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Puntos de contacto:
la revolución cubana y la izquierda en México*

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Juan Patricio Riveroll

Nuestro país tiene una larga tradición de recibir con los brazos abiertos a extranjeros que vienen en busca de asilo, de aventura o de esparcimiento, de perseguidos políticos a gabachos retirados, especialmente durante el siglo XX, y quizás uno de los más célebres capítulos de esta costumbre lo protagonizaron los revolucionarios cubanos antes de embarcarse en el Granma desde Tuxpan, Veracruz: el primer punto de contacto entre la revolución que apenas se gestaba y México. En esta etapa hay cuatro figuras clave, cada una de un país distinto, cuyos caminos se encuentran aquí para lanzar la expedición que cambiaría la faz de la izquierda latinoamericana. Fidel Castro como líder y representante de las decenas de cubanos que salieron huyendo del régimen de Fulgencio Batista; Alberto Bayo como el republicano antifranquista que entrenó a los futuros guerrilleros, con una larga trayectoria militar que continuó en la escuela de aviación en México; la peruana Hilda Gadea como la ideóloga que fue una suerte de mentora, además de pareja sentimental, de Ernesto Che Guevara, el único de los cuatro que no salió de su país huyendo como perseguido político sino que se embarcó en una búsqueda personal que en México se convirtió en una gesta revolucionaria.

El primero en llegar fue Bayo en 1941, después de pasar por Francia y Cuba tras la derrota de los republicanos. Nació en Camagüey, Cuba, porque su padre formaba parte del ejército español que todavía defendía la isla como parte de su imperio, y al triunfo de la independencia, en 1895, zarparon de regreso a España pese a que su madre era cubana. Así pasó su vida como ciudadano español, se enroló en el ejército y con la llegada de la aviación fundó el primer aeródromo privado en ese país. Fue veterano de la guerra de Marruecos y un fiel luchador en contra del golpe de Estado que en 1936 dio inicio a la guerra civil en contra del gobierno republicano y democrático, electo en febrero de ese año. Cuando un segmento del ejército se rebeló, la Alemania nazi y la Italia fascista lo apoyaron con armamento, aviones y, en algunas batallas en el Mediterráneo, incluso con soldados, dando como resultado la victoria de la dictadura militar del general Francisco Franco tres años más tarde, una calamidad para cualquier espíritu libre y democrático. Bayo salió de España separado de su familia, con la que se reencontró en París, embarcándose en el vapor Flandre con destino a Cuba por haber abrazado esa nacionalidad; sin embargo, una vez en la isla, su situación no mejoró mucho. En un país convulsionado por luchas intestinas se abstuvo de inmiscuirse en política, en la época en que el autonombrado coronel Batista corría para presidente por vez primera. Bayo tomó los trabajos más variados, viviendo al día y manteniendo a su esposa y sus dos hijos, inmerso en una situación cada vez más espinosa, viendo que a su alrededor los republicanos españoles se enfilaban para México. La embajada les informó que no podía aceptarlos como exiliados, pues en ese momento sólo quienes venían directamente de España o de Francia podían entrar con esa clasificación, pero las penurias eran tan oscuras que no les importó entrar a México con visas de turista, estatus que un par de años después rectificarían, acogidos ya como refugiados políticos españoles.

A su llegada la prioridad fue el bienestar de su familia, viéndose forzado a comenzar de cero una vez más, aceptando de nuevo cualquier trabajo para sobrevivir. Al respecto escribió:

Me encuentro en la segunda España, en la tierra que abrió sus brazos a los valientes que defendieron los derechos de todos los trabajadores del mundo entero contra la reacción de los nazis, fascistas y franquistas —virus asqueroso—; me encuentro en la dulce patria del gran Cárdenas, donde existe la libertad, que es el don que piden los hombres para poder vivir como humanos y no como encarcelados. Me encuentro en la patria donde no se niega a nadie un pedazo de pan si se quiere laborar, en el suelo defensor de los intereses de los humildes y de los que luchamos. Laboro en la Escuela de Aviación Militar de este país, que forja aguiluchos que defenderán la libertad de su patria y la de todo el continente, donde los jóvenes aviadores salen con un espíritu de hombres libres difícil de superar, y tengo en mi labor la grata satisfacción de colaborar en una obra de engrandecimiento de un Ejército sano, libre y progresista.1

