adriano. En realidad, dada su posterior reputación de arquitecto frustrado, es probable que lo diseñara él mismo. Su situación dominante frente a los sármatas, potencialmente hostiles, constituía de por sí una declaración de seguridad por parte de Roma.9
La HA nos ofrece otras dos observaciones lacónicas sobre el servicio de Adriano en Panonia Inferior: «Preservó la disciplina militar y acabó con los abusos de los procuradores». La tendencia a restablecer la disciplina en el ejército sería una de las claves de su línea de actuación en sus primeros años de reinado. En cuanto a su firmeza con los procuradores, contrasta de manera instructiva con el comportamiento mostrado treinta años antes por Agrícola en un gobierno comparable. Según había escrito Tácito hacía unos pocos años, su suegro se había abstenido de «enredarse en disputas ( contentione) con los procuradores» siendo legado de Aquitania. No está claro a quién alude el término «procuradores» en el caso de Adriano; quizá se tratara de algunos libertos y del caballero romano de alto rango responsable de la recaudación de impuestos y del pago al ejército. El prudente gobernador se abstuvo de involucrarse en asuntos fiscales, responsabilidad del procurador, miembro del orden ecuestre. Si el procurador del emperador o sus ayudantes libertos se comportaron de forma opresiva o infringieron las prerrogativas del legado, Adriano pudo haber actuado confiando en el apoyo de Trajano. Como emperador, tomó personalmente medidas drásticas con mano férrea contra procuradores y gobernadores por igual.10
El gobierno de provincias con una guarnición se prestaba de manera especial al patronazgo. En ellas había comisiones para seis tribunos, un miembro del orden senatorial en la legión y, al menos, otros tantos para oficiales del orden ecuestre al mando de regimientos auxiliares. Los comandantes del ejército podían nombrar a sus amigos y protegidos, y recibirían de sus colegas del Senado cartas de recomendación para personas idóneas. Pompeyo Falcón, gobernador entonces de Judea, otra provincia con una legión, fue abordado por Plinio: «No te sentirás tan sorprendido por lo mucho que insisto en esta recomendación para un tribunado militar cuando conozcas quién es el hombre y cómo es». Cornelio Miniciano era «un ornato de mi distrito local». La petición de Plinio debió de haber sido rechazada por Falcón. Pocos años antes había tenido más éxito ante Neracio Marcelo, de quien había conseguido un tribunado en el Ejército de Britania para su joven y erudito amigo Suetonio Tranquilo (que luego se echó atrás). Plinio se carteaba con varias personas cercanas a Adriano, entre ellas Serviano y Sura, pero el propio Adriano no aparece en los nueve libros de correspondencia privada. En cualquier caso, un hombre de la «tierra de Plinio», P. Clodio Sura, de Brixia (Brescia), que sería nombrado por Adriano curator de Como cuando ya era emperador, había servido antes como tribuno ecuestre de la II Adiutrix. Podemos preguntarnos, al menos, si no fue, quizá, recomendado a Adriano por Plinio, pero se trata, por supuesto, de una pura conjetura. Otro hombre que sirvió bajo Adriano como tribuno ecuestre de la legión pudo haber sido M. Vettio Latrón, condecorado anteriormente por sus servicios en la primera Guerra Dacia como prefecto de la unidad de Panonia. Latrón ascendió a tribuno de la II Adiutrix y obtuvo luego el mando de un regimiento de caballería en Dacia. A continuación ocuparía algunas procuraturas de menor categoría. Al cabo de más de veinte años, Adriano daría un considerable impulso a la carrera de este hombre originario de la africana Tuburbón Mayor.11
El nombramiento y la promoción de centuriones formaba también parte de las obligaciones del gobernador. No podemos estar seguros, por supuesto, de si Marcio Turbón—de quien se sabe que había pasado a ser amigo de confianza de Adriano—era ya centurión en la II Adiutrix. Quizá no sea casual que por las fechas en que Adriano regresó a Panonia Inferior, Turbón ascendiese un importante peldaño en el escalafón al convertirse en praefectus vehiculorum, encargado del servicio imperial de correos, el cursus publicus. Es de suponer que para entonces había sido ya centurión jefe de una legión, aunque no necesariamente, por supuesto, de la II Adiutrix. Pero, al menos, Turbón habría tenido el apoyo de Adriano.12
