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ACUPUNTURA URBANA

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Peatonalizar una calle. Ajardinar una plaza. Poner un museo en una zona degradada. Abrir un teatro en una vieja cantera… Son acciones de «acupuntura urbana» que cambian la energía de una ciudad. «Pinchazos» puntuales que conviene además hacer rápido para que surtan efecto. Ya habrá tiempo luego para «ajustar».

Con esa filosofía, el arquitecto Jaime Lerner logró darle la vuelta en poco tiempo a Curitiba, a medio camino entre São Paulo y Porto Alegre. Lo que en los años sesenta era una de tantas ciudades-dormitorio brasileñas, asediada en la periferia por las favelas y congestionada en el centro por el tráfico, se ha convertido en el referente mundial de «sostenibilidad, movilidad y tolerancia», como le gusta decir a su hijo ilustre.

Lerner recuerda cómo llegó a la alcaldía de la ciudad a dedo y durante la dictadura militar en 1971. El tiempo apremiaba: igual que le pusieron le podían quitar. Con esa sensación de urgencia, junto a un equipo de «jóvenes comunistas» del Institute for Research and Urban Planning of Curitiba, desplegó el plano de la ciudad y sacó sus «agujas».

En pleno proceso de «ensanchamiento» de las calles para hacer sitio a los coches, Lerner decidió llevar la contraria: «Cuando se amplían las calzadas, se estrecha la mentalidad». Su primer objetivo fue peatonalizar la Rua XV de Novembro. Los vecinos y los comerciantes se le echaron encima, pero él siguió adelante con sus planes. Tuvo además la osadía de hacerlo en 72 horas para evitar una insurrección popular. Casi medio siglo después, la rua es el corazón palpitante de Curitiba.

«La ciudad no es el problema, la ciudad es la solución», insiste Lerner. «Tenemos que reinventar el modo en que vivimos, pero tenemos que hacerlo rápido. El cambio climático está ocurriendo, y nosotros somos en gran parte culpables. Hay que buscar alternativas y ponerlas en práctica en las ciudades, sin perder el tiempo, aprendiendo mientras lo haces y rectificando sobre la marcha si hiciera falta».

Soñador y pragmático a partes iguales, Jaime Lerner fue también el artífice del «sistema de autobuses rápidos» (BRT). Cien veces menos costoso que el metro, se extiende por un circuito de carriles de uso exclusivo y se accede directamente a él mediante estaciones tubo que permiten agilizar el pago y minimizar el tiempo de parada. El 85 por ciento de los casi 2 millones de habitantes de Curitiba utilizan regularmente el BRT, replicado en más de 300 ciudades (como el TransMilenio de Bogotá, sin ir más lejos).

Otro de los empeños de Lerner fue reverdecer su ciudad, hasta llegar a los 60 metros cuadrados de áreas verdes por habitante, gracias a acuerdos con las grandes familias terratenientes para ganar espacio público. Las ovejas «cortan» ahora el césped en los parques, y los estanques se han convertido en una red natural para prevenir las inundaciones, como puede apreciarse en A Convenient Truth: Urban Solutions from Curitiba, Brazil, el documental dirigido por Giovanni Vaz Del Bello y producido por Maria Terezinha Vaz.

La ciudad brasileña fue también pionera del reciclaje, implicando a los ciudadanos como carinheiros en un programa que facilita transporte y comida gratis a quienes cooperan en la recogida y separación de residuos. Fue una de las primeras ciudades en llegar a una tasa del 70 por ciento de reciclaje, y quienes se implicaron más fueron las escuelas, gracias al énfasis de Lerner en la educación integral.

«Curitiba existe y eso es lo importante», afirma Lerner, que volvió a ser alcalde en otras dos ocasiones y luego gobernador del estado de Paraná. «Mi ciudad no es el paraíso, pero sí un modelo de todo lo que se puede hacer con pocos medios y con mucha creatividad. Y también un ejemplo de cómo se puede transformar un espacio urbano en muy poco tiempo con una visión muy clara y echándole coraje, sin perder el tiempo con la burocracia o intentando llegar a un consenso imposible».

Todo el saber acumulado durante sus años de alcalde en Curitiba lo trasplantó Jaime Lerner a un libro, Acupuntura urbana, en el que defendía las «intervenciones a pequeña escala» para sanar las ciudades. Con su sonrisa afable y su entusiasmo contagioso, ha predicado sus ideas en los foros mundiales de urbanismo y fue elegido como uno de los 25 pensadores más influyentes del planeta por la revista Time en el año 2010.

A través de su estudio, ha participado en el planeamiento urbano y en proyectos en São Paulo, Brasilia, Río de Janeiro o Recife. Más allá de la arquitectura, su interés ha derivado al terreno de la movilidad con el diseño del Deck Dock: un monoplaza eléctrico de 1,3 metros de largo y 60 centímetros de ancho que viaja a la velocidad «humana» de 20 kilómetros por hora y tiene la virtud de «acoplarse» a otros de su especie. Seis Dock Docks ensamblados ocupan lo que un coche convencional.

