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1 INFANCIA EN LA ROMA DE LOS FLAVIOS
ОглавлениеEl día noveno antes de las calendas de febrero, en el séptimo consulado de Vespasiano y el quinto de Tito César, Domicia Paulina, esposa del joven senador Elio Adriano Afro, dio a luz un hijo en Roma. Así recoge la Historia Augusta (HA) el nacimiento del futuro emperador Adriano ocurrido el 24 de febrero del 76—en Roma y no en Itálica, ciudad del sur de Hispania y lugar de procedencia de su padre—. Los senadores tenían como domicilio oficial Roma, y la mayoría de ellos, sobre todo quienes desempeñaban o aspiraban a una de las magistraturas tradicionales, residían de hecho en la urbe. Casio Dión registra el nombre del padre como Adriano Afro y dice de él que era senador y antiguo pretor. Esto podría significar, simplemente, que su carrera le había llevado hasta la pretura. No obstante, es probable que alcanzara ese cargo un año o dos antes del nacimiento de Adriano. La casualidad ha hecho que se conserve en papiro una parte de una carta escrita a Antonino por Adriano poco antes de su muerte; en ella menciona que su padre sólo vivió hasta los cuarenta años. Según informa la HA, Afro murió cuando Adriano tenía diez; en el momento de nacer su hijo era, por tanto, un hombre de veintinueve o treinta años, precisamente la edad media para la pretura. Pero también pudo haber ocupado antes aquel cargo. La legislación de Augusto concedía a los senadores un año de adelanto por cada hijo sobre la edad mínima de acceso a las magistraturas y Afro tenía además una hija que llevaba el nombre de su madre y era, probablemente, mayor que Adriano.1
Ni la HA ni ninguna otra fuente nos ofrece más detalles acerca de los nueve primeros años de Adriano—si exceptuamos una única inscripción que recoge el nombre de la nodriza del futuro emperador, Germana, sin duda una esclava—. Al igual que otras mujeres de alto rango, Paulina no dio el pecho a su hijo. A juzgar por su nombre, Germana debió de haber sido una mujer del norte, de origen bárbaro. Más tarde se le concedió la libertad y sobrevivió a Adriano. La vita nos ofrece un detalle único y revelador sobre la madre de Adriano y mucha información acerca de la familia de su padre. Domicia Paulina «procedía de Gades [Cádiz]»; era la ciudad más antigua de Hispania y, según la tradición, el primer asentamiento fenicio en Occidente, fundado a finales del segundo milenio a. C. Después de varios siglos de independencia y hasta de dominio sobre el sur de Hispania, Gades había caído en poder de los cartagineses a más tardar en la época de Amílcar Barca, padre de Aníbal. Al cabo de unas décadas, Gades cambió de bando durante la Segunda Guerra Púnica, y el 206 a. C. fue recibida por Roma como aliada. Varios de sus hijos adquirieron la ciudadanía romana.
El más destacado fue L. Cornelio Balbo, quien tuvo una enorme influencia como agente de César y, tras la muerte del dictador, fue nombrado, de hecho, miembro del Senado romano y cónsul el 40 a. C., siendo así el primer no nacido en Italia en ocupar esa magistratura. César había otorgado entretanto la ciudadanía a toda la comunidad. La riqueza de Gades era proverbial. El propio Balbo había sido extraordinariamente rico. En la época de Augusto había quinientos gaditanos cuyas propiedades les daban derecho a pertenecer al orden ecuestre. Varios hombres de esas familias debieron de haber seguido a Balbo en el Senado. Podemos suponer sin problemas que el padre de Domicia Paulina había alcanzado ese rango, si es que no lo poseían otras generaciones anteriores de la familia. En última instancia, su ascedencia era púnica: el nombre de la familia, Domicia, indica que descendía de una persona cuyo derecho de ciudadanía se había conseguido gracias a los buenos oficios de un Domicio miembro de la nobleza republicana.2
