Читать книгу Mentes insanas - Brigitte Vasallo - Страница 4
ОглавлениеPRÓLOGO
Queridas Mentes Insanas:
Cuentan una historia que dice más o menos así: estaba Emma Goldman bailando cuando un correligionario fue a llamarle la atención. Emma Goldman, la filósofa, la anarquista, la revolucionaria, la que fue nombrada como la mujer más peligrosa de Estados Unidos, la encarcelada, la abortista. Esa Emma Goldman. En opinión del tal correligionario, bailar no era una acción apropiada para una alta pensadora, a lo que ella contestó, tranquilamente, que, si no se podía bailar, no es mi revolución.
Me interesa mucho Emma Goldman porque me preocupan mucho los dogmas, las doctrinas, y el proceso según el cual cualquier gesto liberador queda congelado inmediatamente en una nueva normativa. Es decir, el proceso según el cual un dogma sustituye a otro y todo cambio se queda apenas en un reemplazamiento. Ella, como Hannah Arendt, como Audre Lorde, fue extremadamente fina en detectar ese proceso y no dejarse atrapar por él. Fue extremadamente fina en ser revolucionaria todo el rato, incluso dentro y hacia la revolución.
Lo del baile, pues, no es ninguna tontería.
El pensamiento crítico tiene también sus dogmas, esos que dicen de antemano cómo tienen que ser las cosas nuevas aun antes de que existan, cómo tiene que ser el resultado, porque ese es el único resultado «bueno», «correcto». Y el dogma de la revolución tiene su estética también: señores cejijuntos, cabizbajos, atormentados en sus pensamientos profundos, como si pensamiento crítico, lucidez, rigor y alegría, sentido del humor y petardeo fuesen incompatibles.
Yo no creo que todos esos pensadores cabizbajos, llámalos Walter Benjamin, Marx, Martin Luther King, Platón o Fanon, no creo que ninguno de ellos estuviese siempre enfadado. Dudo de Marx, pero los otros seguro que tenían momentos de gracia. Pero esos no eran los momentos de representación. Y si alguna muestra hay de ellos fuera del cajoncito de cómo debe ser un revolucionario, esta desaparece de la memoria colectiva porque no encaja en el cajoncito que, como la banca, siempre gana. Las feministas andamos atrapadas en la pinza que hacen el género y el pensamiento crítico. La estética del género nos pide que seamos agradables, risueñas, divertidas, amorosas. La estética del pensamiento crítico nos pide que estemos enfadadas todo el día. Y entonces está Emma Goldman para recordarnos que los feminismos llegaron precisamente para desmontar todos esos tinglados y construir un espacio aligerado del peso constante de tanta norma. Y aunque se nos señale a menudo como mujeres amargadas, poco disfrutonas, nosotras somos de la estirpe de las brujas, aquellas mujeres que celebraban orgías con el demonio. No tengo ni idea de cómo se celebra una orgía con el demonio, pero tendréis que reconocer que suena a cualquier cosa menos a aburrido.
Cuento todo esto porque en la primavera de 2017 recibí una propuesta de la revista Mente Sana para escribir un blog sobre bienestar y ese tipo de cosas. Faltaban apenas dos meses para mi cuadragésimo cuarto cumpleaños, apenas cinco semanas para que muriese mi padre elegido y yo ya caminaba, sin saberlo pero sin pausa, hacia mi tercera depresión diagnosticada y hacia un duelo profundo que iba a reconfigurar buena parte de mi vida. Y fue con todo este panorama abriéndose ante mí que acepté el reto. Y así nació el «Mentes Insanas»: el título irónico de una columna escrita en pleno hundimiento para una revista sobre equilibrio emocional.
Porque las feministas, si algo tenemos, es un gran sentido del humor.
LA INDEFENSIÓN APRENDIDA
Cristy Tojo Velasco, campeona de parakarate, me presentó una vez diciendo que yo, al igual que ella, me dedico a la autodefensa, aunque yo lo haga con las palabras y ella con el cuerpo.