Sus palabras son demasiado halagadoras, como sabe cualquiera que haya leído algo de historia de México, pero ése fue su estilo en cada esfuerzo literario en el que se aventuró, y da cuenta del estado de ánimo con el que llegó. Cabe mencionar que alumnos suyos sí salieron a defender la libertad de las naciones del mundo en la lucha en contra del las fuerzas del Eje, formando parte del Escuadrón de Pelea 201 que voló con la Fuerza Aérea de los Estados Unidos para liberar Filipinas en 1945. Pero eso es harina de otro costal.

Además de su dedicación a lo militar y a su familia, Bayo fue un autor prolífico, especializado en poesía y autobiografía. Buena parte de sus más de 20 libros son imposibles de encontrar, sin embargo hay tres o cuatro que valen la pena por su carácter histórico: Mi desembarco en Mallorca (México, 1944), 150 preguntas a un guerrillero (México, 1955) y Mi aporte a la revolución cubana (Cuba, 1960), este último sólo disponible en México en el fondo reservado de la Biblioteca Nacional.

Antes de que en el verano de 1955 Castro llegara a pedirle ayuda para entrenar a sus futuros guerrilleros hubo un episodio en la vida de Bayo que lo obligó a buscar la ayuda de una personalidad vital en las relaciones entre la izquierda en México y la Revolución cubana, figura recurrente en este ensayo: el general Lázaro Cárdenas, retirado en su casa de Michoacán. En otro de sus libros, en el que da cuenta de su participación en los complots armados en contra de la Nicaragua de Tacho Somoza y la Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo, relata ese fallido acercamiento al expresidente, cuando el ejército de Somoza entró a Costa Rica y la crisis llegó a su punto cumbre. Bayo fue enviado de regreso a México a conseguir más pilotos y a entrevistarse con Cárdenas, porque José Figueres, el presidente costarricense, buscaba su apoyo de manera pública, mientras que Bayo dudaba si seguir a su lado. Se presentó en la casa de Jiquilpan para hacerle esa consulta al general, un día a las siete de la mañana, pero Cárdenas ya había salido. Esperó hasta el medio día, se fue desilusionado y ya en la capital fue a ver a Ignacio García Téllez, hombre de confianza de Cárdenas, con quien tuvo la siguiente conversación:

—El general Cárdenas no le hubiera aconsejado a usted nada si lo llega a ver en Jiquilpan. No se mete en política extranjera. Sólo actúa cuando lo cree conveniente en los problemas vitales de México.

—¿Y usted podría indicarme qué es lo que desearía que hiciéramos nosotros? —presionó Bayo.

—Bajo ningún concepto. Yo no soy nadie para hablar en nombre del general.

—Lo que sucede es que el predecesor de Figueres fue más liberal y progresista que él. Figueres tiene al clero en una posición privilegiada, y el clero mismo persigue a todo tipo de enemigos en nombre de la religión. Hay en la cárcel cientos de comunistas o de libres pensadores cuyo único pecado es no comulgar con los preceptos de la fe. Por otro lado, nosotros vemos que esas fuerzas que atacan a Figueres son enviadas por Somoza, están ayudadas por guardias del dictador, en fin, vemos tal lío en esta situación que no sabemos en qué lado está la reacción y en qué parte las fuerzas progresistas.

—No puedo decirle más que el general Cárdenas no apoya ni a uno ni a otro.

—Y usted, personalmente, señor Téllez, ¿qué opina?