La línea paterna era muy diferente. Los Elios se habían asentado en Itálica, a unos ocho kilómetros aguas arriba de Híspalis (Sevilla), desde «la época de los Escipiones». En otras palabras, uno de sus antepasados había sido alguno de los «soldados enfermos o heridos» del ejército de C. Cornelio Escipión en Hispania que, en el momento en que este se disponía a regresar a Roma, el 206 a. C.—el mismo año en que Gades había recibido su condición de ciudad con tratado—, habían sido alojados en una nueva colonia, «en una ciudad que llamó Itálica, por Italia». El lugar no tenía condición de colonia, aunque más tarde se convertiría en municipium, y los soldados eran, sin duda, italianos aliados, pero no ciudadanos romanos. El primer Elio de Itálica procedía de Hadria, en la costa este de Italia, según se cuidaría de observar Adriano en su autobiografía. Unos doscientos años antes, un miembro de la familia, Marulino, atavus de Adriano—abuelo de su bisabuelo—, había entrado a formar parte del Senado romano. Por tanto, aunque en las generaciones intermedias no hubo ningún senador, los Elios eran, sin duda, una de las principales familias de Itálica y, en realidad, de toda la provincia de la Bética. Podemos identificar otras dos familias de Itálica con las que compartían esa posición: los Ulios y los Trahios o Trayos, antepasados de Trajano. Una de las dos o ambas procedían de Túder (Todi), en Umbria, y, al igual que los Elios, su asentamiento en Itálica se remontaba, probablemente, a la fundación de la ciudad el 206 a. C.3
La HA hace hincapié en el vínculo de Adriano con Trajano, y al padre de aquel, Adriano Afro, se le denomina «sobrino carnal ( consobrinus) del emperador Trajano». Según se suele suponer, el abuelo de Adriano se había casado con una tía de Trajano o, por decirlo de otra manera, con una hermana de Trajano el Viejo, M. Ulpio Trajano. Aquel hombre, tío abuelo, por tanto, de Adriano, era una de las personas más poderosas e influyentes de su tiempo. En el momento de nacer Adriano se encontraba en el este, ocupando el puesto de gobernador de Siria, y su hijo, el primo del padre de Adriano, estaba con él como tribuno militar. Trajano debía, sin duda, en parte esa distinción a sus capacidades militares, pero también a un golpe de suerte: había estado al mando de la X Fretensis como uno de los tres legados de la legión en la fuerza expedicionaria de Judea capitaneada por Vespasiano desde el año 66. Era, por tanto, uno de los hombres que se encontraban con él cuando su comandante en jefe fue proclamado emperador en julio del 69. Otros dos legados legionarios de Judea en aquella expedición habían sido un hombre de la localidad natal de Vespasiano, Reate (Rieti), Sex. Vettuleno Cerial, y Tito, el hijo de Vespasiano. Al parecer, se permitió a Vespasiano elegir directamente a aquellos dos legados—hecho sumamente excepcional—. Es posible que Vespasiano escogiera también a Trajano. Hay indicios de que su mujer, Marcia, tenía propiedades en la confluencia del Tíber y el Nar, equidistante de Tuder y Reate; y Marcia era, quizá, hermana de la primera esposa de Tito, Marcia Furnila. Sea como fuere, en su condición de antiguo compañero de armas del emperador y de su hijo mayor, Tito César, Trajano gozó en la década del 70 de una situación claramente excepcional. Además, siendo gobernador de Siria, dio muestras de su valentía al impedir a los partos hacer realidad una amenaza de invasión.4
Los Elios y los Ulpios eran, sin duda, gente adinerada. Al fin y al cabo, para ser miembro del Senado se requería ser dueño de importantes propiedades. Los Elios—como no es de extrañar—poseían productivos olivares aguas arriba de Itálica. Durante las guerras civiles de los años 49-45 a. C., algunos hombres de Itálica habían desempeñado un importante cometido en las campañas hispánicas—aunque, sobre todo, en el bando de los pompeyanos—. Se puede conjeturar que Marulino, el antepasado de Adriano, habría apoyado a César, lo que le habría valido como recompensa el rango senatorial. El auge de la elite colonial—en particular la de la Galia Narbonense y la Bética—continuó bajo la dinastía julio-claudiana, acentuado por la influencia de Afranio Burro de Vasión (Vaison-la-Romaine), prefecto de la guardia, y de Anneo Séneca de Córduba (Córdoba), principales consejeros de Nerón en la primera parte de su reinado. El hecho de que Galba, sucesor inmediato de Nerón, hubiera sido durante muchos años gobernador de la Hispania Tarraconense proporcionó un impulso adicional a la buena suerte de los hispanorromanos. Y Vespasiano supuso en los años 73-74 un nuevo paso adelante al otorgar la condición latina a todas las comunidades hispanas que todavía no eran romanas o latinas.5
