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VIEJA, ¡POR FIN!
ОглавлениеQueridas Mentes Insanas:
Las actrices se quejan de que no hay papeles para ellas pasados los cuarenta. Como consecuencia, no tenemos representaciones audiovisuales de mujeres de más de cuarenta años, a menos que aparenten tener la mitad o que su rol sea puramente residual y estereotipado; las compañeras heterosexuales se quejan de que a partir de esa edad devienen invisibles… Me encantaría deciros que son invisibles a los ojos de los hombres, pero, desgraciadamente, en las redes de ligue lesbiano y bisexual hay un filtro de edad que ejerce una función invisibilizadora. Añado que en las apps de ligue para mujeres con mujeres hay muy pocos filtros. No los hay, por ejemplo, para cosas tan trascendentes como la ideología política, pero sí hay un filtro de edad para que ni siquiera veas los perfiles de mujeres que no entran en tu franja escogida. Cada cual sus gustos, me diréis, pero curiosamente el gusto de todo el mundo se parece mucho, y eso siempre es sospechoso.
¿Qué pasa con las mujeres a partir de una edad, y qué edad es esa?
La respuesta es bastante triste. Dejamos de ser posibles reproductoras y, por lo tanto, ya no tenemos espacio social asignado. Por mucho que las cosas hayan cambiado, por mucho que eso ya no se estile, por mucho que ahora el feminismo nosequé o nosecuántos. Que las mujeres ya no estamos reducidas únicamente a nuestra función reproductiva es relativamente cierto, sí. Aunque es como si hubiésemos derribado un muro, pero hubiéramos olvidado retirar los escombros, así que el espacio sigue ocupado por el muro en ruinas que ahí continúa al fin y al cabo.
Los escombros de aquella idea de las mujeres únicamente como madres es nuestra fecha de caducidad como mujeres, que sigue estando vigente en mil detalles. Desde el clásico «no aparentas tu edad» como piropo, aunque sea un insulto infantilizador, hasta la abuelización de las mujeres mayores, a las que llaman abuelas tengan o no descendencia.
En el mundo laboral, la cuestión es escandalosa: desde los entornos donde la apariencia física tiene tanto peso como la calidad del trabajo, hasta entornos que pretenden huir de esas dinámicas, pero confunden cuerpo joven con ideas novedosas, y acaban construyendo entornos solo de mujeres jóvenes con ideas decimonónicas sin darse siquiera cuenta.
El espacio postfértil, en lugar de ser un espacio liberado de ese mandato de la mujer-madre, es un espacio aleccionado de autoodio plasmado en el imaginario de la bruja, que tiene todos los defectos «imperdonables»: vieja, fea, mala, despeinada, con una nariz grande y una especie de falo (¡esa escoba!) entre las piernas.
Nosotras no nos ayudamos las unas a las otras tampoco. Y no por aquello de que somos nuestro peor enemigo, que menuda frase también, sino porque el mundo nos ha enseñado a confrontarnos y tenemos que llevar a cabo un proceso de deconstrucción para darnos cuenta de ello. No nos viene dado de serie eso de apoyarnos las unas a las otras. La manera en que imponemos normas de edad a las otras mujeres es muy significativa. Parece unánime que tenemos que vestir y comportarnos acorde con un estereotipo que incluye nuestra edad. Y pobre de la que se quiera salir de la norma. Al mismo tiempo, aquellas que intentan seguir a rajatabla la norma y, por ejemplo, escogen los retoques estéticos, también son defenestradas por haberse «estropeado» la cara.
Parece un callejón sin salida, pero no lo es. Si no hay espacios de existencia, tendremos que crearlos. Y las viejas somos solo uno de los muchos grupos de mujeres que escapan al sistema, de manera voluntaria o impuesta. Tenemos un montón de alianzas por forjar y un montón de cosas que aprender las unas de las otras. Y eso es, siempre, una estupenda noticia.