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6 ARCONTE EN ATENAS

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La ruta a Atenas suponía viajar hacia el sur siguiendo la vía Apia, cruzar, luego, hasta Benevento y continuar a Brundisio (Brindisi). Desde el 109 o el 110 se estaban realizando importantes trabajos camineros para la construcción de una vía Nova Trajana hacia el gran puerto del sudeste. El hombre encargado del proyecto era Pompeyo Falcón, casado entonces con Sosia Pola, hija de Seneción, amigo de Adriano (y que no era, probablemente, la primera mujer de Falcón). Es de suponer que Adriano visitaría a Falcón durante el viaje. Solo podemos conjeturar si dispuso o no de mucha compañía para el trayecto. Probablemente se llevó consigo a Sabina y a un buen número de miembros de su servicio doméstico. Quizá se le unieran algunos amigos de su misma mentalidad. Pero de entre los amigos conocidos, Platorio Nepote y Emilio Papo, sus contemporáneos pertenecientes al orden senatorial, estaban ocupados probablemente en desarrollar su carrera y se hallaban un peldaño o dos por detrás de Adriano en el cursus honorum. Sus dos amigos del orden ecuestre estaban ejerciendo igualmente algún cargo: Claudio Liviano como prefecto de la Guardia—podemos suponer que su colega en ese momento era el antiguo tutor de Adriano, Acilio Attiano—, y Marcio Turbón como tribuno en la guarnición de Roma y, luego, como procurador de la principal escuela de entrenamiento de gladiadores. Adriano habría dispuesto, sin duda, por adelantado dónde iba a alojarse en sus etapas a lo largo del camino y durante su estancia en Atenas. Sosio Seneción se hallaba bien situado para aconsejarle y presentarle a otras personas; y, en la propia Atenas, Adriano contaba probablemente con un anfitrión que le había invitado.1

Un destino normal después de Brundisio era Dirraquio (Dürres), en el Epiro, desde donde el viajero que fuera hacia el este podía tomar la via Egnatia. Quienquiera que se dirigiese a Atenas se haría a la vela rumbo a un puerto más meridional, como Butroto, y luego bajaría costeando hacia el Golfo de Corinto. Hay buenas razones para suponer que Adriano marchó a Nicópolis, en la península que se encontraba frente a Accio, a la entrada del Golfo de Ambracia—la ciudad había sido fundada por Augusto en conmemoración de la victoria del año 31 a. C.—, donde se habría quedado algún tiempo. Nicópolis se había hecho famosa en tiempos de Trajano como hogar del filósofo Epicteto. Aquel frigio cojo había sido en otros tiempos esclavo en Roma, propiedad de Epafrodito, un liberto imperial. Era discípulo del estoico romano Musonio Rufo y fue desterrado, junto con otros filósofos, por un edicto de Domiciano, probablemente a consecuencia de los juicios y ejecuciones de senadores estoicos a finales del 93. Epicteto se instaló en Nicópolis, donde decidió quedarse a pesar de haber muerto Domiciano.


La ciudad se había convertido en un lugar de peregrinaje para quienes buscaban la verdad, que acudían a sentarse a los pies de Epicteto. La HA recoge el nombre de este como uno de los dos únicos filósofos con quienes Adriano mantuvo una relación de especial intimidad. Resulta difícil evitar la conclusión de que la amistad con Epicteto se formó en el primer viaje de Adriano a Atenas, en torno al año 110 o 111.2