—¡Ah! Yo soy distinto al general. Mi opinión la puedo decir, pero le repito que no crea que el general es un eco de mis palabras ni yo de las suyas. Yo en este caso ayudaría a Figueres, aunque no le autorizo hacer pública mi opinión personal.2

Ésa no intromisión de Cárdenas en cualquier asunto que no fuera de carácter nacional, acorde con la política internacional mexicana, que mantiene la soberanía de los países como un derecho inalienable, fue rota con el triunfo de la Revolución cubana, como se verá más adelante.

El siguiente en llegar a México fue Ernesto Guevara, huyendo del golpe de Estado al gobierno de izquierda de Jacobo Árbenz que la CIA financió en Guatemala,3 una experiencia que lo prepararía para unirse después a la odisea de Castro. Cuando los aviones mercenarios volaron sobre la capital y el gobierno se paralizó, el impulso del joven argentino de 26 años fue recomendarle al gobierno, a través de los conocidos que tenía en el Partido Comunista, que le repartieran armas a la población y que se replegaran en las montañas para aguantar el ataque, evidentemente financiado por Estados Unidos. No le hicieron caso, el presidente renunció a su cargo y el país, encaminado en una senda popular y progresista, nunca volvería a ser el mismo.

Pero quizá lo más importante de su estancia en Guatemala fue conocer a Hilda Gadea, con quien se casaría un año más tarde en México y con quien tendría una hija del mismo nombre. Gadea era tres años mayor; una verdadera militante de izquierda, culta y muy leída, que salió huyendo de Perú por ser uno de los principales miembros del APRA, y la historia del APRA comienza en México.

La Alianza Popular Revolucionaria Americana se fundó aquí en 1924 en un acto simbólico. Era la época en que José Vasconcelos estaba al mando de la Secretaría de Educación Pública, desde donde pudo otorgarle el puesto de su secretario particular al exiliado peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, un importante líder estudiantil y defensor de los derechos de los obreros. Encarcelado por el gobierno en turno, después de una huelga de hambre de seis días fue deportado a Panamá, de ahí a Cuba y luego al cobijo de Vasconcelos. El acto fundacional consistió en la entrega de la bandera indoamericana al presidente de la Federación de Estudiantes de México, bajo la idea de crear una institución política de carácter internacional, parti­cularmente indoamericana, regida por cinco principios: lucha contra el imperialismo, unidad para América Latina, nacionalización de tierras e industrias, internacionalización del canal de Panamá y solidaridad con los pueblos oprimidos del mundo. En 1927 se fundó el Centro de Estudios Antiimperialistas del APRA en París, y posteriormente, a inicios de la década siguiente, “el APRA se diferencia de la III Internacional Comunista y propone alternativas de frente único antiimperialistas y no uniclasistas”.4 Cuando Haya de la Torre volvió a Perú como candidato presidencial en 1931 por parte del Partido Aprista Peruano, de nuevo fue apresado por el gobierno militar y liberado un par de años después, para vivir en la clandestinidad hasta 1945, año en el cual su partido deja de ser ilegal. En una alianza con otras organizaciones políticas de izquierda conquistó el poder, con el jurista José Luis Bustamante y Rivero como presidente, pero el control del espectro político mediante pactos entre las izquierdas fue insoportable para la derecha oligárquica y militar. Bustamante proscribió de nuevo al APRA y en 1948 fue derrocado por un golpe de Estado: una vez más los militares. Haya de la Torre acabó refugiado en la embajada de Colombia en Lima.

A pesar de que el APRA planteaba la idea de fundar partidos apristas en toda América Latina, el único que se llevó a la práctica con ese fundamento fue el peruano, que hoy es el más antiguo del país, habiendo conquistado el poder en 1985 y 2006, en ambos casos con Alan García, después de varias victorias negadas por la derecha militar. Pero su influencia fue importante en la formación de partidos de centro izquierda como Acción Democrática en Venezuela, inicialmente con Rómulo Betancourt, y el Partido Socialista de Chile, en el que militó Salvador Allende y en el que milita Michelle Bachelet, y en distintos momentos hubo comités en Buenos Aires y en La Paz, al igual que en Costa Rica y en República Dominicana.