Así, en el momento de nacer Adriano, varios magnates «coloniales» habían ocupado en Roma los cargos más altos. Valerio Asiático de Vienna (Vienne) había sido cónsul ordinarius (por segunda vez) el año 46. Pedanio Secundo de Barcino (Barcelona) había sido, incluso, prefecto de Roma bajo Nerón. A mediados de la década del año 70 había en las filas del Senado varias docenas de familias procedentes de las provincias occidentales—a las que se unía un puñado del Este de habla griega que se había subido al carro flaviano en el 69—. En su cargo de censores, Vespasiano y Tito habían llegado, incluso, a conceder a algunos provinciales la condición de patricios, miembros de la aristocracia primigenia de Roma. Entre los favorecidos se hallaban los Ulpios, los Trajanos, los Annio Vero de la colonia bética de Ucubi (Espejo), Cn. Julio Agrícola de Forum Iulii (Fréjus), en la Narbonense, que sería pronto cónsul (quizá en el 76, pocos meses después del nacimiento de Adriano) y luego gobernador de Britania, y los hermanos Domicios, Lucano y Tulo, procedentes de la localidad gala de Nemauso (Nîmes).6
La familia de Adriano pasaba, probablemente, los inviernos en Roma y los meses calurosos del verano en algún retiro suburbano más fresco. Lo más probable es que ya tuvieran, o compraran pronto, una villa en Tibur (Tívoli), donde, en el período flaviano, tenían casas de campo un grupo de notables hispanos. Es bastante dudoso que los padres de Adriano lo llevaran en su primera niñez al antiguo hogar de la familia. El contacto con Itálica y la supervisión de las fincas familiares de la Bética pudo haberse gestionado en gran parte por medio de administradores. Se esperaba que los senadores vivieran en Roma, su lugar de residencia oficial, excepto cuando se hallaban en alguna otra parte al servicio del Gobierno. Además, es de suponer que, al haber accedido recientemente al cargo de pretor, Adriano Afro habría ocupado varios puestos en el servicio público en los años inmediatamente siguientes al nacimiento de su hijo. Una posibilidad muy probable era el mando de una legión—la mitad de los pretores solían ser llamados a ese servicio cada año, sobre todo desde que Vespasiano hizo de la pretura, según consta, un requisito previo para el cargo (hasta entonces habían sido legados de la legión hombres más jóvenes, como Tito, legado de la XV Apollinaris a la edad de veintisiete años, cuando todavía no había ascendido en el escalafón más allá de la cuestura)—. A este destino podía seguirle el cargo de gobernador de una de las provincias «imperiales», como legatus Augusti en calidad de propretor—tal fue el caso de Julio Agrícola, pretor en el 68, legado de una legión en Britania y, luego, gobernador de Aquitania durante algo menos de tres años.7
También existían puestos menos exigentes, por ejemplo, para solo doce meses, como legado de uno de los diez procónsules, seguidos de otros doce como procónsul de una de las ocho provincias proconsulares reservadas a antiguos pretores—no antes de cinco años tras el nombramiento de pretor, según las normas establecidas—. La mayoría de los proconsulados se hallaba en provincias de la mitad del Imperio de habla griega. Una de las pocas provincias proconsulares occidentales era la Bética, que Trajano había gobernado en tiempos de Nerón. Además, el legado o procónsul se llevaría, sin duda, consigo, a su mujer y sus hijos. Existe por tanto una clara posibilidad de que Adriano pasase un año o dos en el Este griego durante su niñez. Es solo una conjetura. Podemos señalar, no obstante, que Trajano fue procónsul de Asia en el 79-80. Los procónsules de Asia y África se elegían entre los antiguos cónsules, y el primero de ellos podía nombrar tres legati. Conocemos a uno de los legados de Trajano, T. Pomponio Baso, quizá hispano, como él. Otro fue, probablemente, uno de los nuevos senadores griegos, A. Julio Cuadrato, de Pérgamo. El tercero—se trata de una mera conjetura—pudo haber sido muy bien Adriano Afro, sobrino del procónsul.8