Epicteto no escribió nada, pero uno de sus admiradores residente en Nicópolis aquellos años tomó abundantes notas de los discursos del maestro o de sus diálogos con diversos discípulos y visitantes, algunos de ellos personas eminentes; los apuntes no se publicaron hasta mucho más tarde. El autor o recopilador era un joven de la ciudad de Nicomedia de Bitinia (Izmit), L. Flavio Arriano, ciudadano romano del orden ecuestre. Adriano pudo haber estado, incluso, presente en algunas de las conversaciones de Nicópolis transcritas por él. Además, una alusión de paso hecha por Epicteto podría darnos una pista de dónde se alojó en Nicópolis—«en casa de Cuadrato», donde Epicteto pernoctaba, sin duda, de cuando en cuando. El nombre no es especialmente raro y quizá había algún notable local llamado así. Pero también podría haberse tratado de Julio Cuadrato, el cónsul del año 94 que, según dijimos, propuso tal vez a Adriano para ser su prefecto durante el Festival Latino y, quizá también, para su ingreso en el grupo de los VIIviri epulonum en torno al año 100. Cuadrato era muy apreciado por Trajano. Había sido gobernador de Siria durante unos años y cónsul por segunda vez en condición de ordinarius el año 105, y en ese momento estaba finalizando un año como procónsul de Asia. Es incluso posible que estuviera pasando una temporada en Nicópolis en su viaje de vuelta de Asia a Roma. Epicteto comenta que «si un hombre que ha sido cónsul en dos ocasiones oye esto [la idea de que ninguna persona mala puede ser verdaderamente libre], estará de acuerdo si añades: “Pero eso no va contigo, pues tú eres un hombre sabio”». Es verdad que en los años de madurez de Trajano seguían vivas, al menos, siete personas que habían sido cónsules en dos ocasiones; Serviano, Laberio Máximo, Suburano, Cuadrato y su colega Julio Cándido, Seneción y Cornelio Palma.3

Epicteto era estoico, aunque hablaba con simpatía de los cínicos y, al igual que ellos, no concedía ninguna importancia al linaje o al rango. Aparte de las observaciones sarcásticas dirigidas a un hombre que había sido cónsul en dos ocasiones (tanto si se hallaba presente como si no), hizo abundantes comentarios cortantes sobre otras personas eminentes. Un hombre destinado a recibir un alto cargo ecuestre—el de prefecto de la annona—fue tratado por Epicteto con un escepticismo justificable cuando afirmó carecer de ambiciones. El corrector Máximo, un epicúreo, fue acribillado a preguntas cuando «se hizo a la vela en invierno rumbo a Casíope [localidad de la isla de Corfú]» para visitar a Epicteto. La declaración de Máximo: «Ocupo el puesto de juez de los helenos», no impresionó a Epicteto. El gobernador-procurador del Epiro, la pequeña provincia a la que pertenecía Nicópolis, un hombre llamado probablemente Cn. Cornelio Pulcro, natural de Epidauro, en el Peloponeso, no despertó en él ninguna simpatía al quejarse de los insultos del pueblo por haber apoyado ostentosamente a un actor cómico. Se cita en repetidas ocasiones que Epicteto se explayaba sobre la futilidad de buscar la promoción del emperador. Es muy posible que aquellas actitudes le resultaran atrayentes a Adriano. Dos pasajes de la obra de Arriano titulada Discursos de Epicteto dan la impresión de haber estado dirigidos al propio Adriano. Epicteto decía que lo que importaba era ser hijo de Dios o ciudadano del universo. «¿Será suficiente el parentesco con césar o con cualquier otra persona poderosa de Roma para que un hombre viva con seguridad, inmune al desprecio y sin temor a nada?». ¿Quién, sino Adriano, podía afirmar en aquel momento ser pariente del emperador? Pero hay otra observación más cercana aún a Adriano. Nadie puede pensar mal de sí, si se considera engendrado por Dios. «Pero si César te adopta, nadie será capaz de soportar tu engreimiento». Al margen de la anécdota contada por la HA sobre el conocimiento que habría tenido Adriano durante su consulado del año 108 de que iba a ser adoptado por Trajano—y que, aunque no se hubiera hecho pública, podía ser ampliamente conocida—, muchos debieron de haberlo visto como presunto heredero.4

Es posible que Epicteto y sus alumnos acabaran aburridos de quienes se ponían pesados con la Guerra de Dacia. Alguien se había quejado, sin duda, de que su anfitrión «hablaba todos los días de cómo luchó en Mesia [...] cómo trepó a la cresta de la colina, cómo comenzó a verse asediado una vez más». Epicteto desestima la guerra por considerar que estalló debido a la ignorancia, lo mismo que las guerras persas o las del Peloponeso, o que la Guerra de Troya. Todo estaba muy bien gracias a «la sólida paz que en estos tiempos parece proporcionarnos césar; ya no hay guerras ni batallas ni bandolerismo rampante; podemos viajar por tierra a cualquier hora, podemos navegar de la salida a la puesta del sol». Sin embargo, el César no podía proporcionar «la paz ante la fiebre, el naufragio, el fuego, el terremoto, el rayo [...] o el amor, la pena o la envidia». La verdadera paz solo viene de Dios.5