Hilda pertenecía al Partido Aprista Peruano, obligada a huir de su país por el gobierno usurpador, por haber sido líder estudiantil en la Universidad de San Marcos, más tarde dirigente nacional del APRA y la primera mujer del Comité Ejecutivo Nacional de su partido. En esa posición la mejor alternativa para un exiliado de izquierda en América Latina era Guatemala, con varios años en los que un gobierno emanado de una revolución conducía al país. Los países que no estaban bajo el yugo de una dictadura vivían tiempos convulsos, la paz hemisférica intermitente daba pie a trifulcas y golpes de Estado, y en ese entorno el gobierno de Árbenz la empleó en el Departamento de Estudios Económicos del Instituto de Fomento de la Producción Guatemalteca. Fue ahí en donde conoció a Guevara un día de diciembre de 1953, para seguirlo a México un año más tarde. Gadea relata su experiencia del desfile del primero de mayo de 1955 en México:

La manifestación era de poca envergadura, aunque había regular número de asistentes, pero se comprendía fácilmente que los obreros no sentían las reivindicaciones de su clase, estaban allí sólo por cumplir una rutina, más con sentido de fiesta que conscientes de la importancia de la fecha y el significado de una concentración proletaria.

De improviso vi a un personaje conocido, le pasé la voz a Ernesto y a Rojo: “Miren, ahí está Fortuny”. [José Manuel Fortuny, quien fuera Secretario General del Partido Comunista de Guatemala, era casi un protagonista principal de los sucesos últimos cuando el ataque del imperialismo a ese país.]

Rojo me dijo: “¿Por qué no lo llamas? Vamos a preguntarle algo”.

Ernesto asintió: “Sí, podemos preguntarle qué pasó en Guatemala, por qué no pelearon”.

Lo llamé, hice las presentaciones; por fin Ernesto conocía a Fortuny, lo que durante tantos meses habíamos tratado de hacer infructuosamente en Guatemala.

Después de los saludos usuales, le hicimos la pregunta acordada, la completamos todos por partes. Fortuny nos miró algo sorprendido y, no muy seguro de sí, nos contestó: “Nosotros veíamos la situación muy difícil y pensamos que era mejor dejar el poder, para desde el llano seguir luchando; la lucha continuará y nosotros estamos tratando de continuarla”.

Nos quedamos estupefactos, no podíamos realmente concebir tal argumento; entonces Ernesto intervino nuevamente: “Bueno, compañero, quizá era mejor pelear; teniendo el poder en la mano, era diferente”.

“¿Qué quiere decir?”, inquirió Fortuny con un tono casi hostil.

“Exactamente eso —explicó Ernesto—. Si el presidente Árbenz, dejando la capital, se hubiera dirigido al interior del país con un grupo de verdaderos revolucionarios, otras serían las perspectivas de lucha; además la condición legal de ser presidente lo habría convertido en un símbolo y un gran aliciente moral, entonces las probabilidades de rehacer el gobierno revolucionario habrían sido infinitamente favorables”.

Fortuny se quedó callado; el argumento había sido contundente; no nos contestó nada. Nos despedimos secamente.

Luego comentaríamos la burda respuesta de Fortuny; nos parecía absolutamente increíble tal posición.

“Ésas son excusas —protestó Ernesto—. Hay muchas ventajas cuando se lucha teniendo el poder en la mano, pero de todas maneras con éste o fuera de él, allí lo único que cabía hacer era pelear”.5

La mirada crítica de Gadea contrasta con el optimismo casi ingenuo de Bayo, y el episodio ilustra el cobijo de México a los extranjeros. Aquí se refugian, se juntan, discuten y planean. No es un telón de fondo sino una olla en total ebullición, provocando revoluciones y movimientos populares de exportación.