Una provincia imperial llevaba aparejada la expectativa del consulado. Adriano pudo haber esperado el prestigio de llegar a ser ordinarius, el cónsul que abría el año y le daba su nombre. Pero, una vez más, como le había ocurrido cuando no se le concedió el patriciado, hubo de contentarse con un premio menor. Los consules ordinarii del año 108, Ap. Annio Galo y M. Atilio Bradua, eran hombres de linaje consular, condición que faltaba a Adriano, y Bradua, al menos, era también patricio. Adriano obtuvo solo un consulado sufecto junto con M. Trebacio Prisco. Pero le llegó al cabo de solo dos años o menos de haber iniciado su servicio de gobernador, probablemente en mayo del 108, y no tenía más de treinta y dos. De ese modo había llegado casi diez años antes que la mayoría de los plebeyos al cargo al que seguían aspirando todos los senadores. La edad mínima republicana de cuarenta y dos años o más estaba todavía en vigor. Pero Augusto había permitido a los patricios y miembros de familias consulares obtener las fasces a la edad de treinta y uno. La HA atribuye el consulado de Adriano a su acertada actuación como gobernador. La verdad es que, a no ser que se cumpliese con el deber de forma completamente chapucera, el cargo se concedía casi automáticamente.13
Es posible que Adriano ejerciera su consulado in absentia y siguiera gobernando su provincia hasta entrado el 109. Su supuesto sucesor, Julio Máximo Manliano, aparece atestiguado por primera vez en Panonia en julio del 110, y fue cónsul el año 112. En cualquier caso, mientras Adriano ocupaba el consulado, «supo por Sura que iba a ser adoptado por Trajano, así que ya no fue menospreciado e ignorado por los amigos del emperador». Esta información se remonta probablemente a la autobiografía de Adriano y debe tratarse con cierta cautela. Sura murió poco después y fue honrado por Trajano con un funeral público y una estatua. Adriano estrechó nuevos lazos con Trajano, tanto si estaba ya en Roma para su consulado a comienzos de verano del año 108 como si no apareció por allí hasta unos meses después, quizá inmediatamente antes de morir Sura (a menos que este le comunicara las intenciones de Trajano por carta). En ese momento, además, otros protegidos de Sura, como Minicio Natal de Barcino (Barcelona) debieron de considerar a Adriano como su patrón. Sura había escrito discursos para Trajano, función de la que entonces se encargó Adriano según informa la HA, sin mencionar a Sura como anterior redactor de los discursos imperiales. Sura y Adriano pudieron haber ayudado también al emperador a redactar su propia historia de las guerras dacias.14
Sura no fue la única persona distinguida que falleció por aquellas fechas. Domicio Tulo, uno de los hombres más ricos de Roma, murió a finales del 108 o principios del 109. Su testamento fue motivo de rumores: «No hablamos de otra cosa en la ciudad», escribía Plinio a un amigo. El anciano, «con todos sus miembros lisiados y deformados, incapaz de volverse en la cama o de limpiarse los dientes sin ayuda», había sido objeto de las atenciones de numerosos cazadores de herencias. Al final nombró principal heredera a su sobrina e hija adoptiva Domicia Lucila, y dejó legados para sus nietos y una nieta. «En realidad, todo el testamento es una prueba importante de su afecto por la familia y, por tanto, muy inesperado». Su viuda, que había sido duramente criticada por haberse casado con el anciano, heredó algunas hermosas villas y una cuantiosa suma de dinero.15
Algunos pasajes del testamento de Tulo se han conservado, al parecer, en piedra, en un gran monumento funerario de la Vía Apia. El testador fue identificado en época moderna con un tal Dasumio, de la familia cordobesa de Adriano. Un fragmento descubierto recientemente ha descartado este nombre. La inscripción, cuyo texto fue redactado entre mayo y agosto del 108, durante el consulado de Adriano, se puede atribuir, en cambio, a Domicio Tulo. Según se puso por escrito, el funeral debía ser supervisado por Julio Severino, amigo del testador, cuya hija Julia Paulina, sobrina de Adriano, era una de las beneficiarias. También lo fueron, entre muchos otros, aunque nombrados en un codicilo especial añadido al final, el emperador y Sosio Seneción. P. Calvisio Ruso, yerno de Tulo y marido de Lucila (no en primeras nupcias de esta, que ya tenía una nieta de un matrimonio anterior), adoptaría el nombre del testador. Aparece como cónsul para el año 109 bajo la esperable denominación de «P. Calvisius Tullus». Da la