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Sobre la descolonización de los cuerpos obesos

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Derivado de la complejidad de estos procesos de medicalización, mercantilización y mundialización de la alimentación y la salud que se entrelazan y retroalimentan continuamente, surge la relevancia de estudiar la obesidad en términos sociales y complejos. La obesidad no puede ser entendida solamente como una epidemia visible en los cuerpos, que debe ser atendida como una enfermedad individual. Es por ello que consideramos conveniente repensarla a la luz de los significados que se atribuyen socialmente, en contextos particulares e históricamente delimitados. En este sentido, la noción de cultura –entendida como el consenso de signos y significados que orientan los símbolos, prácticas, acciones y relaciones sociales en una sociedad– (Geertz, 1992), es útil para cuestionar cómo es que los cuerpos obesos son excluidos y descontextualizados.

La corriente crítica, denominada como estudios poscoloniales, surgió en la década de 1990. Ahí se propuso construir un modo de producción de conocimiento centrado en un paradigma del otro, respecto de la modernidad y enfatizando en el orden mundial establecido en América Latina a partir de la colonización del continente y en la actualidad (Gigena, 2001: 7-8).

Algunas de las pistas que orientan dicha corriente de pensamiento se centran en: a) distinguir entre colonialismo –en tanto un sistema político y administrativo– y la colonialidad (una estructura de dominio subyacente al control ejercido durante las colonias española y lusitana); b) pensar las problemáticas sociales a partir de la noción de un sistema mundo, en tanto un tipo particular de sistema histórico; c) considerar la colonialidad como el lado oscuro de la modernidad, en una relación de co-constitución; d) problematizar los discursos eurocentrados e intracentrados de la modernidad; e) considerar el pensamiento decolonial como un paradigma del otro –es decir, que existen otros sistemas válidos dentro de su contexto–, que es capaz de revalorar otros conocimientos, evitando los esencialismos de autenticidades –o falsos dilemas de verdad–, y más bien como transmodernos; y f) consolidar un proyecto decolonial, intervenir sobre la construcción de otros mundos, lo que significa que los estudios decolonizadores tienen como punto de partida una ética y una política de la pluriversalidad –muchas visiones y conocimientos– (Gigena, 2001).

Ahora bien, la perspectiva decolonial, en tanto una propuesta de análisis social y complejo, nos permite problematizar la obesidad como una propuesta de análisis metodológico y comprensivo en la que: a) la obesidad debe sitúarse en un contexto social particular (México), en el que su historia social está ceñida por el colonialismo y la colonialidad, que se ha transformado en nuestros días con otras caras; b) que este proceso de instauración de la “colonialidad del poder” –en palabras de Quijano (citado en Gigena, 2001)– no se desarrolló en un solo momento, sino que formó parte de otros procesos de cambio social en el tiempo que permitió el surgimiento de una serie de ideas acerca de los valores estéticos de los cuerpos, influenciados por la medicalización de la salud y la alimentación. La noción de obesidad es un concepto colonizador; y c) un paradigma centrado en los conocimientos médicos y pensados solo a partir de esos otros paradigmas.

Como se ha visto a lo largo de este capítulo, queda claro que los procesos “medicalizadores de la alimentación” han sido apropiados a través de prácticas e ideas acerca de los alimentos y su efecto en el cuerpo, descontextualizados de sus significados histórico-culturales. Las ideas intrínsecas y dominantes que produjo la medicalización de la alimentación, la descontextualización de los alimentos y la fragmentación de “los cuerpos y las mentes” han omitido la posibilidad de entender y complejizar la obesidad –se asume como un objeto dañino en términos más económicos y morales– en sus múltiples significaciones culturales y sociales. Así pues, si en una comunidad rural o en una etnia –que actualmente no existen como comunidades cerradas– existe un sentido estético y cultural de un cuerpo con “mayor grasa prominente”, se juzga y se asume que es falta de educación nutricional y falta de voluntad.

