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Nívea

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Para cuando fui lo suficientemente mayor como para recordar cosas, nuestra madre había reunido una compañía de una docena de artistas. Siempre había querido que el Circo de la Rosa creciera y se convirtiera en el mayor espectáculo de su clase de los tres continentes.

Sin embargo, no tenía ningún equipo técnico y ella, Vera y Toro se encargaban de las gestiones entre bambalinas a todo correr entre sus propias actuaciones. Todo el mundo tenía tres trabajos: actuar, ocuparse del aspecto técnico y cuidar de Flama y de mí: siempre jugábamos, comíamos y dormíamos bajo la atenta mirada de contorsionistas, siameses, albinos, acróbatas, jinetes, domadores de leones, payasos y bailarines.

Al cabo de un tiempo y presa del agotamiento y la desesperación, nuestra madre reconoció que necesitaba un regidor.

El circo se había instalado en la capital de Esting, pero nuestra madre tuvo que cancelar algunas actuaciones a causa de unos manifestantes religiosos que bloquearon la taquilla después de la noche inaugural. Cuando nos contó la historia después, no estaba muy claro qué aspecto concreto del circo les ofendía tanto, pero cuando nuestra madre y Vera salieron a hablarlo con ellos, llegaron a las manos rápidamente.

Nadie nos contó nunca a Flama y a mí lo que pasó exactamente, pero, al parecer, un sacerdote de la Hermandad agarró a nuestra madre de la barba y le…

Sigo sin saber qué le hizo. Nadie ha querido contármelo.

Un hombre enorme que estaba en la cola de la taquilla se interpuso entre nuestra madre y el sacerdote y, como este seguía sin soltarla, sacó un cuchillo y la liberó.

El hombre se llamaba Poma.

—La barba tardó meses en volverme a crecer —decía siempre nuestra madre—. Solo le perdoné porque quién sabe qué más habría perdido si no llega a estar allí… y por todo lo que ha hecho por nosotros desde entonces, claro.

Poma siempre bajaba la mirada cuando ella, o quien fuera, lo elogiaba, para ocultar su sonrisa y sus mejillas sonrojadas. Fue la primera persona que conocí, aparte de mí, que era discreta. ¿Acaso no era eso peculiar en un circo?

Poma era carpintero. Se ofreció a ayudar a nuestra madre y a Vera a reparar la taquilla, que había quedado dañada a raíz de las protestas.

Cuando el circo se fue de la ciudad, se vino con nosotros; decía que no había nada que le retuviera en casa. Pasó a ser el regidor y encargado de un equipo técnico que iba creciendo lentamente junto al plantel de artistas de nuestra madre.

Yo admiraba su fuerza silenciosa y su timidez. Empecé a seguirlo entre bastidores en cuanto tuve la edad suficiente para no meterme en líos, que llegó antes para mí que para Flama. Observaba cómo él, junto al equipo, construía los decorados y manejaba las cuerdas; y aprendí a ayudarles.

Quería construir cosas y permanecer entre las sombras, como Poma. Creo que fue la primera vez que vi a alguien que realmente brillaba al otro lado de los focos.

El Circo de la Rosa

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