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EL DIOS DE SÓCRATES PRÓLOGO (DE FLÓRIDA ) 1

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1. Los que habéis querido que os hable improvisadamente, [103] escuchad este ensayo tras la prueba decisiva 2 . Y es que, según creo, correré el riesgo de un buen ensayo, puesto que hablaré [104] sin pensar después de haber reflexionado sobre un tema aprobado por vosotros. Pues no temo desagradaros en asuntos ligeros cuando os he complacido en otros más serios. Pero para que me conozcáis en todas mis facetas, también en esta improvisación, como dice Lucilio 3 , <…> y carente de arte, comprobad si soy el mismo sin preparar que preparado —al menos aquellos de vosotros que aún no conocéis mis improvisaciones—; por supuesto, escuchar esto os exigirá el mismo esfuerzo que cuando escribimos, y una actitud más indulgente que cuando leemos. En efecto, de ordinario, los hombres inteligentes suelen mostrar un juicio muy severo respecto a las obras elaboradas, y una indulgencia más benevolente en los trabajos hechos sobre [105] la marcha. Las obras escritas se sopesan y se examinan una y otra vez, mientras que las hechas sin pensar se entienden al tiempo que se perdonan, y no sin razón: pues lo que se lee en forma escrita, cuando uno se calla 4 , permanecerá tal como se ha presentado; en cambio, las palabras que sobre la marcha casi se comparten 5 con vosotros, quedarán tal como las hayáis dejado con vuestra opinión favorable. Por lo tanto, en la medida que <…> a continuación voy a adaptar mis palabras <…> veo que disfrutáis escuchándome. Por eso, en vuestra mano está redondear [106] mis velas y largarlas, para que no se queden sueltas ni flojas, apretadas ni plegadas 6 .

2. Voy a poner a prueba lo que dijo Aristipo, ese famoso Aristipo, fundador de la escuela cirenaica y, como él mismo prefería llamarse, discípulo de Sócrates 7 ; a él, un tirano le preguntó de qué le había servido una dedicación tan intensa y duradera a la filosofía; Aristipo le respondió: «Para poder hablar con todos los hombres con tranquilidad y sin miedo».

3. Si la idea se expresa con palabras improvisadas es porque ha surgido de repente, como si en una cerca hubiera que colocar las piedras aleatoriamente, sin constituir una masa interior compacta, sin alinear rigurosamente la fachada ni ajustar las hileras de piedras con la regla; por eso yo, como constructor de [107] este discurso, no traeré de mi montaña piedra tallada en ángulo recto, aplanada perfectamente por todos sus lados, igualada a la perfección en sus caras externas, sino que para cada tarea emplearé materiales desiguales, o pulidos en su superficie, o prominentes [108] en sus ángulos, o de redondez en forma de bola, sin regla para alinear, ni medida para igualar, ni ingeniosa plomada. Ninguna obra puede ser a la vez apresurada y fruto de la reflexión, ni hay nada que pueda tener simultáneamente el elogio de la diligencia ni el encanto de la prontitud.

4. Me he sometido a la voluntad de algunos que deseaban en grado sumo que yo improvisara. Pero, por Hércules, temo que me suceda lo que cuenta Esopo que le ocurrió al cuervo de la fábula, a saber, que mientras pretendo ganarme este nuevo renombre, me vea obligado a perder ese otro más pequeño que antes conseguí. Me exigís la fábula y, por supuesto, no me da reparos contarla. Un cuervo y una zorra habían visto a la vez un trozo de alimento 8 [109] y se apresuraban a cogerlo con el mismo afán, pero desigual rapidez, la zorra a la carrera y el cuervo volando. Por lo tanto, el ave adelanta al cuadrúpedo, pues con sus dos alas desplegadas se desliza ayudada por la brisa favorable y se anticipa, y así contenta tanto por la presa como por la victoria, elevándose en altura, se posa segura en lo más alto de la copa de una encina cercana. Entonces la zorra, por su parte, puesto que no la tenía a tiro de piedra, le arrojó los dardos del engaño. En efecto, se dirigió hacia el árbol en cuestión y se situó debajo, y cuando vio al ladrón en lo alto lleno de gozo por su presa, comenzó a alabarlo astutamente: «¡Qué necio he sido por competir en vano con el ave de Apolo 9 ! Puesto que ¿quién ha tenido nunca un cuerpo tan bien proporcionado, que no es ni demasiado pequeño ni demasiado grande, sino [110] cuanto conviene a la utilidad y la belleza? El plumaje suave, la cabeza fina, el pico fuerte; con alas hechas para perseguir, con ojos penetrantes, con garras que sujetan bien sus presas. ¿Y qué diré de su color? Siendo dos los colores que más destacan, el negro como la pez y el blanco como la nieve, que sirven para distinguir entre sí la noche del día, Apolo se los concedió a sus dos aves predilectas: el blanco al cisne y el negro al cuervo. Igual que le otorgó el canto al cisne, ¡ojalá que también le hubiese concedido la voz al cuervo! De esa manera, un ave tan bella, que aventaja con mucho a todo el género aviar, no estaría privada de voz, y ella, que constituye las delicias del dios de la palabra, no viviría muda y sin lengua». Cuando el cuervo escuchó que sólo le faltaba esto para aventajar al resto de las aves, al intentar emitir un sonoro graznido, para no ser inferior tampoco al cisne en el canto, olvidándose del trozo de comida que sujetaba con el pico, lo abrió completamente y así. lo que había conseguido con el vuelo, lo [111] perdió con el canto; la zorra, en cambio, lo que había perdido con la carrera, lo recuperó con su astucia. Resumamos esta fábula todo lo que sea posible: el cuervo para probar sus facultades vocales, lo único que la zorra había fingido que le faltaba para que su belleza fuera completa, cuando empezó a graznar, cedió a la embaucadora la presa que llevaba en el pico.