En su discurso sobre la providencia y los dones de la naturaleza, Epicteto tuvo ocasión de mencionar el pelo que crece en la cara. A primera vista, «¿puede haber algo más inútil que el pelo en un mentón?». Sin embargo, la barba es la manera natural de distinguir a los hombres de las mujeres: «Tendríamos que preservar los signos que nos ha dado Dios; no deberíamos eliminarlos y confundir los sexos». En la sociedad romana el afeitado había sido la norma desde hacía varios siglos, pero los griegos de mentalidad tradicionalista siguieron aferrados a sus barbas, tras un breve período en que Alejandro impuso la moda del afeitado. Dión de Prusa hace constar con satisfacción haber visto en Olbia, un remoto puesto de avanzada del helenismo a orillas del río Borístenes (Dniéper), en el Mar Negro, solo un hombre sin pelos en la barba. Lo hacía para congraciarse con los romanos, y sus conciudadanos lo miraban por encima del hombro. En sus tiempos de emperador, Adriano aparece comúnmente barbado, no con la barba flotante del filósofo, pero sí con la tradicional bien cuidada de los griegos. Es posible, por supuesto, que dejara de afeitarse algunos años antes. Pero podemos conjeturar de forma verosímil que su visita a Grecia a mitad de la treintena fue decisiva y le hizo desear tener el aspecto de un griego, al margen de si los comentarios de Epicteto influyeron o no directamente en él. La HA ofrece otra explicación para la barba de Adriano: se la dejó crecer «para ocultar manchas faciales».6

En sus tiempos de discípulo de Epicteto en Nicópolis, Arriano aprovechó, sin duda, la oportunidad de visitar las regiones circundantes. En sus otros escritos revela estar familiarizado con Ambracia y Anfiloquia y ofrece detalles sobre cómo navegar entre Acarnania, al sur de Nicópolis, y la isla de Léucade. Dada su pasión por la caza, es probable que Arriano dedicara también algún tiempo a esta actividad. Resulta por lo menos verosímil imaginar a Adriano acompañándole. Arriano estuvo también en Delfos. Es probable que, para cuando fue allí, hubiera terminado ya sus estudios con Epicteto. Una inscripción nos lo muestra como miembro del consejo asesor de un alto funcionario romano para la resolución de disputas sobre límites entre Delfos y sus vecinos. El funcionario era Avidio Nigrino, llegado, probablemente, a Grecia como legado imperial en misión especial poco después de su consulado en la primera mitad del año 110. Se ha sugerido que Nigrino habría sido nombrado después de que el corrector Máximo concluyera su período de servicio—el hecho de que Trajano considerase necesario enviar a una segunda persona en comisión especial se ha de entender como un signo de preocupación por la situación de Grecia—; es posible, incluso, que hubiera sustituido al procónsul anual normal, tal como acababa de hacer Plinio en el Ponto-Bitinia. Nigrino estaba especialmente bien preparado para la tarea. Su padre, de su mismo nombre, y su tío Avidio Quieto, seguían teniendo fuertes vínculos con Grecia y habían sido amigos de Plutarco.7

Sosio Seneción, amigo de Adriano y mayor que él, estaba también estrechamente relacionado con Plutarco. Lo había conocido probablemente muchos años antes, mientras desempeñaba el servicio de cuestor en Acaya. La amistad perduró y se consolidó en Roma. Plutarco dedicó a Seneción una de sus obras más fundamentales, los nueve libros de sus Charlas de sobremesa, en los que recuerda sus conversaciones en Grecia, en Atenas y Patras y en Queronea—la ciudad natal de Plutarco, en Beocia, donde Seneción había asistido a la boda del hijo de este—, así como en Roma. También dedicó a Seneción varios pares, al menos, de las Vidas paralelas de grandes griegos y romanos, otra obra importante en la que se hallaba trabajando todavía por aquellas fechas, al igual que su ensayo Sobre el progreso en la virtud. Otro amigo romano de Plutarco, a quien Adriano debió de conocer bien, fue Minicio Fundano de Ticino (Pavía), íntimo de Plinio y colega de Adriano en el septemvirato. Una gran parte de la vida de Plutarco tuvo como centro a Delfos, donde ocupó un cargo importante entre los sacerdotes de Apolo. Es bastante verosímil suponer que Adriano visitara Delfos camino de Atenas, pero es seguro que conoció a Plutarco durante esta estancia en Grecia, tanto si fue allí como en otro lugar.8