casualidad de que la viuda de Tulo se llamaba Dasumia Pola y era originaria de una familia cordobesa vinculada con la de Adriano. Según muestra la inscripción, el testador, originario a su vez del sur de las Galias, tenía lazos estrechos con la Bética. Su red familiar es un compendio de la alta sociedad romana de los primeros años del siglo II, en la que el emperador bético y su emperatriz narbonense no eran más que el vértice de la elite colonial entonces dominante. Tras su matrimonio con un joven de otra familia de la Bética, la hija de Tulo Ruso y Lucila, en ese momento un bebé, que sería madre de Marco Aurelio. Dos años antes de la muerte de Domicio Tulo se había forjado otro vínculo en esta red aristocrática colonial. Julia Paulina, la sobrina de Adriano, se había casado con Pedanio Fusco Salinátor, vástago de una familia de Barcino (Barcelona) que había estado durante tres generaciones en lo más alto de la sociedad romana. El joven Fusco era discípulo y admirador de Plinio, quien felicitó a Serviano por elegir un yerno «que demostrará ser mejor de lo que podrían desear tus esperanzas más gratas; lo único que ha de hacer ahora es darte cuanto antes nietos como él». Es posible que Julia Paulina tuviera hijos poco después de casarse. Pero solo sobrevivió el nacido en abril del año 113, sobrino nieto de Adriano.16
Podemos preguntarnos hasta qué punto era consciente la sociedad romana de los orígenes provinciales de estas personas de alta condición. Para senadores como Plinio, procedente a su vez de un remotísimo rincón de Italia, era más importante el hecho de que el emperador fuera «uno de nosotros». Es cierto que le habían llovido adulaciones y que se le había animado constantemente a asumir el título de Optimus, el mejor de los emperadores; además, había concedido el rango de Augusta no solo a su esposa sino también a su hermana. No obstante, Trajano fue capaz de mantener su imagen de civilis princeps, un príncipe ciudadano. Sin duda, el hecho de que tuviese como sello propio una figura de Marsias, tomada posiblemente de la familia de su madre, los Marcios, no era una mera casualidad: para los romanos se trataba de un vigoroso símbolo de libertad. Aparte de eso, Trajano cultivaba gustoso la imagen de militar campechano, uno de aquellos romanos que «parecían estúpidos y eran considerados gente honrada». Mientras recorría en su carro triunfal las calles de Roma tenía a su lado, según cuenta Filóstrato, al sabio griego Dión de Prusa. «No tengo ni idea de qué estás hablando», dijo el emperador al sabio, «pero te quiero como a mí mismo». En cuanto a sus orígenes provinciales, había dado pasos para solucionar cualquier resto de resentimiento por parte de los senadores italianos rematando algo iniciado por Nerva, un plan público de beneficencia ( alimenta) para niños pobres limitado a Italia y que obligaba a los senadores de las provincias a invertir al menos un tercio de su capital en tierra italiana.17
Además de todo esto, su popularidad estaba garantizada por las enormes riquezas conquistadas en Dacia, que permitieron llevar a cabo un programa de construcciones públicas a una escala no vista desde la época de Augusto, a pesar de las obras masivas emprendidas en Roma por la dinastía flaviana. La propia Roma comenzó en ese momento a disponer por primera vez de un auténtico centro urbano, el Forum Ulpium, que dejaba pequeños a los foros ya existentes. Trajano construyó así mismo un nuevo puerto para la capital en sustitución del de Ostia. Adriano se interesó activamente por esta iniciativa. Pero en cierta ocasión, al interrumpir, según informa Dión, un debate entre Trajano y Apolodoro, su principal arquitecto, este le aconsejó cortésmente que se limitara a dibujar bodegones. Adriano nunca olvidó aquel desaire.18