Merece la pena dedicar al menos un momento de reflexión al hecho de que el niño Adriano pudiese haber acompañado a sus padres a Éfeso, Esmirna y otras ciudades antiguas y opulentas de la provincia de Asia. Las impresiones de la niñez son importantes, y los recuerdos más antiguos de la mayoría se remontan, más o menos, a la edad de tres o cuatro años. Aún resulta más atrayente la idea de que Afro pudo muy bien haber sido procónsul de Acaya a comienzos de la década del 80, cuando Adriano era un niño de cuatro o cinco años. Sin embargo, no hay necesidad de acudir a este tipo de especulaciones para explicar cómo alguien nacido en la Roma de los Flavios podía sentirse tan atraído por todo lo helénico. Por aquellas fechas, Roma era en cierto sentido —y lo había sido, de hecho, durante más de un siglo—la mayor ciudad griega del mundo. Esto significa que, de la misma manera que en cierto momento Glasgow fue la mayor ciudad irlandesa, o Nueva York la que contaba con la población judía más numerosa, los habitantes de Roma que hablaban griego habían sobrepasado probablemente con mucho a los de cualquier pólis griega del Este. La cultura griega de la capital había recibido un nuevo impulso por el entusiasta filohelenismo de Nerón y no se había debilitado con la caída de este. No hay duda de que esa cultura tenía, en parte, manifestaciones muy superficiales, como la moda de disponer de esclavos adiestrados en la recitación de diálogos platónicos para entretenimiento de las cenas festivas. Pero el entusiasmo por la literatura, la filosofía y el arte griegos era auténtico. Intelectuales griegos, como Plutarco, eran bien recibidos en la Roma flaviana. En cuanto a la literatura latina de la época, los propios títulos de la Tebaida y la Aquileida de Estacio, o los Argonáutica de Valerio Flaco, son suficientemente elocuentes. Merece la pena recordar que Quintiliano, el maestro más destacado de su tiempo, recomendaba enseñar griego a los niños—evidentemente, estaba pensando en la clase alta—antes que latín (que, de todos modos, iban a aprender), aunque no hasta el punto de «hablar y aprender solo griego durante mucho tiempo, como ocurre en casos muy numerosos», pues ello habría influido desfavorablemente en el dominio del latín por parte de los chicos. Aquella práctica común, considerada excesiva por Quintiliano, pudo muy bien haberse aplicado a Adriano en su niñez.9
Si en el verano del 70, fecha de la muerte de Vespasiano y del acceso al poder de su hijo mayor, Tito, Adriano—entonces de tres años—se hallaba en Roma, y no en Éfeso o en algún otro lugar con su padre, éste habría sido el primer acontecimiento público que quedaría grabado en su memoria. En el momento de fallecer—por unas fiebres, y no a causa de la gota, según informa Casio Dión—, Vespasiano se encontraba en Aquae Cutiliae, un balneario de la Sabina. A pesar de ello, «hubo algunos», según Dión, «que hicieron correr la versión de que Tito había envenenado a su padre en un banquete». Uno de esos correveidiles, añade, fue nada menos que el emperador Adriano. No se ha confirmado cuándo lanzó Adriano aquella acusación, y tampoco está claro dónde tuvo Dión noticias de ella. Podemos suponer que Mario Máximo citó a Adriano en este sentido. Adriano pudo haber encontrado una oportunidad para aludir a aquella historia en su autobiografía. Sin embargo, semejante afirmación de Adriano podría haber circulado durante años en medios senatoriales. Es difícil que Adriano hubiera oído la acusación en el 79, pues era todavía un niño, pero existe la posibilidad de que la denuncia aflorara bajo Domiciano, a quien se atribuyen otras difamaciones contra su hermano. El hecho de que Adriano la creyera y repitiera más tarde es, quizá, un indicio indirecto de su actitud con Domiciano.10
