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DOCTORES CONTRA EL DIÉSEL
ОглавлениеPertrechados con sus batas y sus fonendoscopios, los Doctores contra el Diésel se plantaron ante Downing Street y extendieron su «receta» para prevenir las 40.000 muertes prematuras al año por contaminación en el Reino Unido… Prohibición total de coches diésel en Londres para el 2025. Peajes de combustión. Incentivos para electrificar las flotas. Creación de zonas de «aire limpio» alrededor de las escuelas.
«Estamos hablando de medidas muy realistas», explica el pediatra Jonathan Grigg, cofundador de Doctores contra el Diésel, el grupo de cuatrocientos galenos que se han movilizado contra el humo de los coches en la capital británica. «Los cambios que afectan a la salud pública se pueden hacer de un día para otro, como se hizo con la prohibición de fumar. Ahora nos puede parecer poco viable, pero los habitantes de las ciudades, y sobre todo los niños, no pueden esperar».
Por la consulta del doctor Grigg desfilan incesantemente niños con asma a edades cada vez más tempranas. Los chavales saben instintivamente lo que les pasa, pero lo más difícil es convencer a sus padres «y hacerles ver el vínculo directo entre el coche que conducen hasta el colegio y el aire que respiran sus propios hijos».
«La contaminación es el tabaco del siglo XXI, lo ha dicho la Organización Mundial de la Salud», advierte Grigg. «Todos los años se producen más de 7 millones de muertes prematuras por la mala calidad del aire en el mundo, y eso es algo contra lo que los médicos tenemos que levantar la voz. Estamos ante una auténtica emergencia. La falta de acción política es un escándalo».
Los peajes de combustión al estilo Londres o las barreras al tráfico en el centro de las ciudades europeas no son más que el primer paso, señala Grigg. Las zonas de aire limpio tienen que extender su radio a la periferia. Y el foco absoluto de la atención deben ser las escuelas, «donde estamos criando generaciones que crecerán con graves problemas respiratorios».
«Al menos existe ya un reconocimiento del problema», reconoce el pediatra. «Pero ahora hacen falta incentivos para renovar la flota de automóviles en las ciudades, que debería ser principalmente eléctrica. No podemos seguir quemando alegremente petróleo por nuestras calles».
Lo ocurrido durante el confinamiento por el Coronavirus, con una caída de hasta el 60 por ciento del dióxido de nitrógeno y algo menos de las partículas en suspensión en las grandes ciudades, ha servido, de hecho, de acicate a Londres, Milán o Bruselas para seguir ganando espacio al coche. El urbanismo táctico y los planes de calles abiertas han permitido ganar espacio para peatones y ciclistas, y han trazado el camino hacia ciudades más saludables en toda Europa.
«La gente ha podido respirar durante dos meses el aire limpio y se ha dado cuenta de los grandes beneficios», apunta el doctor Grigg. «Una emergencia sanitaria ha servido al mismo tiempo para hacer frente al otro gran reto de salud pública: la contaminación en las ciudades».
Jonathan Grigg y sus Doctores contra el Diésel no están solos en esta cruzada por el aire limpio. A su lado tienen a Benjamin Barratt, profesor de Ciencia de la Calidad del Aire en el King’s College: «Hasta hace poco se consideraba la contaminación como un problema ecológico que preocupaba solo a la gente sensibilizada. Ahora empieza a verse como un grave problema de salud que afecta a toda la población. Aquí todos somos de alguna manera fumadores pasivos. Todos respiramos el aire de las ciudades».
A diferencia del tabaco, cuyos efectos nocivos se conocen desde hace décadas, el verdadero impacto de la contaminación y su contribución a enfermedades respiratorias, cardiovasculares y cognitivas está empezando a trascender ahora. La preocupación por sus efectos múltiples —puede contribuir al infarto, al ictus y al cáncer de pulmón— ha crecido en paralelo a los inquietantes niveles de NO2 y partículas en suspensión en las ciudades europeas.
Uno de los campos de investigación donde más se está avanzando es el de los efectos de la contaminación sobre el embarazo y las complicaciones que pueden surgir durante la gestación: desde problemas de crecimiento a trastornos neuropsicológicos. Un estudio de la Universidad de Pittsburgh, publicado por Science Daily, concluye que la exposición a altos niveles de partículas en suspensión en las madres embarazadas y en los niños de dos años puede incrementar incluso el riesgo de autismo.