Cuando Fidel Castro llega a México en el verano de 1955 lo esperan su hermano Raúl y otro puñado de cubanos que se vieron forzados a exiliarse antes que él, quienes ya habían forjado una amistad con Guevara. Dos mexicanos, Arsacio Kid Vanegas y Avelino Palomo Hernández, alias Dick Medrano, forman parte del grupo porque Medrano está casado con una cubana, pero no tienen nada que ver con la izquierda mexicana sino que forman parte del gremio de la lucha libre.

Castro consigue fondos mientras una oleada de refuerzos cruza el Golfo de México para llegar aquí, Bayo accede a entrenarlos física y mentalmente para la invasión a Cuba y para eso consiguen un rancho en Santa Rosa, en el poblado de Chalco, en donde coincide que el primero de septiembre de 1869 fue fusilado Julio Chávez López, un luchador agrarista-socialista que se levantó en armas llamando a la revolución a “todos los oprimidos y pobres de México y del Universo”. Fue discípulo de dos seguidores del socialismo utópico de Charles Fourier, fundadores de la Escuela Moderna y Libre en Chalco. Al ser ejecutado gritó: “¡Viva el socialismo!”6 Es difícil saber si los revolucionarios extranjeros estuvieron al tanto de esta coincidencia histórica. En las obras consultadas no hay indicio de que conocieran ese pedazo de historia, que pudo haber venido de un simple intercambio con alguno de los pobladores, sin embargo el carácter clandestino de sus actividades lo hace poco probable.

No obstante su hermetismo, en junio del 56 varios cubanos son detenidos por la policía, y siguiéndoles la pista terminan encarcelando a la gran mayoría, incluyendo a Castro y a Guevara, pues Bayo logra simular que no está involucrado. El incidente llega a oídos de la prensa pero también de Cárdenas, que decide interceder por ellos. Cuenta Luis Hernández Navarro que Cárdenas llamó al presidente Ruiz Cortines para decirle: “No tienen delito [sic], están luchando por la libertad de su patria”.7 Al respecto dijo Castro:

La intervención de Lázaro Cárdenas en el problema no significó solamente que nos pusieran en libertad. Desde que se supo que Cárdenas había intercedido a favor nuestro, las propias autoridades policiales mexicanas que nos habían detenido comenzaron a mostrar una actitud menos hostil, hasta de cierta simpatía hacia nosotros. La intervención del general Cárdenas evitó una persecución más tenaz, moderó la hostilidad contra nosotros, nos cubrió con el manto de una amistad poderosa y de prestigio, nos posibilitó un margen de maniobra más amplio para la culminación de nuestros preparativos durante los meses siguientes. Puede decirse que la contribución de Lázaro Cárdenas fue decisiva para el curso ulterior de la historia cubana, ya que, de no haber tenido aquella situación el desenlace apropiado por su intervención, tal vez no hubiéramos podido culminar los preparativos de la expedición del yate Granma. Al final habríamos iniciado la lucha en Cuba de todas maneras, pero las circunstancias hubiesen sido otras.8

Tras salir de la cárcel siguieron con su entrenamiento, se embarcaron en el Granma y poco más de dos años después triunfaba la Revolución. El primero de enero de 1959 pasó más o menos inadvertido en México, con los principales diarios del país divididos, unos celebrando el fin de Batista y otros atacando a los revolucionarios, pero como escribe Jürgen Buchenau:

Pronto la imagen romántica de la revolución captó la imaginación de los mexicanos. [...] Las políticas de Castro, que incluían la reforma agraria y la nacionalización de la propiedad extranjera, se parecían a las iniciativas de Cárdenas [...] No fue una coincidencia que el mismo Cárdenas emergiera como el defensor de Castro durante estos primeros años, y que el carismático expresidente agrupara a los mexicanos de tendencias izquierdistas alrededor de su apoyo a la revolución cubana.9