Crecí en un entorno violento, pensando que tener miedo era normal. No era una violencia de esas de película, de pistolas y puñetazos, era otra cosa mucho más difícil de narrar, mucho más difícil de identificar y que nos fue calando a todas las que estuvimos expuestas a su radiación, como un veneno de esos que no detectas hasta que todos tus órganos internos están podridos, pulverizados. Mi cuerpo asumió tanto y tan profundamente la indefensión que solo era capaz de protegerme imaginando que era una persona distinta, interpretando a alguien que se parecía a mí pero que no era yo.
Escribir tiene algo de estar en otros cuerpos desde los que poder hablar, estar en otras voces. Mientras escribía el «Mentes Insanas» y me sumía en la depresión, también estaba cerrando una investigación de muchos años sobre sistemas relacionales, que publiqué en 2018. Un libro intenso, aunque mesurado, un trabajo serio acorde con la estética y la ética que se espera de un ensayo científico. Y aunque escribirlo y poder acabarlo en plena depresión fue un logro personal y fue sanador, el «Mentes Insanas» me dio espacio para otra voz mucho más personal y mucho más perdida en mis procesos, una voz añorada que se enredaba en los mismos temas de mis otros escritos, pero que los resolvía de manera distinta. La voz personal de alguien que no estaba siendo yo pero que podía volver a ser si lograba sacarme de la desolación. La voz de alguien que planta cara, que se ríe de las cosas que le pasan, que da portazos y no se culpa por darlos, que se atreve a verbalizar el hundimiento porque ya no está del todo hundida. Esa fue mi voz en el «Mentes Insanas», y ese fue, también, un hilo que me permitió volver a hacer mía esa voz. Recuperarla.
Fue, efectivamente, un ejercicio de autodefensa ante una vida que me estaba dando demasiado fuerte.
Tengo que decir que mis editoras del momento no sabían de la dimensión de todo esto, así que este texto es también una salida del armario ante ellas. Y posiblemente ahora entenderán los mails sin respuesta durante semanas y ese tipo de imposibilidad de lidiar con la vida que yo iba disimulando como podía y que ellas aceptaron con una tranquilidad que les agradezco profundamente.
En los dos años que existió el blog pasaron muchas cosas. Escribí sobre amores, sobre violencias, sobre género, sobre feminismo… todo aquello que se esperaba de mí, porque se supone que son temas de los que sé cosas. Pero los escribí aterrizados en realidades concretas, pequeñas, cotidianas. El feminismo, para mí, es una herramienta, no una identidad. Una herramienta como muchas otras, ni mejor ni peor, que utilizo según la ocasión, cuando me es útil para esa ocasión concreta. Si no lo es, porque no siempre lo es, uso otras herramientas, o las combino, o las adapto. Ni el feminismo como corriente ni sus variantes concretas, los feminismos, me solucionan nada (sospecho de las teorías emancipadoras que dan soluciones), sino que me ayudan a mirar fuera del marco, a encontrar preguntas donde ni siquiera había dudas, y a encontrar respuestas a través de esas preguntas. Y escribí desde la decepción colectiva de no poder hacer más de lo que hacemos, de no estar a la altura de nuestros sueños, ni de nuestros discursos. También están escritos desde el enfado, desde la rabia, desde el puñetazo sobre la mesa y la patada a la puerta y el ataque de llanto. Y escritos, aun, desde la risa, la ironía, la autoparodia, la comicidad y una intrascendencia que es como el bailar de Emma Goldman: no solo compatible con la revolución, sino consustancial a esta.
Para sacarlos en papel he reorganizado las entradas, he roto la línea temporal en favor de otra que tenga más sentido fuera del espacio-red. Me hace ilusión que estén juntas ahí en un objeto físico, olible, tirable contra la pared, dibujable, y me da vértigo, al mismo tiempo, que cojan tanto cuerpo estos textos que fueron pensados en un modo más etéreo.
Gracias por volverlos a acoger, y feliz lectura, Mentes.