Sin embargo, existen casos en Oaxaca, en poblaciones de origen étnico zapoteco istmeño, en que los cuerpos de las mujeres se caracterizan por ser prominentes, exaltando su estética como un símbolo de abundancia, bienestar y fertilidad (Magaña, 2007). En estos contextos rurales, las ideas relacionadas con la delgadez se pueden asociar con la juventud, pero cuando una mujer se casa o es “robada” se considera que puede ganar peso porque está en una etapa reproductiva. La grasa acumulada en el cuerpo es señal de que está en la posibilidad de procrear y dar vida. Es importante resaltar que también existe una preocupación por el desarrollo de enfermedades cardiovasculares por un cambio en los patrones alimentarios, lo que pone de manifiesto que existen valores culturales asociados a la belleza y al mismo tiempo se combinan con las transformaciones sociales e históricas del sistema alimentario local. Estas transformaciones pueden ser rastreadas cuando se agregan al análisis las dimensiones históricas y políticas a nivel local, enfatizando en las relaciones interétnicas e intraétnicas. Si se analizan los valores culturales de una comunidad, en el caso de los zapotecos del istmo de tehuantepec podemos encontrar cómo se van construyendo y transformando estos valores en el tiempo, según las relaciones sociales que se establecen entre los miembros de un grupo étnico (Magaña, 2012).

Las transformaciones del sistema de producción de alimentos en pos de una modernización o revolución agrícola, al mismo tiempo que el crecimiento y desarrollo de una industria alimentaria –que poco le interesa la salud y más bien la ganancia monetaria–, y en detrimento de los sistemas culturales –signos y significados inscritos en símbolos, prácticas y valores–, han repercutido de manera ineludible en estas cambios corporales. Por mencionar un ejemplo, se cita una vez más el caso de las comunidades zapotecas del istmo de tehuantepec, donde el consumo de cerveza se incrementó hacía la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en las fiestas patronales, gracias a la llegada de las casas cerveceras a la región y como parte de una estrategia de comercialización que se establece directamente con los comités que organizan las fiestas (Magaña, 2007). Es un hecho que el consumo de alcohol ha impactado de manera visible en los cuerpos, ya que muchas mujeres y hombres han ganado prominencia corporal por ello, aunado a que con la llegada de los productos industrializados, gracias a la introducción de las carreteras y urbanización de las poblaciones, estos se fueron incorporando a las “botanas” que se sirven en las fiestas. En una botana se puede comer productos locales como pescado o tamales, al mismo tiempo que cacahuates japoneses y frituras de maíz (Magaña, 2007).

Estos elementos etnográficos nos permiten preguntarnos, de acuerdo con Gracia-Arnaiz (2007), ¿por qué se siguen desarrollando modelos de intervención separados de las reformas económicas en México? Los sistemas de prevención de salud o enfermedad ven a los sujetos fuera de su contexto familiar, social y económico y político, ¿por qué nos extraña que sigan aumentando las cifras?

Desde una mirada centrada en el modelo biomédico, muchas de las veces los cuerpos obesos son violentados por estos paradigmas que al mismo tiempo son exorcizados del alma; escinden al individuo, al ser. En este contexto, ¿por qué no repensar que existen “obesidades” en tanto estados físicos, pero al mismo tiempo, emocionales y de significados, que llaman a poner atención no nada más a los cuerpos, sino al estado en el que los individuos viven colectivamente? En pocas palabras, habría que decolonizar la alimentación y los cuerpos de la industria alimentaria y los elementos estigmatizadores de la sociedad, y comenzar a comer por deleite, amor al cuerpo, identidad, pertenencia cultural, social y ecológica, a través de alimentos producidos y significados localmente. No se trata de “regresar a paradigmas tradicionales”, pero sí de recuperar el significado de los alimentos en ciertos contextos; no demeritar el conocimiento local y los sistemas de clasificación cultural en pos de un conocimiento científico uniforme. Se busca complementar los conocimientos (científicos y locales) que fortalecen las prácticas alimentarias benéficas para la salud (Arispe et al., 2007).

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