Читать книгу El hombre de cristal - Carlos Bernatek - Страница 10
Оглавление5
Cuando apenas empieza a recuperar la libertad de movimientos, sin llegar a la recuperación plena, comienza a deambular por la casa. Al principio todo es dificultoso, los esfuerzos que normalmente responden a un movimiento automático ahora requieren una suerte de reflexión previa: el cuerpo de Jota va reaprendiendo con lentitud. Alguna vez lo habrá hecho como todo niño, piensa, en tanto ahora puede analizarlos conscientemente. Suspende la vianda: ya puede hacerse un té, un bife, las cosas que Mona Mancuello se encarga de comprarle. Ha perdido peso, cosa que no le sienta mal, pero está débil. Le hace caso al médico: toma las cosas con parsimonia, dándose su tiempo. En comparación con una semana atrás, ha progresado. Hace calor; transita por la casa con un pantalón corto de sus tiempos de fútbol y una remera de Colón. Afuera, barrio Roma duerme una siesta interminable mientras cantan las chicharras. Jota se asoma por la ventana del comedor y mira el cielo: antes de que caiga la noche, seguramente va a llover. Va a tener que volver a la oficina pronto.
Suena el teléfono: es una voz de mujer. “¿El señor J...?”.
Jota duda, supone que es del trabajo, que lo están controlando. Asiente sin mucho convencimiento. “Usted no me conoce, soy Analía P. y necesitaría hablar personalmente.” Jota supone que le quieren vender algo, una tarjeta de crédito, un tiempo compartido, medicina privada, cosas que no le interesan, pero el tono de la mujer, que supone de unos cuarenta o cincuenta y tantos, no pareciera apuntar a esa complicidad forzada, a la falsa simpatía de los jóvenes vendedores telefónicos. “Es una cuestión particular, pero supongo que puede interesarle. Para mí, le aclaro, es muy importante.” Todo suena misterioso. “¿Cómo me ubicó?”, pregunta inquieto, como si empezara a perder la amabilidad. “Preferiría explicárselo personalmente... pero cuando usted pueda, no tengo apuro.” Jota no menciona su convalecencia: “Discúlpeme, pero momentáneamente no puedo. Si me deja un teléfono puedo llamarla”.
Analía P. acepta, pero antes de cortar le dice: “Le voy a hacer una propuesta que, estimo, vale la pena al menos escuchar. No vendo nada, mi interés no es económico, pero usted puede recibir un beneficio, algo significativo que voy a ofrecerle”.
Lo abruma esa voz, sobre todo porque la mujer sabe algo de él y él ni siquiera la conoce. Tiene su teléfono, seguramente ha ubicado su dirección y, supone Jota, debe conocer detalles que no menciona. Porque nadie hace una propuesta de ese tenor al voleo sin saber con quién habla.