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Sintaxis

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El lingüista norteamericano Noam Chomsky, en la conferencia presentada el 8 de abril del 2011 en la Universidad de Carleton, Otawa, llamada El lenguaje y las revoluciones de la ciencia cognitiva, define la naturaleza del lenguaje de la siguiente forma:

El lenguaje es claramente un sistema computacional, por lo que tiene muy buen sentido buscar el papel de los principios generales de la eficiencia computacional, que se aplican con mucha más amplitud y de hecho puede tener sus raíces en la ley natural del organismo independiente1. (Chomsky, 2011; traducción propia)

Para ilustrar de manera más precisa esta afirmación, sin incurrir en definiciones y términos científicos, se puede utilizar una analogía: pensemos que el lenguaje es un software con el cual los seres humanos desarrollan una serie de habilidades neurológicas, fisiológicas y psicológicas complejas. Integra sistemas, como el aparato auditivo, para recibir sonidos mediante los oídos y convertir, en milésimas de segundo, señales acústicas en impulsos eléctricos, transmitiéndolos al cerebro; o los sistemas neurofisiológicos, como la memoria, para localizar, evocar y utilizar los referentes previos de esos sonidos; y la imaginación, para desarrollar las posibilidades de combinación, interpretación y respuesta, aplicando algoritmos matemáticos de probabilidad y combinatoria. Este software, casi instantáneamente, emite las señales eléctricas al aparato fonatorio y articula sonidos con sentido, audibles, inteligibles; recurre al archivo general de la memoria y la asocia con aspectos inesperados. Simultáneamente —sin importar que la persona esté caminando, montando en bicicleta o en medio de una fiesta—, los ojos observan gestos, ademanes y posturas del interlocutor, para captar datos paralingüísticos; aquellos que no están estructurados en la gramática formal del idioma, sino en la semiología de la cultura, la particularidad del género, la especificidad de la profesión y la conducta de la persona, y contienen información valiosa que reafirma la validez o invalidez de la palabra oral. Todo esto es el lenguaje: ojos, oídos, memoria, imaginación, locución, tacto, intuición, plenamente sincronizados.

Son estas funciones básicas las que definen el lenguaje, diferenciándolo de la comunicación, del pensamiento y del conocimiento, que son esencialmente evidencias de su funcionamiento. Con todas sus características, falencias y disfunciones, el lenguaje es una potente capacidad, estrictamente personal, subjetiva. Se puede afirmar que el pensamiento, como función subordinada del lenguaje, es la parte íntima y autorreflexiva que se ocupa de sí misma. Ocurre en la intimidad de nuestra mente; sin escuchar ni hablar con alguien, pensamos en nuestro idioma; y pensamos todo el tiempo. Es como si nuestra voz nos hablara a nosotros mismos: nos preguntamos y nos contestamos. Un monólogo mental. Con frecuencia, nuestro pensamiento no sigue la linealidad de la palabra oral, piensa y dice (o reacciona) luego de elaborar raciocinios inmediatos, instantáneos, casi simultáneos. Parece ser que, en lugar de pensar con palabras, pensáramos con imágenes, pulsos o sensaciones, o procesáramos experiencias comprimidas con una metodología y velocidad que excede nuestro manejo, comprensión y expresión oral.

En consecuencia, considerar lenguaje y pensamiento como fenómeno y evidencia, respectivamente, ayuda a entender la comunicación en cuanto interacción de dos o más lenguajes y pensamientos. Por ejemplo, en una pareja enamorada se dan condiciones ideales que llevan la comunicación a una altísima efectividad, porque lenguaje y pensamiento despliegan toda su potencia. La situación general podría ser esta: están muy cerca uno del otro, están en el ámbito de la intimidad, hablan en voz baja, se miran a los ojos, con frecuencia se toman de las manos y se abrazan; sienten su pulso y temperatura, perciben su ánimo, se escuchan con concentración; el mundo a su alrededor desaparece y solo están el uno para el otro; se pueden quedar en silencio y siguen en comunicación. Aquí el lenguaje —la capacidad psíquica y fisiológica—, la comunicación —la relación íntima del lenguaje entre dos personas— y el pensamiento —la comunicación interior consigo mismo— se afinan y se sincronizan. De modo que, sin incurrir en asuntos morales, para algunos las posibilidades de equivocación, error o manipulación se disminuyen casi a cero; para otros, se elevan significativamente.

Como se ha dicho, los ojos de cada interlocutor están observando los gestos, los ademanes y las posturas del otro, captando datos paralingüísticos, no estructurados en la gramática formal del idioma, sino en la semiología de la cultura, en la expresión corporal y en la psiquis del individuo. De cierta manera, cuando la compenetración mutua llega a ese nivel de profundidad y detalle, aparecen otras capacidades, como la intuición, que en este caso es la capacidad de pronosticar o anticipar algo con mucha probabilidad de acierto.

Según se advierte, un ejemplo tan específico sirve para comprender el lenguaje como competencia humana. También es útil para construir un modelo del mundo y de su propia realidad circunstancial, en la que el lenguaje está presente y activo. Por tanto, es preciso intentar una comprensión más general, a partir de términos afines y complementarios: idioma y lengua.

Lenguaje, conocimiento y educación superior

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