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Los estudios que se han hecho sobre el sobrepeso y la obesidad como un problema actual de salud pública y de las ciencias sociales, han pronosticado que si la tendencia continúa, la mayoría de la población adulta del mundo tendrá sobrepeso u obesidad para el año 2030 (Kelly et al., 2008). En un análisis reciente de la transición epidemiológica en México, se reveló que las enfermedades crónicas no transmisibles provocaron 75% del total de las muertes y 68% de los años de vida potencialmente perdidos. En los países de América Latina, la prevalencia general de síndrome metabólico en la población es de 24.9% (rango 18.8-43.3%), la cual es ligeramente más frecuente en mujeres (25.3 %) que en hombres (23.2%), y el grupo de edad con mayor prevalencia son los mayores de 50 años de edad. En suma, el incremento paralelo de los índices de la obesidad y del síndrome metabólico es un fenómeno mundial, donde México no es la excepción, y viene acompañado del aumento de la expectativa de vida y de la reducción de las tasas de mortalidad en diferentes grupos de edad para la mayoría de las enfermedades infecciosas.

Como ya se mencionó, el indicador utilizado más comúnmente para medir la obesidad es el IMC; una aportación del estadista belga Lambert Adolphe Quételet. La fórmula exacta para medirlo es la siguiente: kg/m2, que se traduce en el peso en kilogramos dividido por la altura en metros al cuadrado, y el cual, según la clasificación de la OMS, se considerará sobrepeso cuando el IMC esté ubicado entre 25.0 y 29.9 kg/m2 y obesidad, cuando esté en un rango de 30.0 y 39.9 kg/m2. La obesidad mórbida se supone a partir de un índice de masa corporal de ≥ 40 (OMS, 2013). Sin embargo, cada vez más evidencia sugiere que la obesidad abdominal, en lugar de la grasa corporal total, es también un predictor útil, independiente de diversas enfermedades cardiovasculares y los resultados relacionados con el cáncer. Una de las medidas para dictaminar la obesidad abdominal es la medida de la circunferencia de la cintura en relación con la medida de la circunferencia de la cadera (Kitzinger y Karle, 2013; Nguyen y El-Serag, 2010). La progresión de la obesidad en todo el mundo se registra por la OMS a través de la base mundial de datos sobre el IMC.

En América Latina y el Caribe, en 1995 había alrededor de 6 millones de niños menores de 5 años con déficit de peso para su edad. Esa cifra (11% del total de la población en ese grupo de edad), es una de las manifestaciones más visibles de la pobreza (OPS, 1998). Según los últimos datos de 2008, 1.5 millones de adultos mayores de 20 años de edad tenían sobrepeso, incluyendo 200 millones de hombres y 300 millones de mujeres clínicamente obesos. En 2010, 43 millones de niños menores de 5 años de edad ya tenían sobrepeso. La OMS también proyecta que en 2015 habrá aproximadamente 2.3 billones de adultos con sobrepeso y, entre ellos, más de 700 millones con obesidad. Vale la pena decir que la prevalencia de la obesidad en todo el mundo es muy variable. En Vietnam es de menos de 1% y en las islas del Pacífico puede alcanzar hasta 80% en algunas regiones (OMS, 2013).

Tradicionalmente la obesidad se consideraba como un problema exclusivo de los países con altos ingresos y de países en proceso de industrialización; no obstante, el sobrepeso y la obesidad están aumentando en países de bajos y medios ingresos, países que enfrentan una “doble carga” de la enfermedad. Mientras continúan para hacer frente a los problemas de las enfermedades infecciosas y la desnutrición que no han logrado superar como países de tercer mundo o en aparentes “vías” de desarrollo, están experimentando además un rápido aumento de las no transmisibles enfermedades como la obesidad y el sobrepeso, particularmente en los entornos urbanos y condicionado por las exigencias culturales, hábitos alimentarios y cambios en la forma de trabajar. No es raro encontrar la desnutrición y la obesidad existente de lado a lado en el mismo país, la misma comunidad o el mismo hogar (OMS, 2013).

Adicionalmente, la obesidad aumenta el riesgo de contraer enfermedades concomitantes, especialmente diabetes, hipertensión, enfermedad coronaria y cáncer (Lyznicki et al., 2001; Calle et al., 2003). Debido a la pérdida de peso, también se han demostrado problemas cardiovasculares y otros factores de riesgo metabólicos (Lyznicki et al., 2001; Brochu, Poehlman y Ades, 2000).

La gestión de la obesidad es una prioridad importante para la salud. Por un lado, lidiar con el sobrepeso y la obesidad, así como perder o mantener el peso, a menudo son retos significativos para las personas, no solo por razones personales, también por los entornos culturales, sociales y físicos que los rodean, que pueden ser factores condicionantes en los cambios en la cultura alimentaria, los avances tecnológicos, los cambios en los tipos y las formas de trabajo, el medio ambiente y todos los cambios recreativos, de ocio y hábitos en general. Por otro lado, el uso de las sales de rehidratación oral, la planificación familiar y el éxito de las campañas de inmunización masiva entre otras tecnologías, han desempeñado un papel decisivo en la reducción de la mortalidad, especialmente durante los primeros años de vida. Sin embargo, el hecho de que algunas enfermedades infecciosas todavía persistan o resurjan plantea nuevos retos para la salud pública.

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