Es de suponer que, tras un año o dos en Roma—no hay más pruebas de cuáles fueron sus ocupaciones en aquel período—, Adriano se sentiría inquieto. Quizá esperaba de Trajano un nombramiento consular, pero no se le ofreció ninguno, por no hablar de la adopción y las funciones de césar. La ciudad debió de comenzar a parecerle carente de atractivos. No hay duda de que tenía a su disposición diversas maneras de entretenerse. Pero, tal vez, las cenas con mimos, payasos y jovencitos homosexuales puestos para divertir a los invitados aburrían a Adriano, si es que no le asqueaban, como le ocurría a Julio Genitor, el adusto amigo de Plinio. Estaban también los acontecimientos de carácter intelectual. Es posible que Tácito celebrara lecturas públicas de sus Historias sobre la época flaviana. Plinio reaccionó entusiasmado cuando se le invitó a leer partes de la obra y vaticinó que sería un libro inmortal. No sabemos con certeza si el autor innominado a quien se refiere Plinio en otra carta era Tácito; en ella dice que nunca había sido «más consciente de los poderes de la historia, de su dignidad, su majestad y su inspiración divina» que en una reciente lectura pública. El autor había dejado una parte para leerla otro día y, a continuación, le suplicaron que no siguiera. «Tal es la vergüenza que siente la gente al oír hablar de su conducta. El autor accedió», pero «el libro perdura y perdurará, y siempre será leído». La declaración se ajusta bien al relato del período flaviano ofrecido por Tácito. Otra cosa es que Adriano encontrara algo de gran interés en tal obra o en otras novedades literarias, como el poema de Caninio Rufo sobre las guerras de Dacia o las lecturas de Ticinio Capitón «sobre las muertes de hombres famosos» o los discursos públicos editados por Plinio. Probablemente pasaba el tiempo cazando, quizá con Trajano, una vez que el emperador había hecho de la caza una actividad aceptable para las elites. También pudo haberse dedicado a la construcción en su propia finca campestre, en Tibur (Tívoli), según podemos suponer. Sin embargo era evidente que deseaba algo distinto.19
Amigos suyos, sobre todo Sosio Seneción, y contemporáneos como Minicio Fundano, colega entonces de Adriano en el septemvirato, mantenían fuertes vínculos con Grecia. Él, sin embargo, no había estado nunca allí (hasta donde sabemos). Por las fechas en que Adriano ejerció el consulado, Plinio encontró una excusa para escribir a su joven amigo Valerio Máximo, que había sido nombrado para llevar a cabo una misión en la provincia de Acaya como « corrector de las ciudades libres». Plinio le dijo que recordara que había sido
enviado [...] a la Grecia pura y genuina, donde según se cree tuvieron su origen la civilización y la literatura, y también la agricultura; y has sido enviado para poner en orden la constitución de las ciudades libres [...] para liberar a hombres que son hombres y libres en el sentido más pleno [...]. Respeta a los dioses que los fundaron [...] muéstrate considerado con su antigüedad, con sus hazañas heroicas y con las leyendas del pasado [...] ten siempre en cuenta que el lugar al que vas es Atenas; y el que gobiernas, Esparta.20
Adriano no habría necesitado el estímulo de Plinio, de quien no se sabe que llegara a estar nunca en Grecia, mientras que el destinatario de su sentencioso consejo, Quinctilio Valerio Máximo, procedía de la colonia de Alejandría Tróade y, por tanto, estaba sin duda familiarizado con el mundo griego. Grecia era un imán para todos los romanos instruidos, y para un helenófilo como Adriano, el no tener un cargo le proporcionaba una oportunidad ideal para marchar por fin allí. Su presencia en Atenas no está atestiguada con seguridad hasta el año 112, pero es verosímil suponer que pidió permiso a Trajano algún tiempo antes para dejar Roma a fin de realizar una visita a Grecia. Quizá fue invitado, por ejemplo, a Atenas por uno de los cónsules sufectos del año 109, C. Julio Antíoco Epífanes Filópapo, el rey Filópapo. Aquel hombre residía en Atenas desde hacía largo tiempo pero debió de haber estado en Roma para ejercer su consulado. En cualquier caso, a partir del 109, el propio Trajano comenzó a volver la vista al Este. Para empezar, el Imperio parto se hallaba en plena agitación con dos y hasta, quizá, tres pretendientes rivales al trono. El nombramiento de Máximo para el cargo de corrector por parte de Trajano es solo un pequeño indicio de ello. Había planes para una nueva misión encargada a Plinio y que este asumiría el año 110: la de legado imperial con poderes consulares en sustitución del procónsul normal elegido anualmente para la provincia del Ponto-Bitinia. Su misión concreta consistiría en recomponer las finanzas de las ciudades. Las razones de Trajano para sentirse preocupado por la situación de aquella provincia tenían, quizá, repercusiones de mayor alcance. Sus pensamientos giraban ya en torno a la parte oriental del Imperio, y el hecho de que su pariente se instalara en la capital cultural del este helénico debió de haber sido una decisión muy conveniente para sus propósitos.21