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LA VIDA TE ENSEÑA A VIVIRLA
ОглавлениеQueridas Mentes Insanas:
He vuelto a ver, por enésima vez y pico, el documental Amy sobre la vida de la Winehouse. Esta vez me he quedado enganchada a una frase que dice Tony Bennett. Reflexionando sobre aquello que le hubiese querido decir a Amy que, como sabéis, murió a los veintisiete años por una mezcla letal de capitalismo bestia, patriarcado violento, amor Disney tóxico (oxímoron) y sustancias químicas asociadas, del tipo alcohol, cocaína, crack…
La frase de Tony Bennett era: «La vida te enseña a vivirla, si vives el tiempo suficiente para aprender».
Y sí, la vida hay que sobrevivirla. Diría que cada vez se pone más fácil, pero eso para nada es cierto, mal que nos pese. Lo que sí se pone es más comprensible, más inteligible, como que cada vez la película va sonando más a la misma película, más a ese déjà vu que canta Shakira refiriéndose a otra cosa. Y cada vez tienes más herramientas para relativizar lo relativizable, y para darle espacio a las cosas que son trascendentes, porque entiendes su trascendencia. Y eso te enseña a escoger mejor tus batallas, a saber en qué líos meterte y cuáles dejar pasar, porque total…
Vale, esa es mi experiencia después de cuarenta y pico años en el tinglado. Pero igual no, igual esto solo pasa a veces, o igual solo parece a veces que esté pasando.
Aunque, como todo, nuestras experiencias, todas ellas y todas distintas, tienen partes compartidas con el tinglado grande, con eso que llamamos «el sistema», tachán.
A las mujeres, al menos en el norte global y urbano en el que vivo, nos lo ponen muy difícil para aprovechar esa experiencia, que vamos acumulando con tanto esfuerzo, porque no paran de mandarnos mensajes para que odiemos nuestra edad, nuestro tiempo, nuestro recorrido. A ver, no hace falta ser muy lista para entender que, a menos experiencia, más fácil vendernos motos. Afortunadamente las diosas le dan a la juventud otra herramienta, que es la furia. Pero cuando la furia (que no la rabia) se calma, porque no puedes sobrevivir eternamente en estado de furia, o porque la vida es muy cansina en perpetuo estado de furia (que no de rabia, que es otra cosa y ojalá la conservemos siempre), llega lo otro: la zorrez. Que más sabe la diabla por vieja que por diabla. La edad te da listura, que no es inteligencia, es otra cosa.
Las mujeres viejas somos un peligro para el sistema. No lo digo yo, lo dice el sistema. ¿Cómo lo dice? Pues poniéndonos trabas constantes para la vejez. Quiere que actuemos siempre como si fuésemos jóvenes, pero sin la furia, que también nos la penalizan infinitamente. Quiere que estemos en la inopia constante, como si no hubiésemos visto la película mil veces, como si tuviésemos que comprar la misma moto una y otra y otra vez, como si la vida no nos hubiese ensañado a vivirla.
En mundos donde las viejas aún conservan su espacio social, existe la posibilidad de transmitir conocimiento entre unas y otras. Un conocimiento que va en todas las direcciones: la listura de los muchos años y la furia de los pocos, puestas a trabajar juntas son imparables. Por eso nos separan en categorías cerradas desde que nacemos. Cada cual con su edad. Las mayores criticando infinitamente a las jóvenes porque en «nuestros» tiempos nosequé no pasaba o nosecuántos, y las jóvenes criticando a las mayores porque están pasadas de rosca.
Y así nos va.
Esa es otra de las grandes motos que hemos comprado. Pero, una vez más, el proceso es reversible desde hoy mismo, si nos ponemos a ello.