Читать книгу Pecado - Benjamin Black - Страница 5

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Soy un cura, por el amor de Dios, ¿cómo me puede estar pasando esto a mí?

Había reparado en el casquillo vacío y sin bombilla, pero no le había dado importancia. No obstante, cuando llegó a mitad del pasillo, donde la oscuridad era mayor, algo le agarró del hombro izquierdo, una especie de animal, le pareció, o un pájaro grande y robusto, que le clavó las garras en la parte derecha del cuello justo por encima del borde del alzacuellos de celuloide. Solo sintió el golpe rápido y lacerante, luego el brazo se le entumeció hasta la punta de los dedos.

Con un gruñido, se apartó de su atacante. Notó un regusto a bilis mezclada con whisky, y algo metálico y áspero que era el sabor del terror mismo. Una calidez pegajosa descendió por su costado derecho y por un instante dudó de si el animal no le habría vomitado encima. Avanzó tambaleándose y llegó al rellano, donde brillaba una única bombilla. Se tocó la pechera de la camisa y se puso las manos delante de la cara; a la luz de la bombilla, la sangre que había en ellas parecía casi negra.

El brazo seguía entumecido. Trastabilló hasta las escaleras. La cabeza le daba vueltas y temió rodar por ellas, pero se aferró al pasamanos con la mano izquierda y consiguió bajar la amplia curva hasta el vestíbulo. Una vez allí se detuvo, mareado y jadeante, como un toro herido. No oía nada, solo un retumbar lento y sordo en las sienes.

Una puerta. La abrió, buscando con desesperación dónde refugiarse. La punta del pie se le enganchó en el borde de la alfombra y cayó de bruces, desmadejado y sin fuerzas, y al caer se golpeó la frente contra el parqué.

Yació inmóvil en la penumbra. La madera, que olía a cera y polvo viejo, le rozó suave y fría la mejilla.

El abanico de luz del suelo a sus pies se plegó de pronto cuando alguien entró y empujó la puerta para cerrarla. Un animal, el mismo u otro, se inclinó sobre él, respirando. Unas uñas o garras, no supo decir qué, rebuscaron en su regazo. También ahí estaba pegajoso, pero no por la sangre. Vio el brillo de la cuchilla, notó cómo cortaba, fría y profundamente, su carne.

Habría gritado, pero le fallaron los pulmones. No le quedaban fuerzas, ya no. A medida que desfallecía, también fue disminuyendo el dolor, hasta que no quedó más que un frío cada vez más gélido. Confiteor Deo... Rodó de espaldas, soltó un suspiro como un estertor, y una burbuja de sangre se hinchó entre los labios separados, se hinchó y se hinchó, y estalló con un leve sonido que sonó cómico en el silencio, aunque a esas alturas ya no pudo oírlo.

Lo último que vio, o le pareció ver, fue un leve parpadeo de luz que amarilleó un instante la oscuridad.

Pecado

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