Varios incidentes llamativos ocurridos en Roma e Italia a partir del 79 debieron de haber causado cierta impresión en un niño romano. Basta con su simple enumeración. La erupción del Vesubio y la desaparición de Pompeya y Herculano en agosto del 79 fue, obviamente, un suceso bastante sensacional. El incendio ocurrido al año siguiente en la propia Roma, menos desastroso y espectacular que el gran fuego del 64, en tiempos de Nerón, pero suficientemente grave como para consumir el templo reconstruido de Júpiter Capitolino, que había quedado arruinado por otra conflagración a finales del 69, debió de haberle resultado algo más próximo. También debió de haber sido muy llamativa—incluso para un niño demasiado joven como para formar parte del público asistente—la inauguración del nuevo e inmenso anfiteatro flaviano (el «Coliseo») celebrada por Tito en el verano del 80 con cien días de espectáculos. La muerte de Tito el siguiente septiembre y el acceso al trono de su hermano Domiciano, mucho más joven que él, constituyó un nuevo hito. Al cabo de poco más de dos años, Domiciano regresaría de su breve participación en una guerra librada en el norte con el título de Germánico. Adriano, entonces de ocho años, contempló, probablemente, el triunfo a principios del 84. Podemos conjeturar con bastante menos seguridad que también oyó comentar una famosa victoria romana ganada en el lejano norte por Julio Agrícola contra los caledonios en la Batalla del monte Graupio en septiembre del 83. El gran general regresó calladamente a Roma al año siguiente y se retiró de la vida pública. De todos modos, Agrícola obtuvo los honores del triunfo, siendo así el único hombre que recibió tal homenaje en el reinado de Domiciano.11
En el curso del año 85 o, a más tardar, en enero del 86, se produjo la muerte del padre de Adriano. Como el muchacho no había vestido aún la toga viril, se le designaron tutores: su tío segundo, Trajano, entonces en los primeros años de la treintena, y otro hombre de Itálica, P. Acilio Attiano, caballero romano, de cuarenta y cinco años. Su principal cometido consistía en cuidar de las propiedades heredadas, pero es posible que Trajano representara el papel de padre sustitutorio. Por aquellas fechas estaba, probablemente, casado y su esposa era Pompeya Plotina, también de origen «colonial», nacida en Nemauso (Nîmes), en la Narbonense. Plotina era solo unos años mayor que Adriano y su relación con él fue muy cálida en años posteriores. Adriano se encariñaría también mucho de su prima segunda Matidia, que tampoco le llevaba muchos años. Matidia era hija de Marciana, hermana de Trajano, y se había casado probablemente a comienzos de la década del año 80, a la edad de catorce o quince años, con un hombre llamado Mindio. Dio a luz una hija a la que pusieron su nombre y—tras haber perdido a su marido por divorcio o muerte— se volvió a casar con un senador llamado Vibio Sabino y, hacia el año 86, tuvo una segunda hija, Sabina.12
Para entonces, Adriano habría tenido durante algunos años maestros de enseñanza elemental. El 87 o el 88 era ya lo bastante mayor como para pasar a la enseñanza secundaria con un grammaticus, bien en una escuela (cosa que Quintiliano consideraba preferible) o bien con un profesor particular. Da la casualidad de que la HA menciona en una vita posterior que el afamado Q. Terencio Escauro fue « grammaticus de Adriano», expresión que se suele considerar una simplificación de otra original, como « grammaticus en tiempos de Adriano», pues Escauro alcanzó, en realidad, la cúspide de su fama cuando Adriano era emperador. Sin embargo, hay algo que avala la idea de que pudo haber enseñado al propio Adriano. Los nombres de Escauro dan a entender que, quizá, era originario de Nemauso, de la misma familia que D. Terencio Escauriano, contemporáneo de Adriano, quien ascendería a puestos elevados bajo Trajano. Pero aún podríamos llevar más lejos el argumento; Pompeya Plotina, nacida también en Nemauso, habría podido intervenir para que Escauro fuera maestro del joven pupilo de su marido. Escauro acabaría siendo conocido como autor de una tediosa obra titulada Ars grammatica además de otros escritos, entre ellos uno sobre la manera correcta de escribir, De orthographia, y un comentario a Horacio, que no fue uno de los autores favoritos de Adriano, quien prefería, en cambio, escritores del siglo II a. C.: Ennio entre los poetas, y Catón el Viejo y el historiador Celio Antípatro entre los prosistas. Quintiliano insistía en que no se debía dejar a los niños abordar demasiado pronto los «autores antiguos», como Catón, pues su estilo rudo y vigoroso ejercería una mala influencia. El ideal era Cicerón, pero el Adriano maduro iba a preferir al viejo Catón.13