En Atenas, Adriano habría tenido, sin duda, numerosas oportunidades de asistir a cenas en las que se mantuvieron conversaciones literarias o filosóficas chispeantes como las que tanto encantaban a Seneción. Uno, al menos, de los invitados a una fiesta ateniense inmortalizado en las Charlas de sobremesa, el rey Filópapo, como lo llamaba Plutarco, se hallaba aún en Atenas. Su nombre completo era C. Julio Antíoco Epífanes Filópapo. Era nieto del último rey de la Comagene,Antíoco IV, depuesto por Vespasiano el año 72. Los hijos y este nieto de Antíoco (cuyo último nombre significa ‘amante de su abuelo’) seguían conservando el título real. Filópapo había fijado su residencia en Atenas, donde, tras obtener la ciudadanía, había desempeñado el cargo de arconte y se había convertido en un espléndido benefactor. Más aún, Filópapo había llegado a ser senador romano y hasta cónsul sufecto el año 109. La concesión de las fasces a aquel hombre en ese preciso momento había sido un bello gesto: era casi la fecha del tercer centenario de la Batalla de las Termópilas en la que su antepasado Antíoco el Grande había sido derrotado por el cónsul M. Acilio Glabrión. El cónsul Antíoco Epífanes representó una unión simbólica entre las elites occidentales y orientales. Es fácil que, según se ha propuesto, Adriano hubiera conocido a Filópapo en Roma el verano del año 109 y se le invitara a residir en su casa de Atenas. Sea como fuere, habría sido difícil que un caballero romano de alto rango en visita a Atenas durante aquellos años no estableciera contacto con el rey. Su hermana Balbila aparece muchos años después como amiga íntima de Sabina, esposa de Adriano. Es casi seguro que, si no en el 109, su amistad comenzó, a más tardar, en torno al año 111, cuando Adriano fue por primera vez a Atenas acompañado, seguramente, de su mujer.9

Entre otras personas destacadas que recibieron probablemente a Adriano o lo conocieron se encuentra C. Julio Euricles Herculano, joven notable de Esparta, primo de Filópapo y Balbila. Plutarco dedicó a Herculano el ensayo titulado Sobre el arte de elogiarse sin incurrir en desaprobación. La mayor parte del escrito está dedicado a ejemplos tomados de la historia griega, pero hacia el final aparecen algunos consejos prácticos. Se debe evitar presumir del propio éxito, de cualesquiera «actos o palabras acogidos favorablemente por el gobernador». Tras asistir a banquetes dados por el gobernador, la gente debería abstenerse de repetir las «observaciones corteses dirigidas a uno por personas ilustres o de estirpe real». Podemos imaginarnos fácilmente a Herculano cenando con el legado imperial Nigrino—que también se hallaba ejerciendo sus funciones en Atenas—, y a Adriano entre otros invitados.10