Mi encuentro con Lerner fue precisamente en la presentación en Nueva York de lo que él mismo señalaba como «el coche más pequeño del mundo, eléctrico y de uso exclusivamente urbano». El venerado urbanista anticipaba ya entonces «la revolución de la micromovilidad y el uso compartido».

«Tenemos que dejar atrás el falso dilema: el coche o el transporte público», advertía. «La solución está en ser capaces de usar todo, pero de un modo inteligente y sin tener nada en propiedad. En pocos años funcionaremos con una “tarjeta de movilidad” que nos servirá para el autobús, el metro, la bicicleta y el coche compartido».

Lerner contemplaba también el advenimiento del patinete eléctrico y otros dispositivos para las distancias cortas en las ciudades, «a los que habrá que ir dejando sitio, igual que hicimos con la bicicleta». El espacio reservado a los coches en las ciudades irá menguando inevitablemente, como la ceniza de los cigarrillos…

«No podemos dejar que el coche maneje nuestras vidas. Aunque tampoco tenemos que verlo necesariamente como el enemigo. El coche es en todo caso como la suegra mecánica: nos conviene mantener con él una relación a distancia».

Y así llegamos hasta la tortuga, que simboliza para Lerner la máxima aspiración de las ciudades en el futuro… «Pero no lo digo por su lentitud, sino porque es capaz de vivir, trabajar y moverse al mismo tiempo. Si a una tortuga le quitamos el caparazón, se muere. Lo mismo ocurre con la ciudad cuando separamos sus funciones. Se acabó eso de vivir en un lado, trabajar en otro y divertirse en otro. En la ciudad del futuro deben primar la vida de barrio y las distancias cortas».

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CAMBIA TU BARRIO, CAMBIA EL MUNDO es el lema que mueve desde 1996 a una peculiar red de activistas urbanos que obedece al nombre de City Repair. Capitaneados informalmente por el arquitecto y permacultor Mark Lakeman, los «reparadores de la ciudad» están redefiniendo desde dentro la vida urbana y construyendo la utopía a la vuelta de la esquina.

La ciudad posible se llama Portland, Oregón, en la esquina noroeste de Estados Unidos… «Nadie nos dio permiso, pero así es como comienzan las revoluciones», apunta Lakeman. «Nosotros somos parte de la solución y no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras un puñado de políticos deciden cómo se hace una ciudad. Empezamos como un movimiento de resistencia civil ocupando y reinventando espacios. Las autoridades nos miraban con recelo, pero acabaron subiéndose al carro».

Una vez al año se celebra en Portland la Gran Convergencia Vecinal. Los «reparadores de la ciudad» se apropian de medio centenar de espacios, algunos de ellos tan emblemáticos como la Sunnyside Plaza (con un mandala rojo y amarillo disuasorio del tráfico). El activismo ecológico y social rezuma entonces por todos los poros de la ciudad, coincidiendo con el festival floral y con el Pedalpalooza (trepidante celebración de la cultura de la bicicleta).

Todo gira en torno a una misma idea: crear comunidad. No en vano, el estudio de Mark Lakeman se llama precisamente Communitecture, y uno de sus proyectos más celebrados es el arborescente ReBuilding Center, el mayor espacio consagrado a la construcción con materiales usados en Estados Unidos.

Un par de horas en Portland, hermana menor y aventajada de Seattle, servirán para contagiarse de su peculiar energía humana. Conocida por su cerveza y por su pasado industrial, en contraste con su espectacular entorno natural, Portland ha estado en las últimas décadas en la proa contracultural y tecnológica del país.

Cuando tantas ciudades agonizaban, aquí supieron darle la vuelta a la tortilla con el movimiento smart growth: crecimiento compacto e inteligente. Lo que hoy es el parque fluvial, atestado de bicicletas, fue en tiempos un congestionado cinturón de asfalto entre el río y la ciudad. La revolución de la agricultura urbana ha calado en Portland, la ciudad con más gallinas (y cabras) per cápita de Estados Unidos.

«En los años ochenta, Portland parecía un lugar irrecuperable y condenado a muerte», apunta el anfitrión Lakeman. «El momento mágico se produjo con la Plaza de los Pioneros, cuando la gente hizo piña para transformar un aparcamiento desolado en un gran espacio público. Esa fue la chispa que hizo prender el gran cambio. Aquello nos dio licencia para reinventar la ciudad, y en ello estamos».

En plena Gran Convergencia Vecinal, los «reparadores de la ciudad» ocupan una docena de intersecciones en Portland. Un cruce de la Novena Avenida queda rebautizado temporalmente como Plaza Comparte-Lo. Los coches están prohibidos durante el fin de semana…

Padres e hijos llegan pertrechados con rodillos, brochas y botes. El pintor Pat Wojciechowski saca el boceto de un estanque de nenúfares con un caimán que asoma entre los cañaverales. Desde lo alto de una escalera va comprobando cómo avanza la obra. Una inmensa flor rosa marcará el centro de la intersección, que nunca volverá a ser la misma. Todo huele a pintura y a celebración conforme avanza la tarde, que culminará con un círculo de gratitud y una hoguera vecinal bajo la luz de la luna.

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