El gobierno de Adolfo López Mateos llegó al punto de espiar a Cárdenas, temiendo que se estuviera llevando a cabo una insurrección similar a la cubana, aunque la historia comprobaría que nada de eso era cierto.10 Su apoyo a la Revolución cubana fue siempre simbólico pero también público, como quedó claro luego del ataque de Estados Unidos a Bahía de Cochinos, cuando además de organizar conferencias en favor de la soberanía cubana se dice que “intentó ir a la isla para participar en su defensa”, aunque el gobierno se lo impidió.11 Dada la relevancia histórica de esa revolución y la empatía que tenía con sus valores, el expresidente dejó de lado la neutralidad para involucrarse en un tema que no tenía nada que ver con México, rompiendo así la postura que García Téllez enarboló frente a Bayo muchos años antes.

Hay otro punto de contacto que emparenta las revoluciones de ambos países. Buchenau agrega: “Después de su victoria, Castro se refirió a la revolución mexicana como una guía durante la lucha contra el régimen de Batista. Lo que no dijo fue que la experiencia mexicana lo había convencido de dirigir su revolución de forma bastante diferente. No quería correr la suerte de Madero, Carranza y Obregón, todos asesinados por la oposición, consolidando su poder despiadada y rápidamente”.12 La Revolución mexicana como escuela y México como trampolín, con Cárdenas como el último representante de la lucha revolucionaria.

Otros entusiastas ante el triunfo de Castro fueron el muralista David Alfaro Siqueiros y el intelectual Fernando Benítez, cuyo libro La batalla de Cuba, publicado en 1960, se colocaba en franco apoyo al movimiento cubano, y en esa misma época surgía la revista Política, quince días de México y del mundo, volcada a la izquierda en general y a la Revolución cubana en particular, cuya publicación duraría sólo una década. En su primer número, del 1 de mayo de 1960, de nuevo el general Cárdenas firma un artículo titulado “Con el pueblo de Cuba”, “una declaración de solidaridad redactada y firmada por personalidades de la vida política y cultural de América Latina en Santiago de Chile”, con Salvador Allende como uno de los firmantes. Al Encuentro de Solidaridad con Cuba, del que se desprende un texto que también publica la revista con el título “Cuba es el ejemplo actual de América”, acudió una delegación mexicana integrada por Benítez, Alonso Aguilar, Enrique Cabrera, Fernando Carmona, Jorge Carrión, Carlos Fuentes, Vicente Lombardo Toledano, Víctor Flores Olea, Manuel Marcué Pardiñas y, por supuesto, Siqueiros.13 Rafael Reynaga analiza a profundidad la postura de la publicación, y concluye que hubo un esfuerzo por mitificar ese hecho histórico para “plantear la reivindicación de un proyecto revolucionario nacional”14 y tratar de conformar “la unidad latinoamericana como la mejor respuesta en contra de la agresión y la represión instrumentada por el imperialismo norteamericano”,15 lo mismo que antes planteó el APRA en el mismo suelo. Se podría decir que la revista Política fue el intento más concreto y más directo por parte de los intelectuales de izquierda mexicanos por acercarse y acercar al público a los logros y a los retos de la Revolución cubana, un esfuerzo que no pasó de las ideas y de la propaganda, pero que al menos dejó en claro la postura de un segmento de la intelectualidad nacional en ese momento histórico tan crítico para el continente, en plena Guerra Fría.

Hay otro punto de contacto que cabe mencionar, y que tiene que ver con la educación, en particular con la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, cuyos antecedentes se remontan al año de 1540, y que ha contado entre sus filas con personajes tan relevantes para la historia patria como Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y José María Izazaga, adoptando su nombre actual en octubre de 1917 bajo el mandato del ingeniero Pascual Ortiz Rubio, gobernador del Estado de Michoacán. Cuando Alberto Bremauntz fue rector de esa universidad, en 1963, hizo todo lo que estuvo en su poder para construir puentes entre ambas naciones. Escribió México y la revolución socialista cubana, un libro un tanto caprichoso basado en sus ganas de aportar algo, en el que hace lo posible por encontrar puntos de encuentro, sobre todo en educación, pero que termina siendo un compendio de lo que sucede allá y de lo que él cree que debería de suceder acá. En el epílogo hace la crónica de un evento organizado por dicha casa de estudios: la Semana de México en Cuba, durante la cual, entre otras actividades, se develó una estatua de Emiliano Zapata donada por la universidad, con Bremauntz como uno de los protagonistas del encuentro. Quizá la mano de Cárdenas, michoacano de hueso colorado, no era ajena.