Sin embargo, fueran cuales fuesen sus lecturas de aquellos años tempranos, Adriano fue más partidario de la literatura griega que de la latina. La HA y el Epitome de Caesaribus, claramente dependientes de Mario Máximo tanto una como otro, afirman que se estaba ya empapando de Graecis litteris o Graecis studiis con «bastante aplicación» ( impensius, que podría significar, incluso,‘con demasiada aplicación’). «Su inclinación en este sentido era tal», añaden ambas fuentes, «que mucha gente solía llamarle El grieguito». El mote Graeculus era, sin duda, una forma de burla leve que no transmitía la malevolencia con que Juvenal emplearía el término unos años más tarde. Sea como fuere, podemos suponer que Adriano, entonces de diez años, se habría sentido impresionado e inspirado por el mecenazgo imperial de cultura griega. Según Suetonio, Domiciano instituyó en su villa albana la celebración frecuente y casi anual de festivales en los que destacaban las justas literarias para oradores y poetas. El 86, el emperador inauguró algo mucho más espléndido: un certamen triple en honor de Júpiter Capitolino que se celebraría en Roma cada cuatro años. Para ello se construyó un nuevo estadio con capacidad para quince mil espectadores. Poetas y músicos, atletas tanto masculinos como femeninos y jinetes competían ante el emperador, que presidía los juegos ataviado con ropas griegas. Se trataba, de hecho, de un ágon helénico en el que Domiciano actuaba de agonothéte-s. Otro signo del filohelenismo imperial fue el consentimiento de Domiciano a ejercer— in absentia—el cargo de arconte de Atenas.14
El nuevo estadio de Domiciano era solo una pequeña parte del grandioso plan constructivo acometido por él a lo largo de su reinado, continuación, en realidad, de lo que Nerón había puesto en marcha desde que inició la reconstrucción de la urbe tras el fuego del 64. Vespasiano y Tito habían llevado mucho más lejos el proyecto neroniano con el nuevo y extenso Foro de la Paz, los nuevos baños y templos y, por supuesto, el Coliseo. Tras el incendio del 80 había mucho que restaurar. Además de otros proyectos, Domiciano amplió y mejoró notablemente la residencia imperial del Palatino. El auge constructivo, que en el momento de la muerte de Domiciano tenía ya más de treinta años de existencia, recibió un nuevo impulso bajo Trajano; y el emperador Adriano continuaría edificando a gran escala en Roma y en otras partes. Algunas de las familias con fincas cercanas a la ciudad en las que se manufacturaban ladrillos y baldosas, entre ellas la de los hermanos Domicio, hicieron verdaderas fortunas. La pasión por la arquitectura que iba a mostrar Adriano en su juventud se remonta, sin duda, a su niñez, al igual que sus habilidades como intérprete de cithara ( psallendi) y cantante. Quintiliano era partidario del canto a la antigua—el elogio de hombres famosos—y de que se tuvieran conocimientos de los principios de la música. El salterio era, en su opinión, «inadecuado incluso para las jóvenes de buena disposición», por no hablar de los muchachos.15
La guerra se prolongó durante la década del 80. Tras una victoria clara sobre los catos y la celebración del triunfo, se había producido un grave descalabro. Opio Sabino, gobernador de Mesia, había sido derrotado y muerto por los dacios. Domiciano inició de nuevo una campaña, rechazó a los invasores y celebró otro triunfo, probablemente el año 86. Dos senadores hispanos, Funisulano Vettoniano, de Cesaraugusta (Zaragoza), y Cornelio Nigrino, de Liria, obtuvieron honores en sus puestos de alto mando. A continuación se encomendó a Cornelio Fusco, prefecto de la Guardia, realizar una ofensiva al otro lado del Danubio. La campaña acabó en desastre, Fusco halló la muerte y Domiciano hubo de regresar al frente. Se necesitaron refuerzos en aquel punto, incluida la II Adiutrix, una de las cuatro legiones estacionadas en Britania, donde, en consecuencia, se abandonaron la mayoría de las conquistas de Agrícola. Las cosas mejoraron en el 88, cuando el general Tettio Juliano infligió una derrota a los dacios. Entretanto se habían celebrado en Roma nuevos festivales, los Juegos Seculares. La elección del año 88 parece a primera vista sorprendente. Aquellos juegos tradicionales se celebraban a intervalos de ciento diez años, los de Claudio en el 48 fueron de otro tipo y conmemoraron el octavo centenario de la fundación de Roma. Los de Augusto habían tenido lugar el 17 a. C., por lo que, aparentemente, Domiciano debería haber esperado hasta el 94. Es posible que los quindecimviri, los sacerdotes responsables de esos asuntos (uno de los cuales era Cornelio Tácito, pretor también el año 88), informaran de que la celebración de Augusto debería haber tenido lugar el 23 a. C., lo cual daba como resultado el intervalo correcto de ciento diez años antes del 88.16
