Читать книгу Una historia de Rus - Argemino Barro - Страница 17

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Nadie sabe qué hacer con su adrenalina. Cómo darle salida. El exceso de oxígeno aún corre por las venas y una chica me agarra de la mano y me da una vuelta por los lugares clave de la revolución. Aquí hubo un combate muy duro, me dice, así que mucha gente se encerró en esa cafetería de ahí. Muchas cafeterías cerraron, pero esta no, y los camareros dieron café gratis a los activistas. Si miras por el suelo aún puedes encontrar casquillos de bala. O los puedes encontrar en los tenderetes. Y mira, aquí se daban conferencias de prensa. Ahí mataron a un chico de Crimea. Y ahí han puesto una exposición de fotos.

Los paseantes absorben cada detalle, como si estuvieran mirando un enorme cuadro del que los fueran a examinar. Saben que posiblemente nunca volverán a presenciar nada igual, el momento en el que la historia gira sobre un tiempo y espacio definidos. Sus abuelos vivieron la Segunda Guerra Mundial y sus padres la desintegración de la Unión Soviética. A ellos les ha tocado el Maidán.

Entre los campamentos sobresale un retrato: el busto ascético e inexpresivo de un hombre joven, afilado como una estatua de cera abandonada, pulida por la lluvia. Da la impresión de que el escultor se ha pasado con el moldeado y las facciones ya casi no existen; han sido bruñidas, alisadas, igual que su cráneo lampiño. Todo su ser está consumido por una mirada rígida y focalizada. Se trata de Stepán Bandera, el líder de la facción terrorista del nacionalismo ucraniano de los años treinta. Una figura reivindicada por los grupos radicales del Maidán. Para ellos, Bandera simboliza la lucha de Ucrania frente a Polonia y Rusia. El sacrificio por la independencia nacional.

La organización de Stepán Bandera, la OUN, nació en el oeste de Ucrania, entonces parte de Polonia, y recurrió al terrorismo para conseguir la autodeterminación. Los hombres de Bandera asesinaron a líderes polacos y a los ucranianos que favorecían el diálogo. Querían provocar tensiones para encender una guerra, dilatar sus filas y luchar por la liberación de Ucrania. La OUN también era un partido fascista. Su idea, una vez lograda la independencia, era instalar un régimen similar al de Mussolini: un partido único al servicio de la etnia ucraniana.

En la Segunda Guerra Mundial, Bandera vio en Alemania un poder capaz de pulverizar a sus dos enemigos, Polonia y la URSS, y crear así un espacio donde florecería la nueva Ucrania. El propio Bandera colaboró con la Gestapo, y muchos de sus seguidores participaron en los persecución de judíos ucranianos. La muchedumbre, azuzada por la propaganda antisemita, empujaba a las personas de religión judía a las afueras de los pueblos. Una vez asesinadas, el populacho saqueaba sus viviendas.

Los nazis, sin embargo, no estaban interesados en una Ucrania independiente.

Cuando Bandera declaró la independencia en 1941, a rebufo de la invasión de la Unión Soviética, fue enviado a un campo de concentración alemán.

Tres años después, cercano el derrumbe, Alemania liberó a Bandera para que luchara contra los soviéticos. La OUN se enfrentó al Ejército Rojo en el oeste de Ucrania. Fueron vencidos y Bandera se exilió. Acabó asesinado por un agente soviético en Múnich, en 1959.

La imagen de Bandera quedó enterrada por el comunismo. El régimen solo la usaba para mancillar los posibles atisbos nacionalistas. Décadas después, con la independencia, Bandera fue recuperado con una luz distinta. He aquí un hombre que hizo lo que pudo en esa difícil coyuntura, dijeron algunos nacionalistas. Un hombre que se enfrentó a nuestros enemigos y cuya valentía ha de ser reconocida. En 2010, el presidente Viktor Yushchenko nombró a Bandera “Héroe de Ucrania”, generando la protesta de Polonia y de la comunidad judía.

La versión dura de Bandera también fue reivindicada.

El Partido Social-Nacional de Ucrania, nacido en Lviv, se decía heredero del OUN y su emblema era una esvástica con dos brazos cortos. Para los social-nacionales, la independencia de Ucrania no era suficiente. Había que provocar también una “revolución nacional”.

Con todo, su peso era insignificante. En 1998 los social-nacionales se unieron a otros grupos ultraderechistas para concurrir a las elecciones parlamentarias. Ganaron el 0,16% de los votos. En 2004 el partido no tenía ni mil miembros en todo el país. Entonces se partió en dos facciones: una más comedida, Svoboda, que renunció a los símbolos y contenidos del fascismo, y otra radical, Patriota de Ucrania.

Este grupo irrelevante, que mantiene la obsesión antirrusa y continúa entrenándose en el bosque, como si fuera 1941, ve su momento en el Maidán. Su rol crece con la violencia, se vuelve útil. Patriota de Ucrania suma fuerzas con otros grupos y así se crea Pravy Sektor, de bandera roja y negra como el blut und boden fascista. Roja como la sangre, negra como la tierra.

El Maidán les da la oportunidad de brillar, y ellos la aprovechan.

Los choques con la policía les permiten reclutar voluntarios, que organizan en treinta centurias. Los nuevos soldados reciben entrenamiento y un arma blanca, en ocasiones una pistola. Sostenidos por la opinión pública en Kyiv, las centurias plantan cara al Estado, lanzan cócteles molotov y caen liquidados sobre los adoquines. La mayoría resiste y lucha hasta que Yanukovych tira la toalla.

Ahora la hermandad de sangre, forjada en el Maidán, se debilita. El cemento de la revolución se ablanda y las rencillas salen a la luz. Un activista de Pravy Sektor ha disparado su metralleta durante una discusión. Hay tres heridos, incluido un asesor del alcalde provisional de Kyiv. El presunto culpable se ha refugiado en el Hotel Dnipro. La noticia corre por el campamento y los milicianos salen de sus tiendas con bates y palos de plástico. Vuelven a la vida.

Sobre las tres de la mañana circulan rumores de disparos y varios policías sacan del hotel en volandas a un herido que meten dentro de un coche. Doscientos miembros de Pravy Sektor aceptan desalojar el edificio. La multitud con cara de sueño se marcha: el entusiasmo se esfuma. Todo tiene un aire manoseado, como si fuera la copia, de una copia, de una copia. Los días de fuego han quedado atrás. La rebelión tumbó al presidente prorruso y Moscú se vengó anexionándose Crimea.

Revuelta, caída, ocupación.

Las cuentas parecen iguales.

Solo falta una pieza. Una franja de tierra industrial y obcecada: la boca de la estepa, que mira desde la penumbra, como un actor a punto de salir al escenario.

Una historia de Rus

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