La relación institucional entre México y Cuba ha tenido distintos matices a lo largo de las últimas décadas, resumidos en cuatro etapas por Olga Pellicer:16 “la época de la identificación”, que va del entusiasmo inicial a 1962, año en que se afianzan los lazos entre el gobierno revolucionario y el Partido Comunista, aliado a Rusia; “el entendimiento pragmático de beneficios mutuos”, que llega a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari a la que asistió Fidel Castro, por más que los grupos cercanos a Cuauhtémoc Cárdenas trataron de impedirlo; “nuevos contextos y nuevas prioridades”, cuando “el régimen encabezado por Castro se encontraba ya muy lejos de la imagen romántica de una revolución que había despertado grandes simpatías en América Latina. El problema de la falta de democracia y respeto a los derechos humanos en la isla adquirió mayor visibilidad en la medida en que, en otras partes del mundo, se levantó una ola democrática” y termina con “el fin de una amistad”, etapa encarnada en el telefonazo entre Vicente Fox y el líder revolucionario resumido en el ya famoso “comes y te vas”, del que vale la pena extraer el siguiente diálogo:

—Dígame, ¿en qué más puedo servirlo? —preguntó Fidel.

—Pues básicamente no agredir a Estados Unidos o al presidente Bush, sino circunscribirnos... —contestó Fox, pero Fidel no lo dejó terminar:

—Óigame, señor Presidente, yo soy un individuo que llevo como 43 años en política y sé las cosas que hago y las que debo hacer. No le quepa la menor duda de eso, que yo sé decir la verdad con decencia y con la elegancia necesaria. No albergue el menor temor, que no voy a soltar ninguna bomba allí. Aunque la verdad es que estoy en desacuerdo con el consenso ese que han propuesto ahí. No, yo me voy a limitar a exponer mis ideas básicas y fundamentales, y lo haré con todo el respeto del mundo. Yo no voy a tomar aquello como una tribuna para agitar ni mucho menos: voy a decir mi verdad. Y puedo no ir, y la digo desde aquí, la digo mañana por la mañana, así que para mí no es...

—Es que tú me ofreces en tu carta precisamente eso: participación constructiva, para que sea una verdadera aportación a la discusión, al debate y a la solución de los problemas que todos tenemos en el mundo.

—Sí, señor Presidente, usted debe tomar en cuenta, incluso, que cuando yo hago un viaje de estos lo hago con bastante riesgo.17

La conversación completa no tiene desperdicio y pone de manifiesto el nivel de servilismo al que han llegado los últimos gobiernos de México ante Estados Unidos, erigiendo así un muro diplomático con Cuba. Tras ese bochornoso intercambio telefónico Castro acudió a Monterrey, pronunció su discurso, comió y se fue, pero poco más tarde el gobierno cubano sacó a la luz el audio de la conversación, y las relaciones bilaterales llegaron a un alto. Hoy, ya sin Fidel y con su hermano Raúl llevando a cabo una trasformación de la vida pública del país, el futuro es incierto.

La relación entre grupos de izquierda en México y lo que queda de la Revolución cubana ha sido esporádica e individual, no institucional, tal vez porque lo que se lleva a cabo en Cuba es un experimento demasiado extremo para un país como el nuestro. Sin embargo, creo que se debería de retomar el llamado a la unión latinoamericana, para la cual el principal obstáculo es la distancia que separa nuestros países. Geográficamente México es una nación norteamericana, aunque su historia la ligue a América Latina. Sería necesaria una profunda transformación de la política exterior mexicana para dejar de depender del norte y voltear la mirada hacia el sur. En la unión está la fuerza, como ha demostrado la Unión Europea. Quizá un día sigamos esos pasos.