A comienzos del año 89 se produjo un suceso dramático. Según noticias llegadas a Roma, Antonio Saturnino, comandante del Ejército de Germania Superior en Mogunciaco (Maguncia), había dado un golpe de Estado apoyado por algunas de sus cuatro o cinco legiones, aunque, quizá, no por todas. Cabe la posibilidad de que Domiciano hubiera recibido de antemano un soplo sobre los planes de Saturnino y que, por tanto, al iniciarse el año 89, se abstuviera de ocupar el cargo de cónsul por primera vez desde su nombramiento como emperador. En cualquier caso, es de suponer que partió para Germania muy poco después de haber oído las noticias, acompañado, sin duda, de la Guardia Pretoriana. Había posibilidades de que estallase una guerra civil, una réplica casi exacta de la proclamación de Vitelio en el Rin veinte años atrás. Pero, a diferencia de Vitelio, Saturnino no encontró apoyo en los demás comandantes del ejército. Su homólogo en Renania del norte, Lapio Máximo, avanzó contra él con el Ejército de la Germania Inferior, y lo mismo hizo Norbano, miembro del orden ecuestre y gobernador de Recia, la provincia situada al este, con su fuerza de auxiliares. Se convocó también a otros ejércitos. Trajano, que mandaba en ese momento la legión VII Gemina en el nordeste de Hispania, llevó a sus hombres a marchas forzadas desde Asturias al Rin, nada menos que 835 kilómetros. Pero Lapio y Norbano habían sofocado la sublevación antes, incluso, de la llegada de Domiciano, por no hablar de la de Trajano. El 12 de enero, un colegio senatorial de sacerdotes, los Hermanos Arvales, elevó oraciones en el Capitolio por la seguridad, la victoria y el regreso de Domiciano. Al cabo de diez días estaban festejando ya el cumplimiento parcial de sus deseos; el 25 del mismo mes celebraron un sacrificio como signo del «júbilo público», y el 29 por la seguridad y el regreso de Domiciano, la victoria era ya un hecho cierto.17
Saturnino había esperado apoyo de los catos, que, por supuesto, destruyeron algunos de los fuertes recién reconstruidos al este del Rin. A continuación se emprendió una breve campaña contra ellos y Domiciano se trasladó, luego, aguas abajo del Danubio para una nueva expedición contra los suevos y los dacios. No era la primera vez que se había conspirado contra Domiciano, al menos, los Hermanos Arvales habían realizado sacrificios en septiembre del 87 «para el esclarecimiento de actos criminales realizados por gente sacrílega». Hubo, sin duda, represalias por el golpe fallido del 89; y algunos sectores del Senado debieron de haberse sentido, cuando menos, incómodos. En el Este apareció un pretendiente respaldado por los partos que afirmaba ser Nerón. Fue eliminado pronto, pero el episodio resultó inquietante. Vettuleno Cívica Cerial, procónsul de Asia por aquellas fechas, incluido específicamente por Suetonio entre los senadores importantes ajusticiados por Domiciano, más que estar vinculado de algún modo con el golpe fallido de Saturnino tuvo, probablemente, algo que ver con la conspiración del 87 o se vio comprometido de algún modo por el asunto del falso Nerón.18
