Читать книгу El hombre de cristal - Carlos Bernatek - Страница 9

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En uno de los parsimoniosos viajes al baño, se detiene a observar por la ventana: hay una casilla rodante medio precaria, instalada en la vereda de enfrente, a la altura de la casa del contador Palma. El hombre, que quedó viudo hace unos años, pareciera haber llegado a algún tipo de acuerdo con quien habita la casilla: un cable grueso sale de su casa, pende por sobre la vereda, y lleva electricidad a la rodante. Por fuera, la casilla luce deteriorada por el óxido que aflora en los ángulos despintados del catafalco, lo que lleva a Jota a suponer que el interior debe ser igual o peor. La ventana que da a la calle, similar a esas corredizas de los colectivos, la que alcanza a ver Jota, deja entrever una luz intensa. Aguzando la vista, Jota descubre una manguera de riego que sale del jardín del contador Palma y –supone Jota– alimenta de agua la casilla. Toda esa infraestructura medio enclenque le resulta llamativa. Palma es un tipo de costumbres muy recoletas; Jota no recuerda haber visto jamás a nadie de visita. Cuando se mudó al barrio, Palma ya era viudo. Piensa de pronto que el habitante de la casilla podría ser un pariente pobre, quizá un indigente, alguien que haya conmovido a Palma por su necesidad apremiante, pero observando los detalles, no parece el lugar de un menesteroso: pese al estado de la casilla, hay cierta dignidad en los elementos, en el orden, que no le parecen corresponder a gente abandonada. No hay objetos en la vereda o en derredor a la casilla, excepto una garrafa de gas, en su correspondiente soporte, colgada en la culata del catafalco. Lo que no hay es toldería, ropa flameando, nada de lo que Jota identifica como pobrerío elocuente. Sigue mirando, pero no advierte movimientos, ni en la casa ni en la casilla. Raro todo, piensa.

El hombre de cristal

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