Bibliografía

Casuso, Teresa, Cuba y Castro, Barcelona, Plaza y Janés, 1963.

Guevara, Ernesto Che, Otra vez. Diario del segundo viaje por Latinoamérica, Ediciones B, 2001.

Norman Acosta, Heberto, La palabra empeñada, La Habana, Publicaciones del Consejo del Estado, 2005.

Szulc, Tad, Fidel: un retrato crítico, Barcelona, Grijalbo, 1987.

Thomas, Hugh, Cuba, la lucha por la libertad, Madrid, Debate, 2004.

* Debo a la generosa investigación de Paco Igancio Taibo II en su tomo biográfico Ernesto Guevara, también conocido como El Che, el haber encontrado muchos de los libros esenciales consultados para llevar a cabo este ensayo.

1 Citado en Luis Díez, Bayo. El general que adiestró a la guerrilla de Castro y el Che, Barcelona, Debate, 2007, pp. 176-177.

2 Alberto Bayo, Tempestad en el Caribe, México, 1950.

3 El libro canónico sobre el tema es de Stephen C. Schlesinger y Stephen Kinzer, Fruta amarga. La C.I.A. en Guatemala, México, Siglo XXI, 2013.

4 Hay varias ligas disponibles en internet con información sobre el APRA:

http://www.avizora.com/publicaciones/historia_de_paises/textos/0072_apra_peru_historia.htm

http://www.monografias.com/trabajos82/alianza-popular-revolucionaria-americana/alianza-popular-revolucionaria-americana.shtml

http://www.apra.org.pe/pag-historia.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Alianza_Popular_Revolucionaria_Americana

5 Hilda Gadea, Che Guevara. Años decisivos, México, Aguilar, 1972, pp. 116-117.

6 Alberto Bremauntz, México y la revolución socialista cubana, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo, 2003, pp. 55-56.

7 Luis Hernández Navarro, “Las andanzas del marxismo tropical”, La Jornada Semanal, México, 14 de junio de 2009. http://www.jornada.unam.mx/2009/06/14/sem-luis.html. Hernández escribe también que “el general conoció a los conspiradores cubanos en México antes de que fueran apresados. Los ayudó de diversas formas”. Sin embargo, no encontré una sola fuente que respaldase esta afirmación y su ensayo no cuenta con bibliografía.

8 Citado en Otto Hernández Garcini (ed.), Huellas del exilio: Fidel en México 1955-1956, Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre Casa Editora Abril, La Habana, 2007, p. 205.

9 Jürgen Buchenau forma parte del Departamento de Historia de la Universidad de Carolina del Norte, y su texto se encuentra en Daniela Spenser (ed), Espejos de la guerra fría: México, América Central y el Caribe, México, Porrúa, 2004, pp. 140-141.

10 Mireya Cúellar, “Cárdenas, en la mira de la guerra fría”, La Jornada, México, 29 de mayo de 2002. http://www.jornada.unam.mx/2002/05/29/052n1con.php?printver=0

11 Idem.

12 Op. cit., p. 141.

13 Juan Rafael Reynaga Mejía, La revolución cubana en México a través de la revista Política: construcción imaginaria de un discurso para América Latina, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2007, p. 39.

14 Ibid., p. 137.

15 Ibid., p.156.

16 Olga Pellicer, “México y Cuba: un drama en tres actos”, Letras Libres, México, 31 de julio de 2004. http://www.letraslibres.com/mexico/mexico-y-cuba-un-drama-en-tres-actos

17 El audio está disponible en YouTube, y la transcripción en: http://www.laprensa-sandiego.org/archieve/april26-02/castro2.htm

La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3

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