Domiciano se hallaba de vuelta en Roma en noviembre del 89 y celebró de nuevo un triunfo, esta vez doble, sobre los catos y sobre los dacios. En señal de la glorificación del soberano, los meses de septiembre y octubre fueron rebautizados respectivamente con los nombres de «Germánico»—término con el que prefería ser conocido desde su primera victoria en el norte—y «Domiciano», el primero para conmemorar el mes de su acceso al poder, y el segundo por el de su nacimiento. Domiciano comenzó el año 90 como cónsul. Era la decimoquinta ocasión en que ocupaba el cargo, había sido cónsul seis veces bajo Vespasiano, aunque solo una como ordinarius, y en el 80 había compartida las fasces con Tito. El único año en que el emperador no había sido cónsul desde el 82 fue el 89. Su colega en el 90 fue M. Cocceyo Nerva, quien ya había sido cónsul con Vespasiano casi veinte años antes: aquella distinción resultó sorprendente, pues Vespasiano y Tito habían monopolizado prácticamente el consulado ordinario durante la década del 70. Nerva debió de haber sido una persona valiosa para Vespasiano, como lo había sido para Nerón, es evidente que en el período siguiente a la conspiración del 65 había dado a este consejos provechosos, consiguiendo así los correspondientes galardones. Su papel de eminencia gris bajo los Flavios solo puede deducirse de los honores obtenidos. Es probable que su asesoramiento volviera a ser especialmente útil en el 89. En el 90 hubo un número insólitamente alto de cónsules sufectos. Algunos de ellos fueron, quizá, hombres que acababan de mostrar una lealtad patente. Uno de los sufectos fue Ser. Julio Serviano; y su colega, un cordobés: L. Antistio Rústico. Otro de los sufectos fue un segundo senador de la Bética, L. Cornelio Pusión. Se supone que todos ellos habrían servido lealmente a Domiciano. Existe la posibilidad de que Serviano fuera ya cuñado de Adriano, al haberse casado con su hermana Paulina. La hija de este matrimonio, Julia Paulina, sobrina de Adriano, contraería a su vez matrimonio el 106 y no pudo haber nacido mucho después del 91 o el 92. El origen de Serviano no aparece testimoniado directamente en ninguna parte, pero es seguro que, más que ser oriundo de Italia, pertenecía a la elite colonial. Diversos factores hacen más probable que su patria fuera el sur de las Galias y no Hispania.19
Algún tiempo después de su siguiente cumpleaños, el 24 de enero del 90, Adriano «regresó a Itálica». El lenguaje empleado por la HA ha llevado a pensar que, después de todo, su lugar de nacimiento habría sido aquel, y no Roma. O, también, que le habrían llevado a Itálica anteriormente, siendo un niño— lo cual es, desde luego, perfectamente posible—, bien en visita privada con sus padres o, quizá, porque su padre había sido procónsul de la provincia de Bética o legado del procónsul de la misma. Pero es probable que el término rediit exprese, simplemente, el sentido de un ‘retorno a la antigua colonia’. Casio Dión registra, casualmente, un asunto curioso ocurrido aquel año en Roma: un supuesto brote de envenenamiento debido a que «algunas personas untaban agujas con veneno y pinchaban con ellas a la gente», lo que provocó muchas muertes, y el castigo de los supuestos culpables. El suceso tuvo lugar no solo en Roma sino «en casi todo el mundo». En realidad, es probable que se tratara de una epidemia virulenta. Hubo varios fallecimientos en puestos elevados, por ejemplo el del joven Aurelio Fulvo, cónsul ordinarius en el 89, que no pasaba, probablemente, de los treinta y tres años, el de la mujer y los hijos aún jóvenes del profesor de Retórica Quintiliano, y el del marido de la joven y bella Violentila. Marcial felicitó a su amigo Licinio Sura poco después de su restablecimiento de una enfermedad casi fatal. De hecho, podríamos proponer que Serviano se casó con Domicia Paulina precisamente por haber enviudado, al fin y al cabo, había cumplido ya los cuarenta y, seguramente, no se habría mantenido soltero hasta entonces.20
Adriano pudo haber sido enviado a Itálica para escapar de la epidemia. Una razón más probable es que tomara la toga viril y se viera, por tanto, obligado de alguna manera a realizar una inspección de las propiedades familiares en aquella ciudad y otros lugares de la Bética. La ceremonia se solía celebrar un año o dos después de que el joven hubiera cumplido los catorce. Pero Nerón tomó la toga virilis a esa edad, y el joven Marco Aurelio haría otro tanto. El acto tenía lugar, normalmente, el día de la fiesta de los Liberalia, el 17 de marzo. Podemos suponer que Adriano cumplió con ese rito de paso aquel mes de marzo del año 90. A partir de aquel momento ya no era un puer sino un iuvenis.21