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CUMPLEAÑOS

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Queridas Mentes Insanas:

Inicio este blog en las fechas que rodean mi cuarenta y cuatro cumpleaños, abrumada por la infinidad de mensajes que, desde hace más de una década, me informan puntualmente de que algo anda mal. No directamente, claro: cuando digo mi edad se hace un instante de silencio tras el cual todo el mundo se lanza a quitarle hierro a la cosa.

Y «la cosa» no es otra que el hecho de que soy una mujer y cumplo cuarenta y cuatro años.

Oye, pues no se te nota nada.

Parece que tengas treinta.

¿Cuántos cumples… dieciocho? (seguido de risa-risa, codazo-codazo).

Vamos a poner las cosas claras.

Haciendo un cálculo digno de la nefasta matemática que soy, cuarenta y cuatro años han sido unos 16.071 días sobre la faz de la tierra. En ese porrón de días, he aprendido a distinguir entre lo que me gusta y lo que me hace bien, he aprendido a escoger mis batallas, a no enfadarme más de la cuenta pero a enfadarme cuando es necesario, a no darle mayor importancia a algunas cosas pero a no dejar pasar ni una en otras cuestiones, a aguantarme a mí misma en general y a tratarme bien en particular.

Nada de esto venía de serie y nada lo he hecho yo sola: me ha acompañado una constelación de gente que me ha hecho bien, y otra que no tanto, y unas cuantas personas que me han hecho mal, así, directamente.

Me he llevado una cantidad de palos que prefiero no calcular, me he deprimido unas cuantas veces y lo he superado otras tantas, he ido a terapia una vez y he salido bastante renovada, a lo fénix.

Tengo un sentido del humor afinado y una perspectiva sobre el mundo que me alegra la vida y me la amarga simultáneamente, estoy de vuelta de un montón de cosas, mientras que a otras tantas ni siquiera he empezado a ir. Y cada vez me faltan más cosas por hacer, pues cada cosa que hago me remite a decenas que aún no he hecho pero que quiero hacer.

Todo esto, queridas Mentes, necesita tiempo. No lo pude hacer con treinta, ni mucho menos con dieciocho.

Por lo demás, cada una de estas cosas ha dejado una huella clara en mí, en mi cabeza, en mi espíritu y en mi cuerpo. Tengo magulladuras, cicatrices, arrugas, incluso una específica y vertical entre ceja y ceja de tanto fruncir el ceño y romperme la crisma buscando soluciones a los problemas que he ido encontrando.

Y si estoy aquí es porque, de alguna manera, he encontrado esas soluciones.

Mis 16.071 días se notan en todo lo que hago: se notan en los orgasmos que doy y que recibo, en las fiestas que monto, en los artículos que escribo, en las cosas de las que me río y en las que no me hacen gracia, en los límites que pongo y en las cuestiones que dejo pasar y que hace unos años se me hacían chicle en la boca del estómago.

Haber llegado hasta aquí me parece una especie de milagro, visto cómo anda el mundo. Y hacerlo orgullosa entre todos esos mensajes compasivos por algo que me parece un milagro, hace que el milagro sea aún mayor.

El problema con mi edad lo tiene el mundo, no yo. Un mundo que quiere que las mujeres seamos eternamente infantiles, inexpertas, maleables, dubitativas, controlables y muy poco peligrosas.

Pero yo, queridas, como muchas de vosotras, tengo peligro. Y, la verdad: estoy encantada de ser peligrosa.

Mentes insanas

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