5. Ya hace tiempo que sé lo que reclamáis con esas señales, que prosiga con el resto de la materia en latín. Pues, como al [112] principio vosotros deseabais cosas distintas, recuerdo que os [113] prometí que ninguno de los dos bandos, ni los que preferíais que hablara en griego ni los que me solicitabais que lo hiciera en latín, se iría sin su parte de este discurso. Por eso, si lo estimáis oportuno, basta ya de hablar como los atenienses; es momento ya de trasladarse de Grecia al Lacio, y es que ya nos encontramos casi en la mitad de este tema, de forma que, en mi opinión, esta segunda parte, en comparación con la parte griega precedente, no debe ser ni más floja en argumentos, ni más escasa de ideas, ni más pobre en ejemplos, ni de expresión más débil.

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1 Los cinco parágrafos que constituyen este supuesto Prólogo del De deo Socratis aparecen precediendo a esta obra ya en los manuscritos. No obstante, desde el siglo XVI , autores como Pierre Pithou sostenían que, en realidad, habría que relacionarlos con los Flórida. Esta opinión es la defendida mayoritariamente por los editores, salvo, entre otros, por G. F. Hildebrand, Chr. Lütjohann y C. Moreschini, que es a quien seguimos. Hasta finales del siglo XIX . estos cinco párrafos se consideraban divididos en dos partes: la primera, hasta IV. la fábula del cuervo y la zorra, preámbulo de un discurso improvisado, y V, texto de transición entre dos partes de una conferencia, la primera pronunciada en griego y la que vendría después, en latín. No obstante. Paul Thomas se opone a esta división y considera que los cuatro primeros textos no tienen conexión entre sí, sino que fueron recopilados por la similitud de su tema, pues tres de ellos (I, III, IV) son anuncios de discursos improvisados y solicitud de indulgencia de los oyentes.

2 Lo normal es que primero vengan los ensayos y tras ellos, la prueba definitiva.

3 Cf. FESTO , 496, 10 L. = LUCILIO , Fragmentos 1279 MARX (= 1131 WARM .). Tras el término improvisación (schedio) hay una laguna.

4 Es sabido que los antiguos solían leer en voz alta.

5 Seguimos la lectura partienda que da MORESCHINI .

6 El empleo de metáforas marítimas para referirse a la elocuencia era algo frecuente en los autores latinos (cf. CIC ., Tusculanas IV. 9). A lo que el autor se refiere es que en manos del auditorio está que su discurso vaya viento en popa, pues sólo con sus aplausos podrán redondearse sus velas, henchirse con el viento favorable que permitirá que el navío avance.

7 Aristipo de Cirene (435-350 a. C.), que frecuentó al mismísimo Sócrates como discípulo, fue el fundador en la primera mitad del siglo IV a. C. de la escuela cirenaica, una de las «escuelas socráticas menores», que preconizaba una moral hedonista.

8 De carne o de queso, según cuál de las tres versiones antiguas de la famosa fábula del cuervo y la zorra se siga.

9 Apolo en su función de dios oracular tenía al cuervo como ave propia por ser éste ave de presagio.

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