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MÉXICO Dos meses después

Finalizar el proyecto de su novela ha desatado en Macarena una vorágine disparatada. Aquellos a quienes ha conseguido involucrar en ese baile, Jordi incluido, aprenden los pasos y tienen que salir a la pista, sin margen de error, con exiguo espacio para la planificación y mucha improvisación. Las distintas coreografías se preparan rápido y se ensayan poco. Ana Paula, su profesora de escritura y amiga, subsana, pule y mejora el texto que ella se esfuerza en completar.

Un cierre de edición, comparado con esa danza, se convierte en un aperitivo ligero para Macarena. La extensión, la falta de inmediatez, la estructura, el entramado y sus ramificaciones la sumergen en aguas turbulentas que, aunque conocidas de manera tangencial por su trabajo como periodista de investigación, la obligan a nadar sin salvavidas y a contracorriente.

La decisión de zambullirse en el campo jurídico a través de esas páginas que escribe, “ha resultado descabellada”, piensa Jordi. Para él, apartarse del rutinario mundo de la prensa supone lanzarse desde un trampolín de 30 metros y concentrar las emociones que un loco, dispuesto a dar ese salto, debe sentir. Al no ser materia conocida para ninguno de los dos, decidió prestarle su ayuda, arañar horas a su escasa disponibilidad para buscar asesores legales porque necesitaba pagar esa deuda emocional y devolverle el favor a su amiga.

Barcelona, donde Macarena había sido su jefa en la sección de economía y negocios cuando él empezaba recién acabada la carrera —de ahí el cariñoso apelativo de Bosi—, quedaba ya muy lejos en el mapa y en el tiempo; después de tantos años, los roles se habían invertido. Jordi ostentaba el cargo de director de coordinación de contenidos y Macarena, como responsable de internacional, formaba parte de su equipo, de manera encubierta, en la agencia de noticias en la que trabajaban. El anonimato, en el que se escudaba para no firmar sus artículos amparados por la pantalla de la agencia, resultó ser muy conveniente.

Los plazos, siempre los plazos, que Macarena necesitaba en su vida para acometer cualquier empresa que tuviera que afrontar, delimitaban sus quehaceres diarios. Se había marcado seis meses para finalizar su novela, pasar un verano sereno y, llegado septiembre, mudarse a su tierra. Las aguas estaban tranquilas y las amenazas profesionales desaparecidas. Ese proyecto, surgido a partir de las conversaciones con Lorenza, se transformó en un ejercicio de introspección. El deceso de la chef mexicana había precipitado ese imparable torrente, ¿lo lograría?

En México, por circunstancias muy diferentes, ambos se habían reencontrado e integrado en el nuevo cosmos que tuvieron que forjarse al abandonar España. Él buscó nuevas oportunidades al haber salido limpio con el apoyo de Macarena, antes de que todo estallara y pudiera salpicarle; ella huyó del peligro que la acechaba.

Jordi, implicado hasta la médula en la colaboración con Macarena, no ignoraba el precio de revivir un pasado lleno de cicatrices. Laura, su mujer, se lo recordaba cada dos por tres y se lo recriminaba. Su matrimonio había estado a punto de romperse y no admitía la devoción que su marido sentía por la que había sido su jefa. El enfermizo patrón se repetía, otra vez: comía mucho y mal, se machacaba en el gimnasio, vivía encadenado al ordenador y al teléfono… como en aquellas noches en Barcelona.

Memoria del paladar

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