Otros dos estudios, de la Universidad de Harvard y de la Universidad Halle-Wittenberg en Alemania, revelaron el estrecho vínculo entre la mortalidad del Coronavirus y la mala calidad del aire en lugares como Madrid o el norte de Italia. Está probado que la contaminación inhibe el funcionamiento normal de los cilios, unas proyecciones similares a cabellos que están consideradas como la primera línea de protección de los pulmones frente a la invasión de los patógenos.
«Estamos en un momento crítico, como el del Londres ante la soga del smog en los años cincuenta», recuerda Benjamin Barratt. «Entonces el problema estaba causado fundamentalmente por el uso del carbón. Cuando la mayor responsabilidad empezó a recaer sobre el tráfico, la primera solución fue eliminar el plomo de la gasolina. Ahora que está comprobado que el diésel es el combustible más “sucio”, el siguiente paso está muy claro».
«A diferencia de Asia, donde intervienen muchos factores y hay una gran contaminación industrial, en Europa el principal enemigo está perfectamente localizado y está causado por el tráfico local», advierte Barratt. «La prohibición de los vehículos diésel en el centro de las ciudades va a ser el primer paso, el más urgente y necesario para combatir la contaminación urbana. Pero la gran pregunta es: ¿cuándo haremos lo mismo con todos los coches de combustión?».
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Imaginemos una ciudad sin coches… No es tan difícil si lo intentamos. Lo primero, el silencio repentino. Adiós al rugido de la marabunta motorizada. El canto de los pájaros, el griterío de los niños, las voces humanas. Caminar a nuestras anchas. Recuperar la libertad como peatones y como personas. Y poder respirar a pleno pulmón al salir de casa.
Algo así es lo que experimentan todos los días en el barrio «sin coches» de Vauban, en las afueras de Friburgo. No es extraño que fuera en Alemania, en el corazón motorizado de Europa, donde empezó a tomar cuerpo en el 2006 esta utopía urbana que ha creado escuela en todo el mundo.
Vauban fue la base del ejército francés tras la Segunda Guerra Mundial, y ese aspecto cuartelero perduró hasta el último planeamiento urbano en el arranque del milenio. Los vecinos del barrio de Riesenfeld, con sus edificios eficientes y sus calles diseñadas para ralentizar el tráfico, ya habían marcado el terreno. Pero en Vauban quisieron ir más lejos y borrar los coches de la superficie (salvo en la vía principal).
«La primera decisión fue suprimir los aparcamientos en la calle», recuerda Almut Schuster, uno de los pioneros de ese peculiar barrio de 5.500 habitantes. «Los coches se pueden aparcar solo en dos garajes específicos, y eso ha tenido un efecto disuasorio. Muchos de nosotros ya lo sabíamos: no necesitas el coche para la vida diaria en la gran ciudad. Te ahorras dinero y estrés e inviertes en tu propia salud y en un aire limpio».
El 70 por ciento de los vecinos de Vauban no tienen coche, y el 57 por ciento lo vendieron antes de trasladarse aquí buscando otro estilo de vida. Las bicicletas son las reinas indiscutibles del barrio. El tranvía te lleva en menos de 20 minutos al centro de Friburgo, y para los viajes largos, una familia puede abonarse a una cooperativa de movilidad y usar un coche eléctrico.
Mucho ha llovido desde el experimento de Vauban, y son cada vez más los «ecobarrios» en Europa que han decidido suprimir total o parcialmente el uso del coche. Por extensión, la tendencia ha llegado al centro de las grandes ciudades, con resistencias iniciales (pongamos que hablo de Madrid Central) pero imponiéndose a la larga por razones obvias.
Al otro lado del Atlántico, en el país más motorizado del planeta, la publicación Carbusters y el movimiento Car Free Cities lleva tres décadas reivindicando el sueño posible, espoleado entre otros por J. H. Crawford: «El uso del coche como instrumento de movilidad urbana ha llegado a un callejón sin salida. Casi todos los problemas ambientales, sociales y estéticos de las ciudades están asociados con el uso y el abuso del automóvil. Va siendo la hora de reclamar la ciudad para las actividades humanas».