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El uso local

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La mayoría de los idiomas conocidos son resultado del sincretismo de diferentes culturas, desarrollado a lo largo de cientos de años. El esperanto es una de las excepciones más conocidas, porque fue creado de forma intencional por alguien. Ludwik Łazarz Zamenhof, oftalmólogo polaco, publicó las bases gramaticales en 1887 y las presentó como un idioma internacional planificado, orientado a facilitar la comunicación de los pueblos. Con base en la practicidad demostrada como segundo idioma de trabajo y crecimiento, en el 2014 el esperanto fue declarado patrimonio inmaterial de Polonia por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco). Su número de hablantes está creciendo en forma constante y está presente en las redes sociales con gran acogida. Al ser creado con este propósito, quizá sea el único idioma que no se asocia a un origen nacional, lo que no impide que adquiera particularidades de las culturas en las que se promueve. Un dato especial al respecto es que en China existen numerosas familias, constituidas por parejas internacionales que hablan esperanto, y sus hijos dominan los tres idiomas.

Como se afirmó antes, un idioma generalmente está asociado a una nacionalidad. Sin embargo, más allá de identificar a un país, también se ha usado como arma de colonización: cuando se impone un idioma en las colonias, comienzan a desaparecer elementos culturales asociados a la lengua en los colonizados. Esto puede facilitar la permanencia del colonizador e incluso el sincretismo definitivo. Hoy el concepto de idioma se entiende más como un fenómeno social y comercial que como un elemento de poder.

Por ser un fenómeno social, es inevitable que los hablantes de un idioma lo ajusten a sus condiciones y particularidades locales. Son numerosos los ejemplos culturales de situaciones en las que un idioma va acogiendo términos de otros y se mezclan, como sucede en culturas costeras como el Caribe. El castellano que llegó con los españoles durante el descubrimiento de América hace más de 500 años se enriqueció con palabras como cóndor, cacao, canoa, papa, entre muchas otras. Pero un número desconocido de lenguas han desaparecido desde entonces.

Aunque en general el idioma español se habla en España, gran parte de América del Sur, del Caribe, Filipinas y las colonias latinas en Estados Unidos también lo hacen, y cada lugar y grupo social hablante lo ajusta a sus necesidades. Se puede decir que existe un idioma y una lengua común en estas regiones, a pesar de que la cultura filipina difiera enormemente de la cultura andina, por ejemplo. Una de esas diferencias surge de esa especie de música peculiar que le confieren al idioma oral y del conjunto de términos propios con los que se nombran objetos, situaciones y cosas en su territorio. A esa particularidad de la lengua se le conoce como habla. En Colombia existen regiones claramente diferenciadas: paisa, costeña, santandereana, caleña, pastusa, boyacense, bogotana, llanera y guajira; cada una posee su riqueza léxica, giros, interjecciones y jaculatorias. Puede servir al respecto la siguiente analogía: la lengua es como la letra, y el habla es como la música de una canción a la que llamamos idioma. También se llama habla a la función fonatoria.

La claridad sobre estos conceptos ayuda a agilizar la comprensión de los fenómenos derivados o relacionados con la educación, el conocimiento, el entretenimiento, la economía y la política, especialmente en la era de la globalización. Es preciso reconocer el uso universal del idioma, para potenciarlo más allá de los límites que impongan sus condiciones de adaptabilidad y normatividad.

Lenguaje, conocimiento y educación superior

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