Herculano, «descendiente de los Dióscuros en la trigésimo sexta generación» y miembro de una familia, los Euricleidas, que había dominado Esparta desde la época de Augusto, estaba emparentado no solo con el rey Filópapo sino también con la principal familia de Atenas, la de Ti. Claudio Ático Herodes. Ático afirmaba ser descendiente de Milcíades y Cimón, y hasta del legendario héroe Eaco. Su familia era inmensamente rica, pues Hiparco, padre de Ático, había logrado ocultar una gran parte de su fortuna cuando fue llevado a juicio por los Flavios. Ático «descubrió» el tesoro tras la subida de Nerva al trono y se le concedió quedarse con él, lo cual le permitió desempeñar el papel de benefactor a gran escala. Al parecer, había alcanzado el rango senatorial bajo Trajano. Pero ni Ático ni Herculano habían llegado a ser senadores romanos, a pesar de que sus familias disfrutaban de la ciudadanía romana desde el período de la dinastía julio-claudiana, como tampoco lo había sido ningún otro griego de la «antigua Grecia» (la provincia de Acaya y las «ciudades libres», como Atenas, que, al menos en teoría, eran enclaves dentro de la provincia). El cónsul «rey» Filópapo era solo ateniense honorario. Cierto número de griegos de Asia Menor había ingresado en el Senado y unos pocos habían ascendido, incluso, al consulado bajo los Flavios; Trajano, por su parte, había concedido algún alto mando a hombres como Cuadrato de Pérgamo y Cuadrato Baso. Es de suponer que atenienses y espartanos seguían manteniendo cierta reserva y rehusaban buscar el rango senatorial. Además, es probable que su latín no fuera suficientemente bueno. Si Ático dispuso que su hijo, de once o doce años por aquel entonces, permaneciera en Roma en casa de Calvisio Tulo Ruso, yerno del viejo Domicio Tulo, fue, sin duda, para proporcionar al joven una buena base en este sentido.11

Atenas le gustó a Adriano; de eso no cabe ninguna duda. Sus reiteradas visitas a la ciudad siendo emperador lo dejaron muy claro. Ver la Acrópolis y el Partenón, además de otros monumentos famosos, era de por sí una aspiración compartida por la mayoría de las personas cultas de la época. Adriano debió de sentirse especialmente impresionado por el inmenso templo de Zeus Olímpico, inaugurado por Pisístrato hacía más de seiscientos años pero no concluido nunca. Antíoco Epífanes, el rey seléucida cuyos nombres llevaba Filópapo, había gastado grandes sumas para impulsar la obra, pero todavía no se había rematado. Atenas, a su vez, sintió afecto por Adriano. Fue invitado a hacerse ciudadano ateniense y, cuando aceptó el ofrecimiento, se le nombró miembro del demo de Besa. El rey Filópapo estaba inscrito en el mismo demo, y es de suponer que intervino en la decisión. Adriano fue elegido luego archon eponymus, en otras palabras, ocuparía la antigua magistratura principal y el año ateniense llevaría su nombre. Su liberto, Flegonte de Tralles, que probablemente se hallaba ya con él, escribió más tarde una crónica en la que el arcontado de su patrón se sitúa en el año 112. Como el año ateniense terminaba y empezaba en verano, no sabemos con seguridad si su mandato comenzó el 111 o el 112. Sea como fuere, se trató de un gesto impresionante. «La boulé del Areópago, la boulé de los Seiscientos y del démos de los atenienses» honraban a «su árcho-n Hadrianos» con una estatua en el teatro de Dionisos. Los atenienses se preocuparon por prologar esta sencilla inscripción de tres líneas grabada en el pedestal con siete líneas en latín que exponían la carrera de su arconte como senador romano. Algunos otros romanos de su rango habían aceptado aquel honor, pero solo habían sido unos pocos. Uno de ellos era un hombre llamado Trebelio Rufo de Tolosa (Toulouse), que al parecer se había instalado en Atenas abandonando la carrera senatorial. El gran Vibio Crispo, cónsul en tres ocasiones, había aceptado en tiempos de Domiciano la afiliación en el demos de Maratón y el arcontado, si bien in absentia. Y el propio Domiciano, cuya diosa madrina era la versión romana de Atenea, había accedido igualmente a ser arconte, aunque sin ir a Atenas.12

Un eminente senador que marchaba para ejercer su cargo de procónsul de Asia pudo haber pasado por Atenas en la primavera del año 112 o un año después, en su viaje de vuelta, y ser testigo de cómo cumplía con sus deberes el arconte romano. Aquel senador era Cornelio Tácito. Una vez acabadas sus Historias, Tácito podría haber iniciado sus investigaciones para una nueva obra, no la segunda parte que había prometido, los reinados de Nerva y Trajano, sino los Anales de los emperadores de la dinastía julio-claudiana, de Tiberio a Nerón. Atenas se menciona solo brevemente en los libros conservados. Tácito relató la visita realizada el 18 d. C. por Germánico César, llegado de Nicópolis a la antigua ciudad aliada, donde los «griegos le recibieron con escogidísimos honores explayándose en su propia historia y literatura para que su adulación pareciera más digna». (También se describe la visita realizada poco después por Pisón, enemigo de César, que criticó duramente a los atenienses.) Adriano no era aún César, como Germánico, y es posible que los atenienses, encantados no obstante con un arconte tan eminente, no le adularan con tanto rebuscamiento. En cualquier caso, la posición de Sabina, esposa de Adriano, cuya distinción social era ya poco común, se hizo todavía más especial en el verano del año 112. Su abuela Marciana Augusta, hermana de Trajano, murió a finales de agosto y fue divinizada sin tardanza; aquel mismo día, su hija Matidia, madre de Sabina, fue nombrada Augusta. Sabina era así hija de una Augusta y nieta de una diosa.13

El año 112 había estado señalado ya en Roma por la inauguración solemne, el 1 de enero, de las colosales construcciones del nuevo Foro y la Basílica, además del mercado adyacente, realizadas por Trajano. Para mostrar la amplitud de la excavación requerida se erigiría una imponente columna, concluida y dedicada en mayo del año siguiente. La sencilla inscripción declaraba que la obra había sido pagada ex manubiis,‘del botín’. No hay manera de saber si la columna se hallaba ya decorada con relieves que conmemoraban visualmente las dos guerras dacias que habían hecho posible aquella construcción.14

Durante el año 113, los acontecimientos del Este tomaron un rumbo que dio a Trajano la oportunidad que, evidentemente, había estado esperando. Partia, el único rival serio de Roma, se había visto gravemente desgarrada durante algunos años entre tres reyes rivales, Pácoro, Vologeses y Cosroes. Aquello bastó para brindar una ocasión excelente de saldar antiguas cuentas. Había habido, incluso, una provocación más reciente. Poco tiempo antes, Plinio había informado a Trajano de la aparición en Nicomedia de un hombre llamado Calídromo; al parecer, era esclavo de Laberio Máximo y había sido capturado por Decébalo—probablemente el 101 o el 102—y enviado como regalo al rey Pácoro. Si lo que contaba Calídromo era cierto—Plinio, a su vez, envió a aquel hombre al emperador—, significaba que Decébalo había intentado conseguir el apoyo de los partos. Pácoro había sido rey durante largo tiempo, más de treinta años, pero en comparación con sus rivales,Vologeses y Cosroes, era una fuerza agotada. Cosroes, entonces el aspirante más poderoso al trono, dio en ese momento un paso que podía interpretarse como un quebrantamiento del acuerdo alcanzado cincuenta años antes, por el que se había establecido que el rey de Armenia debía ser nombrado por Roma, aunque tendría que ser miembro de la casa real partia. Cosroes se limitó a deponer al titular, Axidares, hijo de Pácoro, y colocó a un sucesor, Partamasiris, hijo también de Pácoro, sin consultarlo con Trajano. Es posible que Axidares se resistiera y apelara a Roma. Se enviaron mensajes amenazadores y Trajano inició preparativos bélicos. De joven, mientras servía en Siria a las órdenes de su padre, cuarenta años antes, había tenido la oportunidad de combatir contra los partos; pero entonces se salvaguardó la paz. Ahora podía esperar alcanzar nueva gloria siguiendo los pasos de Alejandro Magno, con quien había sido comparado por sus aduladores. Se movilizaron tropas de refuerzo que se pusieron en marcha a escala masiva hacia las provincias fronterizas orientales bajando por el Danubio, atravesaron el Ponto-Bitinia y Galacia, y siguieron hacia el Éufrates. El propio emperador partió de Roma a finales de octubre junto con su corte, incluidas Plotina y Matidia, las dos augustas. El día de su profectio, escogido sin duda por su carácter propicio, fue el décimo sexto aniversario de su adopción por Nerva. Trajano marchó por la vía Apia y por su nueva carretera, la vía Trajana, concluida el año anterior, hasta Brundisio y, seguidamente, emprendió viaje a Atenas. La flota del Miseno a las órdenes de su nuevo prefecto, Marcio Turbón, y, sin duda, una gran flotilla de comerciantes transportarían al emperador, su equipo, su familia y su séquito.15

Adriano

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